Mariana Enríquez: “Trato de no juzgar cuando me pronuncio, la gente nunca vota para estar peor”

La gran reina del gótico y el terror habla de los cuentos de “Un lugar soleado para gente sombría”, en los que hay una mirada política sobre la pobreza y los nudos de la trama social, y también sobre los silencios alrededor de temas como la menopausia

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En "Un lugar soleado para gente sombría", Enriquez vuelve al cuento, como género
En "Un lugar soleado para gente sombría", Enriquez vuelve al cuento, como género

Es mediodía en Caballito, en el límite con Parque Chacabuco. El verano se extiende más de lo aconsejable para la salud y el ánimo de los porteños, con nubes de mosquitos en la calle pero también dentro del bar al que en unos minutos va a llegar Mariana Enríquez para hablar sobre su nuevo libro de cuentos, Un lugar soleado para gente sombría.

Un verano oprobioso y los mosquitos como especie del mal entran en sintonía con el clima de los cuentos de Mariana, en los cuales los humanos transitan el horror y conviven con fantasmas y con todos los miedos: los presentes y los arcaicos.

Mariana Enríquez nació en Buenos Aires, en 1973. Es periodista y escritora y desde hace unos años su nombre es uno de los más representativos de la literatura argentina en todo el mundo. Como autora, es sinónimo de literatura gótica y creadora de narraciones que tensan los límites del género del terror y lo sobrenatural, en los que nunca faltan matices vinculados a dos décadas clave de la historia argentina: los 70 y los 90.

Celebrada por la crítica y adorada por sus lectores al punto de ser comparada por diarios como The New York Times con una rock star, Mariana es autora de novelas como Bajar es lo peor, Este es el mar y Nuestra parte de noche (Premio Herralde 2019), libros de cuentos como Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego y biografías como La hermana menor, sobre Silvina Ocampo. Una antología con sus mejores textos periodísticos fue editada en Chile por Leila Guerriero con el título de El otro lado.

La novela con la que ganó el premio Herralde disparó el éxito de Mariana Enriquez, quien asiste permanentemente a grandes festivales y a eventos literarios locales e internacionales, así como se embarca en frecuentes giras dando conferencias o firmando ejemplares en grandes y pequeñas librerías, mano a mano con los lectores.

El año pasado le ganó la batalla a todas las fobias y se animó -con éxito- a dar un enorme paso en su relación con los lectores. Lo hizo al iniciar una temporada de presentaciones en teatros con un espectáculo que se llama No traigan flores. Sobre el escenario, en una escenografía que reproduce un living en el que cabemos todos los amantes de la literatura, la escritora narra anécdotas e historias personales y ajenas, lee -a la manera de salón literario o de antesala de una sesión de espiritismo- textos propios y de otros autores y cuenta con la compañía de músicos y artistas visuales.

En Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama), a través de doce cuentos inquietantes Enríquez, una de las grandes reinas del terror de la literatura española, narra historias en las que habitantes o turistas, en grandes ciudades o en pueblos perdidos, son poseídos o acosados por lo monstruoso en sus formas menos exhibicionistas y más amenazadoras. La mirada política sobre la pobreza, los nudos de la trama social y los silencios alrededor de los temas vinculados a las mujeres ocupan un lugar distinguido dentro de los relatos.

Lo que sigue es la transcripción de la charla aluvional que tuvimos días atrás en un bar cercano a su casa, cuando el verano aún se empecinaba en vencer al calendario y cuando, en abierto desafío a su agenda estallada, Mariana lograba pasar algunas semanas sin producirse, vestida con jean y feliz de estar en su barrio.

El nuevo libro de Mariana Enriquez fue publicado por Anagrama. Son doce relatos inquietantes, en donde lo monstruoso acecha en su forma menos explícita y más amenazante.
El nuevo libro de Mariana Enriquez fue publicado por Anagrama. Son doce relatos inquietantes, en donde lo monstruoso acecha en su forma menos explícita y más amenazante.

— Además de escritora, sos periodista hace muchos años, esto es, llevás mucho tiempo escribiendo y en diferentes géneros. Hay un concepto de María Moreno que me gusta, es cuando dice que ella se “cartonea a sí misma”, es decir, que reutiliza sus propios materiales y los convierte en otra cosa. ¿Vos también te cartoneás?

— A ver, sí y no. O sea, por ejemplo, un cuento como “Los himnos de las hienas” (N. de la R.: uno de los relatos del último libro), es un cuento tipo los clásicos que hago yo sobre los lugares que conservan algo de la dictadura. Pero a diferencia de otros, en éste no se muere nadie, no le pasa nada a nadie. Ese tipo de cuento me sale siempre como cuento de fantasmas hablando de ese momento pero trato de que tenga un pequeño corrimiento. En este caso, el corrimiento es que todo es menos amenazante. Los chicos terminan bien, éste es un momento. Es como si fuese un flashback, digamos. Que, a lo mejor, en cuentos anteriores, como el de las chicas que juegan a la ouija, el hecho es re traumático. O sea, aparece alguien y ellas son muy chiquitas y es re traumático. Acá no. O en Chicos que vuelven (N. de la R.: novela breve de 2019), bueno, es casi una invasión. Yo no sé si éste en realidad es sobre la dictadura, pero es sobre desapariciones. El cuento del que te hablo, no.

— Ahora, eso tiene que ver también con, no sé si llamarlo obsesiones pero son los temas, los tópicos; los focos habituales de tu obra. Yo me refería a si te servís de los materiales que ya escribiste en otros formatos, por ejemplo.

— Sí, a ver, estoy pensando. A veces, sí. Por ejemplo, el único cuento que no es un cuento pensado para el libro es el cuento de Mildred Burton. Ese es el único. Ese texto lo publiqué originalmente en un libro que hicieron sobre Mildred en el Museo Moderno.

