Fui, vi y escribí: Opinar cansa

El tiempo que vivimos nos exige adoptar posturas sobre todos los temas, incluso aquellos sobre los que no sabemos nada. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

"Cansada", de Ramón Casas.

Hola, ahí.

El domingo a la noche me encontré, sorpresivamente, tuiteando a favor de Amalia Granata. En realidad mi posteo era a favor de unas declaraciones suyas en un programa de TV, a propósito de la violencia en Rosario.

Con mucha sensatez decía, por ejemplo, que independientemente de si ella estaba o no de acuerdo con la decisión del gobernador Maximiliano Pullaro de tratar a los presos narco a lo Bukele, difundir imágenes de la requisa —en las que se ve a los presos semidesnudos, con las manos atadas a la espalda y humillados en el piso— solo había conseguido encender los fuegos de la violencia, esta vez sobre la población.

Ante una pregunta sobre los vínculos entre el narcotráfico y la política, Granata, diputada de la provincia de Santa Fe, dijo que solo tenía chismes al respecto; que le habían llegado versiones sobre aportes narco a las campañas de algunos políticos pero que eran eso, rumores. Que sería una irresponsable si hablara del asunto por televisión y que, de tener información confiable, antes debería denunciarlo en la Justicia.

Todo eso dijo, mientras lidiaba con la intervención de un politólogo que hablaba sin saber —un clásico de estos tiempos— y que, pese a su falta de conocimiento sobre el tema en cuestión, aceitaba gestos y discurso en el mansplaining. Amalia, una duquesa.

No pienso como Amalia Granata en casi nada. Es más, seguramente a ella lo de mansplaining le resultaría ajeno, como la mayoría de los conceptos y categorías del feminismo que en los últimos años se hicieron biblioteca de muchas.

¿Cuándo fue que dejamos de aprobar ideas o expresiones simplemente porque no estamos de acuerdo con quienes las enuncian? ¿En qué momento nos obligamos a decir “sí sí sí” a lo que dicen aquellos que están “de nuestro lado” y dejamos de escuchar y analizar lo que dicen “los otros”, que, quizás, en algunas oportunidades tienen razón?

El prejuicio y el sesgo dominan la era y formatean nuestra forma de pensar.

Una imagen del acto del 8M en la plaza del Congreso.

La calle, nuestro salón

El viernes 8 mi whatsapp ardió desde temprano. El gobierno había decidido homenajear a las mujeres en su día descontándole la jornada a las empleadas estatales que decidieran parar y cambiando el nombre y el concepto del Salón de las Mujeres que había impulsado en su primer mandato Cristina Kirchner.

Así nos fuimos enterando que sobre las imágenes de Eva Perón, Tita Merello y María Elena Walsh, entre otras, habían sido desplegadas las de San Martín, Belgrano, Alberdi y Carlos Menem (?), entre otros. Como si fuera un álbum de figuritas en reuso, el salón ahora se llama Salón de los Próceres y no hay ninguna mujer entre los homenajeados. La decisión no la tomó un hombre molesto con el feminismo; la tomó una mujer, Karina Milei, secretaria general de la Presidencia.

En un spot de un minuto, con fondo del Himno Nacional y la voz en off de la hermana presidencial (¿habrán querido ahorrar los honorarios de una locutora?) se escuchaban palabras como: “Nos importa la gran historia, la gran gesta argentina. Homenajes que son válidos hoy y lo serán dentro de 100 años y no el guiño político estéril a un movimiento militante del momento, que las mujeres argentinas tampoco necesitamos”.

Mientras daban a conocer el spot, mujeres de todas las edades nos encontrábamos en un salón a cielo abierto que nos gusta mucho, tal vez el que más nos gusta: la calle. A lo mejor Karina Milei no lo necesita, se siente mejor en solitario y por eso lo llama “movimiento militante del momento”, pero a muchas mujeres sí nos gusta juntarnos a celebrar y a reclamar por los derechos que aún nos faltan.

Si, como parece, hubo provocación oficial, no surtió el efecto esperado. Pese a que diarios muy importantes decidieron ignorarlo en sus tapas al día siguiente, en la tarde del viernes las mujeres colmamos las calles de los alrededores del Congreso y de cada localidad de la Argentina.

