Es posible afirmar que desde hace un tiempo apreciable no se producía una muestra colectiva de arte que venturosamente concentra una armonía central, pero peligrosa. Épocas disímiles del arte contemporáneo dialogan muy bien entre sí; y un espacio las contiene en una proporción sincrónica y diacrónica en las tres salas que la habitan de modo muy adecuado.
Se trata de Lo que la noche le cuenta al día, que se puede visitar en la Fundación Proa (en Caminito, en La Boca), curada por el crítico y actual director Museo Nacional de Bellas Artes Andrés Duprat y Diego Sileo, del Padiglione d’Arte Contemporanea (PAC), de Milán, Italia, cuyo eje de reunión se basa en obras de artistas argentinos que fueron exhibidas en el PAC en noviembre de 2023. Aquí no se repite la misma muestra, más bien abre los artefactos en exhibición a la actual mirada argentina -y sus circunstancias.
Ya al ingresar a la primera sala retumba en el espectador el bramido de la violencia: La civilización cristiana y occidental, ese clásico que no pierde su potencia realizado por León Ferrari y presentado en los Premios Di Tella de 1965. Muestra a un Cristo de aquellos que generalmente se posan sobre cruces en las iglesias católicas, pero está vez crucificado sobre un avión bombardero estadounidense mientras se desarrollaba la guerra de Vietnam. Una actualidad que se repite en la guerra entre Rusia y Ucrania, pero aún más en el asedio sobre Gaza por parte del Estado de Israel, en Medio Oriente. Lamentablemente, esta obra de Ferrari no termina de cerrar su ciclo debido a que las causas que le dieron vida siguen activas.
En la misma sala se puede apreciar el registro de una performance de Alberto Greco llamada Cristo 63 en la que, junto a los italianos Carmelo Bene y Giuseppe Lenti, reversionaron la crucifixión de Jesús dentro de los muros de una Iglesia, pero sin guion y llegando a concretar la desnudez del Cristo, representado por Greco. Son unos pocos registros fotográficos que dan cuenta de por qué el performer argentino debió enfrentar la intervención policial de la obra y, luego, su expulsión misma de Italia. En las paredes de Proa, el vivo registro de la tolerancia entre los pueblos.
Esa primera sala, (¡la primera!) incluye las telas del siempre vanguardista Lucio Fontana, que no son intervenidas por el color ni ninguna clase de pintura, sino por el filo de un cuchillo. Tajos en la tela que constituyen la obra y no se pueden leer sino como fruto de la violencia, del acuchillamiento, del sexo, .
Sin embargo, la obra que más resalta por su vigor artístico, estético y político es la instalación de Liliana Porter llamada Trabajos forzados en la que la artista interviene una caja de madera grande con cortes, el residuo de esa madera al lado de cada corte, el registro de cualquiera sea el trabajo se esté urdiendo allí. Y luego de una distancia considerable, se puede ver a la figura del autor de tal trabajo: un operario que, tan pequeño frente a la obra realizada, no podría reconocerla como propia. Si algún espectador está leyendo el capítulo sobre la alienación del trabajo en Das Kapital, muy probablemente podría ejemplificar el clásico texto señalando la obra de Porter.
Quedan tres salas más que conjugan unos trabajos delicados y preciosistas de Eduardo Basualdo quien, a diferencia de su obra más reciente, elige mostrar unos dibujos de, por ejemplo, un pájaro sobre vidrio (dejando en el espectador la posibilidad de ser un pájaro a punto de volar): uno que ha chocado contra el vidrio y dejado allí el rastro realista de sus dibujos y sus formas, o tal vez, un mismo pájaro en una secuencia. La instalación con lámparas señala que hay algunas que no brindan luz, sino oscuridad.
Graciela Sacco muestra la serie Bocanada, que consiste en el registro fotográfico de bocas abiertas en primer plano y que resignifican por la exhibición de esas bocas juntas el significado de los labios, los dientes, la fosa bucal, que podrían reir, gritar, pedir comida.
Cristina Piffer explora nuevamente la violencia de la historia argentina cuando produce los sellos de los billetes “pesos” del siglo XIX realizados con sangre de vacas. Es que se trata de una violencia orgánica argentina y que Piffer no deja de explorar, ya sea de este modo o remitiendo a la Conquista del Desierto. Se trata de una obra armoniosa y, a la vez, salvaje, como si el libro de Sarmiento cambiara e interpusiera una “y” en Civilización y Barbarie.
Quien también se anima a la sangre y al hueso es el chaqueño Juan Sorrentino. Presenta un artefacto que consiste en dos cajas transparentes: una cuya base es el hueso molido y la otra, la sangre disecada; y que conversan mediante un mecanismo que las activa e impulsa a reorganizarse como volutas dentro de las cajas transparentes, con el espectador como testigo.
Una obra de gran peso simbólico es aquella que protagonizada por Liliana Maresca, realizada en 1993, con fotografía de Alejandro Kuroptawa, vestuario de Sergio de Loof, y la producción de Fabulous Nobodies (una empresa inexistente dirigida por Roberto Jacoby y Kiwi Sainz). Son fotos de Maresca desnuda bajo la leyenda “Maresca se entrega todo destino” y fueron publicadas como aviso comercial, junto a un teléfono, en la revista El Libertino. Una performance audaz ya que todavía falta conocer el destino de las propuestas de los potenciales clientes que marcaron ese número que abría la puerta a más aventuras.
Son en total 22 artistas, todos valiosos, reunidos en un escenario ideal para su exhibición y con una gran curaduría que se deja llevar hacia una armonía peligrosa. Claro, esa es una de las definiciones de arte contemporáneo.
* “Lo que la noche le cuenta al día” se exhibe hasta junio en Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929, CABA) de miércoles a domingos de 12 a 19 horas.
[Fotos: Télam S. E.; Maximiliano Luna; prensa Fundación Proa]