No deja de ser un hecho paradójico cuando el Estado le entrega un reconocimiento como ciudadano ilustre a alguien a quien cinco décadas atrás empujó al exilio. Es también la evidencia del largo camino que la Argentina ha transitado desde el regreso de la democracia. Porque aquel gobierno que obligó a Alberto Díaz a exiliarse era uno de facto; y la legislatura que lo homenajea fue elegida por el voto popular.
Ayer, gracias a un proyecto de ley que impulsó el diputado Franco Vitali —hijo de Elvio Vitali, el mítico librero de Gandhi y director de la Biblioteca Nacional entre 2003 y 2005—, la Legislatura porteña reconoció a Alberto Díaz como Personalidad destacada de la comunicación social y la cultura. Una distinción que, a la vez que recuperación de la memoria histórica cultural del país, es un acto de justicia con quien moldeó buena parte de las lecturas de América latina.
Con más de cincuenta años de trayectoria en el mundo del libro, Alberto Díaz empezó su historia con un puesto inferior en la editorial que montaron dos amigos y terminó como director en un gran grupo. Trabajó en Siglo XXI, Alianza, Losada, Espasa Calpe y Planeta, donde estuvo a cargo del sello Emecé. Publicó más de cuatro mil libros; algunos autores: Jorge Luis Borges, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar, Eduardo Galeano, Juan José Saer, Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo, Osvaldo Soriano, Abelardo Castillo, Vlady Kociancich, Paulo Freire, Andrés Rivera.
El reconocimiento, sin embargo, fue aprobado por mayoría y no por unanimidad. “Los que votaron en contra son los mismos que quieren derogar la ley del libro”, dijo Vitali. Si bien —y a tono con el compromiso político y esencial de Díaz— se plantaron algunas banderas con respecto a la batalla cultural que se da a partir de la presidencia de Javier Milei, la ceremonia tuvo el color de un festejo íntimo, sencillo, familiar. Con la presencia de numerosos autores publicados por él, colegas editores, antiguos compañeros de oficina, su mujer, sus hijos, el acto contó con la participación de Ana María Shua, Horacio Tarcus, Ignacio Iraola y Carlos Ulanovsky.
La aventura de un editor
La primera en hablar fue Ana María Shua, que tuvo un arranque interesante: dijo que había recibido el encargo de hablar mal de Alberto Díaz y que el pedido se lo había hecho Carlos —el hijo, actual director de la editorial Siglo XXI—, y ella, obediente, había buscado la manera de cumplirlo.
“Los editores saben que cuando les arden las orejas es porque los escritores estamos hablando de ellos”, dijo. Las orejas de Díaz, entonces, deben haberle ardido bastante porque ella tuvo la oportunidad con muchos otros escritores, pero, después de hacer una búsqueda exhaustiva, comprendió que no iba a encontrar lo que buscaba: “No encontré a nadie que me dijera algo malo de Alberto”.
Ana María Shua habló poco, y lo hizo con esa costumbre tan suya de decir cosas profundas pero en un tono casual y siempre con humor; un poco a la manera borgiana, pero con más elegancia. Díaz, dijo, es un editor que cuida a sus escritores, que se preocupa por que los libros estén en las librerías y que la obra esté reunida. “Los escritores somos frágiles y Alberto ha cuidado a sus autores en forma personal con su carisma, con su respeto, su amor por las obras”.
El editor historiador
Con un nombre que parece salido de un disco de Emerson, Lake & Palmer, Horacio Tarcus es uno de los grandes intelectuales del país. Tiene una vasta trayectoria académica, y se ha especializado en la historia del socialismo y el marxismo. Fue subdirector de la Biblioteca Nacional. Actualmente dirige el Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas y la “Biblioteca del Pensamiento Socialista”, de la Editorial Siglo XXI.
La amistad con Alberto Díaz viene de muchos años. No sólo comparten la visión política, sino también la profesión: ambos son historiadores. Tarcus comenzó su participación recordando los libros que Díaz le publicó en Emecé: el Diccionario biográfico de la izquierda argentina, las Cartas de una hermandad. Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco y Samuel Glusberg y la edición definitiva de Historia del Pueblo Argentino. 1500-1955, de Milcíades Peña. Todos libros largos, complejos, con ilustraciones o fotografías; todos con la necesidad de un trabajo intenso de edición y dedicación.
