Escritores ante el desafío de la página en blanco: un sinuoso camino del mito a la realidad

Inés Fernández Moreno, Guillermo Martínez y Gustavo Nielsen revelan a Infobae Cultura sus sensaciones ante el acto de escribir. “Lo único que tenemos que hacer es tomar nota”, resume Nielsen

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Infobae Cultura dialoga con Guillermo
Infobae Cultura dialoga con Guillermo Martínez, Inés Fernández Moreno y Gustavo Nielsen sobre superar los desafíos que impone la escritura y el miedo a la página en blanco

¿Cómo atravesar el terreno –a veces pantanoso e incierto, otras gratificante– de la escritura? ¿Y de qué manera manejar la ansiedad que genera no poder escribir? Inés Fernández Moreno, Guillermo Martínez y Gustavo Nielsen comentan sus experiencias a Infobae Cultura, mientras evocan consejos de Ernest Hemingway y Abelardo Castillo y una dedicatoria de Rodolfo Fogwill.

A la pregunta de si alguna vez sufrió un bloqueo literario, Martínez –quien por estos días publica Once tesis (y antítesis) sobre la escritura de ficción– responde: “Me ocurrió, aunque una sola vez, de pasar dos años enteros sin escribir. Fue durante mi estadía en Oxford para estudiar lógica matemática”. “Me pasó y me pasa”, señala la cuentista y novelista Fernández Moreno, de quien se editó el año pasado el volumen de relatos No te hagas ilusiones. “Y lo vivo siempre con angustia, sobre todo ahora que soy más grande y que me pregunto hasta cuándo voy a escribir”. Nielsen, quien volvió al ruedo con su libro de cuentos fff tras más de una década sin publicar, asegura no tener ese problema. Y revela su particular truco: “Suelo tomar infinidad de notas”. A la vez, el autor y arquitecto defiende también la posibilidad de no escribir. “¿Para qué forzarte a escribir cuando no tenés nada para decir?”

La evasión a otro tipo de escrituras, las anotaciones, la rutina diaria… cada uno de estos autores de vasta trayectoria despliega sus propias tácticas. Fernández Moreno, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz con su novela El cielo no existe, es partidaria de “sentarse a escribir otra cosa” o bien dedicarse “con pasión a otras obsesiones”. La sugerencia de Nielsen, ganador del Premio Clarín de Novela por La otra playa, es “bajarse la aplicación de cualquier grabador al teléfono y salir a la calle. Ese es el lugar de las ideas”. Y agrega: “La gente que camina va dejando sus ‘restos diurnos’ de conversaciones, volatilizados por el aire. Lo único que tenemos que hacer es tomar nota”.

Ernest Hemingway (1899-1961): "Termina de
Ernest Hemingway (1899-1961): "Termina de escribir cuando aún sabes lo que sigue después", el consejo que sigue Guillermo Martínez

Por su parte, a Martínez, Premio Nadal de Novela con Los crímenes de Alicia, lo que le da mejor resultado es sentarse a trabajar todas las mañanas, a la vez que toma el consejo de Hemingway de “no escribir todo lo que uno podría avanzar cada día, sino dejar un resto para el día siguiente, algo ya pensado, como un puente de continuidad para reiniciar la escritura. En el mismo sentido, Abelardo Castillo aconsejaba no cerrar los capítulos en un día de escritura sin escribir aunque sea, como una liana, la primera frase del próximo”.

De la aniquilación de hormigas al grabado

Si un autor o autora sufre un bloqueo literario, que puede agazaparse tanto en el inicio como en el desarrollo de un texto, ¿a qué recursos puede apelar? Fernández Moreno, Nielsen y Martínez detallan sus estrategias a Infobae Cultura.

“La mejor manera de lidiar con la sequía, para mí, es sentarse a escribir otra cosa”, dice Fernández Moreno. Ya sea “un haiku, títulos posibles para una novela inexistente, juegos de palabras, algún cuento infantil, una crónica…. Y otra es la evasiva, dedicarme con pasión a otras obsesiones que tengo, como por ejemplo el orden que nunca logro establecer del todo en mi casa o la aniquilación de las hormigas”.