— Es un retrato, como un perfil de la artista.

— Claro, un perfil de ella de chiquita. Lo distorsioné un poco en algunas referencias. Después hay otro cuento, donde aparece la Difunta Correa y no es que yo quiera hacer una especie de catálogo de los santos argentinos pero lo que pasa es que tenía mucho material investigado sobre la Difunta Correa y nunca lo había usado. A mí me da mucho miedo la Difunta Correa. Y este fue el primer año que fui a San Juan y vi el santuario y estaba muy impresionada. Entonces, también me cartoneo en ese sentido. O sea, veo algo, investigo, me compro cosas, qy a lo mejor hago un artículo para otro país en el que me piden algo de color local, alguna pavada. Y después la incorporo a algún libro. Así que sí.

— El título de este nuevo libro ya lo habías usado para una nota sobre los Stones.

— Lo que pasó es que a esa nota de los Stones yo la leí sobre el escenario un par de veces, cuando estaba haciendo los teatros. En ese momento yo ya tenía los cuentos escritos, los estaba corrigiendo. Porque los escribí casi todos en el verano del 2023, salvo dos o tres. Y cada vez que decía el título, me gustaba. Después fui a ver de dónde lo había sacado y ahí vi que era una cita de Somerset Maugham sobre la Costa Azul. Entonces dije: “bueno, lo traslado a mi imaginario mítico personal de Los Ángeles”. Y después pensé, claro, también me cierra personalmente como terror hecho desde el Sur. Quiero decir desde el Hemisferio Sur, desde el calor, desde Buenos Aires. No es el terror de Lovecraft, no es el terror de Poe, pero tampoco es el terror de Stephen King ya, o sea no es Maine esto, es Buenos Aires tropical, dengue. Todos los cuentos son en verano. De siempre, no de ahora. O sea, siempre mis cuentos fueron muy veraniegos, no sé por qué. En “El chico sucio” (N. de la R.: incluido en el libro Las cosas que perdimos en el fuego, en el que la autora también trata el tema de los santos populares), que por ahí te acordás más porque es el más conocido, son todas noches de verano en Buenos Aires.

— Es tan duro ese cuento, además. En tus relatos hay siempre cortes de luz y todo lo que tiene que ver con eso es muy de verano en Buenos Aires.

— Todo. Uso mucho los cortes de luz por eso, porque en general es verano. Y después uso mucho Corrientes y el Noroeste y Entre Ríos, porque aunque no sea verano, es verano. Entonces me terminó de cerrar el título, más allá de lo estético, y lo de Los Ángeles diciendo: bueno, es como decir estos relatos vienen de un lugar que no es “cuento de Navidad con nieve”.

— Me encantó ese relato que transcurre en Los Ángeles y lleva el título que luego fue el del libro. Tiene una dinámica muy de cuento norteamericano, no solo por una cuestión temática sino en la estructura, en la forma de narrar. Y la historia de amor es tristísima.

— Es muy triste, sí. Para mí no es un cuento de terror. O sea, es un cuento de fantasmas pero en otro sentido porque el novio también es un fantasma. Ella misma es un fantasma de cuando era joven y vivía en esa ciudad y la pasaba bien. Y, por supuesto, la chica muerta es un fantasma, pero ya un fantasma como de la ciudad, urbano.

— Sí, los pibes tirados y drogados en la calle son fantasmas y para muchos ni se ven.

— Sí. Y el animal que aparece a la noche cuando están reunidas las chicas es un fantasma.

— Ay, sí, esa parte sí da miedo.

— Esa parte da un poco de miedo. Pero yo no quería que fuera un cuento de fantasmas en el que todos fuesen fantasmas en algún sentido. Ahí hay mucha obsesión mía. La historia del Hotel Cecil es algo sobre lo que yo nunca escribí nada, pero con lo que tengo una obsesión personal. Por todo el centro de Los Ángeles, en realidad. Porque tiene algo que a mí me llama mucho la atención, que es la ruina dejada atrás.

— ¿Algo como el Chelsea Hotel, de Nueva York?

— Es mucho más heavy. Yo creo que no se puede gentrificar (N. de la R.: proceso de transformación o renovación de una zona en decadencia, que implica el desplazamiento de la población original y su reemplazo por otra de mayor poder adquisitivo. En Estados Unidos, Nueva Orleans después del huracán Katrina es un ejemplo). El Chelsea se puede gentrificar. Pero yo creo que el centro de Los Ángeles ya no se puede gentrificar. Pero los hoteles son mucho más lujosos, esa es la diferencia.

El cuento que le dio el título al libro transcurre en una Los Ángeles latinoamericanizada y decadente
El cuento que le dio el título al libro transcurre en una Los Ángeles latinoamericanizada y decadente

— Una vez, por trabajo, conocí el Biltmore de Miami.

— Sí. Pero el de Miami es nuevo. Éste es donde se dieron los Oscars en los años 20. Entonces es muy fantasmal porque es un hotel que vivió glorias en serio. Y yo me alojé ahí. En ese sentido, yo reciclo también o cartoneo la realidad, ahí la conocí a Joy Williams, la escritora. Estábamos ahí para un festival y estábamos perdidas las dos porque el hotel es rarísimo. Todos los pisos son iguales. Y tiene muchos espejos. De verdad, es un lugar muy raro. Porque además es un hotel cinco estrellas, y eso está en el cuento: no tiene servicio de habitación. Creo que es porque vive gente. Y además creo que no tienen plata para pagar una cocina. O, por lo menos, en ese momento no tenían, porque todo es muy dinámico, todo va cambiando en esa parte de la ciudad.

— ¿Qué habías ido a hacer cuando fuiste al Biltmore, te acordás?

— Sí, estaba nominada a unos premios de Los Angeles Times -no gané ninguno- y nos dieron unas cuantas noches ahí. Yo después me quedé a hacer prensa de mis libros, así que estuve bastante.

