Los seres humanos siempre se han organizado en grupos familiares, siendo las relaciones de parentesco una experiencia humana prácticamente universal. Sin embargo, los conceptos de “familia” y de “vínculo familiar” no lo han sido, ni en el espacio ni en el tiempo.
A lo largo de la historia, la idea de “familia” ha ido cambiando. En las sociedades prehistóricas, por ejemplo, la arqueología y la antropología indican que eran organizaciones presumiblemente matriarcales. Pero es complicado seguir los registros de las familias. La arqueogenética ha indicado que muchas veces miembros con material genético diferente compartieron tumbas, indicando así que tenían un vínculo –familiar o social– que no era biológico.
Igualmente, en las culturas actuales, en la mayoría de los países occidentales europeos, el concepto de familia puede ser social o biológico.
La familia medieval
A pesar de las profundas diferencias entre la alta sociedad y quienes carecían de recursos, entre las zonas urbanas y las zonas rurales, en general, el modelo familiar en la Edad Media era bastante parecido. La familia se basaba normalmente en la tradición y la biología. La sociedad de la “vieja Europa cristiana” era una sociedad estructurada, hasta cierto punto, en torno a linajes o lazos de parentesco.
Hacia finales del siglo XI, principios del XII, comenzó a ser más frecuente un contrato seguido de una ceremonia entre los individuos: el matrimonio. Este se hizo obligatorio a partir del siglo XVI con el Concilio de Trento.
La propia Iglesia Católica en Occidente contribuyó en cierta forma a la importancia de la familia en la sociedad, implantando normas para la constitución de lo que podría llamarse “la verdadera familia”. Como ejemplo, se puede citar la regla que indicaba que “el matrimonio debía ser exogámico”, dificultando así los casos de incesto y permitiendo la circulación de riquezas entre diferentes familias.
Además, es curioso mencionar el interés medieval por la genealogía. En el siglo XI empieza a surgir una atracción creciente por la familia de Jesucristo. Esto lleva a varios eruditos cristianos medievales a validar la genealogía de sus antepasados y representar a la familia de Jesucristo como un árbol. Esto adoptaría más tarde la forma de “árbol genealógico”.
Vemos que, mientras que se le da un papel importante a las cuestiones biológicas y a la genealogía, el parentesco social también adquiere un valor considerable.
Pertenecer a una “casa” (del inglés “house of”), fuese por nacimiento o por adopción, puede parecer algo típico de una serie o una película. Sin embargo, era una realidad con profundas repercusiones. Podía incluso significar heredar un imperio. Ejemplo de ellos son las conocidas “casa de Windsor” o “casa de Wessex”, y, en España, la “casa de Trastámara”, la “casa de Aragón”, la “casa de Borgoña”, la “casa Borbón”, entre otras.
Además, en el periodo medieval, la “familia” y el “estar emparentado con” eran características que podían estructurar los matrimonios, determinar herederos e incluso afectar dónde o con quién se enterraba un individuo.
Analizando los restos biológicos
Como analizamos en un estudio que acaba de publicarse, la Antropología Biológica es uno de los campos que ha permitido entender la dinámica de las familias a lo largo de la Historia. Por ejemplo, el estudio de la movilidad de las poblaciones es una de las formas de comprender esa dinámica. Permite observar el flujo migratorio en los diferentes niveles sociales, analizando cómo se realizaba, por ejemplo, el nuevo tipo de contrato medieval: el matrimonio. También el estudio de la dieta permite entender la organización familiar en las distintas sociedades medievales. ¿Quién se alimentaba mejor? ¿Los niños? ¿El padre?
A nivel genético, cada vez se desarrollan más proyectos en torno a la comprensión del funcionamiento de las sociedades europeas medievales.
Por ejemplo, al hallar las tumbas múltiples, el estudio genético permite saber si los individuos que fueron enterrados juntos estaban o no emparentados. En el caso de no estarlo, se abre un interesante abanico de hipótesis, como es el caso de la adopción. Un abanico muy amplio, por varias razones.
En la época medieval los individuos cristianos tenían el derecho a ser enterrados solos, en tumbas individuales. Cuando estaban enterrados juntos normalmente era por vínculos familiares o matrimoniales. Pero si al realizar un estudio genético se verifica que, por ejemplo, un adulto y un niño sin vínculo biológico han sido enterrados juntos, no podemos asumir automáticamente que este último fuese “adoptado” según el concepto actual.
Es cierto que si el niño no tuviera una relación importante con el adulto no estaría “en su tumba”. Ahora bien, es posible que esos niños muchas veces no fuesen adoptados y que hubiesen sido enterrados junto a sus padres, por ejemplo, sin que estos supieran que no eran sus hijos.
Es decir, los estudios actuales genéticos pueden determinar discrepancias en el linaje biológico –y el linaje era muy importante en esa época–. Pero se necesita otro tipo de estudios y documentación para certificar si hubo infidelidades o si esa persona era consciente de no compartir material genético con alguno de sus descendientes; el estudio genético por sí mismo no puede determinar si era una adopción o desconocimiento.
Un ejemplo interesante, relacionado con la genética, la familia y los parentescos, es el del rey inglés Ricardo III, el último monarca de la casa de York y de la dinastía Plantagenet. A través del estudio de sus descendientes reconocidos actuales fue posible identificar los restos de un esqueleto humano y concluir que eran del monarca, desaparecido en la batalla de Bosworth en 1485. También, al hacer un estudio de su linaje, se descubrió que había material genético diferente en personas que se habían considerado descendientes biológicos.
El concepto de familia es difícil de encajar en una única definición, habiendo ocupado un lugar central en la vida medieval. Muchas tradiciones y costumbres adquiridas entonces han tenido una profunda repercusión y permanecen intocables hasta la actualidad. El ritual del matrimonio y el propio concepto de “familia” son ejemplos de ello.
Entender que un individuo pudo ser enterrado con otro no porque fuera su hijo biológico sino porque tenían un vínculo social nos lleva a comprender el funcionamiento de una época de la que disponemos de una cantidad considerable de información escrita, pero donde la información bioarqueológica sigue siendo muy escasa.