Inés Fernández Moreno habla sobre
Inés Fernández Moreno habla sobre la ansiedad de enfrentar períodos sin escribir

¿Qué consejo le daría a alguien que atraviesa un bloqueo creativo? Fernández Moreno sugiere no angustiarse tanto y aceptar que se pasa por distintas etapas. “Que se necesitan períodos de reposo y de acopio. Entretanto hacer ejercicios breves. Y leer, siempre leer. Creo que es particularmente productivo leer sobre otros temas que no sean estrictamente literarios. Por último, cuando estás al fin escribiendo, tener conciencia profunda de que lo estás haciendo, celebrarlo, palmearte la espalda”.

Nielsen, por su parte, sostiene directamente que “la inspiración no existe”. Por eso, se siente “una especie de vampiro de los decires de los demás”. “Vivo parando la oreja donde voy. Y grabo. Y después paso las grabaciones a mis cuadernos Rivadavia de hojas blancas. Cada nota de mis colecciones es el germen de algo para contar, para pegar en alguna parte, para usar de herramienta literaria”.

En su artículo “La fiesta del lenguaje” para la revista La Balandra, Nielsen reflexiona sobre lo inspiradoras que resultan frases escuchadas en las calles o en el transporte público: “Creo que descubrí por qué los escritores de ficción no manejamos autos. (…) Nadie puede tener miedo a la hoja en blanco si tiene un grabador en la ciudad; o una libretita en la mano para anotar la fiesta del lenguaje. Y la antena encendida”.

Y, entre algunos ejemplos estimulantes, cita: “¡Pero qué linda sombra tiene la señora!” “Las palomas hacen sonidos acuáticos”. “Fue educado en el shaolinato de Morón”. “Acabamos juntos por Skype”.

"Cada nota de mis colecciones
"Cada nota de mis colecciones es el germen de algo para contar", dice Eduardo Nielsen

El autor de Crímenes imperceptibles y La muerte lenta de Luciana B., en cambio, dice: “La mejor manera es sentarme de todos modos cada mañana, pensar, ‘soplar las cenizas’ para avivar el fuego de lo que ya está escrito y confiar en que hay algo del orden cuasi muscular en escribir, una práctica que debe hacerse de manera regular. Es en esa persistencia que se va conformando el mundo paralelo y fantasmal que invocamos”.

Y Martínez, uno de los autores argentinos más traducidos, agrega: “El primer día quizá solo podemos pensar vaguedades, el segundo aparece una línea, que inmediatamente tachamos, el tercero una frase entera se deja escribir y apunta a algo más allá, el cuarto día tenemos una recaída fatal, al quinto nos reponemos y escribimos un párrafo entero o una línea ingeniosa de diálogo… De a poco, milagrosamente, escribimos media página cada día y las hojas lentamente se van apilando”.

La hoja en blanco: ¿mito o realidad?

La consulta a estos tres autores es si realmente creen en el síndrome de la hoja en blanco o si se trata más bien de un mito. Y, por otra parte, ¿existe el tiempo “perdido” en el oficio literario?

Martínez refiere su experiencia personal en este terreno: “No tuve exactamente el síndrome de la hoja en blanco sino otro problema, quizá más frecuente entre escritores, de muchas deliberaciones y rodeos para decidir el ‘ataque’ de un relato, es decir, el momento de inicio, la frase inicial, dónde romper y hundir para abrir el paso. El principio es, como ya afirmaba Aristóteles, más de la mitad del todo, y hay que tomar una cantidad de decisiones que gravitan sobre el resto de la narración, tanto en una novela como en un cuento”.