Nuestra memoria no se apaga cuando tapan las imágenes de mujeres como Juana Azurduy, Victoria Ocampo o Alicia Moreau de Justo. Es más, arriesgo que, muy por el contrario, la encendieron más que nunca.

Karina Milei, quien dio la orden de cerrar el Salón de las Mujeres, frente a la imagen de Alberdi en el ahora llamado Salón de los Próceres.

Hablar sin saber

Te dije que mi whatsapp se encendió temprano pero no fue solo por la movida del gobierno en contra de una efeméride que se celebra en todo el mundo. Resulta que un diario publicó la declaración consensuada en asamblea por algunas organizaciones feministas que iba a leerse por la tarde, como corolario del acto por el 8M. En ese documento —que algunos llaman oficial, como si el feminismo fuera un organismo y Ni Una Menos, una ONG—, en el segundo párrafo se hacía alusión al escenario internacional y mencionaban el repudio por “los genocidios” de los que son víctimas las mujeres palestinas, las haitianas, las mapuches chilenas y las de República Democrática del Congo.

Fue muy fácil detectar una deliberada omisión en esa declaración: aunque se acusaba de genocidio al estado de Israel, no figuraban allí las mujeres israelíes violentadas por Hamas en la masacre del 7 de octubre y tampoco las que siguen siendo violentadas porque permanecen en cautiverio, como rehenes de los integristas. Es decir, en esa declaración consensuada no figuraba la condena a quienes sembraron el terror e iniciaron el actual capítulo de la guerra en Medio Oriente.

Así como suelo no coincidir con Amalia Granata y, por supuesto, no coincido con la decisión oficial de borrar el Salón de las Mujeres, tampoco coincido con aquellas que se declaran activas militantes en contra de las violencias hacia las mujeres pero que hace unos meses decidieron que, aunque violar está mal, violar a las israelíes no está tan mal. Es más, no solo no coincido, me provoca enorme rechazo porque soy judía, ponele, pero sobre todo porque pretendo seguir siendo un ser humano.

Estoy segura de que muchas de quienes eligieron no mencionar a las víctimas de Hamas, si lo pensaran un segundo, se darían cuenta del delirio que significa justificar como acto de resistencia lo que es puro terrorismo. Sé que hay personas que buscan mugre con estos temas pero sé, también, que hay otras que se sienten perdidas, que creen que sí o sí tiene que tener opinión formada sobre todo y que, si no la tienen, necesitan ir detrás de un referente. O a una referente. Aunque les haga ruido, aunque no puedan explicar por qué están justificando un crimen abominable.

Aunque con 20 años tengan que convencerse de que violar y matar a las chicas que fueron a una rave está bien porque son o eran integrantes de un pueblo opresor, en lugar de comprender que esas chicas fueron violadas o murieron porque sus atacantes las odian por judías y también por laicas que, desde su perspectiva retrógrada, atentan contra la moral. Y que los abusos sexuales y las humillaciones a las que sometieron a las mujeres y a las nenas no fueron hechos aislados sino parte de un plan que incluyó la violación como arma de guerra.

Aunque tampoco puedan explicar por qué repudian con tanto énfasis la respuesta militar del gobierno de Netanyahu (que produjo ya miles de muertos civiles y una hambruna descomunal) y, sin embargo, no condenan el ataque que perpetraron los milicianos de Hamas ese sábado a la mañana, cuando arrasaron con la vida, la memoria y las ideas pacifistas de la población de los kibutzim del sur de Israel.

"Joven descansando", de Francisco Masriera.

No pensamos igual

No sé qué te pasa a vos, pero yo siento que utilizamos respuestas del siglo XX para problemas del siglo XXI. Creemos que podemos responder con viejas categorías a situaciones complejísimas, que se salen de los parámetros conocidos, y a eso se suma que todos nos vemos obligados a opinar, incluso si no sabemos ni conocemos nada del tema. Y no solo tenemos que opinar sino que tenemos que hacerlo prontito y del modo en que se espera que lo hagamos, en un extremo o en otro porque el mundo de las ideas políticas se quedó sin centro.

Y, entonces, como estamos obligados a opinar, me pasé el día respondiendo mensajes acerca de qué pensaba yo de ese documento que ni escribí, ni firmé ni aprobé; si estaba al tanto de eso, si estaba de acuerdo, si no iba a hacer nada. ¡Si no iba a hacer pública mi posición al respecto!

