Bukowski murió avalado. Tenía leucemia, 73 años, un decálogo de experiencias tristes, un pilón de alegrías que equilibraban la balanza, y lectores: miles y miles de lectores. Hacía un par de días que le había entregado a su editor una novela lista para publicar, Pulp, que saldría —suponemos que lo sabía— cuando ya esté muerto. Y así fue, en marzo murió, en mayo se publicó el libro. Su esposa fue la encargada de hablar con monjes budistas para que hagan los ritos funerarios. De aquel día pasaron tres décadas. Murió el 9 de marzo de 1994 y a partir de entonces es posible que la figura del escritor maldito, que venía dando vueltas y vueltas por los resquicios de la historia, se haya extinguido para siempre con él. Sin embargo, su sombra persiste en una gran cantidad de lectores bajo diferentes formas.
Más que leer, descubrir
Adrián Vila lo descubrió en los ochenta. “Habrá sido en el año 84, 85, en la vieja Gandhi de la calle Montevideo. Fue gracias a Martín Zubieta y Nicolás González Varela, que eran los libreros”, recuerda el Doctor en Estudios Culturales Latinoamericanos, autor de El canon oculto. “Es una sección importante de mi generación. Yo entré a la facultad de Filo a estudiar Letras en el 85, antes hice la colimba, y la irrupción del realismo sucio, ese minimalismo de Carver y Richard Ford, fue todo un impacto sobre la visión que teníamos de la literatura, que venía de la necesidad del compromiso, un coletazo de los setenta. Entonces descubrimos esta posibilidad de hablar de la vida cotidiana: una literatura más ligada al acceso al mundo de la industria cultural que tuvimos los hijos de la posguerra, los baby boomers”.
La poeta, editora y traductora Griselda García recuerda su primera aproximación al autor estadounidense nacido en Alemania de esta forma: “Descubrí a Bukowski cuando vivía en Ciudadela, cerca de lo que después se conocería como Fuerte Apache. No había nada para hacer, no había lugares para ir ni personas con las que hablar. El centro comercial más cercano era Liniers, ahí abrieron un shopping, y en él una librería. Pasaba horas hojeando libros sin comprar ninguno. Me hice amiga de los vendedores, a quienes veía como señores aunque no tuvieran mucha más edad que yo. Tras su pregunta discreta: ‘¿Buscás algún libro?’ y mi respuesta obvia: ‘Muchos’, se urdía la charla. Me iban recomendando autores. Uno de ellos, Bukowski. Ya desde el título, Peleando a la contra me cautivó”.
Por su parte, Leandro Diego, poeta y periodista, no tiene un recuerdo claro de aquel descubrimiento, pero sí el efecto que le produjo: “No tengo muy en claro cuándo lo descubrí (digamos: poco antes o poco después de los veinte) pero sí cómo: sin saber de quién se trataba compré un libro y lo leí. Así nomás. Lo mismo me pasaría después con Fogwill: ese tipo de experiencias que suceden al margen de cualquier información, al menos consciente. Ese libro fue Hijo de Satanás, una serie de relatos que me impactó porque no sabía que se podía escribir así. Después leí Factótum, una novela de la que no recuerdo nada. Y un poco más tarde, en una edición bilingüe en dos volúmenes de AC Editora, me llegaron los poemas. Fue como descubrir a otro autor”.
Conmovedora entrega
Para Leandro Diego, “lo distintivo de su literatura es algo que fui descubriendo a medida que me fui adentrando en su obra: la total falta de especulación. Todo lo hacía como si no fuera a haber mañana. No solo escribía como si no fuera a haber otro texto sino que así también recitaba o se mostraba públicamente (como puede verse en The Bukowski tapes). Ese tipo de entrega en un texto se reconoce. Te puede gustar más o menos, te puede interpelar más o menos, pero se reconoce. Y es conmovedora. Querés ponerte a escribir ya mismo. José Martí, hablando de escritura, decía que lo importante era el carácter ejemplar de la producción: que sea capaz, primero, de inducir a otros a producir y, segundo, de poner a su disposición un instrumento mejorado. Para mí Bukowski es eso: continua sangre”.
Luego recuerda El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco: “Lo leí hace poco. Es como un diario que armó John Martin (su editor) con lo que Bukowski había ido escribiendo durante sus últimos meses de vida. El que escribe es un Bukowski consumado, exitoso, que vive con lujos y comodidades. Él, que había dormido en la calle, que había pasado días sin comer porque se gastaba la guita en los caballos. Y la escritura es la misma. No quiero decir con esto que sea un mérito mantener una identidad autoral ni mucho menos un estilo. Lo que quiero decir es que la relación que Bukowski mantuvo con la escritura parece haberse mantenido inalterable a pesar de las circunstancias o coyunturas. Y ahí me parece que hay algo que atender, ¿no?”
Poética de la desesperación
“En su literatura los personajes son perdedores o tipos que pasan sin ton ni son por la vida cotidiana”, dice Adrián Vila. “Creo que no perdió actualidad. Pasó a ser un clásico. Pero cada época forja su estilo y creo que Bukowski es, sin ser demasiado determinista, la expresión literaria de nuestro acceso al mundo de la industria cultural. A mí me hace acordar mucho a Tom Waits: una forma de hablar de la vida cotidiana de aquellos que se dieron cuenta que quizás el compromiso de literatura se daba de otra forma: en la sinceridad. Como decía Viñas: donde nuestros héroes son gente cotidiana. No hay tampoco un cuchillo muy importante que pretenda hacer una denuncia que no sea otra cosa que esto que estamos atravesando. Casi no hay un programa político, sino que ha sido desplazado a lo social”.