En Once tesis (y antítesis) sobre la escritura de ficción, Martínez dedica justamente una de las tesis al problema del principio y escribe: “Al fijar ciertas decisiones narrativas en el comienzo, quedan cerradas hacia delante algunas posibilidades y empiezan a vislumbrarse otras”. Al mismo tiempo, apunta: “Algo de la seducción del texto, de la confianza narrativa que nos inspire el autor para embarcarnos en su historia, se decide también en el principio. Del mismo modo que al ver unas pocas escenas de una película uno puede calarla, y sabe instantáneamente si vale la pena seguir adelante, lo mismo ocurre con las novelas y los cuentos”.

Para Guillermo Martínez, es decisivo
Para Guillermo Martínez, es decisivo "el momento de inicio, dónde romper y hundir para abrir el paso"

Martínez comenta a Infobae Cultura que no cree que el miedo más común de un verdadero escritor sea a la hoja en blanco, “sino más bien a los bloqueos, es decir, a ese momento casi fatal en cualquier relato en que aparece la tensión inevitable entre lo que uno imaginaba que escribiría y lo que ocurre en el tablero cuando también ‘juegan las negras’ de lo ya escrito”.

El doctor en Ciencias Matemáticas explica que, si se empieza con el pie equivocado, puede pasar que se necesite rehacer enteramente lo ya escrito. “En Los crímenes de Alicia tuve que reescribir desde el principio seis capítulos cuando me di cuenta de que el arranque era demasiado estático. Fue la primera vez que me ocurrió algo así. Estuve a continuación casi seis meses más en blanco porque debía imaginar el elenco de la hermandad de biógrafos de Lewis Carroll y quería que cada uno tuviera su pequeña excentricidad y su doble o triple vida oculta. Si no lograba concebirlos y hacerlos comparecer con la suficiente nitidez, era imposible seguir adelante”.

A la vez, sobre ese tiempo que pasó en Reino Unido sin escribir, el autor de La última vez analiza: “Al tener que hablar y pensar en otro idioma, y en el esfuerzo de la doble adaptación al nuevo idioma y a la vida en un lugar tan extranjero, se me retiró misteriosamente el lenguaje íntimo mental de las asociaciones literarias y solo me quedó el castellano de la comunicación trivial de entrecasa. Lo recuperé durante la escritura de La mujer del maestro, durante unas vacaciones en España antes de volver a la Argentina. Por suerte, como dice la frase consoladora y a veces incluso cierta, ‘para un escritor, no hay años perdidos’: esos años en Oxford los recuperé luego al escribir Crímenes imperceptibles y Los crímenes de Alicia”.

Nielsen, por su parte, se muestra convencido de que el síndrome de la hoja en blanco “es un mito”. El autor de La fe ciega toma incontables notas, pero no lo hace por evitar el papel en blanco. “Soy una especie de monstruo creativo. Hay en mis cuadernos más proyectos de los que –tal vez– pueda concretar. Con la arquitectura me pasa igual, me volví una máquina de tirar ideas. Me canso solamente al decirlo”.

El síndrome de la hoja
El síndrome de la hoja en blanco "es un mito", opina Eduardo Nielsen

“No hablaría de la ‘hoja en blanco’, a mí la hoja ni fu ni fa”, opina la autora de La última vez que maté a mi madre y No te quiero más. “Salvo como metáfora, porque el lugar en blanco es otro. A mí los cuentos se me aparecen siempre como ideas que empiezo a desarrollar en el pensamiento. Así que cuando llego a la ‘otra’ hoja, me resulta fácil volcar lo que estuve rumiando aunque sea de forma desordenada, un barro diría. Después, limpiarlo, organizarlo, desarrollarlo, corregirlo, etc., es el momento más placentero”.

Desde el punto de vista de la hija del poeta César Fernández Moreno y nieta de Baldomero Fernández Moreno, “la cosa se va volviendo más difícil a medida que pasan los años. Uno teme repetirse, deja de estar en el centro del torrente vital, en un lugar de mayor reflexión y menos urgencias…”

Y recuerda que “Abelardo (Castillo) decía que, más difícil que llegar a ser escritor, es sostener después ese lugar. Cuando era más joven se me ocurrían ideas con una frecuencia casi matemática. Como una gallina poniendo huevos. Ahora no es así. Y cuando trabajo algún cuento me lleva mucho más tiempo. Pero el placer y la inseguridad y los sobresaltos que me genera la escritura nunca cambian”.