“Ninguno de estos libros se hubiera publicado sin el respaldo de Alberto”, dijo. Y, para dar otro ejemplo de la manera en que Díaz se compromete con una idea y la lleva hasta las últimas consecuencias, habló de otro libro que no se hubiera publicado sin su insistencia. Cierta vez había recibido el original de un libro que él entendía que debía ser publicado, pero en la filial argentina de Siglo XXI pensaban distinto. Entonces llevó el libro un poco más arriba y logró convencer al director Arnaldo Orfila. Así se publicó Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano.
“Los libros que él publicó abrieron camino a la vida intelectual argentina”, dijo Tarcus. Y cerró diciendo que celebraba este reconocimiento porque “Alberto es alguien que contribuyó a editar la biblioteca en la que me formé”.
El editor inventor
Hermosa y muy emotiva fue la participación de Ignacio Iraola, que, para no dejarse llevar por los nervios, preparó un texto del que aquí extraemos algunos pasajes. El ex director de Planeta leyó rápido, siempre andando por la cornisa del llanto, y habló de un Díaz distinto al de los demás, tal vez porque ellos compartían generación. El Alberto Díaz de Iraola, además de un editor profesional, es un maestro protector que te acompaña y te forma en la carrera.
“Él era el capo editorial, yo el jefe de prensa, y teníamos mucha vida social en conjunto, ya que en ese momento había presentaciones de libros casi todos los días, visitas de autores, cócteles y comidas. La vida era una fiesta y el trabajo nos gustaba”.
“Gracias a Alberto conocí a Juan Gelman, a Roa Bastos y durante muchos años tuve una cercanía ridícula con Juan José Saer. Ellos dos eran muy amigos, pero a la vez tenían una relación de respeto y afecto como nunca volví a ver en mi vida entre un autor y un editor. Eran muy amigos y se conocían y se querían en serio. Saer vivía en Francia pero una o dos veces al año venía a Buenos Aires, Planeta aprovechaba para manijear sus libros y ellos me sumaban a esa yunta. Alberto sabía que yo era fan de Saer y me sumaba a la comidas y a las salidas, y Saer —el escritor más fino, pero un atorrante hermoso con mucho humor— siempre quería ir a un almacén de fiambres en Solís y la autopista, que manejaba un japonés”.
“Alberto inventó un modo de editor: el que viajaba por Latinoamérica descubriendo talentos, fundando editoriales e incluso vendiendo libros. En un momento en que la edición argentina era la más potente en habla hispana, Alberto descubrió autores, abrió mercados, ayudó a las librerías. Es tremenda la influencia de Alberto Díaz en la edición moderna. Un caso único de constancia y talento. Un militante absoluto de los libros, al punto tal de haber sufrido el exilio con su familia por publicar libros y por pensar distinto a los animales”.
“Una vez nos peleamos y al rato me dijo algo hermoso: ‘Nachi, con los amigos hay que pelearse de tanto en tanto para saber cuánto uno los quiere’. Yo lo tuve siempre como a un hermano mayor y como un consiglieri, y muchos de sus consejos me los quedo para mí, para toda la vida. Y de Alberto Díaz aprendí dos cosas centrales que espero poder trasladárselas a mi hija: aprendí dignidad y lealtad ante todo”.
De profesión: editor
Sencillo, solidario, discreto, accesible, cordial. Carlos Ulanovsky usó estas palabras para caracterizar a Díaz. Después de tantos discursos, “Ula” prefirió vestirse con el traje que mejor le queda, el de periodista, y le hizo una entrevista en vivo. Consiguió declaraciones que podrían titular esta y varias otras notas: “No publiqué nunca un libro que haga daño”, “Saer me tapó, quedé como el editor de Saer”, algunas más. Las respuestas de Díaz eran siempre largas, salvo una:
—¿Nunca se te ocurrió publicar un libro?
—No —tajante. El público empezó a reírse.
—¿Por qué?
—Porque soy muy exigente.
Después hubo tiempo para fotos y la celebración continuó en el bar de Yrigoyen y Perú. Tal vez quienes hayan estado comiendo en las mesas cercanas no supieran quién era ese hombre de traje marrón y pelo ralo que, sin embargo, les enseñó a leer.
[Fotos: prensa Legislatura C.A.B.A.]