El Centro Pompidou de París presenta una histórica retrospectiva del artista rumano Constantin Brancusi (1876-1957), que revolucionó la escultura en la primera mitad del siglo XX como décadas antes lo había hecho su maestro Auguste Rodin.
Más de 120 esculturas y centenares de bocetos, pinturas y documentos componen esta exposición abierta hasta el 1 de julio.
Hay que remontarse hasta 1995 para una antología de estas dimensiones, también en el museo parisino, que heredó el taller de Brancusi y toda la colección personal del escultor con la misión de preservarlos íntegramente.
Brancusi llegó a París con 28 años procedente de Rumania, e integró rápidamente el taller de Rodin en 1907, cuando el autor de “El Beso” estaba en el cénit de su carrera.
“Nada crece a la sombra de los grandes árboles” dijo supuestamente Brancusi tras permanecer apenas tres meses, de enero a marzo de 1907, en el taller del gigante de la escultura francesa. A partir de ahí Brancusi se lanzará a su propia refundación de la escultura occidental.
Esculpe directamente la madera o el mármol, con ímpetu, sin recurrir a los moldes, y en apenas 15 años su estilo se afina, se despoja vertiginosamente de todo adorno, hasta convertir las cabezas en formas esféricas, con finas líneas que apenas esbozan una nariz, o un par de ojos.
“Es penoso echar a perder un bello material con agujeros para los ojos, los cabellos, las orejas”, explicaba Brancusi.
Uno de los ejemplos más conocidos de ese estilo depurado es “La musa dormida” (1910), la escultura en bronce patinado de una cabeza femenina inclinada.
Brancusi hizo posar a una clienta adinerada, la baronesa Frachon, que al ver el resultado “lloró de emoción”, explica la curadora principal de la exposición, Ariane Coulondre.
Gracias a los amplios fondos del legado de Brancusi, que conforman dos tercios de la exposición, y a los préstamos del extranjero, el Centro Pompidou puede presentar un viaje fascinante al corazón de ese estilo depurado.
Ya sea mediante la serie de “musas dormidas”, o el busto de un niño, o la manera en cómo Brancusi interpretaba pájaros o focas, el visitante puede comparar las distintas versiones de un mismo modelo, cómo se afina y cambia incansablemente.
Brancusi “atraviesa todos los movimientos del siglo XX. Se le puede considerar uno de los padres del arte abstracto, sin ser en absoluto abstracto. Nunca quiso formar parte de ningún movimiento, verse asociado a otros artistas”, explica la comisaria. “Vendía él mismo sus esculturas, nunca quiso tener un agente”, añade.
Apenas daba entrevistas, pero recibía a menudo en su taller de 180 m2, donde trabajaba y retrabajaba incansablemente sus esculturas.
El misterio de la princesa X
Brancusi impuso su huella en el arte occidental en apenas cuatro décadas. En 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, dejó prácticamente de trabajar. “Solo hay una obra conocida, de esa fecha”, explica Coulondre.
Hasta su muerte en 1957 se dedica a reordenar incansablemente su taller. Cada vez que vende una obra, saca un molde, para volver a situar la escultura allá donde estaba, o aprovecha ese vacío para reorganizar todo el espacio.
Brancusi no escapará a las polémicas sobre el arte contemporáneo. Una de sus esculturas más controvertidas es “La princesa X” (hacia 1932), que parece un falo, pero que el escultor insistía en que era la versión más depurada posible del cuerpo de una mujer.
Aunque Brancusi prefería que el visitante sacara sus propias conclusiones. Hablaba con aforismos, sin dar pistas ni sobre sus fuentes de inspiración ni sus teorías.
Fuente: AFP. Fotos: Emmanuel Dunand