Fui, vi y escribí: Todos queremos ser felices

Algunas ideas sobre la belleza, el amor, la risa y todo aquello que despierta placer y nos hace bien. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

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"La ventana abierta", de Henri Matisse
"La ventana abierta", de Henri Matisse

Hola, ahí.

Soy una chica de felicidad fácil; quiero decir, desde siempre busco y valoro aquello que me hace feliz, lo que no evita que me enoje seguido, me queje más seguido aún y que cada tanto me bajonee porque nunca nada alcanza del todo. Pero no me instalo en el bajón, más bien salgo disparada hacia adelante en la manía. No digo que esté bien ni que sea saludable. Digo lo que es: a diferencia de lo que pensaba Lennon, creo que la depresión (y no la felicidad) es un revólver caliente y nunca me gustaron las armas.

Vuelvo a decir que soy feliz a menudo, me las rebusco para eso y son muchas las cosas que me dan bienestar. Por ejemplo, la belleza. El amor. La risa. Aunque soy de lágrima afilada por naturaleza, me río seguido y me hace bien conectarme con gente que me hace reír o con quienes puedo construir espacios para la risa.

Que se entienda bien: no elijo a las personas con las que me vinculo porque les vea potencial talento para el stand up, sino que procuro juntarme con personas que se ríen y que saben hacer reír. No es necesario ser locuaz ni acelerado ni inquieto para convocar la risa, es otra clase de don y a veces llega en reserva, sin exhibicionismo. El humor inteligente y de pocas palabras me hace reír mucho.

Algunas imágenes de las ilustraciones y el humor de Yuval Robichek. (@yuvalrob)
Algunas imágenes de las ilustraciones y el humor de Yuval Robichek. (@yuvalrob)

Una de las últimas “adquisiciones” en esta dirección son los flaquitos narigones de Yuval Robichek, el ilustrador israelí que mira la vida cotidiana a través de las relaciones de pareja en vertical y horizontal y lo hace con belleza, encanto, calidez y también con humor en toda la gama que va del blanco al negro. No hay palabras, solo gestos, movimientos. Te recomiendo muchísimo que lo busques. Lo sigo en su cuenta de Instagram y muchas veces es lo primero que veo cuando me levanto.

Me hace bien.

Navid Tarazi es iraní y estudia en Turín, donde además saca fotos y produce videos de perros y sus amos en la calle. Todo esto se puede ver en la cuenta de IG @doggodaily.
Navid Tarazi es iraní y estudia en Turín, donde además saca fotos y produce videos de perros y sus amos en la calle. Todo esto se puede ver en la cuenta de IG @doggodaily.

El muchacho que ama a los perros

Navid Tarazi es iraní, tiene 25 años y vive en Turín, Italia, donde estudia ingeniería ambiental. Pero además de estudiar, tiene una página en Instagram (@doggodaiily) y una cuenta en Tik Tok que la rompen.

“Scusi, posso fare una foto a suo cane?”. Con esa frase, Navid se acerca a las personas que circulan por las calles de Turín paseando a sus perros y, mientras les ofrece a los bichos un biscottino y les toma unas fotos alucinantes, charla con las personas y consigue armar una historia que resume el origen del perro, su carácter y sus hábitos y los cuidados y el amor de los humanos por su animal.

Aunque empezó con cierto temor al posible racismo y dificultades lingüísticas, con la ayuda de amigos en la traducción y esfuerzo personal, en pocos meses Navid consiguió dominar el italiano y sus redes estallaron: en IG está llegando al millón de seguidores. Cada vez más, ante la pregunta “¿Puedo sacarle una foto a su perro?” la gente responde entusiasmada porque lo reconocen y porque, de alguna manera, soñaban con ese momento de poder registrar el amor por sus mascotas. Todos los amantes de los perros de Turín esperan que Navid los encuentre por la calle.

¿Qué hace que una página que cuenta historias de perros y sus dueños nos alegre la existencia? ¿Qué vemos ahí? ¿Qué buscamos ahí?

Las historias que mejor funcionan en términos de viralidad son las de los perros que llegaron desde un refugio (@doggodaily)
Las historias que mejor funcionan en términos de viralidad son las de los perros que llegaron desde un refugio (@doggodaily)

Según le contó Navid al diario La Repubblica, las historias que mejor funcionan en términos de viralidad son las de los perros que llegaron desde un refugio y lo que hay en esas vidas es lo que nos seduce a los que amamos los relatos desde el comienzo de los tiempos: un nacimiento desdichado, la suerte que lo acompaña y el encuentro con quienes le darán el amor que el animal merece.