— ¿Ya habías estado en Los Ángeles?

— Sí, pero nunca tantos días. Había estado como en Century City, en otros lugares. Y claro, es este contraste de estas bellezas art nouveau, art decó, espectaculares y todavía lujosas porque eran limpias -pero en el fondo están muy decadentes- y un mar de gente que vive en la calle. Un mar. Es muy latinoamericano, Los Ángeles. Yo además quería introducir ese concepto de Estados Unidos como América Latina.

— Bueno, de alguna manera eso está por los personajes, me refiero a las chicas.

— Las chicas son todas latinas. Pero es que es un poco así ya a esta altura. Y también porque es un cuento, como decís vos, muy norteamericano y que a nosotros en Argentina nos sale muy bien. Hace poco estuve en el jurado del premio Ribera del Duero, que ganó Maga Etchebarne, que es una escritora que a mí me vuelve loca.

— Es muy buena.

— El libro es muy bueno, también, por suerte. Y son muy norteamericanos sus cuentos. Y yo, después, hablaba con ella eso de que a nosotros nos sale muy natural porque leímos mucho cuento norteamericano. Pero no es solo por eso: ahí es donde yo pienso en América y cómo el nuevo mundo tiene una forma de contar que es cada vez es más parecida.

— Está ese cuento y está el segundo, “Julie”, que me gusta muchísimo y es el de la prima norteamericana que es un bicho raro. Y, después, en varios relatos está el conurbano bonaerense y hay también mucha política. En la mayoría de los cuentos hay un comentario, alguna mirada, algún hecho concreto sobre la política. Me parece que esto aparece con mucha más densidad que en otras oportunidades.

— Sí, es verdad.

— Vos viajas mucho y estás cada vez más afuera del país, pero hay muchísima argentinidad en estos cuentos.

— Bueno, es que es un momento muy intenso de Argentina. Yo lo siento así. A partir de la pandemia -que no escribí nada hasta ahora-, la argentinidad se sintió como yo no la sentía desde…

— Los 90 (risas).

— Desde los 90. De fines de los 80 y los 90. Toda esa mezcla de la argentinidad, la incertidumbre, la locura, la inquietud, la guita. Cosas que por ejemplo yo nunca había pensado antes, como la cuestión, de verdad, de no tener para comer. Pero que empieza a pasar y cada vez más cercanamente. Entonces, desde la pandemia para mí, se empezó a notar mucho en la Argentina. Cosas de la pandemia que uno se olvida, pero ¿te acordás cuando esperábamos los aviones rusos? Eso era una cosa que es el disparate. Uno se olvida pero es el disparate.

— Bueno, vos eras muy chica y es otro tema, pero durante Malvinas también esperábamos los aviones.

— Por supuesto. Es eso, es el disparate. No, yo era más chica pero me acuerdo de hacer los dibujos. Las cartas que mi mamá decía “no, no mandes esa carta, no llega a ningún lado y es propaganda del gobierno”. Mi papá pensaba lo mismo pero decía: “bueno, dejala tener una infancia”. Y mi mamá: “qué infancia va a tener”. O sea, como todo ese tipo de cuestiones que yo las recordaba de la infancia. La política siempre está presente en la vida argentina pero hay momentos en que es ineludible porque ya penetra tu vida cotidiana a un nivel que vos tenés que saber qué pasa para salir al a calle en serio. No como se lo explicás a un extranjero a quien le decís “tenés que saber esto y esto”. No, en serio tenés que saber. De verdad, porque no sabés si se te inundó: a mí todavía se me inunda la casa. A mí todavía se me inunda el subte. Bueno a mí no, a todo el mundo. O sea, eso quiero decir, es la cotidianeidad. Lo concreto. Vos tenés que saber, por ejemplo, no sé, a mi madre hay una señora que la cuida, yo tengo que estar atenta a que ella pueda pagar la SUBE.

— Esto es una observación de lo real. Pero también en uno de tus cuentos, el de la prima norteamericana que te mencionaba recién, aparece una suerte de Made in Lanús, esa obra de los 80 -que está actualmente en cartelera- que trata el clásico dilema argentino del irse o quedarse y también la crítica constante y el amor desenfrenado por el país de origen. Es el Made in Lanús de Mariana Enríquez.

— Sí, es un chiste costumbrista pero de los primos gringos.

— Sí, “la diatriba contra la Argentina”, escribís en un momento. El país que hay que abandonar o las generaciones que dicen que hay que abandonar este país.

— Porque está pasando todo el tiempo.

— Y, sí, pasa.

— Y en mi caso no es que trato el tema por el periodismo; es más, vino por el terror. El género de terror dialoga mucho con el presente. Porque, si no, es muy difícil tocar las cosas que dan miedo.

— Trabajar sobre aquello a las que le tiene miedo la gente, decís.

— Claro. Y yo.

— Que sos gente también. (Risas)

— Soy gente. Entonces tenés que trabajar con el presente para encontrar eso. Y el presente se volvió medio vintage. Hay discusiones que son discusiones vintage. O sea, la discusión sobre el compre nacional es una discusión de cuando yo tenía 5 años. Yo tengo 50. Entonces, digamos, ese cuento era un poco así. También la cosa ambigua de ese pariente que está todo el día puteando, diciendo “te tenés que hacer el pasaporte, te tenés que ir”, y después le mencionan la Argentina y dice “ah, bueno, pero éste es un gran país”.

"Yo no sé si creo en el espiritismo pero sí me seduce estéticamente", dice Enríquez, a la vez que reconoce que no le interesa nada de lo new age ni las constelaciones familiares
"Yo no sé si creo en el espiritismo pero sí me seduce estéticamente", dice Enríquez, a la vez que reconoce que no le interesa nada de lo new age ni las constelaciones familiares

— Eso es muy típico nuestro.

