Liliana Porter explora el placer estético de un mundo en miniatura

La artista argentina radicada en EE. UU. expone “Cuentos inconclusos” en Ruth Benzacar. En diálogo con Infobae Cultura, dice que para ella “todo tiene el potencial de ser símbolo o metáfora de algo”

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“El hombre con el hacha soy yo” –dice Liliana Porter (Buenos Aires, 1941) mientras da los últimos toques a Cuentos inconclusos en la galería Ruth Benzacar, donde una tarima rectangular de ocho metros de largo funciona como escenario para una instalación central, La barrendera (con delantal azul) –. Pero antes de llegar hasta ahí, cerca de la entrada, una pantalla reproduce la pieza de video que presta el título para la exhibición, compuesta a dúo con la artista Ana Tiscornia.

Además, sobre las paredes perimetrales, una selección de obras abarca diferentes formatos y técnicas como pintura, escultura y dibujo, presentando diversas escenas o situaciones que atraviesa su gran familia de pequeños personajes, cuyo contexto es al mismo tiempo desproporcionado y neutral; limitado y enorme. Semejante asimetría pareciera volverlos inmóviles, aunque siempre se los ve en una acción de traslado, trabajo o transformación, aunque sea por momentos ensimismada, silenciosa o incluso quieta. Cierta paradoja del despliegue visual los hace parecer ordenados y prolijos, aunque su mundo es indudablemente confuso y caótico.

En Back again [De vuelta de nuevo], uno de los dibujos, se puede ver un camino laberíntico trazado con lápiz con algunas piedritas de colores a modo de obstáculos a lo largo de las líneas, con un personaje al final. “Siempre el tema mío del caminante, que se repite. Va a tener que pasar esos escollos, se ve”. La obra puede tener muchas metáforas, “trato de que no tenga un solo sentido; pero siempre el camino reaparece” –dice Porter–.

La barrendera
La barrendera

¿El camino como algo que está trazado?

— Es el tiempo que ya pasó.

Señala también una pintura con diferentes tonos de azul chorreados sobre un fondo blanco. Un estante finito sobresale del borde inferior y sostiene una fragata con sus velas desplegadas y pequeñas, intentando flotar en medio de una ola monumental (BlueWaves [Olas azules]). “Los temas del viaje y del barco también son recurrentes en distintos formatos y situaciones. Esto es acrílico sobre tela. Tengo muchas obras con chorreados y cosas así y me gusta porque uno no tiene control y es como si estuvieras trabajando con otro. Obviamente, si no me gusta, lo descarto o después lo manipulo, pero siempre me llama la atención, en qué momento decidís que la obra ya está lista. Porque no hay una receta fija, aunque sí hay un orden que está en la naturaleza que es el que uno intuitivamente sigue”.

¿Esta sería tu versión de una pintura abstracta?

— Abstracta, no, porque está el viaje y la ola, tiene narrativa, se ve que hay una tormenta, algo peligroso y, al mismo tiempo, como un peligro medio esplendoroso visualmente. Y siempre todas las cosas transcurren en un fondo neutro, un no-contexto, blanco o monocromo sin una definición de tiempo o de geografía. Me interesa porque lo hace más amplio al no ser tan específico.

¿Pero siempre hay algún tipo de traslado?

— Miremos los traslados.

Porter apunta hacia una hilera de dibujos sobre hojas de cuadernos Rivadavia. Son de diferentes años y las características del papel varían sutilmente. “Por ejemplo, este es de 2017, se llama Sin título con perro. Los llamo “situaciones”. Me gusta armarlos con elementos que encuentro: tengo sobre la mesa personajes, objetos y se te van ocurriendo, me encanta hacer esto”.

