Hay una rebelión que nace en Catamarca. No es algo imprevisto, se venía gestando. La decisión del Gobierno provincial es independizarse, separarse de Argentina y establecerse como un nuevo país en la región. En el medio de este episodio se encuentra el protagonista de la nueva novela del escritor y periodista argentino, Agustín Fontenla.
Desconexión aborda la vida de un trabajador del Ministerio de Información de la Nación que vive en la ciudad de Buenos Aires. Un día, volviendo de su trabajo habitual, presencia una situación de violencia que lo lleva, de una manera impulsiva, a tomar la decisión de irse de la Capital. Recuerda que un amigo suyo vive en la provincia de Catamarca, donde además, ejerce como funcionario público de alto rango. Entonces, en medio de esa situación confusa, en un contexto en el que el Gobierno se encuentra inestable, se produce su éxodo hacia la provincia norteña.
Todo lo que ocurre desde que toma la ruta camino a la cordillera se vuelve una crónica alucinante que no da lugar ni al aburrimiento ni a la reflexión inmediata. Porque lo que va pasando es un desencadenamiento continuo, que hace que el lector, una vez cerrado cada capítulo, se quede metabolizando los acontecimientos. Todo, en la novela de Fontenla, resulta tan cercano y tan irrisorio a la vez, que provoca una empatía más que suficiente para que el lector se sumerja sin pausa.
En diálogo con Infobae Leamos, Fontenla responde algunos puntos clave sobre Desconexión.
-Empecemos por el escenario ¿Por qué Catamarca?
-Hay varios factores, primero que nada viví ahí. Además, la particularidad del litio, que me permitía pensar el conflicto entre la provincia y la nación, y además porque es una provincia que se conoce por algunos personajes o sucesos ocurridos allí y no está tan presente en la diaria nacional.
-Y sobre este espacio, entonces, ¿cómo nace la idea de Desconexión?
-Durante los años que trabajé en Rusia, leía varios cables de noticias y buscaba puntos para formar una idea entre tantas cosas, si leía tres noticias con datos financieros o problemas de índole económica, sabía que podía escribir algo tomando esos temas. Y en este caso fue algo así, recuerdo haber leído un artículo en The Economist, que se titulaba Mendoexit. Fue en el contexto de la pandemia, de hecho la idea de la novela nace en el 2021.
-Entonces hay una base argentina en todo esto, algo que se acerca a la novela
-Claro, leo esta noticia que hablaba sobre la posición antagónica entre el gobierno de Mendoza y el gobierno nacional, sobre medidas en la cuarentena. Y de alguna manera esta noticia resumía la idea de que una provincia comenzaba a pensarse de forma independiente. De allí surgió un poco la idea. Fue sorprendente cómo una noticia de naturaleza local llegaba a un diario como The Economist, pero en paralelo también hay una ola de ideas independentistas en Europa, que se reforzaron luego de la salida de Reino Unido, donde se cree que solos pueden ser más fuertes que en el conjunto.
Nuestro protagonista vivirá con la misma fuerza el amor estancado de su ex novia en Buenos Aires y el nuevo romance que se despierta en San Fernando del Valle de Catamarca, así como se vivirá con el mismo tenor impulsivo su decisión de irse, y la apasionada y envalentonada reacción del gobierno catamarqueño de proponer la Desconexión del resto del país.
Este libro no está lejos de nuestra realidad, si se deja de lado la teoría ficticia de un movimiento separatista que no existe hoy. En cambio, hay un aspecto que identifica al lector actual, sin importar el lugar físico en el que se encuentre, porque la ansiedad social y tecnológica que aparecen en el texto, así como la inteligencia artificial, la continua tarea de establecer estándares morales y sociales, los prejuicios para con colectivos y minorías, y entre todo ello el amor, no están ajenos a la cotidianidad de ningún ciudadano contemporáneo.
-Hay contradicciones de índole social en la novela, momentos y detalles que muestran dos mundos separados.
-Sí, por ejemplo hay momentos que ocurren en un escenario que mezcla autopistas nuevas, con carteles mega luminosos y al lado casillas y asentamientos.
-Y respecto de los personajes…
-Hay personajes enteramente ficcionales, por ejemplo Sara, una activista de los pueblos originarios y proteccionista. Un personaje que se fue desarrollando con la novela, y que presenta también contradicciones. Ella no es una militante que repite, sino que tiene conocimientos profundos de temas de género y de defensa de pueblos originarios pero para dormir elige ponerse una remera de Pepsi. También sus padres expresaban dos mundos distintos. Y también hay otros personajes que muestran soberbia, que pretenden alzar la voz, que buscan intereses personales disfrazando un discurso colectivo.
En algún aspecto, Desconexión, juega una suerte de lo que podría suceder, visto desde la óptica de la respuesta social ante nuevos escenarios geopolíticos. El leitmotiv de toda la trama central de la novela, es decir este planteo separatista, nace desde el “neodescubrimiento” de la utilidad de un recurso natural tan preciado hoy en día: el litio. Y todo esto lleva a planteos, mezquindades, razonamientos de varias partes que entran en escena. Nunca deja de tener una cuota de realismo, algo como lo que ocurre en los cuentos o novelas de Osvaldo Soriano. ¿Es un poco descabellado el desenlace del empleado Bertoldi en A sus plantas rendido un león? Puede ser, pero también tiene momentos de un realismo argentino que nos pone en jaque la idea de ficción. Algo así pasa también acá.