Va de nuevo: ¿en serio es tan importante que todos hagamos públicas nuestras posiciones sobre todo? Y, también: ¿realmente alguien puede pensar que todas las mujeres, aún cuando nos unimos para pedir por mejores condiciones de vida, más respeto y más derechos contra la violencia de género, pensamos igual en todo?

¿Acaso le exigen esa uniformidad de pensamiento a los hombres?

El documento no me representaba, pero la calle —como la protesta, como el feminismo— es de todas, de las que piensan como quienes redactaron el documento, de las que piensan como yo y de las que piensan como vos, que a lo mejor no pensás ni como ellas ni como yo.

Una escena de "Zona de interés", de Jonathan Glazer.

No en mi nombre

Si el prejuicio y el sesgo dominan la era, la identidad es otra clave dominante. La identidad está por encima de la universalidad, lo que significa que, según de dónde provengan y cuánto hayan sido golpeados en la historia, hay colectivos humanos que valen más que otros. Los hechos puntuales del presente importan menos que el recorrido histórico de una comunidad y siempre habrá una deuda por pagar.

Intento pensar por fuera de la regla del binarismo, creo que todavía nadie nos prohíbe cuestionar o repudiar dos o más cosas a la vez. En este sentido, mi discusión se enciende con aquellos que justifican lo que hace Hamas en nombre de la “resistencia” pero también con quienes monopolizan el sufrimiento y no se conmueven ante los padecimientos indecibles de los civiles en Gaza. No hay forma de que me identifique con ninguna de estas barbaridades.

La guerra en Gaza continúa y, en el ambiente cultural y del espectáculo, son cada vez más quienes portan pines o banderas palestinas en eventos públicos, como forma de protesta explícita contra Israel. No me molestan los colores palestinos, lo que me hace mal es que muchos de ellos argumenten que están llamando a un cese del fuego al tiempo que cantan “desde el río hasta el mar” o piden la liberación de Palestina “por todos los medios que sean necesarios”, con lo cual no están reclamando un cese del fuego sino que avalan (a conciencia o por ignorancia) el exterminio de los judíos.

En estos meses durísimos, en los que con el argumento del antisionismo algunos volvieron a encontrar justificativos para exhibir sus buenos créditos antisemitas, hay otros, quiero creer, que ignoran el significado de muchas de las consignas que gritan en nombre de la justicia. No ocurre solo en Argentina, lo estamos viendo en todo el mundo: para el progresismo radical la prioridad de las ideas en términos de identidad, colonialismo o racismo opaca cualquier matiz de racionalidad sobre los hechos. Por el otro lado, es insólito lo que pasa con los movimientos de ultraderecha y su acercamiento a Israel.

Es todo tan absurdo, en cierto sentido, que es imposible no sorprenderse al ver a los herederos del fascismo en Italia apoyando al pueblo judío y a la francesa Marine Le Pen a la cabeza de las marchas contra el antisemitismo, aún cuando históricamente el odio a los judíos fue matriz ideológica del partido fundado por su padre.

"El descanso", de Jean François Colson.

Opinar se convierte en una obligación y cansa. Por eso, antes de hablar es bueno pensar dos veces todo, incluso estas “alianzas” contra natura: no se acercan a Israel por amor, por respeto, admiración o camaradería, se acercan porque el odio a los musulmanes es más fuerte y porque en el gobierno de Netanyahu hay supremacistas que muchos de ellos ansiarían tener en sus gobiernos. A mí, personalmente, me disgusta esa clase de aliados.

A quien tampoco le interesan es a Jonathan Glazer, el cineasta británico, creador de Zona de interés, una película de la que te hablé en el envío pasado, cuando te dije que el filme era una obra de arte. Como te conté entonces, la película cuenta la historia de la familia del jerarca nazi Rudolf Hõss, máximo responsable del campo de concentración de Auschwitz. Los Hoss vivían una plácida vida en una hermosa casa con jardín y piscina, apenas separados del campo por un muro.