En esta serie aparecen otros temas recurrentes como el pintor, The Artist, y el diálogo entre dos seres distintos. En A Place to Stay [Un lugar para quedarse], el personaje se encuentra en medio del camino, pero decidió instalarse en un punto. “Se ve que le gustó porque había sol [dibujado]. Porque también es raro pensar, de todos los lugares del mundo, ¿por qué uno vive en tal lado, no? Muy poco es lo que conocés, lo que hacés tuyo”. The White Package [El paquete blanco] es uno de los favoritos “porque no sabés qué lleva, pero algo raro lleva. Si yo fuera profesora de literatura, diría esta es la ilustración, ahora tenés que escribir el cuento. El tipo que sostiene un hilo es otra cosa que he hecho muchas veces”.

"Me gusta armarlos con elementos
"Me gusta armarlos con elementos que encuentro: tengo sobre la mesa personajes, objetos y se te van ocurriendo", dijo

Lo sostiene de una punta, pero es resto cae.

— Sí, pero andá a saber por cuánto tiempo o qué es el “String” [hilo], también tiene que ver con el pasaje del tiempo y con el sentido.

Porter señala un hombrecito que sale de la pared, sobre la que ha realizado una serie de perforaciones. “Acá ya pasamos a lo tridimensional. Siempre hay trabajadores en mi obra, mirá todos los agujeros que está haciendo. Se llama The Task [La tarea], el tipo tiene que hacer eso”. A unos pasos de este personaje ficcional cuyo trabajo altera la textura de la pared real, se sienta pensativo El Señor Mihai, padre de la artista Alicia Mihai Gazcue, al borde de una cama metálica, despintada y sin colchón: “Un poco dramático. Se ve que se quiso mudar” –observa la artista–.

Se lo ve muy despojado, debe estar en Rumania, donde vive Alicia.

— Esa cama es rumana.

¿Estará preso?

— Es preso en su realidad.

Otra obra, Lost Objects corresponde a una serie de objetos perdidos; al lado cuelga Untitled, Alone [Sin título, solo]. “Son las dos bien tristes. Estuve haciendo un texto para una obra de teatro y en uno de los diálogos, dice la mujer:

“¿Qué es eso? / Son objetos perdidos [le responden]. / Ay, qué suerte que los encontramos. / No, no, se les perdieron a otros. / Bueno, vamos a dárselos. / Es que tampoco sabemos dónde están”

Sobre el borde de un bastidor se para la estatuilla de una mujer pequeña sosteniendo un balde minúsculo que chorrea su contenido sobre una la tela de gran formato. “Es imposible que todo eso salga del baldecito. Siempre lo que sucede es superior a la posibilidad, hay una incongruencia entre el balde y el chorro” –señala Porter–.

 El Señor Mihai
El Señor Mihai

¿Una desproporción?

— Es desproporcionado, pero existe. Es interesante hacer estas obras porque ves que es verdad, no hay forma de controlar, es un chorro formado por azul, negro y transparente. Tiras uno, esperás que se seque, pero de golpe sentís que falta algo ahí y le tirás más y podés arruinarla. Pero es divertido.

Son recurrentes los caminos trazados, pero también sus opuestos, como los chorros de pintura que no controlas, por un lado, o las marañas de hilo, tinta o lápiz, que no siguen la lógica de dirigirse hacia un punto determinado.

— La idea de desenredar la he hecho en situaciones, instalaciones, video; me gusta que el personaje tenga que desenredar un lío bárbaro. En el caso de To Untangle [Desenredar], el tipo está en una tarea que uno se pregunta para qué hacer eso, arreglarlo.

Estas obras perimetrales giran alrededor de la instalación central, donde un conjunto de objetos se apoya sobre una tarima de ocho metros de largo y va creciendo en escala, cambiando de proporción y de rango, sin por eso generar interrupciones o alteraciones abruptas en la textura visual. La vista inicia su recorrido a partir de lo más grande, instalado al fondo: un entramado de sillas arrumbadas, una antigua araña de cristal acostada contra sus patas y un violín sin cuerdas.

