Magalí Etchebarne, ganadora del Premio Ribera del Duero: de “la potencia de la brevedad” a “permanecer en el dolor”

La escritora argentina acaba de coronarse en el prestigioso certamen español por “Una vida por delante”. En esta nota, una breve conversación con Infobae Cultura desde Madrid

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Magalí Etchebarne, ganadora del Premio Ribera del Duero: de “la potencia de la brevedad” a “permanecer en el dolor”
Magalí Etchebarne, ganadora del Premio Ribera del Duero: de “la potencia de la brevedad” a “permanecer en el dolor”

Hace muchos años, cuando era chiquita, Magalí Etchebarne participó de un concurso de cuentos en el diario de su barrio. Nunca más volvió a intentarlo. Ahora ese recuerdo vuelve con una nostalgia arrolladora: acaba de ganar el Ribera del Duero de Narrativa Breve, el prestigioso certamen de cuentos que catapultó a escritores como Guadalupe Nettel, Marcelo Luján y Samanta Schweblin. “Es de las autoras más auténticas que he leído”, dijo Mariana Enriquez, presidenta del jurado que coronó Una vida por delante, el libro que en mayo publicará la editorial Páginas de Espuma y por lo que Etchebarne recibió 25 mil euros. “Cuando me avisaron que era finalista... eso ya había sido un premio: me pareció espectacular y también muy difícil de ganar. Así que cuando me llamaron hace unas semanas para decírmelo, básicamente empecé a gritar. No todos los días se gana un premio. Estaba muy emocionada, todavía lo estoy”, dice la autora desde Madrid.

Cuatro cuentos largos conforman el libro. El título original del manuscrito enviado al certamen era otro: “La madre, el trabajo, la muerte, el amor”: los temas que abordaba en cada uno de los relatos. Infobae Cultura pudo leer el primero: “Unas piedras que usan las mujeres”. La historia orbita alrededor de una madre que parece tener un principio de Alzheimer mientras su hija, ya adulta, recoge los recuerdos en torno al divorcio de sus padres pero también ante una máxima inicial: “Cada vez que alguna pareja del grupo que formaban ellas y sus maridos se separaba –una trenza cocida de amigos entre sí–, al poco tiempo, él aparecía con una chica veinte años más joven”. Este argumento, oído por la protagonista, cuando era chica, de su madre y sus amigas —capaces de “odiar hasta la arcada”—, es un lente para mirar el mundo: “El amor es una canción pegadiza que cuando la traducís y entendés lo que dice ¡zaz!, resulta un horror, un sinsentido”.

“Tenía varios cuentos dispersos que venía trabajando. El anuncio de la convocatoria me permitió enfocarme. Estuve todo el año pasado trabajándolos para llegar a la fecha límite: los entregué en diciembre de 2023. Cuando me enteré la cantidad de manuscritos que se habían presentado me pareció que la posibilidad de ganar era absolutamente remota”, dice Etchebarne, porteña de Buenos Aires, cuarenta años recién cumplidos, con la sorpresa aún intacta. Este será su tercer libro, luego de los cuentos de Los mejores días (2017, reeditado en España por el sello Las Afueras) y el poemario Cómo cocinar un lobo (2023). “Cuando terminé de darle forma me di cuenta de que algunas cosas que aparecían en el primer libro acá se repetían y me pareció que de esa repetición me tenía que hacer cargo: más que ocultarla, la tenía que poner en primer plano. Quizás la constante, lo que late en todos los relatos, es una relación de los personajes con el dolor”, agrega.