Así de elemental es, así de emocionante es. Las fotos de Navid son hermosas, pero lo verdaderamente maravilloso es el ritual de los encuentros entre el fotógrafo y los paseantes y el modo en que él consigue que la gente le cuente los detalles de sus relaciones con sus mascotas, al tiempo que saca las fotos más graciosas del mundo de los animales y también las que registran el vínculo de los humanos con ese animal con el que conviven y al que muchas veces aman más que al resto de los humanos.

Aunque comenzó buscando los perros más lindos, fue afinando su tarea: detective de emociones, Navid se deja llevar por la intuición y a veces son más los humanos que pasean al perro que el propio perro quienes le interesan. Como en el caso de la dueña de Sheldon.

“Hay dos categorías de historias: aquellas en las que los dueños son muy dulces y aquellas en las que los perros lo son. Una vez conocí a un perrito llamado Sheldon. La propietaria era una mujer que había perdido recientemente a su marido. Me dijo que para recuperarse le recetaron varios antidepresivos, pero que fue Sheldon quien llegó para salvarla. Ya no necesitó más medicación. Fue muy emotivo para mí escuchar esa historia y creo que para otros también lo fue, porque a todos les encantó ese video”, le contó Navid al sitio petme.it.

Antes de llegar a Turin, Navid Tarazi hacía fotos y videos en Neyshaboor, en el noreste de Irán, donde nació y creció. Allí se dedicaba a registrar la relación de los humanos con la comida, hit perenne de las redes sociales.

Llegó a Italia en septiembre de 2022 y el cambio cultural fue radical y no solo por la relación con las personas: en Irán —como en otros países islámicos— está prohibido pasear a los perros por la calle. Es más, se desalienta la adopción de perros como mascotas porque el islam lo considera impuro (leí que tiene que ver con la saliva de los pichichos y con la mala costumbre de lengüetear a los que ama, lo que termina redundando en impureza para las normas islámicas).

Además, claro, lo ven como una marca más de la posible occidentalización de cierta parte de la ciudadanía, como el desafío de las mujeres que se resisten a vestir según los códigos de vestimenta o a aceptar que no pueden cantar y bailar delante de hombres.

En Irán, al igual que en otros países islámicos, no se puede pasear a los perros en la calle. Los consideran impuros, según las reglas del islam. (@doggodaily)
En Irán, al igual que en otros países islámicos, no se puede pasear a los perros en la calle. Los consideran impuros, según las reglas del islam. (@doggodaily)

Los que aman a los perros viven la situación como una persecución a los animales y una intromisión desmesurada en la vida privada de las personas, y es razonable. Lo que para nosotros resulta insólito y sorprendente, es la realidad del país de Navid, en donde los dueños de perros deben sortear no solo a las celosas autoridades sino también a vecinos fanáticos, que pueden llegar a denunciarlos, a iniciarles juicios y hasta a pedir que los expulsen de los edificios en los que viven.

Todo el tiempo hay amenazas de endurecimiento de las leyes con multas y castigos que incluyen la posibilidad de que te quiten a tu animal, algo que si no se concreta es porque para eso deberían contar con instalaciones apropiadas para retener a los perritos y no las tienen ni piensan en invertir en eso. Por ahora siguen apelando a la persuasión y tratando de convencer a los amantes de los perros de que los gatos son mucho más lindos y, además, son aceptados por el islam.

En la nota con el sitio petme.it, Navid —quien está preparando un libro con historias e imágenes de estos encuentros callejeros— cuenta que una de sus amigas tiene dos perritos a los que adora y que para que puedan salir del departamento, caminar y hacer ejercicio —como no se lo permiten las normas del edificio en que viven, en donde los animales no pueden circular por los espacios comunes— los ingresa a escondidas al auto con vidrios polarizados y los lleva a un parque fuera de la ciudad. En diciembre pasado, Hossein Nazari, vicealcalde de Teherán, describió el paseo de perros como “uno de los grandes desafíos” de la capital. Parece una broma, no lo es.

Mientras tanto, Navid, que por falta de contacto y hábito les temía, hoy es uno de los grandes fans de los perros. Y muchos de nosotros, fans de lo que él hace cada día por nuestra felicidad.

"Una mujer en un paisaje", de Pierre Bonnard.
"Una mujer en un paisaje", de Pierre Bonnard.

Wilson, in memoriam

Esta semana se cumple un año de la muerte de mi perro amado, el que me cambió la vida, el que me acompañó durante once años y medio con su amor y su lealtad infinitos.