¿Escribir o leer?

¿Un autor o autora debería estar todo el tiempo escribiendo? ¿O es preferible que alterne con periodos dedicados exclusivamente a la lectura?

Nielsen opina que “la lectura es mucho más importante que la escritura”. Además, no ve el sentido de forzarse a la escritura sin nada para decir. “Escribir como ejercicio sirve solamente como eso, una ejercitación para no dormirse. No suele haber nada digno de publicación, ahí. Ese era un tema recurrente en nuestras charlas con Fogwill, que a veces se sentía presionado porque pasaba largos períodos sin producir textos nuevos. Cuando sacó Los pichiciegos estaba recontento. Amargado por la guerra de mierda, pero entusiasmado por la aparición de su libro”.

Fogwill sentía presión si no
Fogwill sentía presión si no escribía mucho, cuenta Nielsen

El escritor y arquitecto comparte con Infobae Cultura la fotografía de “una dedicatoria preciosa” que le hizo Fogwill años después en un ejemplar de la novela, aunque “diga una barbaridad que debiera avergonzarme”. Firmado de puño y letra, se lee: “Para Nilsen (sic) que me enseñó a no escribir”.

Para Martínez, todos los escritores tienen “períodos de acumulación silenciosa, de ‘germinación’, como diría Henry James, en que las ideas luchan en silencio unas con otras, crecen, prueban el filo de sus uñas, gritan para llamar la atención, etc. En mi caso, después de cada novela que publico tengo períodos de lecturas que rondan el nuevo tema que se impone entre los que tengo en lista de espera. Una lista que, ya me temo, no llegaré a cubrir en esta vida”.

Desde el punto de vista de Fernández Moreno, es imposible estar siempre escribiendo. “Siempre leyendo es la manera de ser natural en un escritor. Y siempre pensando, observando, descubriendo lo singular detrás de lo más aparente”.

El escritor y arquitecto Gustavo
El escritor y arquitecto Gustavo Nielsen comparte con Infobae Cultura la fotografía de “una dedicatoria preciosa” que le hizo Fogwill

Cómo es la rutina de un escritor

La autora de Malos sentimientos no se considera un buen ejemplo en este sentido. “Tengo cero rutina, aunque me la paso prometiéndome un programa estricto de, al menos, dos horas diarias”. Cuando se inspira, frecuentemente en horas de insomnio, a veces toma nota y otras, se olvida. “En una época tenía siempre una libretita y, más de una vez, pude comprobar con placer cómo había desarrollado la mayoría de las ideas que había anotado allí. De todas maneras, por mi trabajo, todos los días estoy sentada frente a la compu, así que esa disposición ayuda”.

Nielsen explica que cuando las notas de sus cuadernos empiezan a crecer, las pasa a carpetas etiquetadas con el nombre del proyecto. “Si son cuentos, los escribo directamente –en ocasiones se trata simplemente de pasar notas y unirlas con textuales, siempre suelo tener el principio y el final casi terminados–. Pero si se trata de novelas, empiezo a coleccionar más datos, montañas de datos, en hojas número tres rayadas, de la misma marca que los cuadernos. Muy escolar, mi misión”.

“A veces junto más de una carpeta, seiscientas o setecientas notas para una novela de trescientas páginas. Tardo años, pero la voy tallando. Cuando las notas se empiezan a repetir, decido que es hora de retirarme a escribir el mamotreto”, detalla. Entonces Nielsen busca un lugar apartado, como una casa frente al mar que le prestaban en La Pedrera, Uruguay. “Allí escribí El amor enfermo, La otra playa y El corazón de Doli. Ahora alquilo un lugar en las sierras de Córdoba, donde acabo de terminar una novela de viajes en el tiempo. Repito: la inspiración no existe, es pura concentración”.

