Los sábados de marzo por la tarde serán testigos de un singular ritual en San Telmo: mediante un conjuro basado en textos de Cuadernos de todo y nada, de Macedonio Fernández, con música interpretada por el guitarrista Guillo Espel y el percusionista Oscar Albrieu Roca, la escritora Silvia Hopenhayn invita a “invocar al fantasma” del autor de Papeles de Recienvenido.
“Es que, de algún modo, Macedonio es un fantasma que recorre toda nuestra literatura –cuenta Hopenhayn en diálogo con Infobae Cultura–. El título de la pieza teatral busca rescatar el título perdido con el que el propio Macedonio escribió sus anotaciones diarias, pensamientos, recuerdos, subrayados, chistes, epifanías... Mientras lo escribía, llevaba el título de El sol y un fósforo, pero nunca se publicó con ese nombre, ya que esas anotaciones aparecieron bajo el título Cuadernos de todo y nada, muy recientemente reeditado por Corregidor”.
La autora se embarca en esta aventura junto a Guillo Espel y Oscar Albrieu Roca, dos músicos que participaron en la realización de la ópera de cámara basada en su novela Elecciones primarias, estrenada en el Teatro Cervantes. “A partir de entonces, nos juntamos los tres a reunir letras y notas, y surgió este homenaje a Macedonio Fernández. La pieza juega en la doble intervención: la lectura de un texto que escribí metiéndome en sus Cuadernos de todo y nada, y la intervención de los músicos sobre mi texto, apelando al aspecto musical de las palabras y de la vida, también recordando que a Macedonio le gustaba mucho tocar la guitarra”, detalla Hopenhayn.
—¿Qué es lo que va a ver el espectador en El sol y un fósforo?
—Ojalá que el espectador pueda llegar a ver el fantasma de Macedonio. Es decir, es casi una invocación literaria-musical, porque de algún modo Macedonio es un fantasma que recorre nuestra literatura y de algún modo también es el que postula una suerte de nueva ficción del siglo XXIII. Yo muchas veces lo llamo el Don Quijote del siglo XXIII. Su propia hija lo llamaba Don Quijote. Y él tiene, digamos, una visión cervantina de la literatura, pero cruzada con una metafísica del siglo XX, muy particular. Cervantes con Don Quijote marca un antes y después de la literatura, porque ya la ficción se plantea de otra manera: no estás contando la realidad, sino que a través de la ficción estás dando cuenta de una verdad. Macedonio redobla la apuesta en el siglo XX y hace que los propios personajes tengan conciencia de que el libro es finito, que tiemblen dentro de la novela, porque si acaso el lector se va, ellos dejan de existir.
—Algo complicado de asumir para los personajes…
—¡Y sufren! Porque cuando toman conciencia hay un momento que es así, estremecedor, que por supuesto aparece en un momento dado en la obra. Es cuando Dulce Persona, que es uno de sus personajes, siente de golpe un viento frío y le pide a Quizá Genio, que es el otro personaje, que cierre las ventanas porque le parece que está entrando una corriente de aire. Y se dan cuenta de que no es así, que es la respiración del lector. Así advierten que hay un mundo del otro lado, y que de algún modo esa respiración del lector es la que les da vida a ellos.
—Como la cuarta pared en el teatro.
—Y él la descubre en la literatura.
—¿Cómo es la dinámica de El sol y un fósforo?
—Luego de la presentación que yo hago de Macedonio Fernández, hay una frase disparadora tomada de Cuadernos de todo y nada, y es una frase que yo siempre llevo en mi mochila porque me despertó mucha inquietud y pasión: “La vida es el susto de un sueño”. Viste que a veces uno se despierta como con cierta congoja o desconcierto, con un pequeño temblor del despertar. ¿Dónde estoy? ¿Qué es este cuerpo? ¿Cómo era esto de vivir? Entonces, esa es una frase perfecta. Porque, por otra parte, si bien la vida tiene su duración supuesta, es súper veloz. La velocidad con la que pasa la vida entonces termina siendo el susto de un sueño, ¿viste? El texto abre con esa frase. Y después, la intervención que yo hago sobre la obra de Macedonio, que de algún modo trata de explicar por qué la vida es el susto de un sueño. Y la obra terminaría, digamos, con esa conclusión: “Ah, sí, la vida es el susto de un sueño”. Esa es como la curva dramática.
Y la música va por un lado desde lo percusivo o desde la guitarra, que Guillo es un gran guitarrista. El piano también. Intervienen ciertos parlamentos macedonianos y a su vez tienen el espacio de la música, donde yo quizás hago un ruidito, o una palabra-ruido. Pero la música prevalece por sobre las palabras. No hay nunca una competencia, sino más bien un dar lugar o interrelacionarnos.
—¿La música está compuesta especialmente para este espectáculo?