Para Vila, Bukowski representa algo “muy diferente a aquella cosa sartreana de la que estábamos teñidos en los ochenta. A la luz de lo que nos pasó en Argentina, lo que sucedía con el campo literario, las discusiones entre Cortázar y los que los que se quedaron, el programa de Roger Rabbit, Babel, la Biblioteca del Sur... a la luz de esas discusiones, Bukowski suponía, traducción mediante, hablar de nuestras pobres vidas”. “Lo que más me gusta de Bukowski era eso que él decía en La enfermedad de escribir: escribir al borde de la desesperación”, y recuerda una anécdota: “Una vez le pidieron poemas de alguna publicación universitaria y él les dijo: ‘me gusta el tono de la revista porque todavía tiene corazón’. Para él los escritores habían perdido su norte porque escribían para darse a conocer”.
¿Por qué escribía Bukowski? “Porque estaba al borde de la desesperación. Eso es lo que me gusta de él: uno se da cuenta de que quien escribe esa poética es alguien que está desgarrado por la desesperación de la vida cotidiana. Es la irrupción de un desesperado en la vida cotidiana. Bukowski no es el escritor que más me gusta. Yo prefiero los cuentos de Carver, por ejemplo: esa cosa del minimalismo que es menos desesperada, y estás a la espera de un golpe que no sabés si viene o no, y casi nunca viene. Bueno, con Bukowski el golpe siempre está. Después de todo él era un hombre del boxeo. Lo que me gusta de él es que, por encima de todas las cosas, no tiene un compromiso en la literatura que no sea otra cosa que una poética de la desesperación”, responde.
¿Sigue interpelando a la época?
¿Pasó de moda? ¿Continúa presente su obra? ¿Cómo interpela su obra a nuestra época? “En cuanto a su vigencia —sostiene Diego—, para mí Bukowski es un clásico. Se lo puede discutir, se lo puede releer desde nuevos puntos de vista, se lo puede criticar y hasta impugnar. Pero también será redescubierto por nuevos lectores que se caguen un poco en todo lo anterior y conecten desde otro lugar. Es lo que pasa con los clásicos”. “Bukowski, Chinaski, Hank sigue vigente, claro”, dice García. “Que esté excluido de cualquier canon y ausente de las redes sociales no significa que no se lea. Hoy, que ya casi no quedan lectorxs de ningún género, su poesía sigue ahí, al alcance de cualquiera que desee hacer la prueba de qué lo hace sentir”, agrega.
Y continúa la poeta y traductora: “Dentro del poema ‘La soledad del trabajador’, por ejemplo, podría estar cualquiera de nosotros, tomando cerveza después de llegar del trabajo, hipnotizado frente a la TV; quizás scrolleando Tik-Tok de vuelta a casa en colectivos atestados. En ‘El cordón’ pasa algo similar: de repente se te juntan una pileta tapada, una multa, las boletas con aumentos y una lamparita quemada y te das cuenta de que no se necesitan grandes tragedias para enloquecer y que “es la serie continua de pequeñas tragedias lo que lleva a un hombre al loquero. ¿Cómo no sentirse interpelada? Y, a la vez, gracias a él, un poco menos sola”.
Vila tiene una mirada diferente: “No sé si nuestra época se deja interpelar por Bukowski. No estoy seguro si hay posibilidad de que alguna forma del arte anterior, que podemos llamar moderno o clásico, interpele. Una de las posibilidades es que estén rotos los puentes con el resto de la historia artística. No sé cuánto continuó de aquello y si los códigos culturales con los que se analiza a sí misma una etapa continúan hoy, y si esta etapa se analiza a sí misma. Creo que tiene que ver más con la desconexión histórica que con la posibilidad de que algunas formas pasadas interpelen el presente. Sin embargo, noto mucha oralidad en la poesía actual de muchos lugares, y Bukowski encaja perfectamente en esa sociabilidad techie, como dirían en la India. La presencia de la oralidad de la época en los textos es algo que hoy está”.
El tesoro de la sensibilidad
Hablamos de su entrega, de su poética de la desesperación. ¿Qué más? Una etiqueta: realismo sucio: realismo por alumbrar las zonas oscuras de una sociedad y sucio porque son realidades que no gozan de la pulcritud moral de la época. Pero en su literatura también se abre paso un gesto doble: estilo narrativo minimalista y una especie de culto al exceso: si el sexo es placentero, para sus personajes es el único placer real; si beber alcohol es divertido, sus personajes beben cantidades industriales; si el desprecio es la atmósfera cotidiana, sus personajes odian con rabia. En ese sentido es que se impregna un nihilismo arrollador que evita cerrarse en el egoísmo de la competencia ni en el sálvese quien pueda del individualismo ruin. Bukowski tiene lo que pocos escritores atesoran: sensibilidad.
Griselda García recuerda “Confesión”, donde Bukowski “dice en treinta versos lo que a otro escritor le llevaría una vida de intentos fallidos”. Ella lo tradujo: “Esperando a la muerte / como un gato / que va a saltar sobre la cama // estoy tan preocupado por / mi mujer // ella verá este cuerpo / duro / rígido / lo sacudirá una vez, luego / quizás / otra // “¡Hank!” / Hank no / responderá // no es mi muerte lo que / me preocupa, es mi mujer / sola con este / montón de / nada // quiero / que sepa / eso sí / que todas las noches / que dormí / junto a ella // incluso las discusiones / inútiles / fueron algo / espléndido // y las duras / palabras / que siempre temí / decir / ahora pueden ser / dichas: // te / amo”. “Hay una historia clara, hay un hombre, una mujer, un gato y la muerte. Solo un maestro puede producir ese efecto con tanta claridad expresiva, sin rebusques ni oscuridades. Si cualquier escritora pidiera que le fuera dado escribir un solo poema así, creo que podría darse por satisfecha”, concluye.
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