La mirada desciende luego hacia la superficie de la tarima, que funciona como sostén y contexto. Ahí se despliega un mundillo de personajes y situaciones, no siempre conectadas entre sí, pero tampoco aisladas. Un hombre de hojalata se mira al espejo; un grupo de soldaditos pintados de negro se amontonan formando un círculo; una cuerda, también oscura, se enreda cerca de ellos y enseguida, un cable de teléfono antiguo conecta con un auricular enorme y pesado. Enfrente, una copa metálica derrama un polvo azul que en ese contexto equivale a agua y una espiral trazada sobre un fondo negro es tal vez un remolino o un camino de montaña; otro personaje riega una flor dibujada en un fragmento de vajilla rota, entre otras escenas que convergen en el extremo contrario al de las sillas, donde la figura de una barrendera con delantal azul se avoca a la inmensa tarea de limpiar todo.

“No se sabe si la barrendera terminó o empieza su tarea, y ella es chiquita” –dice Porter–. Y agrega que le gusta que allí “conviven diferentes proporciones, tiempos, cosas absurdas. Borges escribió algo sobre la definición de ‘perro’ y qué raro que el perro de perfil tenga el mismo nombre que el de costado o visto de arriba (risa)”.

Girl with green yarn
Girl with green yarn

Y en la realidad también un perro puede ser muy distinto de otro: un caniche y un gran danés pertenecen a la misma especie.

— Es raro que sepamos que todos son perros. En la instalación hay una hilera de patos y no tienen nada que ver uno con otro. Hay unos más flacos, otros más gordos, que tienen los ojos más juntos, más brillosos, más opacos. Los fui consiguiendo en diferentes mercados de pulgas.

Hay una replicación que va generando parecidos que no son exactamente iguales.

— Me gustan siempre también el que riega la flor pintada y el tipo con el hacha. Hay otro sentado que yo me preguntaba con quién habla, ya que tiene la silla enfrente, pero está vacía, el otro no está.

Siempre hay una especie de soledad en los personajes.

— Hay algo triste.

Los soldados están casi todos caídos.

— Acá hay unas luces. Y mirá todo el desbole que tienen que arreglar los tipos. Siempre hay barcos hechos bolsa. En el fondo es retriste todo, ¿no?

.

— No es trágico, pero es triste. Hay una pareja abrazada, de cera: el tipo tenía una mecha de vela en la cabeza. En un video mío, la mecha está encendida y se ve cómo se va derritiendo, con una música genial. Y quedó hasta acá.

Sala de Ruth Benzacar
Sala de Ruth Benzacar

¿Los personajes están como Esperando a Godot, la obra de Samuel Beckett?

— Sí, como que esperan que alguien les explique de qué se trata su vida, lo que están haciendo. Uno puede volverse loco o tener la sensación de que la explicación existe; lo que pasa es que yo no la sé. Igual, el hecho de que creer que existe, me alcanza; en ese sentido, soy esperanzada. Pienso que debe haber una explicación, un orden. Y bueno, tranquilízate, ¿no?

Ya todo se va a arreglar.

— Me encanta ese personaje que es Gregorio Hernández (señala una de las estatuillas en la instalación central). Lo descubrí porque estaba en una época muy metida con la obra de [René] Magritte, que pintaba unos hombres con sombrero. En un viaje a Colombia vi una vidriera llena de lo que para mí eran esos personajes. No lo podía creer. Después supe que, para colombianos y venezolanos, era un médico del siglo XIX –por eso está de traje–, que había hecho muchas obras buenas. Allá es como un santo. Y la tejedora, la que teje algo muy grande, es otro tema que hice muchas veces. Ahí está sentadita; los barcos, ya sabemos; los caminantes, hay varios.

Y el camino se confunde o desvía hacia un cable de teléfono enrollado.

— Está presente también Alice in Wonderland [Alicia en el País de las Maravillas], la idea del viaje, el azar, algo que se derrama.