— Muy típico. Es como “no me toquen a mamá”. Y eso con los primos gringos sí, es muy Made in Lanús. Yo soy de Lanús, entonces quería hacer como una cosa que fuese un poco un costumbrismo, pero que después se va al diablo.

— Te quiero hacer una pregunta técnica. ¿Vas corrigiendo a medida que vas escribiendo o escribís de un saque y después corregís? ¿O te pasa algo diferente con cada texto?

— No, de un saque y los voy corrigiendo. Por eso creo que tienen una unidad que se nota más. Porque, además, en esa edición empiezo a ver las conexiones. Empiezo a ver que en el cuento “Un lugar soleado para gente sombría” está el puma y, después, en el otro cuento están las hienas y en el de Mildred Burton está el gato que mata la abuela. O los bichos. En “Un artista local” hay bichos todo el tiempo, las babosas, esto, lo otro. Y en el último cuento, “Ojos negros”, los chicos que parecen arañas. Que ese cuento da miedo, el último.

— Es muy tremendo.

— Pero después está el del mioma (”Metamorfosis”, que también es como una especie de bicho. O sea, el mioma y el bicho de “Un artista local” tienen bastante que ver. Pero esas cosas yo no las voy pensando antes y lo que tiene escribir de un saque es que entrás en una avenida de obsesiones comunes.

— ¿Trabajás en más de un cuento al mismo tiempo?

— Cuando me cuestan más, sí. O sea, tiene que ver con la dificultad. Hay un par de cuentos que me costaron un poco más. Uno es “La desgracia en la cara”, porque es un cuento difícil. Yo no quería que fuera tipo “constelaciones familiares”, viste. Como “mamá, papá, todos tienen lo mismo”. Pero también al mismo tiempo quería que fuese una herencia.

— Antes te mencionaba un relato con tradición norteamericana. Este otro justamente tiene algo de tradición de cuento argentino. Más Bioy o Silvina Ocampo, ¿no?

— Lo llevé hacia eso para que no quedara como una especie de cuento new age y para que no se solucionara. Y, sobre todo, quería que fuese muy feo lo que le pasa a ella en la cara. O sea, que tuviese mucha descripción de lo que pasa. Que fuera muy body horror, muy horror del cuerpo. Pero era difícil porque yo quería hablar de algo que se transmite de madre a hija y el problema que tienen esas cosas, porque una vez más estás hablando con el presente, es que ahora todo es “constelaciones familiares”: mi abuela llevaba una cosa pesada en la espalda entonces “ay, me duele a mí”.

— No creés nada en ese tema de las constelaciones familiares.

— No, me vuelvo loca de verdad.

— En el espiritismo sí, creés, pero en eso no.

— Yo no sé si creo en el espiritismo pero sí me seduce estéticamente. Porque además tiene algo menos naif, algo que no implica la curación. Yo quería un trauma, en el cuento de fantasmas siempre estoy con el trauma. Pero esta gente lidia con el trauma pero ninguno lo resuelve. O sea, el trauma está ahí todo el tiempo. No se va a ir. Se puede aprender a lidiar con eso, pero a mí la obsesión con la cura del trauma o con el skin care para no tener trauma, bueno, hay algo de eso que me parece una negación de la muerte. Yo quería que la muerte apareciera acá y que, de alguna manera, tampoco se resolviera el dolor por la muerte, etcétera. Miro más los fantasmas de ese modo que desde el modo de elevarlos y que te acompañen.

— El cuento que más me aterrorizó, y tiene que ver con los propios fantasmas, claro, es “Las heladeras”. Ese es un fantasma que tenemos muchos padres, que el chico quede encerrado en un freezer. A veces aparecen noticias de ese tipo, además…

— Pasó hace unos días, sí.

— En ese cuento, hay una frase muy buena que dice algo así como que los ataúdes encierran aquello que tenés que poner bajo tierra y tratar de olvidar. ¿Qué te pasa a vos con tus muertos?

— Es curioso porque yo tengo duelos tardíos. Entonces, de repente, un día me pongo triste por un muerto de hace tres años. Es muy difícil. Y, además, siento que en los últimos años, y no te hablo de cosas personales, pero en los últimos años se murió gente que yo quería mucho y que aún no tengo clara la muerte de ellos. Carlos Busqued. Gabo Ferro. Hebe Uhart. Era gente súper cercana. Sobre todo, Hebe. A Hebe yo la veía cada quince días, iba a tomar el té con ella. Es como que, no sé, fui al entierro, quiero decir, pero hay algo que no…

— Negás.

— Sí. Por ahí con los más cercanos menos, pero claro, tu padre es otra cosa, es una cosa más explosiva. Pero con cierta gente me pasa.

— Imagino que por tu condición de fan, te debe pasar también con algunos artistas y debe ser duro cuando te cae la ficha con alguno de esos ídolos…

— Sí, a veces la paso mal.

— Estaba pensando en Bowie.

— Con Bowie la pasé mal. Creo que fue la única vez que lloré, la verdad. Sí, creo que fue la única vez que me pegó mal enseguida. Fue una mañana, me despertó mi chico, me dijo: se murió Bowie. Como muy raro.

— Acababa de sacar un disco, además, ¿no?…

— Sacó el disco mortuorio ése. O sea, fue medio horrible. Pero sí, me pasa eso. Y sobre todo me pasa con la gente en las redes. A mí me parece que hay algo particular con gente que no ves tanto pero tenés contacto permanente en las redes y se mueren. Y es como un silencio… Hace poco se murió un músico uruguayo, crítico de cine, que se llama Tüssi Dematteis (N. de la R: usa el tiempo presente y recién después el pasado), que era el cantante de una banda que se llama La hermana menor. Yo estaba todo el día, estábamos todo el día chusmeando sobre películas, qué sé yo. De repente fue como si se hubiese cortado la transmisión, ¿no? Pero yo no entendí todavía que él se haya muerto. Y no digo que era muy amigo pero...