El muro oculta el infierno para la vista vecina pero el humo de los crematorios se ve y se huele. Lo más alucinante de la película es todo lo que se escucha por encima de las conversaciones y los silencios de los protagonistas. Gritos, disparos, corridas. De este lado hay una vida familiar y campestre, niños que crecen, animales bien alimentados. Al otro lado hay hambre, tortura, enfermedad y una industria de la muerte.

Zona de interés ganó el Oscar a la mejor película extranjera y también ganó en la categoría Sonido, en la que se destaca particularmente. Al recibir la estatuilla, Glazer leyó junto a su productor un texto muy duro, que además fue malinterpretado. Mientras afuera de la sala donde se daban los premios había manifestaciones a favor de los palestinos y en contra de Israel con las consignas de las que te hablaba antes, Glazer, de origen judío, hizo el discurso más político de la noche cuando habló en contra de la deshumanización de la guerra.

Jonathan Glazer, ganador del Oscar a la mejor película internacional por "Zona de interés". (REUTERS/Carlos Barria)

“Todas nuestras decisiones se tomaron para reflexionar y confrontarnos en el presente, no para decir: ‘Mira lo que hicieron entonces’, sino ‘Mira lo que hacemos ahora’. Nuestra película muestra hacia dónde conduce la deshumanización, en su peor expresión, esa que le dio forma a todo nuestro pasado y presente. En este momento estamos aquí como hombres que se niegan a que su judaísmo y el Holocausto hayan sido secuestrados por una ocupación que ha conducido al conflicto a tantas personas inocentes. Ya se trate de las víctimas del 7 de octubre en Israel o del actual ataque a Gaza, todas son víctimas de esta deshumanización”.

Como todos están apurados por opinar desde sus espacios seguros y confortables, hubo personas, medios y organizaciones que interpretaron que Glazer y sus productores habían decidido rechazar su condición de judíos por la ofensiva en Gaza, pero no.

A lo que se niegan es a aceptar que su identidad judía y la figura del Holocausto hayan sido cooptadas por un gobierno extremista, más preocupado por conseguir una victoria aplastante y por su supervivencia política que por la vida de los rehenes que siguen en manos de Hamas, algo que pensamos muchos y que piensan incluso en el gobierno de Biden, según todo indica. Igual será esa versión del malentendido —y no lo que Glazer dijo en realidad— lo que quedará sobrevolando como versión oficial de los acontecimientos. En tiempos de fake news, ya ni siquiera se justifica desmentirlas.

Hoy todo se resuelve con un “Canté pri”.

Natalia Ginzburg.

Natalia Ginzburg y el agujero negro

Vuelvo a la idea de las mujeres y el pensamiento unívoco que se supone tenemos.

El sábado por la tarde compartí una mesa hermosa en la Biblioteca Cortázar, de la calle Lavalleja. En la charla estábamos Mercedes Funes, Ana Correa, Marina Mariasch y yo, había un grupo entusiasta y atento de oyentes y la propuesta era hablar de lecturas feministas y lecturas de mujeres. Leer, compartir, analizar. Pensar juntas, reírnos. Cuestionar. Cuestionarnos.

Llevé para leer un texto de Natalia Ginzburg (1916-1991), escritora italiana de origen judío que tuvo una relación compleja y tensa con el feminismo de su tiempo y que es autora de una obra compuesta por ficciones y ensayos que me interesan mucho y desde hace mucho.

Su vida (hija de un científico que se negó a jurar lealtad al fascismo, esposa de un intelectual que murió asesinado en las cárceles de Mussolini, viuda que tuvo que hacerse cargo de sus tres hijos) también me interesa y por eso me detengo en particular en aquellos textos en los que trabaja sobre su propia vida y los vínculos familiares. (En Las pequeñas virtudes hay varios de ellos).

Pero esta vez elegí para leer un ensayo que habla de aquello que sí tenemos en común las mujeres y que no es ni el modo de ver el mundo ni el universo de las ideas o los gustos en general, es algo más existencial y definitivo. Las mujeres no somos superiores ni somos iguales a los hombres, sí valemos lo mismo.

Tapa de "A propósito de las mujeres", de Natalia Ginzburg (Lumen).

Lo que describe Ginzburg es algo que tenemos las feministas y las que no se consideran feministas. Las que salen a la calle a gritar por sus derechos y las que piensan que no necesitan la compañía de otras mujeres porque viven en un mundo en el que piensan que pueden arreglarse solas.

