Mikele Botto, una artista trans protagonista del último video de Gepe, aparece en medio de un paisaje silvestre salpicado de unas flores violetas como esas fotos de colores saturados de la fotógrafa Nan Goldin. La cadencia de la música andina atravesada por el pulso afiebrado del sonido afrobeat acompaña y envuelve toda esa atmósfera creada por imágenes que se suceden rápidamente y muestran a Mikele sentado con sus amigos, bailando, agitando un abanico, recostado sobre un follaje, mostrando sus tatuajes en su torso desnudo, llorando sobre un colchón, vestida como una diosa hindú, o en el asiento de atrás de un auto en marcha con un collar de perlas alrededor del cuello, un piercing en la nariz, los pómulos rosados, la mirada melancólica y frágil, en primer plano.
“Paloma”, es el último single del músico chileno Gepe, un artista que encontró un lenguaje propio combinado los ritmos del folklore andino con un pop efervescente y bailable, un artista que fue niño en dictadura militar y que creció escuchando a Violeta Parra y Stereolab, un músico que fue acusado de liviano como muchos de su generación por utilizar el pop como herramienta de cambio, un baterista que siempre utilizó el ritmo como el corazón que bombea su música, un compositor que grabó una decena de discos en solitario y se mantuvo entre la independencia produciendo discos antropológicos como el precioso tributo dedicado a la folclorista Margot Loyola Palacios llamado Folclor imaginario, y el mainstream.
Su último disco de canciones propias Ulyse (2020), lo editó el sello Sony Music y fue producido por Cachorro López. Allí colaboraron artistas como Vicentico y Natalia Lafourcade. Mientras que en el álbum (Un poco + de) FE, una producción de 2021, se dedicó a versionar canciones de Chayanne, Juan Luis Guerra, Ana Gabriel, Shakira y Julieta Venegas, para el sello indie Quemasucabeza.
Su nueva canción “Paloma”, es un anticipo de la nueva producción discográfica que saldrá en el segundo semestre. “Yo diría que es la única canción andina, la verdad. El resto será cueca, tonada, bolero, mezclado por supuesto todo con pop”, dice del otro lado del Zoom, sentado en una habitación de su casa-estudio en la ciudad de Santiago de Chile. Allí frente a esa computadora donde están los demos de su nuevo disco, Gepe, nacido como Daniel Alejandro Riveros Sepúlveda, el 28 de septiembre de 1981 en la comuna Independencia de Santiago de Chile, se empezó a construir el imaginario de su nueva canción. Frente a sus ojos esa melodía folklórica, un color musical que atraviesa toda su obra desde sus inicios, empezaba a construirse por capas para pasar el riguroso proceso de selección de cada uno de sus discos.
“‘Paloma’ es una canción que tiene como se puede escuchar un aire andino. No es una canción folclórica, pero sí tiene un charango que le da ese origen, ese aire. La compuse primero con la guitarra y estuvo solamente con voz y guitarra durante un montón de tiempo hasta que en algún momento encontré por ahí una secuencia con un dembow y luego la crucé con una percusión afrocolombiana. Ahí se armó algo interesante que a mí me gustaba porque se intercambiaban contextos, ¿no? Porque había algo andino que se intercambiaba con algo afro que por supuesto en algún momento está... hay una herencia cruzada, pero no es tan obvia. En esta canción yo quería juntarlo y ver qué pasaba. La verdad que terminó siendo algo superentretenido y me motivó a seguir. Es una canción que por mucho que se haya construido a través de la guitarra encontró la vida o se salvó, por decirlo así, y terminó siendo publicada porque el ritmo la salvó”, dice Gepe, alguien que sabe del poder del ritmo y el mensaje en el pop.
Esta nueva canción tiene una melancolía parecida a la de “Alfabeto”, unos de sus primeros grandes hits del disco Audiovisión (2010), que de alguna manera inauguraban el sello estético de su obra. A Gepe siempre le gustó decir cosas a través del efecto brillante de la canción pop y la melancolía folklórica. “Paloma” es una alegoría sobre la soledad de esos habitantes invisibles en la ciudad. “Nada más fácil que imaginarse una paloma en la ciudad entre los pies, entre las ruedas de los autos y un poco sobreviviendo, pero sobreviviendo de una manera así bien despierta, luminosa, fuerte, digna, potente. Algo así, como una dignidad bien especial que tienen aquellas aves libres y ese sobrevivir y reformularse. Y eso, por supuesto, es una analogía sobre las personas, a las que nos pasan cosas terribles y siempre estamos ahí dándole. A veces nos levantamos, a veces nos cuesta levantarnos, en fin”, dice el autor chileno.