— No, pero era cercano.

— Pero sí, porque terminan siendo muy cercanos. A diferencia de Carlitos (Busqued) que sí era un amigo. O Gabo. Y cómo Gabo se murió en la pandemia yo todavía tenía la idea de que lo iba a ver. Lo primero que dije es: “cuando termina la pandemia, vamos a un show de Gabo”. Porque teníamos ganas de escuchar música en vivo y qué sé yo. Y después no se pudo hacer. Y, no sé, es como si todavía estuviera esperando que dé una fecha.

Hebe Uhart es una de esas personas que Mariana Enríquez dice que aún no termina de reconocer su muerte. La escritora asegura que tiene duelos tardíos, que puede demorar algunos años hasta admitir esas muertes.
Hebe Uhart es una de esas personas que Mariana Enríquez dice que aún no termina de reconocer su muerte. La escritora asegura que tiene duelos tardíos, que puede demorar algunos años hasta admitir esas muertes.

— Lo que pasa es que se hace silencio pero esas cuentas siguen ahí.

— Sí.

— Y viste lo que pasa con Busqued, por ejemplo, que permanentemente alguien retuitea alguna de sus frases, y aparece resignificada por el presente.

— Y a mí me impresiona mucho porque, más allá de que yo lo conocía y era Carlos y seguía sus cosas y él siempre me decía cosas terribles, además, buena onda, cosas terribles de las situaciones que pasaban. Pero por privado era peor (risas). Si en público era así, en privado era…

— Brutal.

— No, no, no, quemaba el teléfono de lo que llegaba. A mí me impresiona porque yo veo eso y es fantasmal. Esa es la palabra. Entonces creo que todo eso terminó apareciendo en el libro como una especie de dificultad que tengo para dejar ir. Hay un punto en que cuando se trata de familia te tenés que hacer cargo, parar. Reconocer el cuerpo, pagar cosas, que te cae la ficha o no te cae la ficha. Pero con cosas más lejanas… es que me parece que el concepto de cercanía y lejanía cambió.

— Por la tecnología.

— Sí. Porque lo que hace es que ya no hace falta que te veas. Vos le mandás un audio a alguien y listo. Ni siquiera el teléfono, que era más cercano, porque la otra persona tenía que estar a una hora determinada en la casa, qué sé yo.

— Algo que aparece mucho en el libro tiene que ver con el cuerpo de las mujeres. Hay mujeres de todas las edades, hay menstruaciones, histerectomías, tumores propios de los cuerpos de las mujeres, y hasta leche (podrida) en la Difunta Correa. Aparece mucho el tema de la maternidad y esa idea de “¿cómo se les ocurre tener hijos?” Contame cómo ves esto y cómo ves a las mujeres en tus cuentos.

— Yo creo que fue casi lo más relacionado con la experiencia. Tengo 50 años, no sé si estoy menopaúsica o pre menopáusica; no sé en qué momento de la cuestión estoy, pero es la segunda vez que siento un cambio en el cuerpo que no entiendo, que no me gusta. Que no me gusta el discurso alrededor de “abrazá la madurez, abrazá tus arrugas”. Pero, sobre todo, no me gusta porque me parece muy hipócrita. O sea, me parece que viene desde un lugar donde, en realidad, las mujeres de nuestra edad no tenemos un modelo de tranquilidad, aceptación ni belleza. Y la que te tiran siempre como ejemplo es, no sé, Isabella Rossellini.

— Vos decís que en realidad estamos fabricando el modelo nosotras. Hay algo de pionerismo.

— Claro, como que no había nada. Tampoco había discurso sobre el tema. Ahora se está hablando un poco más de la menopausia, pero no mucho.

— De menstruación y de menopausia se empieza a hablar.

— Sí, un poco más. Pero nada en comparación con todas las otras cuestiones. Somos mujeres de 50 años, somos jóvenes. O sea, tenemos recién la mitad de nuestra vida. Y no hay discurso sobre eso. No hay modelo sobre eso. No hay charlas sobre eso, ni siquiera entre las mujeres. Entonces, en un punto es territorio desconocido y todo territorio desconocido para mí es zona donde el terror es posible, justamente porque no lo conocés. Es como un Lovecraft, es un cosmos maldito. Esto es como, bueno, estamos entrando en esta dimensión del cuerpo que no tiene ruta, no tiene mapa, no tiene instrucciones. Por ejemplo, la maternidad tiene muchas rutas.

— Incluso hace rato ya que Rachel Cusk empezó a hablar del lado B de la maternidad, del que tampoco se hablaba. Ya hace por lo menos 20 años.

— Ya hace por lo menos 20 años que también se habla de el estar sola, sin pareja, etcétera, etcétera. Pero la menopausia es todavía una cosa donde no hay mapa y creo que eso tiene que ver con que, finalmente, capitalísticamente hablando sos un cuerpo descartable.

La menopausia (un lugar no cartografiado, en donde es posible ver el terror, dice Enríquez) y otras cuestiones vinculadas con las mujeres y poco habladas también están en los cuentos
La menopausia (un lugar no cartografiado, en donde es posible ver el terror, dice Enríquez) y otras cuestiones vinculadas con las mujeres y poco habladas también están en los cuentos

— Dejás de producir.

— Y dejar de producir es un momento cruel para todos. Pero, además, al cuerpo de la mujer se lo marca la naturaleza de una manera tan obvia. ¿Cuándo se muere la planta? Cuando se seca. Es muy literal.

— Y con los hombres pasa muchas veces al revés. No importa si antes no era interesante o seductor, con los años muchas veces llega el “mirá qué bien que le quedan las canas”.