Un hombrecito de metal mira la reproducción en tamaño postal de Portrait of a Man with a Pink (1475), un retrato de Hans Memling (1430-1494). Ellos dos forman otro “diálogo entre seres disímiles: el tipo le habla y este (el de la postal) está pensando, tratando de entender, porque es en otro idioma. Están también las cosas rotas y me gusta que descubren algo que brilla y que debe ser valioso, quizá brillantes, y que haya miles de cosas, si uno empieza a descubrir: sillas, partes de relojes, fichas de juegos, vajilla rota con figuras de flores, hay un montón”. Porter define esta obra “como una especie de situación teatral de escenas simultáneas. La tarima es buenísima para empezar a trabajar, toda blanca”.

Captura del video "Still"
Captura del video "Still"

A diferencia de un escenario, se puede mirar desde arriba.

— Y se da una superposición de situaciones: la hilera de patos, el hombre con el hacha y el otro que tira el agua, que no tiene medidas coherentes, el pato es treinta veces más grande que el hombre con el hacha, pero nadie se preocupa, parece.

¿Es una perspectiva extrañada?

— Perspectiva inclusiva. Responde a otro tipo de orden.

Porque ordenado, está.

— No es un desorden ni es desprolijo y creo que no es agresivo aunque haya cosas rotas.

Hay cierto individualismo, pero hay un conjunto que funciona como grupo.

— Pero hay situaciones individuales que tienen su espacio, que no se arruinan por estar al lado de otro, sino que cada uno lo puede seguir y convive en ese espacio.

Que termina convergiendo hacia el extremo…

— ¡Hacia la que va a tener que barrer todo. Graciela Speranza dice que la instalación va desde la miniaturización de las cosas –la señora que barre o los soldados, que imitan a personajes reales en pequeño–, pero avanza hacia la realidad de la araña, las sillas o el violín, que están en el fondo en sus medidas reales. No me había dado cuenta y me gustó la idea de que pasa de la representación a la realidad. No es que haya un cambio tan fuerte que vos dividas la obra en dos, pero es interesante.

La mezcla de la realidad y la ficción es una constante de la obra de Porter en muchas de sus obras. “Acá es lo mismo y realmente no sabés distinguir y tenés que ir muy finamente a buscar cada cosa. Los espejos y las cuerdas también son reales” –interviene Ana Tiscornia–.

La mezcla de la realidad
La mezcla de la realidad y la ficción es una constante de la obra de Porter

Incluso en la escena de la estatuita con la postal: la reproducción está en su tamaño real, pero dialoga con una miniaturización.

— Sin embargo, el tipo pintado en la postal está chiquitito [en relación al original]. Además, el tipo mira fijo y cómo esa mirada, aunque uno sepa que está dibujada, tiene una fuerza.

Aparte al otro no lo ves mirando, se lo ve de espaldas o tapado por la postal.

— Uno se imagina que lo mira.

Las sillas son reales, pero acá están en representación de la idea de silla.

— La silla que se representa a sí misma. Y la espiral, que la he hecho varias veces.

¿La relacionás con el tejido?

— O con el laberinto.

Las piedras son piedras, pero ¿pensás que podría suceder que alguien se confunda e intente hablar con ese tubo de teléfono antiguo?

— No, creo que no porque creen que es arte y tienen más respeto.

Los niños podrían intentarlo, mirá que son muy fans.

— En Venecia estuvo mucho tiempo El hombre con el hacha y una sola vez desapareció un caminante. Lo que es increíble es que, justo detrás de la instalación había una gran cortina y lo encontramos ahí. La sensación era que se había escapado. Nada más faltó. Es más, hay gente que, en vez de sacar, agrega: aparece un soldadito extra. Es que si ponemos estas cosas arriba de la mesa, vos armas algo distinto de lo que haría yo. Es un poco como jugar con símbolos. Todo tiene el potencial de ser símbolo o metáfora de algo, con los mismos elementos, cada cual haría otra cosa.

Blue Waves
Blue Waves

Y sin embargo hay cierta universalidad en el hecho de que el reloj remite al tiempo; las cartas, al juego y al azar; las fichas de lotería, también, pero se vinculan a su vez con la numerología; los soldados, a la guerra, al juego infantil.

— Es interesante que los niños jueguen con una cosa tan dramática. Antes jugaban con los revólveres, policías y ladrones.

