Los emperadores romanos: historias de los gobiernos de un solo hombre

Una mirada a libros recientes, que tienen el foco en la figura del emperador, que pueden brindar claves sobre un presente con democracias débiles y gobiernos autocráticos

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Las desmesuras de los emperadores
Las desmesuras de los emperadores romanos se reflejan en varios ejemplos de nuestro presente. (Imagen ilustrativa Infobae)

Han pasado los tiempos y, sin embargo, todavía sobrecoge la sola idea del Imperio Romano. No sólo debido a una extensión que abarcaba desde el océano Atlántico, al oeste, hasta las orillas del mar Caspio y Rojo, al este, y desde el desierto del Sahara, al sur, hasta las orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia, al norte. Bajo el dominio de los romanos se encontraban desde galos y celtas a los habitantes de Hispania y el norte de África. El latín y sus variaciones etnográficas funcionaba como la lengua oficial -aunque sólo los sectores elevados tuvieran acceso a las oficialidades oficiales- y en las monedas con las que se comerciaba en el vasto territorio se repetía una y otra vez una imagen y una leyenda: un nombre y el título de emperador.

Si Mary Beard, catedrática emérita en Cambridge y experta en Roma, había realizado un extenso y sagaz panorama de la sociedad imperial romana en SPQR en 2016, su nuevo libro Emperador de Roma (Crítica) hace hincapié en la figura política del emperador: en el gobierno de un solo hombre o, para usar un término adecuado, el periodo de las autocracias en Roma. Una sociedad que había emulado, en el modo que pudo, la democracia ateniense mediante la república romana hasta que Julio César cruzó el Rubicón con sus tropas rebeldes, desconoció la autoridad del Senado y luego de vencer en la guerra civil, se hizo nombrar “Dictador” y, luego, “Dictador perpetuo”. Había dicho al cruzar el Rubicón: Alea jacta est (”La suerte está echada”), y ese mandato duraría por generaciones. Incluso luego de que un complot de un grupo de senadores sellara su suerte durante los Idus de Marzo y fuera asaltado y acuchillado por varios complotados en las escaleras del Senado, entre ellos su sobrino Bruto. “Tu quoque?” (¿Tú también?) llegó a decir Julio César antes de lanzar su último suspiro.

Busto de Julio César (100-44
Busto de Julio César (100-44 a. C) (Photo by Art Images via Getty Images)

Una serie de guerras intestinas se desató hasta que el sobrino e hijo adoptivo de Julio César venció y le brindó un carácter normal a la excepción, haciéndose nombrar Emperador con el nombre de Augusto tras derrotar a la sociedad amoroso/política compuesta por Marco Antonio y la reina de Egipto Cleopatra, para reinar con un senado que era meramente decorativo y dos cónsules que él mismo nombraba y que le obedecían. La autocracia había alcanzado una forma estridente y eficiente.

En el gobierno de un sólo hombre todo es desmesura, porque ese hombre debe ser desmesurado. Beard recorre las manifestaciones de tal gobierno en la arquitectura, las costumbres sociales y las extravagancias alentadas por el Emperador, que tenían un reflejo social.

Augusto, primer Emperador disciplinó al Senado, cerró la Tribuna, suprimió las asociaciones, incrementó las legiones en las fronteras, multiplicó las flotas en los mares, insertó el comercio en el orden y la opulencia, exilió a los hombres que extrañaban la república y así creó las condiciones imperiales que pasarían a la historia. Antes de morir, escribió un texto llamado Lo que hice (Res Gestae) que se exhibía en dos pilares de bronce en el exterior de su tumba, que probablemente con el paso del tiempo hayan sido fundidos para crear armas en las guerras medievales. Una versión casi completa se encontró en Ankara, Turquía, y se mostró por primera vez en 1930 bajo el modernizador gobierno de Los Jóvenes Turcos liderados por Kemal Ataturk. Dice Beard: “Poco después volvió a ser copiado por orden de Benito Mussolini, el dictador fascista italiano, que pretendía presentar al emperador como antepasado suyo”. Es que el gobierno de un solo hombre tiene su propia genealogía y las desmesuras de unos y otros son santos y señas para cada época de la autocracia.

Dice Beard: “Los numerosos retratos del emperador erigidos en bronce y mármol por toda Roma tenían un objetivo similar. De Augusto se hicieron decenas de miles, de los que todavía se conservan más de doscientos, demás de los millones de monedas con su efigie que tintineaban en los bolsillos y monederos de los romanos. En cualquier caso, “el emperador” como cabeza visible era omnipresente”.