— Qué bien le quedan. Es eso. Pero no solo entre héteros; hay una cosa del hombre gay con canas que es como el cazador viejo, el rey búho. Esa cosa por la que se vuelven súper atractivos. Mi mejor amigo, que es gay, me decía “yo desde que tengo canas la rompo porque vienen todos los pendejos”. Entonces, ahí, en ese terreno no cartografiado yo encontré bastante terror y sobre todo por la falta de información. Cruzado con el discurso médico que, para mí, es un discurso muy esotérico. Al que yo estoy muy acostumbrada por mi madre, que es médica, pero también porque me gusta. Y es un discurso que no toda la gente tiene tan cerca, hay como una sensación menos asfixiante cuando estás cerca del tema. Pero cuando te enfrentás porque tu cuerpo está en eso y te das cuenta de que a la médica hay momentos en los que le tengo que decir: ¿Pero por qué no me dijiste que pasaba esto? Y me responde: “No, fue para no sugestionarte y qué sé yo”. No, no me estoy sugestionando, yo puedo manejar esa información. Entrás con tu cuerpo en un lugar no cartografiado y te quitan la información o te dan información inservible.

— Todos los cuentos del libro tienen epígrafes, hay muchos nombres importantes. ¿Son nombres importantes de la biblioteca de Mariana Enriquez?

— Todos, sí.

— Acá anoté algunos, Kerouac, McCarthy, Lydia Davis, César Vallejo.

— Sí. Además las citas las elegí en función del cuento, no las elegí en función de otra cosa. Pero tenía un particular interés en que se notara la amplitud de mis lecturas. No la amplitud de lecturas sobre el texto. O sea, yo me acuerdo que la cita de César Vallejo (¡Ay, la llaga en color de ropa antigua, cómo se entreabre y huele a miel quemada”) la puse mucho después de haber escrito ese cuento (N. de la R.: se refiere a “Diferentes colores hechos de lágrimas”). A mí me gusta mucho la ropa pero, en ese momento, estaba muy obsesionada con dos cosas, una era la ropa vintage. Y la otra, el hecho de que la ropa se convirtió en un contaminante. Y también me impresiona muchísimo, por ejemplo, que en el desierto de Atacama o en Ghana haya montañas de ropa, todo poliéster, que es todo plástico, y que nunca se va a reciclar y que sea la ropa de Zara. Que ni siquiera es la nuestra, es la que están revoleando desde el Primer Mundo. Porque nosotros no tenemos tanto consumo. O sea, nosotros conservamos la remerita de Zara por lo menos cinco años.

— Claro, no hay tanta obsolescencia programada con la ropa.

— Claro, la gente en ningún país de ese Primer Mundo tiene cinco años un bucito de Zara. Entonces eso me impresionaba y, también, cómo algo que te hace bella te puede hacer horrible. A mí me impresiona cómo sufría de adolescente la ropa porque sentía que nada me quedaba bien y cómo ahora, que ya medio te importa un carajo, la podés disfrutar más. Digamos, había como una mezcla de cosas pero hablar de ropa, y sobre todo me estás hablando del cuerpo, es la primera capa, ¿no? Viene el cuerpo, después viene la ropa, etcétera. Sobre las citas, a mí me encanta Lydia Davis (“Ahora es tiempo de que ustedes vuelvan. Ya se fueron suficiente tiempo”). Pero yo no escribo como Lydia Davis. Ni quiero.

— “No puedo ni quiero”, como su libro.

— No puedo ni quiero. Pero me encanta leerla. Lo de Sonia Budassi fue porque Sonia es mi amiga pero yo estaba justo leyendo sus cuentos de Animales de compañía, y estaba esa frase (“El cuerpo no es un castigo, el castigo es que se hable tanto de él hasta que duele tenerlo”). Y yo estaba escribiendo tanto sobre el cuerpo y dije “claro, acá está”. Y Sonia es una mujer de mi generación. De Cormac McCarthy soy fan. Esas son las más obvias. Lo mismo que (Thomas) Ligotti. Pero después, por ejemplo, Kerouac es una referencia como rara, pero yo leo mucho a los beats porque yo escribo con música, entonces hay algo en ellos porque esa, para mí, es la generación más cool, como escritores quiero decir. Burroughs, Ginsberg, Diane di Prima, que son como muy dinámicos en ese sentido y muy callejeros, y muy drogadictos. Entonces me venían bien, en ese sentido. Y estaba leyendo a Kerouac, porque yo leo cuando escribo, a diferencia de otra gente.

— ¿Qué te hace leer cuando escribís? O sea, ¿por qué leés cuando escribís?

— Para salir. Para salir, sí. Y hay muchas cosas que leo, que son muy distintas, también por eso. Por ejemplo, en uno de los cuentos hay una cita de Katherine Mansfield (”Choco contra las paredes, choco contra las ventanas, revoloteo contra el techo, hago de todo menos salir volando afuera. Y me paso todo el tiempo pensando, como esa polilla, o esa mariposa, o lo que sea, “¡la vida es corta! ¡la vida es corta!”) porque yo estaba leyendo sus diarios. Y los estaba leyendo mientras escribía, porque me gustaban. No voy a sacar nada de ahí, pero hay un momento de esa cita de la desesperación de no poder salir de la vida y no poder cambiar la vida, que a mí me hacía mucho juego con la primera cita de Adelia Prado (“Hoy me dio tristeza, sufrí tres tipos de miedo, acrecentados por un hecho irreversible: ya no soy joven”), que es una poeta que a mí me gusta. Entonces, quería abrir un poco eso. Hay también muchos escritores que cuando yo era chica me abrían lecturas con citas. Autores que ponían citas y yo iba a buscar esos libros.

— Solo dos de los relatos están narrados en tercera persona. ¿Te sentís más cómoda con la primera persona?

— En general, no. Pero en esta etapa, como ya no escribo tanto en primera también quería probar a ver si funcionaba. Si podía hacer varias voces; chicos, en primera persona…

— Son voces muy distintas.