Wilson —enorme, desmesurado, pura energía— me descubrió un mundo y me abrió las puertas a una sensibilidad desconocida para mí hasta entonces. Recordarlo y escribir sobre él es llorar su ausencia pero es también volver a sentir la felicidad de lo que fue su presencia junto a nosotros.

A la distancia, en una ciudad que no es la mía, en una casa que no es la mía, suspendida del mundo, de alguna manera, pienso en él y tengo la certeza de que los años que estuvimos juntos me hicieron mejor persona.

En la cuenta de @doggodaiily hay un video reciente de Brunch, un golden de cinco meses y medio que me recuerda a Wilson y su apasionado vínculo con los humanos: alegría de vivir, de ser feliz, de hacer felices a los demás.

Interrumpo la escritura de este envío para hablar un rato con mi prima Cynthia, que vive en Israel. Pocas veces se nos da de estar viviendo en un mismo horario y los vínculos son otros cuando tu mañana es la mañana de quien está al otro lado, te lo aseguro. La sintonía es inmediata. Le cuento sobre lo que estoy escribiendo y además de hablarme de su perro me habla de algo que vio en las redes acerca de por qué los perros viven menos que las personas. Es una historia que circula hace varios años y parte de una anécdota que contó un veterinario, en el Reino Unido.

"La alegría de vivir", de Matisse.
"La alegría de vivir", de Matisse.

El profesional asistía a Belker, el perro de una familia integrada por un matrimonio y su hijo de seis años, Shane. Belker enfermó de cáncer y estaba sufriendo mucho, por lo que decidieron apagar su vida. El perro tenía diez años. El veterinario, que se ofreció a realizar la eutanasia en la casa de la familia, observó que el chico estaba muy calmo, demasiado calmo, aún presenciando el procedimiento. Una vez que todo terminó, se reunieron para hablar del asunto y Shane los sorprendió. “Yo sé por qué los perros viven menos”, dijo. Y pasó a explicar su teoría.

“La gente nace y debe aprender a vivir una buena vida, cómo amar a todos todo el tiempo y ser amable, ¿no es cierto? Bueno, los perros saben desde el comienzo cómo hacer eso, así que no tienen que quedarse tanto tiempo”, les dijo.

Shane había diseñado con gran inteligencia y sensibilidad un argumento hermoso y reparador para afrontar la pérdida.

Mi gordito dorado fue pura belleza y amor por los demás. Racional y atea como soy, me vuelvo delicadamente espiritual en la tristeza por su falta: lo único que me consuela es saber que sus cenizas descansan en uno de los rincones de la tierra que más amaba y que su alma brilla para siempre en el cielo de los perros buenos.

"Comedor en el jardín", de Pierre Bonnard.
"Comedor en el jardín", de Pierre Bonnard.

La belleza feliz

Existe una gran contradicción entre el arte y la felicidad; tradicionalmente hay una suerte de desprecio intelectual por la belleza feliz, por llamarla de algún modo como si el arte solo pudiera relacionarse con el padecimiento, el dolor existencial y la locura.

Entre tradición y vanguardia, vanguardia y entre sencillez y complejidad, complejidad. Como si al arte le estuviera vedado provocar placer, una sensación que sería más propia de lo decorativo que del arte con mayúsculas, que debe hacerte pensar y reflexionar. Entiendo hacia dónde apunta esa concepción y el modo en que reviste de rigor y seriedad la creación humana. Entiendo, digo, este modo de contemplar y valorar el arte y durante mucho tiempo yo misma me guié por esta idea, limitando mi gusto, avergonzándome, incluso, de disfrutar de determinadas obras. Desestimarla fue una liberación.

“Sueño con un arte equilibrado, puro, apacible, sin temas inquietantes ni perturbadores, que sirva para cualquier trabajador, intelectual, hombre de negocios o artista, como bálsamo, como calmante cerebral, como una especie de buen sillón que le relaje de sus fatigas físicas”.

"El pez dorado", de Matisse.
"El pez dorado", de Matisse.

La frase no pertenece a un frívolo sino a uno de los más grandes artistas de la historia, Henri Matisse (1869-1954). Un teórico, también, alguien que entregó belleza y felicidad toda su vida en una obra que trasciende el tiempo en esas líneas y colores que no se parecen a nada y que una vez que lo conocemos detectamos a la distancia. Un creador de un estilo que rompió todos los esquemas.