Sus dos libros anteriores: “Los mejores días”, de 2017, y “Cómo cocinar un lobo”, de 2023
Sus dos libros anteriores: “Los mejores días”, de 2017, y “Cómo cocinar un lobo”, de 2023

“En este libro me interesaba pensar personajes a los que no les resultó tan fácil, o todavía no les resulta, salir de zonas dolorosas, que se quedaron demorados ahí”, explica la autora subrayando cómo estos cuentos se colocan en contraposición a algunos discursos de la época que sugieren superar rápido el dolor. “Escribir es una forma de pensar y de tramitar ciertas cosas que uno va obsesivamente pensando durante mucho tiempo. En mi experiencia, durante los últimos años, pensé mucho en relación al dolor, a la tristeza, a las pequeñas tragedias de la vida cotidiana que a veces se presentan como uno las vive, con mucho desesperanza, porque parecen muy crueles. Eso siempre es difícil de procesar. Hay algo de la época que implica una velocidad para todo, incluso para estar bien, para que enseguida estemos bien. Pero lo cierto es que es muy difícil estar bien, salir de un lugar incómodo y doloroso. Me interesaba ese espacio: que los personajes estén ahí, permanezcan ahí”.

“La potencia de la brevedad”. Así, con esas palabras, Magalí Etchebarne explica por qué le gustan tanto los cuentos: escribirlos, pero sobre todo leerlos “Hay una sensación que tengo muchas veces que termino de leer un cuento que me gusta: una satisfacción amarga”, dice. Y agrega: “La idea de lo breve es un poco amarga porque hay que volver a leer el cuento. No queda otra que releer lo que a uno le gusta: es un ejercicio que para mí siempre es necesario e inevitable. No concibo no releer. Pero a la vez en el cuento sabemos poquito de esos personajes que acompañamos durante un tiempo. Y sin embargo, los cuentos que más me gustan para mí tienen personajes que son súper nítidos, como si los hubiese leído durante 300 páginas. A mí el cuento me parece de una potencia espectacular. Me gusta pensar cuánto le puede pasar a un personaje, dónde cortar, dónde terminar. Son preguntas inútiles para cualquiera, pero que a mí me obsesionan”.

“Es de las autoras más auténticas que he leído”, dijo Mariana Enriquez, presidenta del jurado que coronó "Una vida por delante", por el que Etchebarne recibió 25 mil euros
“Es de las autoras más auténticas que he leído”, dijo Mariana Enriquez, presidenta del jurado que coronó "Una vida por delante", por el que Etchebarne recibió 25 mil euros

Cuando Etchebarne piensa en la lectura, en los libros, en la literatura, piensa en su madre. En la escena fundante está ella acostada con su madre al lado, leyéndole un cuento antes de irse a dormir. “Mi madre es la primera lectora que conocí. Si bien no tenía una biblioteca muy grande, me leía todas las noches. Mi mamá era ama de casa, pero estaba suscripta al Círculo de Lectores”. Después, en la segunda escena, otra mujer, su tía, que era escritora y tenía “una biblioteca más rica, más grande”: “Yo le robaba bastantes libros, de hecho algunos no los devolví nunca”. Cuando terminó la escuela ingresó a la Universidad de Buenos Aires a estudiar Letras. “A veces me pregunto por qué hago lo que hago, por qué hablo de libros desde que me levanto hasta que voy a dormir. Hay algo azaroso. No creo que haya una vocación interna, sino que son cosas que van apareciendo de las que uno se va agarrando y va construyendo su identidad, y después ya es muy difícil extirparlas”.

¿Cuánto de la vida personal, de los dolores densos, de las alegrías inolvidables, ingresa en la ficción? “No es algo que me preocupe: no le pongo límites ni me afecta. En general robo mucho de la vida porque para mí no habría otro lugar del cual mí sacar material para escribir. En realidad le robo a mi propia vida, pero también le robo bastante a la vida de los que me rodean. Por ejemplo, en estos cuentos, muchos de los personajes que aparecen están hechos de todo lo que conozco, de lo que vi, de lo que escuché. Y ninguno de todos ellos es mi madre, ni soy yo. Obviamente tienen algunas cosas que son similares y que tomé de ahí, pero también son como una suerte de Frankenstein hecho con las cosas que escuché, con las cosas que viví y con las cosas que no tendría que haber visto”, dice y confiesa: “No me resulta para nada molesto que la vida se meta en la escritura, porque no concibo otra manera de escribir que con esos límites un poco difusos”.

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