Me gusta el modo en que Ginzburg describe esto que compartimos las mujeres aunque no lo advirtamos, algo que cuando lo leí por primera vez encontré revelador y que no deja de acompañarme cada vez que pienso en las cuestiones de género y en las diferencias enormes que atraviesan al movimiento de mujeres y que, en lugar de debilitarlo, lo enriquecen.

Dice así:

“...las mujeres tienen la mala costumbre de caer en un pozo de vez en cuando, de dejarse embargar por una terrible melancolía, ahogarse en ella y bracear para mantenerse a flote: ese es su verdadero problema. Las mujeres se avergüenzan a menudo de ello, y fingen que no tienen problemas, que son enérgicas y libres, y caminan con paso firme por las calles con grandes sombreros y bonitos vestidos y los labios pintados y un aire resuelto y altivo, pero nunca me he encontrado con una mujer en quien no haya descubierto al poco rato algo doloroso y lamentable que no he visto en los hombres, un peligro continuo de caer en un gran pozo oscuro, algo que proviene del temperamento femenino y tal vez de una secular tradición de sometimiento y esclavitud, que no será nada fácil vencer; he descubierto precisamente en las mujeres más enérgicas y altivas algo que me inducía a compadecerlas y que entendía muy bien porque yo comparto ese mismo sufrimiento desde hace muchos años y hasta hace poco no he comprendido que se debe al hecho de ser mujer y que me será difícil librarme de él. Dos mujeres se entienden muy bien cuando se ponen a hablar del pozo oscuro e intercambian impresiones sobre esos pozos y sobre la absoluta incapacidad que sienten entonces de comunicarse con los demás y de hacer algo serio, y sobre los forcejeos para mantenerse a flote”.

(Fragmento de “A propósito de las mujeres”)

"El descanso", de Edouard Manet (retrato de Berthe Morisot).

Recomendaciones

El título de este envío es un modesto homenaje a Trabajar cansa, el primer libro de poemas del gran escritor italiano Cesare Pavese, querido amigo, compañero y camarada de Natalia Ginzburg (hay al menos dos textos en los que ella habla de él y de su suicidio). Hay una edición de 2018 que reúne este libro y el segundo libro de poemas de Pavese, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, con prólogo y celebrada traducción del poeta y periodista Jorge Aulicino, (Griselda García Editora / Ediciones del Dock / Cartografías).

Esta semana leí dos artículos muy interesantes por quienes los escribieron y por su conocimiento sobre los temas tratados, aunque los textos no necesariamente expresan mi modo de ver las cosas. Tal vez por eso me interesan.

Uno fue escrito por Malena Pichot para la edición de la revista Anfibia del 8M, se llama La vieja moda de explicar todo y reflexiona sobre el backlash ultraconservador y lo difícil que es encontrar respuestas y acciones para combatir prejuicios y mentiras, sobre todo porque entre filas de la reacción se encuentran entusiastas defensores que hasta ayer nomás parecían aliados en la lucha feminista.

El otro fue escrito por Andrés Rosler y fue publicado en la revista Seúl. Su título es El antisionismo es peor que el antisemitismo y en él su autor hace una largo recorrido por la historia del desprecio y el odio a los judíos y concluye, de manera provocadora, que el antisemitismo al menos tenía como objetivo sacarnos de sus países y no se oponía a un Estado judío. Los antisionistas de ahora, asegura, no quieren que hayan judíos ni siquiera en Israel.

"Joven decadente", de Ramón Casas.

Agotada de opinar tanto, me despido.

Las imágenes de este envío son del 8M de este año (aunque algunos pícaros quisieron instalar que eran imágenes viejas), del flamante Salón de los patriotas, una imagen de la película Zona de interés, un retrato de Natalia Ginzburg y pinturas de mujeres cansadas de Edouard Manet, Ramón Casas, Jean François Colson y Francisco Masriera.

Mi mail es hpomeraniec@infobae.com. Ahí podés escribime cada vez que quieras.

Te deseo una buena semana y, mientras lo escribo, pienso en qué bueno sería comenzar a bajar los decibeles de la ira que se instaló como emoción primaria de todos contra todos.

Pensemos en cosas lindas, busquemos belleza.

Hasta la próxima.

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