Ese mundo de la infancia que propone un juego, pero que prepara al niño o niña…

— Para la realidad.

¿Borges te sigue interesando, sigue siendo tu autor favorito?

— Sí. Lo releo y siempre encuentro cosas nuevas. Es claro, inteligente, tiene mucho humor, todo eso me fascina. Y los temas también.

Y sus textos comparten ese desfasaje de la proporción, por ejemplo en El Aleph, que concentra todo el mundo en un solo punto.

— Está siempre al borde del sentido, él dice que “el placer estético es la inminencia de una revelación”. Es una definición extraordinaria. Con las cosas que escribe logra llegar a ese lugar donde estamos a punto de entender algo o que lo habíamos entendido y ya nos lo olvidamos. Giorgio Morandi [1890-1964] me parece un Borges de las artes plásticas.

De todas estas figuras, ¿hay alguna que sea tu preferida?

— Preferidas no tengo. Hay algunas, como la mujer que barre, que las usé varias veces, apareció en fotos, video, en estantes. Son múltiples y existe la misma en diferentes tamaños, es muy familiar para mí. Con los soldados hice muchas obras también.

"¡El hombre con el hacha
"¡El hombre con el hacha soy yo!", dijo

El soldado aparece en distintos formatos, como los patos.

— Me gustó un pato y después se multiplicaron. Hay tres mirando para arriba que aparecen en un video. Cuando los filmas, se convierten como en esos actores que golpe reconoces, empiezan a tener prestigio.

¿Para ellos es lo mismo actuar en estos teatros o en video, les da igual?

— Empecé a hacer video cuando necesité movimiento. Al hacer un video tenés al espectador ahí sentado, o sea, vos decidís cuánto tiempo queres que mire cada cosa. Acá está cada objeto y vos lo mirás o no según te parezca, pero en el video aparece una imagen que te muestra una cosa por un tiempo determinado, un minuto, dos segundos, etc, es muy manipulador, encima, si le agregas música, es súper condicionante. Esa es la diferencia entre esto y el video. Y lo mismo entre esto y la pintura: esto lo podés mirar de varios lados mientras que la pintura tiene la frontalidad. El dibujo es algo más íntimo, hay que acercarse. Además, se concentra en una sola imagen. Es interesante cómo va variando el foco en cada técnica.

¿Y los objetos sobre estantes?

— Tienen algo como de vidriera. Es una sola situación y muy acotada por la medida. Pero una vez armé uno con personajes disímiles, de frente: San Martín, una virgen, Elvis Presley, un pato y están todos ahí; uno de yeso, otro de tela, es como una foto familiar. El estante se presta mucho a eso porque es frontal.

¿Y quizá más doméstico también?

— Sí. Es interesante cómo la gente se relaciona con lo que uno hace. Yo hice una serie –todavía la hago– que se llama “Reconstrucciones” que es la foto de una cosa hecha pelota, enmarcada, y afuera, un estante con el objeto intacto. Obviamente, tenés que tener dos iguales. Pero no le digas a nadie (risas). En una exposición hace mucho una señora, medio con lágrimas en los ojos, me decía ojalá pudiéramos hacer eso de revertir el tiempo. Me impresionó, me pareció que se percibía lo que yo quería decir. Hice como 35 “Reconstrucciones”. Después te queda la foto y el objeto que no está roto por un lado y, por otro, las piezas rotas, que yo guardaba en una cajita. Y así empezó lo del hombre con el hacha. Reuní todos esos pedazos y fue lo primero que el personaje rompía. Cada objeto venía de otra cosa, sin sentido histórico.

¿Entonces fuiste generando una arqueología falsa? ¿El hombre con el hacha no está destruyendo, sino reconstruyendo algo?

— ¡El hombre con el hacha soy yo!

* Cuentos inconclusos de Liliana Porter, en Ruth Benzacar, Juan Ramírez de Velasco 1287, de martes a sábado de 14 a 19. Abierto al público hasta el sábado 20 de abril.

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