Volviendo a Fontenla, hay una especie de simbiosis entre estos autores que también ofician de periodistas. Conocen la realidad, saben cómo funciona, son creativos, y principalmente logran identificar pesares y angustias de una época. Por eso Desconexión es algo más que un Black Mirror latinoamericano, y es algo más que la lucha entre lo anterior, el legado, los ancestros, y lo nuevo, lo artificial, lo desconocido.
-¿Creés que algo así puede darse en nuestro país?
-Desde el punto de vista constitucional es imposible. Pero también me pasa que cuando me tocó cubrir el proceso catalán, las marchas, las protestas que ocurrieron, fui testigo de cómo los líderes independentistas de ese momento iban forzando de alguna manera el texto constitucional para ver hasta dónde corrían los límites de sus posibilidades. En la novela pasa algo similar, uno de los personajes (Miguel), lo plantea claramente, él no quiere del todo separarse pero sí quiere generar un cimbronazo como para negociar algo más favorable para su provincia. Y eso quizás podría pasar.
-Es tu primera novela, ¿hubo personas cercanas que aportaron a la realización?
-Si. Una de ellas es Mariano Quirós, que lo conocí por su libro Una casa junto al tragadero (Premio Novela Tusquets), porque tiene mucho conocimiento del interior, de expresiones, modos, y él me acompañó en el proceso de la corrección y sus aportes fueron valiosos.
Hay, en todo momento, un escenario de toma de decisiones. Desde nuestro protagonista que se va de la ciudad, hasta de un gobernador que inicia una escisión, una mujer que lucha y se organiza sin importar quién está o en qué posición, y hay quienes deciden resistir y dar respuesta y algunos que optan por llevar su foco a otro lado. Todo ocurre continuamente, es una tras otra, sin descanso, frenético y atrapante.
Las decisiones de todos los personajes conforman una novela, la primera publicada por el autor, que se formó con Victoria Scholnik. Sensibilizando la glándula de lo posible, Fontenla destella un efecto de acción en el lector, ya no tanto de desconexión -parafraseando el título- sino más bien de atención a lo que está pasando afuera.
Desconexión (Fragmento)
Los últimos kilómetros antes de entrar en territorio catamarqueño habían sido auspiciosos. La falta de uniformidad de los cultivos, la geometría amorfa del campo, más parecida al monte, y la diversidad de colores me sugirió que la frontera de agroquímicos no se extendía hacia el norte. Me obligué a creerlo, aunque era probable que la soja ya hubiera avanzado por todo el país. Lo que seguía —una vez traspasado el imponente arco de adobe y piedra con la inscripción “Catamarca, un valle de energía verde”— era más bien deprimente. Los costados de la ruta eran extensiones ocres de arbustos y algunos pocos árboles, todo muy seco y carente de vida.
La reacción de Miguel, mi amigo catamarqueño, al mensaje (“qué hacés viejo, estoy llegando a Catamarca, necesito un lugar donde dormir, después te explico”), había sido funcional: “Dale. Mandame el número de tu patente. Pasado el segundo check point dos motos de la policía te van a acompañar hasta el estacionamiento del Hotel Ancasti, a metros de la plaza central. Escribime cuando llegues”. Como mi mensaje había sido práctico, no iba a cuestionar su respuesta, ni preguntarle por qué había check points en el ingreso a Catamarca, y por qué iba a ser escoltado por la policía.
Como sea, el primer puesto de control apareció pasados unos doscientos kilómetros del arco de bienvenida. Mi primera reacción fue de sorpresa y hasta de cierto entusiasmo. El orden y la parafernalia del dispositivo policial eran dignos de una potencia del primer mundo. Primero, una fila de conos colorados que se extendía a lo largo de unos quinientos metros, reductores de velocidad en forma de serruchos, carteles de velocidad eléctricos, y la presencia de dos hombres: uno con un chaleco amarillo que daba indicaciones con una suerte de garrote iluminado, y otro que portaba una ametralladora reluciente, y parecía despreocupado por mi avance. Después, tres filas de motos policiales, y dos de 4x4 con faros encendidos sobre el techo, a cada lado de la ruta, y por último una barrera de paso custodiada por un hombre con chaleco amarillo y otro con ametralladora. Cerca de ellos, había una oficina desmontable de color blanco que se elevaba por sobre la tierra, y de cuyo techo emergía un pequeño mástil con una bandera que, estimé, sería la de la provincia. En el entorno, la más negra oscuridad.
Aminoré la marcha y bajé la ventanilla a la espera de dialogar con el hombre del chaleco amarillo, pero cuando faltaban unos veinte metros para alcanzar la barrera, se elevó de forma automática.
Quién es Agustín Fontenla
Licenciado en Periodismo, fue corresponsal en Madrid y en Moscú para Página 12. Escribe actualmente para elDiarioar.
Reside en España, mientras realiza el doctorado en Relaciones Internacionales de la Universidad de Alcalá de Henares.