Portada de "Emperador de Roma"
Portada de "Emperador de Roma" (Crítica), el nuevo best seller de Mary Beard

Lo sucedió Tiberio. Cuenta el ensayista francés Pascal Quignard en su libro El sexo y el espanto (El cuenco de plata) una de las costumbres más tenebrosas del nuevo emperador. Quignard cita a Suetonio: “Llamaba “pececitos” (pisciculos) a niños de la más tierna edad que había acostumbrado a permanecer y jugar entre sus piernas mientras nadaba para excitarlo con sus lenguas y sus mordiscos (lingua morsuque). Daba de mamar a manera de seno sus partes naturales a niños aún no destetados a fin de que los descargasen de su leche. Es lo que prefería. En los bosques y arboledas de Venus, hizo disponer grutas y cavernas en las cuales los jóvenes de uno y otro sexo se ofrecían al placer vestidos de Silvanos y de Ninfas (Paniscorum et Nympharum)”

Dice Quignard: “El poder en Roma une en un solo haz (la palabra fascia, que designa las varillas de abedul enlazadas por una correa que sostienen los lictores que preceden a los padres que se dirigen a la curia, es la misma que designa el fascinus, la fascinación, el fascismo) la potencia sexual, la obscenidad vernal, la dominación fálica y la transgresión de las normas estatutarias. Hay que pensar juntos la afectación en la rusticidad verbal, la reivindicación del lenguaje que excluye obsesivamente la idea de mentir, de mentirse, es decir, de volver estéril el terror supersticioso a la suerte echada acerca de la erección viril, indistinta para los romanos de la noción de potentia (fertilitas, victoria).

Así la fuerza física, la superioridad guerrera, la erección fascinante, el carácter obstinado, la voluptas insumisa formarían de manera indivisible la virtud masculina (la virtus del vir). Al igual que la circuncisión era la marca de la alianza en el seno de las tribus judías, la renuncia a la pasividad fue la marca que impuso su ley al pueblo cuyo tótem es la loba. Podemos entender entonces la transgresión ritual que asume el princeps: pasividad homosexual, bestialismo, felación. Nerón privilegió las uniones homosexuales. Tiberio eligió el cunninlingus (e incluso el cunninlingus de las matronas). Suetonio cuenta que Tiberio hizo llevar a los aposentos privados de su palacio, bajo las pinturas de Pharrasios, a una patricia que se llamaba Mallonia. Mallonia rehusó someterse a las exigencias sexuales del Emperador. Dijo que era un “viejo de boca obscena y que era velludo y hediondo como un chivo”. Siguiendo el ejemplo de Lucrecia, Mallinia se atravesó con una espada (aun cuando su castitas no estuviera en duda. En los juegos que siguieron a su suicidio el pueblo romano se puso a aplaudir este verso: Hircum vetulum capreis naturam ligurire (”El viejo chivo mama las partes naturales de las cabras”).”

"El sexo y el espanto"
"El sexo y el espanto" (Minúscula editorial)

Se ha mencionado a Nerón, el libertino que tocaba el arpa mientras Roma comenzaba a arder. También es conocido Calígula y su desenfreno, llevado al cine por Tinto Brass. Menos conocida es tal vez la historia de Heliogábalo.

Heliogábalo, por maniobras de su madre y de su abuela, accedió al trono a los catorce años. A los dieciocho años terminaba su rol como hombre solo al frente del poder al ser asesinado. Pero esos cuatro años bastaron para conducirlo a una inmortalidad, decadentista, pero inmortalidad al fin. Dominado por su madre y su abuela, las nombró “augustas” y les dio un lugar en el Senado, que hasta el momento siempre había sido privativo del género masculino. Su propia sexualidad era transgresora: no solamente las hormonas adolescentes lo conducían al éxtasis de la pasión sexual, sino que se casó con cinco mujeres (entre ellas una virgen vestal, quien debía ser sacrificada de perder su condición de virgen) y también hizo lo propio con un esclavo rubio llamado Hierocles, que lo acompañaba a todos lados y que era presentado como su esposo, y con un atleta de Esmirna llamado Zotico en una ceremonia pública realizada en Roma. Puede haber sido la primera persona en intentar realizar una cirugía médica de cambio de sexo, ya que ofrecía una fortuna al médico que pudiera lograr esa transformación en su cuerpo. También disfrutaba al prostituirse y frecuentaba los lupanares de la ciudad disfrazado con pelucas. Dice el historiador romano contemporáneo a aquellas épocas Dión Casio: “Finalmente, él reservó una habitación en el palacio y allí cometía sus indecencias, permaneciendo siempre desnudo en el umbral, como hacen las prostitutas, y moviendo la cortina que colgaba de anillos dorados, mientras que en una voz suave y conmovedora se ofrecía a los que pasaban por el corredor”.