— Son distintas, sí. Había otras que fui descartando, pero el primer cuento quería que fuera una mujer de 60 años (N. de la R.: Una mujer que habla con los fantasmas que circulan por su barrio, fantasmas de jóvenes muertos, de jóvenes que pudieron ser salvados. Les habla y los calma, también). Quería que fuese eso, que fuese una mujer grande. Que empezara con una mujer grande, que no es tan grande, tiene 60 finalmente, pero bueno.

— Pero es una mujer grande y sufrida en el conurbano. No es lo mismo.

— No.

— Recién hablábamos de los fantasmas queridos que siguen apareciendo en las redes y también hay cosas espantosas en esos espacios. Hace unos días hiciste público algo que te pasó luego de una entrevista, con los comentarios de los lectores en el sitio de un diario español, en relación al mundo de las ideas. Te acusaban de bajar línea, algo así ¿Cómo lo estás viviendo? Supongo que mal, pero ¿qué imaginás que va a pasar? ¿Pensás que va a empeorar o que en el algún momento va a frenar?

— No, no, va para peor claramente. Porque me parece que la batalla se da ahí. O sea, la propuesta de la batalla está dedicada ahí. A mí lo que más me sorprende no es tanto eso. Yo, por supuesto, no quiero levantar tanto la cabeza como para que el que me conteste sea el presidente (risas). Cosa que puede pasar. No a mí, probablemente, porque va por gente muchísimo más popular. Pero yo esto… nunca lo vi. Pero antes no se podía, tampoco. Ese es el punto, también. Y ahora se puede porque se puede. ¿Te acordás de que se enojaban mucho con Cristina porque estuvo re mal con el abuelito de los dólares? Pero finalmente era medio anónimo el abuelo, ¿no?

— Sí. Igual, la idea “escrachadora” es algo que viene de antes, pero no con esta fuerza. No todo el día.

— La idea escrachadora viene hace mucho y es horrible. No todo el día, ése es el punto. O sea, era escrachadora y nos enojábamos, decíamos “pero esto está mal. Esto está mal”. Y había tiempo de discutir. Ahora no hay tiempo de discutir. Pero, además, más allá del presidente tenés el ejército este de trolls. En este caso era una muy buena entrevista con El Mundo, que es un diario de derecha en España. España está a full. A full. Porque, además, como todavía no ganaron, es decir, tienen algunas cosas pero todavía no ganaron.

— No tienen el gobierno central, claro.

— No. Están en plena batalla. Y me sorprendió por la diferencia de lo virulento. O sea, yo en esa nota no insulté al presidente porque no lo haría, porque más allá de que te pueda enojar mucho, y el 24 de marzo yo me enojé mucho, me parece que la gente que es pública no tiene que echar más leña al fuego, simplemente tiene que estar tranquila y decir “no estoy de acuerdo. Esto no es así. Yo nunca lo hubiese votado. Y no me gusta el gobierno que está haciendo”. Más allá que en lo económico le vaya bien. O sea, podés tener el mismo plan económico y ser más sensato. Quiero decir, yo no discuto eso. O sea, yo entiendo el voto económico. De diez lo entiendo. Pero todo lo demás es otra cosa. Entonces me parece que públicamente hay que enojarse pero hay que decir “me enoja y chau”. Pero no insultar, no bardear.

Con respecto a las críticas e intervenciones sobre la política, Enríquez sostiene que "la gente que es pública no tiene que echar más leña al fuego" ni insultar ni bardear
Con respecto a las críticas e intervenciones sobre la política, Enríquez sostiene que "la gente que es pública no tiene que echar más leña al fuego" ni insultar ni bardear

— Para no cebar a los demás, además.

— No bardear pero porque después el bardeo es muy fuerte. Pero yo lo que había dicho en esa nota creo que era como que me preguntaron “¿Pero ganó democráticamente?” Y yo le dije: “pero la democracia no te garantiza que sea un gobernante con estas características”. Y después dije “yo no lo voté, no estoy de acuerdo”. Y me pronuncié por no votarlo y llamar a no votarlo antes de que ganara. Después, con el hecho consumado, hay que respetar a la gente que lo votó. Yo pienso que la gente nunca vota para estar peor.

— Bueno, no todos entendemos del mismo modo cómo podemos estar mejor.

— Exactamente. Pero igual: la estructura de poder, cómo construye poder, el personaje en sí. Cómo se dirige, el vocabulario en sí, etcétera. A quién ataca y cómo lo ataca es violento y me parece terrible. Es lo que dice un poco Martín Kohan, es la cuestión de la crueldad. No hay compasión.

— Y pensás que va para empeorar.

— Sí.

— ¿Porque hay algo que va más allá de la Argentina?

— En este momento es así. Pero bueno, yo había dicho eso con cierta razonabilidad para mí y te contestan con “se nota que los militares, además de mujeres, violaron perros porque de eso saliste vos”. O sea, a mí no me afecta, eh, porque sé que es un robot, en general son bots cargados por personas, pero después el bot como que reproduce y qué sé yo. Pero la desproporción de lo que cargan en esos bots, de la data que ponen ahí para que después salga diciendo eso, es muy bestia.

— Y hay que poder soportar esos comentarios.

— Es muy bestia. Entonces, yo más que postearlo para victimizarme, porque a mí mucho no me preocupa, es como para contarlo y decirle, sobre todo, a gente que te pide todo el tiempo “posicionate, posicionate”. Vos decís: bueno, tenés que tener personalidad y espalda para bancarte esto. Yo mucha espalda no tengo pero personalidad sí porque a mí no me importa. Pero eso es otra cosa, o sea, no todo el mundo tiene eso. La gente no tiene por qué ser tan desaprensiva. Espalda no tengo en el sentido de que yo no le contestaría a nadie, no me pondría en una disputa pública. Espalda me refiero a eso, a poder contestar.