—Sí, es música compuesta por Guillo Espel. Y además al principio ellos tocan no me acuerdo si “La nochera”, al principio, antes de todo, como para apaciguar un poco las almas presentes. Hay un tema musical con el que abre el espectáculo, después yo presento a Macedonio y ya viene la pieza El sol y un fósforo propiamente dicha. No en todos los lugares me dejan prender el fósforo, por cuestiones de seguridad, pero es importante el fósforo. Y el título también es importante, porque es el que le puso Macedonio a los Cuadernos de todo y nada, pero que se perdió en la historia.
—¿Cuál es tu vínculo con la literatura de Macedonio, sentís que tuvo alguna influencia en tu propia escritura?
—Es una influencia peligrosa la de Macedonio. En su funeral, Borges dijo unas palabras muy afectuosas y deslizó, con la ironía de siempre: “Yo no hago más que plagiar a Macedonio”. Y creo que sin darnos cuenta todos estamos plagiando a Macedonio. Porque no se puede escribir de la misma manera una vez que Macedonio abrió esto que vos llamás la cuarta pared y dejó que los personajes se manifestaran sufrientes. En mi caso, siento que Macedonio les dio vida a las palabras. Después de haber leído muchos de sus libros y pasar por la metafísica macedoniana –porque en cierto sentido, también se lo podría considerar un filósofo de la ficción–, siempre que escribo la ficción se me presenta como un texto viviente. La ficción no es representativa; apelando a un neologismo, yo digo que la ficción es presentativa, es decir, hace presente. No te viene a contar algo del pasado, aunque vos estés en una instancia evocativa. Yo veo las palabras; no es un estado de delirio, no escribo bajo estupefacientes, pero veo animales sueltos, hormiguitas, que se manifiestan ordenadamente en una fila que se llama frase. Sí, Macedonio me despertó la lengua, me la convirtió en otro material.
—¿La música de esta pieza teatral por qué géneros ronda? ¿Tiene que ver con los géneros que Macedonio tocaba o apreciaba?
—Parte de la música es creada para esta pieza y algunos otros temas ya fueron compuestos por Guillo. O sea, también es el encuentro entre las composiciones musicales de Guillo Espel, textos de Macedonio y textos míos que intervienen el texto de Macedonio. Entonces hay una confluencia entre la música que interviene sobre Macedonio y los textos de mi lectura que intervienen sobre Macedonio. En cuanto al género, a Macedonio le gustaban las milongas. Hay algo ahí, digamos, que puede rondar como una suerte de folclore de cámara, y luego mucho juego de sonoridades…
—Como con la palabra en Macedonio.
—Algo así. Porque de algún modo la figura de Macedonio para mí es la figura de un melancolúdico. Esta es una palabra que yo le inventé, y en un momento, por ejemplo, yo digo: “Las palabras son ocupas, invitadas, forasteras, huérfanas. Andan por la página cuidándose de la respiración del lector. Es una corriente de aire que las hace temblar, aunque lo esperan con ansias para seguir viviendo. Leídas en sus ojos, encuadernadas en la nada, están aquí –y yo señalo el cuaderno–. Macedonio lo llama hogar de la inexistencia. Es más idóneo. Son palabras, viven al son”. Entonces, cuando yo digo “son palabras, viven al son”, ahí viene el son de la canción. Todo el tiempo es como si la música invitara a las palabras y las palabras le dieran lugar a la música.
—¿Los músicos que participan en la obra tenían una relación previa con la literatura de Macedonio o de alguna manera vos se lo presentaste?
—No es fácil la lectura de Macedonio. Es una obra difícil si no es presentada. La obra de Macedonio no se la enseña, se la convida, se la presenta, se la acerca. Y un poco esta pieza pretende hacer eso con los que vayan a escucharla. Poder convidarlos y que los roce Macedonio. Ya después entran en cualquiera de sus libros con ese roce. Y un poco Guillo y Oscar ya la conocían, pero de esa manera.
—¿Cómo fue el proceso de armado de El sol y un fósforo?
—Fue un trabajo en distintas etapas. Primero yo me sumergí en Cuadernos de todo y nada, que es el libro guía de esta pieza, y empecé a ligarlo con otros títulos de Macedonio, con sus novelas, con sus poemas, con sus ensayos. Y después, una vez que establecí esa red de conexión, busqué la oralidad del texto, y ahí lo intervine para volverlo oral, es decir, para que se convierta en una transmisión oral. Después, para que esa oralidad pudiese crecer aún más, la fui cotejando con lo que podían hacer los músicos, y así fueron los ensayos con Oscar y Guillo. Y así el texto se volvió más plástico. Para mí es una pieza muy íntima y afectuosa, una pieza al mismo tiempo metafísica y musical.
*El sol y un fósforo se presenta los sábados de marzo a las 18 h en Pista Urbana (Chacabuco 874, San Telmo). Las entradas cuestan $5.000 y se pueden reservar en la web o por Alternativa Teatral.