Beard resalta cómo Heliogábalo daba rienda suelta a su desagradable, o juvenil, sentido del humor “e invitaba a comer a grupos de ocho calvos, ocho hombres con un solo ojo, ocho hombres extremadamente obesos (...) recurriría a los alimentos falsos, de cera o de vidrio, servidos a los comensales de menor rango, que se veían obligados a pasar la velada con rugidos en el estómago viendo cómo sus superiores comían de verdad. Otras veces soltaba leones, leopardos y osos amansados entre los juerguistas que se habían quedado dormidos a causa de los excesos de la noche anterior y, al despertar, algunos se llevaban tal sorpresa que se morían no porque las bestias los atacaran, sino del susto. Se cuenta que en una ocasión Heliogábalo cubrió a sus invitados con tal cantidad de pétalos de flores que todos se asfixiaron”. Finalmente, una conspiración acabó con su vida apenas cumplidos los dieciocho años.

Ilustración del joven emperador Heliogábalo
Ilustración del joven emperador Heliogábalo (203-222) (The Illustrated World, 1880. Colored / Photo by Ipsumpix/Corbis via Getty Images)

Puede sonar actual (en realidad, ¿no suena todo esto bastante actual y propio de un país al sur del continente americano?), pero Calígula tenía un amor fanático por su caballo de carreras Incitatus (“Máxima velocidad”). Su pasión “no se limitaba a todas las anécdotas que se contaban al respecto, como la de que había invitado a cenar al animal o amenazado con hacerlo cónsul. Calígula mimaba en exceso a Incitatus, tanto que enviaba soldados a los establos la noche antes de la carrera para asegurarse de que nadie perturbara el sueño del caballo, además de proporcionarle un establo de mármol, un pesebre de marfil, mantas púrpura (el color imperial) y toda una serie de lujos, entre ellos una casa, muebles y sus propios esclavos”.

Calígula quiso ser un dios. Comenzó a realizar sus apariciones públicas vestido de dios y semidiós, como Hércules, Mercurio, Venus y Apolo. Se refería a sí mismo como un dios cuando comparecía ante los senadores, y en ocasiones aparecía en los documentos públicos con el nombre de Júpiter. Se erigió tres templos a sí mismo; dos en Roma y uno en Mileto, en la provincia de Asia. Filón de Alejandría y Séneca el Joven, describen a Calígula como un demente irascible, caprichoso, derrochador y enfermo sexual. Se le acusaba de alardear de acostarse con las esposas de sus súbditos, de matar por pura diversión, de provocar una hambruna al gastar demasiado dinero en la construcción de su puente y de querer erigir una estatua de sí mismo en el Templo de Jerusalén con el objeto de ser adorado por todos. Se acusó a Calígula de mantener relaciones incestuosas con sus hermanas, Agripina la Menor, Julia Drusila y Julia Livila.

Gracias a las orgías que
Gracias a las orgías que el productor de la cinta añadió de último minuto, "Calígula" de Tinto Brass se convirtió en la película independiente más taquillera del mundo por varios años

Nerón realizó su gobierno de un solo hombre con el fin de alentar las posibilidades de la vida de las clases inferiores, rebajando los impuestos directos que el Imperio les afectaba. Esto no caía bien entre los patricios ni el senado. Roma fue incendiada, no se sabe si intencionalmente o por accidente. Hay quienes señalan como el pirómano a Nerón, que subió al monte a tocar su arpa y cantar la canción Illiupersis mientras veía el fuego consumir la ciudad capital del imperio, donde planificaba llevar adelante un proyecto urbanístico diferente. No se sabe bien qué pasó, pero ante el riesgo de que ese rumor se extendiese, Nerón culpó a los grupos cristianos, que actuaban en la clandestinidad de las catacumbas, y varios de ellos, entre ellos los apóstoles Pablo y Pedro, fueron entregados a los perros. Otros cristianos fueron crucificados. Fue la primera matanza de cristianos en Roma.

Probablemente Nerón no haya subido con el arpa para ver al mundo arder, pero es que la posibilidad del gobierno de un solo hombre ya plantea en sí misma esa perspectiva. Fueron varios siglos de emperadores romanos hasta que los cimientos del imperio cayeron por obra de los bárbaros, de las colonias que se rebelaban, del pueblo que decidía barrer con la autocracia.

Siempre sucede que el escrutinio de la historia viene a enseñarnos algo sobre nuestra propia actualidad. En el mundo surgen tendencias ultraderechistas que quisieran hacer caso omiso de los parlamentos o de la representación de los ciudadanos, en particular de sus sectores laboriosos. Roma, el tumultuoso Imperio Romano, puede brindarnos alguna clave sobre el presente.

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