— Entiendo perfectamente.

— Por eso, yo no creo que la cosa vaya a menos porque me parece que la pelea está ahí, la pelea está en los medios, las redes y las plataformas.

— Los más chicos están muy enojados.

— Sí.

— Porque hay mucha deuda de esta democracia con los más chicos.

— Yo creo que nuestra generación es la que está más anti en muchos sentidos pero un poco porque como somos casi la generación de hijos de la dictadura tenemos otros frenos. Quiero decir, es un recuerdo fantasmal, si querés, en muchos casos del horror de cuando todo se va al diablo en nuestro país y eso te contiene. No porque seamos gente ejemplar, sino porque somos gente traumada.

— Coincido. Los pibes no sienten que la democracia sea lo mismo.No los saca del horror. Para ellos es el horror.

— Exactamente. Entonces, yo, en ese sentido, trato de no juzgar cuando me pronuncio. Pero, aunque no juzgue, no importa: la respuesta es brutal.

— ¿Te dejó sin dormir eso que pasó?

— No, para nada. No, ya no.

— ¿Ya no? O sea, antes sí.

— En otro momento de las redes sí, pero ahora ya no. Ya paso de eso totalmente.

— Y encima fue en Instagram, con lo cual es como si ya no quedaran espacios amables, ¿no?

— Sí, que es el espacio más bobo y el único que tengo, a esta altura. Pero no, ya no. Ya la verdad es que no.

— Viajás mucho desde hace un tiempo, movidas importantes, semanas y semanas de presentaciones, entrevistas, firmas de libros…

— Yo creo que cada escritor tiene una manera diferente de relacionarse con cómo difunde su obra, o cómo se relaciona con su público. A mí me pasó una cosa rara, en particular. Fue durante la pandemia, y la gente encerrada se puso a leer Nuestra parte de noche y se armó una especie de explosión donde la gente me quiere ver, me llaman. Fue mayoritariamente en español pero, en menor medida, también en algunos otros países. Y eso hace que te inviten todo el tiempo. Y no lo digo por arrogancia, pero descartamos la mitad de las cosas que nos proponen. Entonces yo tranquilamente podría decir “bueno, no hago nada y me quedo en mi casa escribiendo”. Pero, la verdad, sentir el contacto con el público y la gente que se entusiasma me da como una especie de extraño pie en la tierra de decir: “Ah mirá, a la gente le gusta lo que escribo”.

— Vuelvo a tu alma de fan. ¿Es eso también lo que, de algún modo, entiende lo que les puede pasar a los lectores?

— Yo creo que sí, que un poco sí. Y, entonces, te agobia físicamente porque ando para todos lados; estoy cansada, pero la cuestión energética está buenísima. Por darte un ejemplo, ahora en España, el último día en Madrid. Un chico viene, me saluda, estaba como muy emocionado. Él era español, había leído el cuento “Mis muertos tristes” y me dice: “Yo viví en Buenos Aires en 2003″, y no se acordaba de dónde era el novio y me decía Ramos, Ramos. Le digo Ramos Mejía. Sí. Bueno, tenía un novio en Ramos Mejía, lo habían asaltado y lo mataron. Y él dice que leyó ese cuento y le revivió absolutamente todo.

Mariana Enríquez en una de las funciones de "No traigan flores". Dice que "la relación con la gente te puede sacar tiempo para escribir, pero te hace ganar tiempo en otras cosas que son necesarias para escribir".
Mariana Enríquez en una de las funciones de "No traigan flores". Dice que "la relación con la gente te puede sacar tiempo para escribir, pero te hace ganar tiempo en otras cosas que son necesarias para escribir".

— Qué tristeza.

— Y lloraba. Fue un momento... Siempre es así, el cuento no es un cuento que está bien y te hacen una buena reseña y ya. Hay algo en el lector y a mí eso me sirve. Para escribir, para pensar, para estar atenta.

— Ahí, en esto que comentás, el cuento funciona casi como un tema musical, como te pasaba o te pasa a vos con la música.

— Sí. Lo que pasa es que yo no me animo a hablarles por deformación profesional. O sea, yo soy periodista y, viste, es todo más cuidado. Fue muy inesperado y, a la vez, pasa constantemente. Es verdad, la relación con la gente te puede sacar tiempo para escribir, pero te hace ganar tiempo en otras cosas que son necesarias para escribir como tener entusiasmo, tener la conciencia del lector, saber para quién estás escribiendo. Tratar, en lo posible, de darles cosas diferentes. A veces no podés tanto porque uno tiene sus limitaciones, qué sé yo. Pero esos encuentros y esas presentaciones también sirven para jugar a vestirse bien.

(Risas) Eso cambió mucho en mucho en vos, ¿no?

— Sí, a mí me divierte eso. Siempre me divirtió, lo que pasa es que lo hacía cuando iba a shows de rock. Yo me montaba, me pintaba. Y además, creo también, una cosa que por ahí es importante, que todo se aggiornó. La música ahora la escuchamos por Spotify. Las pelis las vemos en Netflix, o en Filmin o en donde quieras. Para mí el aggiornamiento de la literatura es el audiolibro, que acá no pegó tanto pero en otras partes hay gente que dice “yo estaba comiendo con Nuestra parte de noche”. O “me voy a correr con el cuento tal”. Pero yo creo que también el escritor puede intervenir en eso moviéndose, haciendo presentaciones, charlando, haciendo teatro. Que ya lo hacía Oscar Wilde. O sea, es como lo más viejo del mundo. Lo hacía Lugones. Cuando todavía la gente no leía tanto, ellos se paraban y leían. Y entonces, si voy a leer y eso, me pongo un vestido lindo porque no voy a estar ahí, toda rotosa.

[Fotos: Nora Lezano; de “No traigan flores”: Valeria Niccolini]

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