A veces pienso que si tuviera que elegir un color para llevarme a una isla desierta sería algún verde de Matisse. Y si me pongo melodramática en lugar de soñadora, creo que si tuviera que elegir un color para hacer foco en los últimos minutos de mi vida, también iría por esos verdes que me inundan de alegría y serenidad.

En camino hacia Atenas, donde estoy estas semanas —como te conté en el envío pasado—, pasé por Madrid y visité el Museo Sorolla. Joaquín Sorolla (1863-1923) fue un artista menospreciado; la falta de estima de quienes supuestamente sabían de arte obedecía tanto a su afán comercial, que lo llevó a retratar a medio país y a trabajar por encargo, como a su búsqueda desenfrenada de la felicidad. El valenciano decía que solo se puede ser feliz siendo pintor. Y también decía: “Yo deseo la felicidad de todo el mundo”.

"Paseo a la orilla del mar", de Joaquín Sorolla.
"Paseo a la orilla del mar", de Joaquín Sorolla.

Adoro sus pinturas de niños y mujeres a orillas del mar, esos chicos que corren, esas madres que los esperan con la toalla al borde del agua, esos juegos salpicados a la hora del crepúsculo. Esas mujeres de blanco y sombrilla.

Sorolla pintó mucho a su esposa (Clotilde García del Castillo, hija del gran fotógrafo Antonio García Peris, a quien Sorolla admiraba mucho) y también a sus tres hijos. Si la felicidad fue una obsesión, su familia también lo fue. Joaquín Sorolla quedó huérfano de padre y madre siendo muy pequeño, haber fundado su propia familia seguramente fue un propósito conciente o inconciente que lo ayudó a cerrar una herida.

¿Fue realmente feliz, como parecen mostrar sus pinturas y los datos acerca de su vida profesional y familiar? Cómo saberlo. De eso trata un libro muy interesante que estoy leyendo, del experto crítico español Carlos Reyero, que se llama Sorolla o la pintura como felicidad, publicado por Cátedra, y que me dio la idea para este envío. “La felicidad se siente o, con más frecuencia, se desea o se recuerda”, dice Reyero.

Hace varios años que disfruto con la obra de artistas luminosos, de sus exteriores soleados o de sus interiores apacibles. Me gusta Matisse, me gusta Sorolla, me gusta Pierre Bonnard (1867-1947). Es la felicidad lo que busco, muchas veces lo que encuentro es la melancolía.

"Nadadora", de Sorolla.
"Nadadora", de Sorolla.

La vida por la ventana

Estoy en Grecia, un país lejano en donde la gente parece muy cercana aunque no nos entendamos más que mediante los gestos y frases convencionales que incluyen palabras como “deuda”, “corrupción”, “dictadura”, “democracia”. No vine a hacer turismo y entonces se impone otra clase de mirada, más cercana a las personas, las culturas, los hábitos.

Hace años que vivo en una casa pero por estas semanas vivo y trabajo en un departamento que tiene ventanas en todas partes. Ahí donde miro hay personas solas, parejas, familias. Ropa colgada, bicicletas durmiendo. Plantas secas, plantas turgentes. Alguien cocina, alguien estudia, alguien apaga las luces para salir quién sabe adónde. Alguien llega muy tarde, vencido, y se acuesta sin sacarse el abrigo. Estira la mano y apaga la luz del velador.

En Buenos Aires es de madrugada, pero acá la mañana ya es rotunda, brillante. Escucho el sonido de la ciudad en marcha, de hombres que arreglan la calle y de conversaciones de casas vecinas. Aunque no lo escucho, sé que ahí abajo, en alguno de los zaguanes, alguien procura la felicidad o, al menos, el final del sufrimiento con una jeringa cargada a punto de inyectar en su brazo.

Desde una de las ventanas veo el edificio neoclásico del Museo Arqueológico, que alberga una de las colecciones de arte prehistórico y antiguo más importantes del mundo y, bastante más allá, se impone la vista del monte Licabeto (su nombre en griego, Lycavittos, refiere a un refugio de lobos), adonde aún no fui pero que forma parte de una agenda minimalista de turismo posible. Cuenta el mito que el monte nació luego de que una gran roca de piedra caliza que cargaba Atenea se cayera explosivamente de sus manos. Me aseguran que las mejores vistas de la Acrópolis se consiguen desde ahí arriba.

Me preparo un café y desde la cocina observo a la distancia a una muchacha joven en un balcón, midiéndose frente al vidrio de una puerta ventana que le hace de espejo. Se acomoda el pelo, lo recoge con una cinta. Advierto que llama a alguien que sale inmediatamente, lleva el celular a la manera de cámara. Ella se alisa el vestido celeste con flores y abre su sonrisa mientras lo mira. Él dispara una y otra vez para preservar la sonrisa de su amor.

