Los Pájaros es un viaje. O eso dice Aldo, el protagonista. Viaja a Salta en una moto que compró para cumplir una promesa y ver a la Virgen en un salar. Pero, en realidad, él está quieto y los únicos que se mueven son los pájaros. La moto no se ve y en el terreno descampado y lleno de ramas hay cosas tiradas, desperdigadas: un bolso, un casco, una campera, unos frascos con las artesanías —de pájaros— que él mismo hace.
“Entonces empezas a sospechar que el viaje es otro”, dice Marcelo Subiotto, protagonista de Los Pájaros, en diálogo con Infobae Cultura, “es un viaje introspectivo que lo deja desnudo en un lugar de conciencia absoluta para enfrentar…”. Y se interrumpe para no revelar más.
Con dirección de Juan Ignacio González (Ocaso, Con el mar tal vez un poco, Bocetos de una obra) y una apuesta despojada, Los Pájaros se presenta todos los domingos a las ocho de la noche en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636). Obra de texto, pero sobre todo obra de actor, los 50 minutos se sostienen en el clima, la destreza y versatilidad de Subiotto.
Los Pájaros lleva cinco años de recorrido. Se estrenó en el CC Rojas en 2019 y con la suspensión de funciones durante la pandemia director y actor aprovecharon para trabajar en el texto. Volvió a escena en Timbre 4, siguió en la sala Hugo Arana de la Fundación Sagai y ahora recala en el Teatro del Pueblo, que, además, es un auditorio que tiene una conexión emocional con Subiotto, ya que él fue uno de los fundadores en 2002, aunque en ese entonces se llamaba Puerta Roja.
“Frente a la tragedia del personaje”, dice Subiotto, “y usando la metáfora del salar, pensamos el destino en términos más dionisíacos, donde una individualidad se funde en una totalidad. Es un entrar en la conciencia; un cambio o un pasaje hacia otra distancia que al parecer es hermoso y luminoso sin dejar de ser trágico”.
—¿Cómo preparás a un personaje como Hugo? O mejor, hago la pregunta más amplia: ¿cómo preparás a los personajes?
—Yo necesito comprenderlos. Necesito entender la subjetividad del personaje para no juzgar lo que él ha decidido. Ese es un punto de partida fundamental. Hice una película que se llama Ciegos, que dirigió Fernando Zuber, donde hice de un padre ciego. Durante un mes trabajamos en un lugar donde la gente que sufre un accidente o se va quedando ciega tiene que ir a reeducarse en esa nueva condición. Necesité hacerlo no solamente por una cuestión física de composición, sino porque buscaba comprender cómo se para una persona en esa condición. Eso para mí es fundamental. Necesito entenderlo en el cuerpo y comprenderlo.
—Estás haciendo una obra de teatro y a la par filmando una película. ¿Qué vasos comunicantes se dan en tus trabajos cuando cambiás del teatro al cine?
—Son espacios con particularidades muy diferentes. El teatro tiene un proceso de ensayos con un mínimo de dos meses. En los ensayos vas sumando capas y después, cuando estrenas, empieza un nuevo proceso que es el de decantar todas esas capas. Es un proceso muy artesanal y muy rico. El cine es todo lo opuesto. Lamentablemente muy pocas veces se puede ensayar y, si se ensaya, no es con la intensidad del teatro. Tenés que ir con decisiones; tenés que saber que es una técnica diferente, desde el uso de la voz hasta cómo comprender dónde está puesta la cámara. Mi formación es absolutamente teatral y con un teatro muy particular, que es el teatro independiente de finales de los 80 y principios 90. Esa marca está siempre. También está en el cine, aunque te exige otro tipo de comportamiento y de disciplina.
—En la Argentina hay una gran presencia del teatro independiente. En los últimos años vivimos una gran explosión, con nuevas salas y una gran cantidad de obras en cartelera. ¿Cómo imaginás el futuro, con respecto a los cambios que se vienen dando con el nuevo gobierno?