—Sin embargo, el video del tema agrega otra capa más al discurso de la canción sobre la identidad de género, visibilizando a la comunidad queer, en una sociedad como la chilena.
—Sí, mucha gente no lo notó pero aparece en el video lo no binario, la comunidad no binaria que es superimportante. De alguna manera “Paloma” habla de cómo levantarse de ciertos problemas, pero con una fuerza y una dignidad que yo veo, que yo vi en estos chiques, ¿no? Sobre todo en Mikele, que es una persona que conozco de cuando era un niñito y participamos en una ópera. Ahí cantaba algunas canciones y él en ese tiempo, actuaba, tenía como un rol principal, y ya lo vi como una persona muy sensible, hermosa, que dan ganas de estar con él. Y bueno, ahora se convirtió, floreció y es muy puro o puré. Y eso, creo que es parte del mensaje de la canción. Fue algo natural, tampoco hubo un planteamiento tan consciente respecto a eso, pero sí, tiene mucho que ver con la búsqueda de identidad, siendo que ahora, sobre todo la gente más joven, está en esa búsqueda.
—¿Cómo fue para vos, para alguien más de tu generación, crecer en ese clima de postdictadura en Chile y encontrar tu propia identidad?
—Era un niño cuando llegó la democracia, pero creo que cada generación tiene su lucha, ¿no? Viví la dictadura muy poco, por lo tanto no estaba tan consciente. Tengo ciertas imágenes, por supuesto todo el análisis y la vivencia que tuve de la postdictadura y todos los noventa en Chile, que fueron muy en respuesta a todo eso, o de darle la espalda, de que ya era hora de que relajemos, ¿no? Llegamos a una cosa cómo que ¿dónde está el enemigo? ¿qué hacemos ahora?
—¿Cuánto influyó todo ese contexto histórico en la música de la nueva escena pop a principios del dos mil?
—En ese tiempo no había nada que perder porque no había mucho camino trazado para nada, ¿cachai?. Había una cierta crítica de la generación anterior a la mía, que nos tildaban un poco de superficiales, como que no teníamos nada en cuenta lo que había sucedido en dictadura y que nosotros éramos muy pop. Todavía estaba ese prejuicio muy chileno de lo pop como superficial y el rock de verdad, ¿cachái? Nosotros fuimos la primera generación con Javiera Mena, principalmente, que decía que el pop puede ser profundo, puede decir cosas. Ocupar un lenguaje un poco ambiguo y gozar un poco con eso. Y en términos sociales estaba la revolución de los pingüinos (la manifestación estudiantil secundaria), luego la lucha universitaria y así la primera marcha hasta el 2013. Eso fue una lucha que duró veinte años. Ahora viene otra lucha –bueno hay varias luchas al mismo tiempo claro–, pero la lucha por la identidad de género que está muy presente en las generaciones más chicas.
—¿Como músicos no querían olvidarse de la historia del nuevo cancionero con Violeta y Víctor Jara, el mensaje de grupos pop como Los Prisioneros en los ochenta, y a la vez inventarse un lenguaje nuevo?
—Es que al mismo tiempo hubo como una vuelta al pop, más que al rock en Chile. No en términos de sonido, ni de actitud, sino de búsquedas sonoras. Recuerdo que Javier Mena propuso algo así como “ok, Violeta Parra sí puede estar mezclada con Stereolab y Britney Spears”. No sé, una mezcla así bien contradictoria. Yo tomaba nota de eso y cada uno después le agregaba como un ingrediente más. Así construí lo mío. Ahora estoy un poco en la misma. La historia es en espiral. Digamos, que estoy pasando por el mismo momento, mezclando como influencias más puras. A mí me encanta la música de ascendencia afro, desde el jazz, el funk y todo ese tipo de cosas y me encanta el folklore andino principalmente.
—¿Qué otros elementos conforman el imaginario Gepe?
—Para mí la canción, la estructura pop es lo básico, y siempre es una mezcla con otras influencias. Nunca es un artista, nunca es un tipo de canción, no es como para mí los Beatles son lo máximo, o para mí Violeta Parra es lo máximo. Me encantan, pero ninguno de esos me identifica lo suficiente, y creo que eso también es de mi generación, el sincretismo más crudo. Creo que eso en esencia me define a mí y me da la impresión que a otros de mi generación también. Como que nada es suficiente, y nada se pone en el altar, y a nada se le rinde culto por completo, sino que todo es una mezcla.
Fotos: @Diegoescap (Gentileza Prensa GEPE).