Una ventana indiscreta en Atenas. La felicidad se busca en todas partes.
Una ventana indiscreta en Atenas. La felicidad se busca en todas partes.

Para no arrepentirnos

Hay muchos estudios sobre la felicidad y aseguran que el más importante es uno que llevó adelante la Universidad de Harvard durante 80 años (comenzó en 1938), para el que entrevistaron a cientos y cientos de personas a lo largo del tiempo e incluso a los descendientes de los adolescentes que fueron consultados en el comienzo, algunos de ellos estudiantes de la universidad y otros habitantes de los barrios menos favorecidos de Boston.

Las conclusiones eran muchas, pero hay algunas que vale la pena revisar. Las personas somos las que somos y también las relaciones que impulsamos y, sobre todo, cómo las mantenemos a lo largo del tiempo, cómo las cultivamos y cómo reconocemos y agradecemos lo que los demás nos brindan. “Cuidar tu cuerpo es importante, pero cuidar tus relaciones también es una forma de autocuidado. Esa, creo, es la gran revelación”, le explicaba tiempo atrás el psiquiatra Robert Waldinger, director del último tramo de la investigación, a la BBC.

"Mujer con un abrigo púrpura ", de Matisse.
"Mujer con un abrigo púrpura ", de Matisse.

Otro de los resultados llegó a partir de una pregunta que les hicieron a los participantes cuando llegaron a la década de los 80 años. “Cuando mirás hacia atrás en tu vida, ¿qué es lo que más lamentás?”, les preguntaron. Los remordimientos fueron dos. Grandes, enormes.

Uno fue: “Desearía no haber pasado tanto tiempo en el trabajo, y haber pasado más tiempo con las personas que me importan”. El otro, particularmente expresado por las mujeres: “Ojalá no hubiera pasado tanto tiempo preocupándome por lo que piensan otras personas”.

Aunque me falta bastante para llegar a los 80 años, puedo decir sin embargo que habría respondido lo mismo.

Una felicidad nueva

El sábado 6 de abril nació Miriam, mi nieta. Mi primera nieta. Aunque va a crecer viviendo lejos, esta vez su abuela estuvo cerca. Como te conté en el envío anterior, vine a Atenas para visitar a mi hijo pero también para esperarla a ella, junto a él y a su esposa. (Y junto a Tony, el perro salchicha de pelo duro que vive con ellos hace cuatro años y medio).

"Madre", de Sorolla.
"Madre", de Sorolla.

Como en las historias más felices, la beba y su mamá están muy bien y, mientras los acompaño, revivo desde afuera pero desde muy cerca ese tiempo apasionante, tumultuoso, vibrante de amor y escaso de sueño que son las primeras semanas de un recién nacido. Leo las noticias, reviso los chats, repaso los mails y trabajo pero todo lo hago con el foco de atención puesto en ella, la que llegó para cambiarnos la vida.

Tengo tanto para contarte, Miki, tanta memoria y tanta historia para transmitirte. Me gustaría que supieras cuáles son mis colores favoritos, la música que más me gusta, los libros que me hicieron quien soy. Hay tantas fotos y momentos de la vida de tu familia paterna que llevo conmigo y que quiero regalarte para que sepas de dónde venís y quiénes somos los que te amamos tanto.

Tu vida es una aventura maravillosa, que recién comienza. Gracias a vos, gordita, las nuestras ahora reverdecen con una felicidad desconocida y adquieren un nuevo sentido. Ojalá nos alcance el tiempo; nos deseo muchos viajes a través del océano para estar siempre cerca y verte crecer.

Te voy diciendo chau y ya sé que debés estar pensando: esta mujer está completamente loca, una semana me escribe sobre las cosas más tremendas que existen, todas las angustias existenciales posibles y, a la semana siguiente, sólo me habla de la felicidad.

Y, sí.

Las imágenes de este envío son de Bonnard, de Matisse, de Sorolla, de Yuval Robichek y de nuestro amigo de @doggodaiily, además de la foto que me permití sacar desde mi ventana indiscreta para mostrarte y mostrarme cómo todos buscamos la felicidad.

Te recuerdo mi mail: es hpomeraniec@infobae.com. Te recuerdo también que estoy fuera de Buenos Aires y con una agenda atravesada por emociones que posiblemente me demoren en algunas respuestas.

Hasta la próxima.

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