—La comunidad artística se potencia en la crisis. Es imposible comprender los argumentos casi bestiales que intentan poner a todas las personas que trabajan en la cultura en un lugar de demonización o que plantean relaciones como para qué hacer cine si hay un chico con hambre en el Chaco. En general, la comunidad siempre responde a esas crisis y a los argumentos que la violentan con producción de obras, de películas, con encuentro entre las propias personas del campo de la cultura. En la crisis del 2001 hicimos el Colectivo teatral Puerta Roja con Adrián Canale y lo tuvimos por diez años. Era una crisis económica feroz y, sin embargo, aparecían teatros en todos lados. El Abasto se llenó de teatros. Está en el ADN porteño eso de potenciarse en los momentos de crisis. Obviamente va a haber dificultades al desfinanciar el INCAA, al sacar las leyes del Instituto Nacional de Teatro. La cultura no tiene la lógica del mercado. El campo de la cultura desarrolla una actividad relacionada con formas diferentes de pensamiento, de multiplicar sentido. Es algo que no está reglado por las leyes del mercado.
—Un hecho significativo del teatro independiente es que las salas siempre están llenas.
—Hay una tradición muy potente del teatro independiente en Argentina. De hecho, uno lo constata cuando viene gente del extranjero y se sorprende con la producción teatral que hay. El teatro independiente es un lugar de producción de formas de lo actual también muy particular. Es una pena que se tomen actitudes como el cerrar o desfinanciar el Instituto del Teatro, porque justamente potencia estas actividades que no tienen como fin lo lucrativo. Es raro que los teatros puedan vivir —y, si viven, será hasta ahí—, pero la actividad es necesaria; son espacios casi como si fueran clubes y la cantidad de gente que va demuestra su importancia.
—El año pasado protagonizaste Puan, la película de María Alché y Benjamín Naishtat, donde también actuaron Leonardo Sbaraglia y Lali Espósito, entre otros. ¿Cómo entra esa película en la discusión actual?
—Leí el guión hace como tres años y para ese entonces ya tenía otros cinco más. Con lo cual, las problemáticas que aparecieron en la película, sobre todo con la posibilidad del cierre de la universidad era casi un texto distópico. Claro que, en nuestro país, los procesos de cultura siempre están en crisis. No se manifiesta una crisis en la cultura y la educación a partir de las últimas medidas del gobierno. Lo que pasa que lo que se veía en la película como una cosa muy excedida está mutando de distopía a realismo; esperemos que mute en documental. La película toca varios temas. También habla de la vocación: de esos docentes de Filosofía que no pueden hacer otra cosa que enseñar Filosofía. Y sus preguntas existenciales son profundamente humanas, y eso se manifiesta claramente en la película.
—Hoy el cine argentino parecería no tener lugar para proyecciones, porque la estructura de la sala requiere de los tanques. Y de repente las plataformas de streaming, a las que hace años se las miraba con cierta desconfianza, se han convertido en canales. Esta es una observación mía, que no tenés por qué suscribirla. Pero, en todo caso, ¿cómo ves vos el hacer cine con las plataformas?
—Las plataformas, de alguna manera, son la manifestación de un mundo que está cambiando a partir de las transformaciones de la tecnología a un ritmo muy vertiginoso. Yo tengo 56 años y me crié esperando que pasaran la serie “la próxima semana a la misma batihora por el mismo baticanal”. Ahora, de golpe, nos acostumbramos a hacer maratonear de una serie. (“Maratonear”, “spoilear”: nos parece que estuvieron de siempre, y se instalaron hace muy poquito). Para mí, el problema está en que se pierdan las condiciones para que haya una multiplicidad de producciones y de formas de mirar, que todo termine en un ojo hegemónico relacionado con el mercado. Está fenómeno que se piense en el mercado, pero que no se quite la pata de lo otro que tal vez no es tan masivo, pero es popular.
—¿Por qué hacés teatro?
—El teatro es muy interesante. Con todo lo que hablábamos antes sobre las revoluciones tecnológicas y la complejidad de nuestro cotidiano, el teatro es ese artefacto antiguo que te exige volver a estar sentado durante lo que dura la obra, que no le podés adelantar la velocidad ni podés usar ninguno de los recursos de la tecnología. Tenés que estar dispuesto a ir a ese encuentro. Y a quienes nos toca la tarea de producir obras, creo que tenemos que hacernos responsables de esa ventana que es el teatro. Nos permite sumergirnos en otro tiempo y en otro tipo de encuentro que es muy difícil encontrarlo fuera de ese formato.
[Fotos: Valeria Fiorini; prensa “Los Pájaros”]