La Pedrera, Uruguay: uno de
La Pedrera, Uruguay: uno de los lugares favoritos de Nielsen para escribir

Martínez se apega a su rutina de sentarse cada mañana algunas horas, “hasta escribir media página o, en los mejores momentos, una página entera”. “Desde la pandemia, algo que me ayuda mucho es no interrumpir la escritura sábados y domingos. Lo esencial, sobre todo para una novela, es mantener la continuidad de ese mundo siempre en peligro de la ficción, que se sostiene solo por nuestra fuerza de voluntad y está amenazado todo el tiempo por la realidad, las urgencias de los trabajos y deberes familiares, las redes sociales, los vaivenes de la política, etc.”.

“Escribir es un chocolatín” o poemas en latas de galletitas

Queda entonces, flotando, la pregunta de si un autor o autora necesita ver editados sus textos para legitimarse en su oficio.

Nielsen saca su balance: “Hay que escribir todo lo que uno quiera, pero publicar solamente lo que a uno le gustaría leer”. Y continúa: “Los escritores deberíamos tener más respeto por el lector común, evitando las urgencias de los agentes, editoriales, prensa, y los propios prejuicios sobre ‘qué pasará si no publico más’. Si no publicás, nadie se va a dar cuenta. El medio está sobrevaluado”.

“Soy un autor que no publica”, revindica Nielsen. “A pesar de haber sacado libros en Alfaguara y en Planeta, un día me cansé de las esperas y los manoseos y decidí no darle más bola a nadie. Fue aburrimiento de un mercado raro, sonso, que jamás pude entender”. Hasta que, doce años después, lo contactaron del sello Aurelia Rivera Libros y le entregó fff para que lo editasen.

“Me gusta escribir, me enferma publicar y todo lo que viene después. Reportajes en diarios que jamás compraré, en tele que jamás veré, en radio que jamás escucharé. Es bien complicado para mí ser yo. Pero lo voy logrando. Y nunca sentí que escribir fuera un verdadero trabajo. Más bien es una vacación, una alegría, un chocolatín”, agrega.

Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957)
Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957)

Fernández Moreno complementa que “un escritor es un escritor más allá de los éxitos sociales o editoriales que obtenga”. “Pensemos en Macedonio, por ejemplo, que guardaba sus poemas en una lata de galletitas. En Santiago Dabove y en tantos otros ejemplos. Lo que sí hay es una necesidad de intercambio, de diálogo, de lectores. Cada uno establece un equilibrio personal entre su ser escritor interno y su ser escritor social, donde entran otras actividades extraliterarias”.

Para Martínez, la historia de la literatura muestra que a muchos escritores les bastó un solo libro publicado, e incluso ninguno, para legitimarse. Y cita el caso de El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, editado de manera póstuma. “Pero en general, y si dejamos de lado los casos más bien excepcionales de obra mínima (Juan Rulfo, Andrés Caicedo, Salvador Benesdra, Harper Lee, etc.), casi todos los escritores han intentado ‘decir su palabra’ con cierta insistencia, sin decidirse a romperse, como pedía Nietzsche, ni retirarse al silencio para siempre”.

El autor y matemático señala que “esta insistencia tiene algún sentido porque quizá lo más difícil en literatura es encontrar alguien que realmente lea, con todo el peso de atención, lealtad, tiempo, reflexión, seriedad, que puede tener esta práctica casi olvidada”. Y concluye : “Muchos escritores, entre los que me cuento, pensarán, entre la ilusión y lo iluso, que ‘la próxima vez’ lo dirán mejor, para que finalmente se entienda”.

[Fotos: Ana Bugni; Ale López; Nicolás Trombetta; Lloyd Arnold/Hulton Archive/Getty Images; Mohssen Assanimoghaddam/DPA; Télam S. E.]

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