“Si algo me hubiera gustado es ser lo bastante músico como para dominar la técnica de un instrumento de jazz y lanzarme a improvisar a la manera de un Charlie Parker”. Transcurre 1978 en París y Julio Cortázar se sincera sin rodeos ante el periodista uruguayo Ernesto González Bermejo, con quien comparte pasiones, lecturas y exilio. Para entonces el sentimiento jazzero del argentino era tan claro como su talento literario, y no eran pocos los críticos que dedicaban buena parte de sus esfuerzos a rastrear las claves del género en la musicalidad de su escritura. El propio autor lo admitía en varios pasajes de sus clases de literatura en Berkeley. “El jazz me enseñó cierto swing que está en mi estilo e intento escribir en mis cuentos, un poco como el músico enfrenta un take, con la misma espontaneidad e improvisación”, decía.
Esta presencia alcanza sin dudas su protagonismo más notorio en “El perseguidor”, el cuento que escribió en 1956 e incluyó en Las armas secretas, donde construye a Johnny Carter, un talentoso saxofonista con una vida marcada por las adicciones y la búsqueda de la perfección artística, a imagen y semejanza del revolucionario Charlie Parker, el creador del Bebop fallecido meses antes.
“El perseguidor” y esas cinco palabras certeras como un tajo. Esto lo estoy tocando mañana. “…los muchachos se quedaron cortados, apenas dos o tres siguieron unos compases, como un tren que tarda en frenar, y Johnny se golpeaba la frente y repetía: ‘Esto ya lo toqué mañana, es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañana’”. Quizás nunca se haya escrito una síntesis tan perfecta de la creación en tiempo real, alma y sustancia de la música jazz.
Aquel texto memorable llegó al cine en 1965 bajo la dirección de Osias Wilenski. La adaptación trasladó la acción de los Estados Unidos al Buenos Aires de la época, con Sergio Renán en el papel principal y la música de Leandro Barbieri, el hermano mayor del Gato, quien por su parte aportó singulares pasajes de saxo tenor secundado por un joven Chico Novarro en batería.
Buena parte de los analistas aseguran que “El perseguidor” ofició de preámbulo de Rayuela, la extensa novela publicada en junio de 1963, piedra fundacional del boom latinoamericano y una de las obras mayores de la literatura en español. Una historia rica y compleja, que pone a prueba la subjetividad del lector con múltiples finales y la posibilidad de que cada lectura trace su propia hoja de ruta. Un camino personal en inevitable semejanza con la improvisación jazzera.
En esto coincidió el propio Cortázar, apaciguando la relación siempre tensa entre el creador y la crítica. “Hacia el año 56 escribí ‘El perseguidor’ y no me di cuenta —no me podía dar cuenta en ese momento— de que lo que estaba escribiendo ahí era ya un esbozo de lo que luego sería Rayuela. (…) cuando terminé Rayuela me di cuenta de que en ‘El perseguidor’ estaban ya esbozadas una serie de ansiedades, búsquedas y tentativas que en Rayuela encontraron un camino más abierto y más caudaloso”.
A lo largo de sus más de 700 páginas, en Rayuela se mencionan y se critican canciones y músicos, mientras la narración describe cómo el ambiente musical influye en las acciones de los personajes. Principalmente cuando los miembros del Club de la Serpiente se reúnen a escuchar jazz y se ven emocionalmente atravesados por la música.
“Yo pinto mejor con los pies secos –dijo Etienne–. Y no me vengas con argumentos de la Salvation Army. Mejor harías en poner algo más inteligente, como esos solos de Sonny Rollins. Por lo menos los tipos de la West Coast hacen pensar en Jackson Pollock o en Tobey, se ve que ya han salido de la edad de la pianola y la caja de acuarelas”.
En el 2001, la escritora Pilar Peyrats Lasuén editó Jazzuela, un libro-disco que compiló 21 temas, 19 que figuran en la novela y dos más que están implícitos. Para la autora “en Rayuela el jazz es un personaje más que incide directamente en los protagonistas, actuando como flujo de conciencia, como intercesor y catalizador”. Actualmente, en pleno auge del streaming, son varias las plataformas que ofrecen listas con la música citada en aquella obra colosal.
No obstante, más allá de “El perseguidor” y Rayuela, para algunos observadores existe una obra menos estudiada donde se manifiesta la influencia temprana de la música en su escritura. Se trata de Presencia, un poemario que publicó bajo el seudónimo de Julio Denis, a través de la Editorial El Bibliófilo en 1938 y con una tirada de 250 ejemplares. Allí figura un soneto llamado precisamente “Jazz” que asocia el género con la búsqueda de la libertad.
Pero es cierto también que, más allá de las tres obras mencionadas, existen otros personajes del universo Cortázar apasionados por el jazz. Entre ellos el protagonista de ”Carta a una señorita en París” (Bestiario), el Raimundo Velloz de “Mudanza” (La otra orilla); Mauricio de “Relato con un fondo de agua” (Final del juego) y Javier de “Las caras de la medalla” (Alguien que anda por ahí).
Y por qué no, el sentido homenaje a Bix Beiderbecke en Diario de Andrés Fava (1995): “Le digo a un camarada: ‘¿Tú concibes que a mi edad me pueda seguir emocionando un disquito donde hay dieciséis compases que guardan el gran corazón de un hombre que murió y se llamaba Bix?’”.
Claro que si bien muchos de los fragmentos seleccionados dan cuenta de la melomanía de Cortázar, los que provienen del artículo ‘Elogio del jazz: carta enguantada a Daniel Devoto’, resultan definitivamente esclarecedores. “¿Podrá negarse, en este tiempo de aires existencialistas, que el hombre como tal tiene en el jazz uno de los caminos ciertos para ir a buscarse, acaso a encontrarse?”.
Tanto como los afectuosos relatos de La vuelta al día en ochenta mundos, donde rinde culto a Louis Armstrong (Louis, enormísimo cronopio), recuerda con afecto a Clifford Brown (Clifford), el talentoso trompetista fallecido en un accidente de automóvil a los 25 años y se rinde de admiración con “La vuelta al piano de Thelonious Monk”, su singular reseña del concierto que presenció en Ginebra en marzo de 1966. “Cuando Thelonious se sienta al piano toda la sala se sienta con él y produce un murmullo colectivo del tamaño exacto del alivio”.
Esa apasionada ligazón con la música jazz continuó para Cortázar hasta los últimos años de su vida. Alimentada por los discos que escuchaba cada día y también por la amistad que lo unía con algunos músicos. Como por caso el saxofonista y clarinetista francés Michel Portal y que dio origen al emotivo relato “Desde el otro lado”, que integró la edición de Papeles inesperados (2009).
Allí Cortázar cuenta la tarde mágica en que fue a ver el show de Portal que, por esas travesuras del destino, tenía en sus manos por única vez un saxo que había pertenecido a Charlie Parker. “Las cosas habían girado y se habían ordenado para que esa tarde Michel pudiera tener entre las manos el saxo del Bird, acercar los labios a esa boquilla donde había nacido el prodigio de Out of Nowhere, de Lover Man, de tantos y tantos saltos a lo absoluto de la música, de eso que malamente yo había tratado de decir en ‘El perseguidor’ (…) Ahora ya nada importa, realmente; anoche fuimos tres, anoche lo vimos junto a nosotros desde el otro lado”.
[Foto: Ulf Andersen/Getty Images; David Redfern/Redferns]