La belleza de la semana: “Los últimos búfalos”, de Albert Bierstadt

En esta obra de uno de los maestros del paisaje norteamericano, la representación romántica del suelo salvaje sugiere una reflexión sobre la conquista del oeste y el impacto en los pueblos nativos

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"Los últimos búfalos" (1888), óleo
"Los últimos búfalos" (1888), óleo sobre lienzo (180,3 x 301,63 cm, Galería Nacional de Arte, Washington D. C.)

Aunque nació en Alemania, Albert Bierstadt (1830-1902) hizo su fama como uno de los grandes pintores del paisaje estadounidense. Sus espléndidas pinturas del salvaje Oeste contribuyeron a darle forma a la idea del Destino manifiesto, aquella creencia difundida por los colonos de que la expansión de los Estados Unidos en dirección al océano Pacífico estaba destinada y justificada. Sin embargo, hay quienes ven en su aproximación romántica y sublime a la naturaleza y a los nativos de esas tierras un cuestionamiento del impetuoso avance sobre el territorio.

Tras pasar su infancia en New Bedford, Massachusetts, donde sus padres se establecieron dos años después de su nacimiento, Bierstadt regresó en su juventud a Europa para estudiar pintura en Düsseldorf. Esa formación, que lo llevó a conocer los paisajes alpinos, le sería muy provechosa a su vuelta. Cuando se sumó en 1859 a la expedición de inspección de Frederick W. Lander hacia las Montañas Rocosas, el pintor pudo aplicar las habilidades técnicas y la experiencia adquiridas en los cuadros realizados en el terreno. El conjunto de obras que plasmó en el viaje lo convirtieron muy pronto en el pintor emblemático del Oeste americano.

Después de concluir sus trabajos sobre las Montañas Rocosas, Bierstadt emprendió su segundo viaje al oeste en la primavera de 1863. Acompañado por Fitz Hugh Ludlow, un escritor célebre que más tarde publicó un libro sobre su aventura transcontinental, pasó varias semanas en el Valle de Yosemite completando los estudios al aire libre que luego utilizaría para componer sus pinturas más ambiciosas. A su regreso, el artista emprendió una serie de pinturas a gran escala que no solo aseguraron su preeminencia como paisajista, sino que también ofrecieron a una nación diezmada por la guerra una visión de su propia Tierra Prometida.

"Montañas Rocosas, Pico Lander" (1863),
"Montañas Rocosas, Pico Lander" (1863), óleo sobre lienzo (1,87 x 3,07 m - Metropolitan Museum)

Si bien se lo asocia con la escuela de pintores de las Montañas Rocosas, Bierstadt también fue parte de la segunda generación de la Escuela del Río Hudson de Nueva York, un grupo informal de pintores que basaron su estilo en pinturas cuidadosamente detalladas con una iluminación romántica, casi resplandeciente, a veces denominada luminismo. En las escenas pastorales de sus cuadros se conjuga una representación realista con una mirada idealizada de los espacios naturales, que estaban desapareciendo rápidamente del valle del Hudson. La naturaleza salvaje era concebida por estos pintores como grandiosa, sublime y producto de la divinidad.

Durante la última mitad del siglo XIX, las manadas de bisontes que antes se contaban por millones fueron casi exterminadas. Bierstadt fue testigo de esta extinción y en 1888 pintó una escena alegórica que también representa el ocaso de otro símbolo elemental del Oeste americano: las tribus indígenas de las llanuras. Este trabajo fue tan importante para Bierstadt que produjo dos versiones, una se encuentra hoy en la Galería Nacional de Arte y la otra en las colecciones del Buffalo Bill Center of the West. Ambas obras ayudaron a concienciar al público de que el destino de los nativos americanos y del bisonte americano en el Oeste estaba amenazado.

En Los últimos búfalos, el ambicioso paisaje combina una variedad de elementos que Bierstadt había esbozado durante sus excursiones al oeste, aunque en este caso representa la fauna que desaparece de la naturaleza salvaje. La vista incorpora espacios característicos de las Grandes Llanuras como el río ancho en el centro, las praderas, colinas, mesetas y los picos nevados. También, además de los búfalos, se advierte varios animales de ese ecosistema como alces, coyotes, antílopes, zorros, conejos e incluso un perrito de las praderas en la parte inferior izquierda. Muchos de estos animales se giran para mirar el hombre a caballo enzarzado en combate con un búfalo a la carga.

"Tormenta en las montañas" (ca.
"Tormenta en las montañas" (ca. 1870), óleo sobre lienzo (96.52 x 152.72 cm - Museo de Bellas Artes de Boston)

Pero antes que una descripción exacta de la vida en la frontera, el artista compone en el núcleo del cuadro una escena romántica. Esparciendo cráneos de búfalo y otros huesos alrededor de la batalla mortal, Bierstadt creó lo que un erudito describió como “una ficción magistralmente concebida que aborda cuestiones contemporáneas” y que hace referencia, e incluso lamenta, la destrucción causada por la invasión de los asentamientos. La pasión de Bierstadt por los pueblos nativos de las llanuras y la fauna de la región se refleja en su libreta de apuntes y en sus pinturas dedicadas a los campamentos sioux y shoshone, entre otros.

Aunque el cuadro se vendió en su momento por 50.000 dólares, el precio más alto jamás alcanzado por un artista estadounidense en el siglo XIX, un comité de artistas rechazó su inclusión en la exposición americana de la Exposición Universal de 1889, lo que causó un gran revuelo en la prensa. Bierstadt, por su cuenta, expuso el cuadro en el Salón de París, donde fue visitado por artistas lakota, encabezados por los jefes sioux Oso Rocoso y Camisa Roja, que viajaban con el espectáculo del Salvaje Oeste de Buffalo Bill.

A pesar de su popularidad, Bierstadt fue criticado por algunos de sus contemporáneos por el romanticismo evidente en su elección de temas y por su uso de la luz, que consideraban excesivo. También hubo quienes consideraban que la inclusión de nativos americanos en sus paisajes “estropeaba” la “impresión de grandeza solitaria”. Al momento de su muerte, el auge del impresionismo dejó en el olvido su producción. El interés se renovaría en la década de 1960 con una serie de exposiciones en que resaltaron no las grandes pinturas occidentales, sino los pequeños bocetos al óleo que había utilizado como “notas de color” para los paisajes panorámicos que le habían brindado tanto éxito un siglo atrás.

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