La muerte es un tema que despierta interés desde el inicio de los tiempos. El hecho de conocer qué destino espera a las almas tras la muerte está envuelto de enigmas. La idea de que la vida es un instante fugaz, más allá de ser un motivo presente en la literatura universal, justifica la necesaria búsqueda de explicaciones.
La muerte y los discursos moralizantes
A finales del siglo XIV hubo una elevada mortalidad, a causa de epidemias como la peste negra, la pobreza y las guerras. Por este motivo, en una sociedad occidental profundamente religiosa, la muerte se convirtió en una obsesión entre la ciudadanía. Se asociaba la muerte a una supuesta cólera divina en respuesta a los pecados cometidos por la humanidad. Esta idea se arraigó con los discursos de los predicadores en el occidente europeo. Estos recordaban a los fieles la necesidad de que existiese una conversión interior desde el ejercicio de las virtudes.
En los sermones se infundía el miedo, que aumentaba con la certeza del Juicio Final y del fin del mundo, como resultado de una muerte en pecado. El dominico san Vicente Ferrer se atrevió incluso a poner fecha al fin del mundo para promover en la sociedad la conversión interior.
El religioso estaba a su vez influido por los textos de santo Tomás de Aquino. Siguiendo a santo Tomás, san Vicente explicaba que Dios es el autor del “libro de la vida”. En él están inscritos, en letras doradas, quienes han obrado rectamente y, en letras de color negro, quienes han muerto en pecado. Cuando una persona muere y acude al juicio divino, se abre el libro de la vida, y a cada cual le corresponde un destino: el cielo o el infierno.
En este contexto moralizante, la muerte se representaba de manera terrorífica, mediante danzas macabras y calaveras, con el objetivo de mostrar una visión realista del cuerpo, que se convierte en polvo y ceniza.
En la pintura y en la escultura la muerte se retrata como un esqueleto con guadaña, o como un caballero que galopa sobre multitudes de personas muertas.
Cambios en la forma de entender la muerte
En la sociedad medieval se diferencia la muerte física, inevitable, de la buena o mala muerte. La buena muerte coincidía con el hecho de haber dictado testamento y tener el alma preparada para el momento último. La mala muerte, o muerte impura, se asociaba a la muerte súbita, al suicidio o a la muerte por ajusticiamiento.
Pero, a consecuencia de la participación de Jean Gerson, profesor de la universidad de París, en el Concilio de Constanza (1414-1418), se produce un cambio en la interpretación del tema de la muerte. Allí, Gerson presenta la obra Opusculum tripartitum, que tuvo amplia difusión en toda Europa. En ella insiste en la idea de que la muerte no es un hecho terrible, sino un tránsito y un triunfo sobre los siete pecados capitales.
Ediciones con imágenes: qué ocurre en el momento de la muerte
El impacto social que tuvo la obra de Jean Gerson explica que pronto comenzaran a editarse tratados del bien morir según los preceptos cristianos medievales. A diferencia de las danzas macabras, que mostraban la muerte como un hecho colectivo, estos tratados, denominados Ars moriendi, representaban una muerte más íntima.
La primera versión, escrita en latín, se tradujo a diferentes lenguas y circuló en varias versiones por toda Europa. Se consiguió que el libro sirviera como instrumento para infundir serenidad y afrontar mejor el momento de la muerte.
En ellos se argumenta que en la cama del moribundo se establece un combate simbólico entre el alma y Dios. En esta dialéctica, se lucha para vencer las tentaciones del demonio contra la fe, la desesperación, la impaciencia, la vanagloria y la avaricia. A estas tentaciones se añaden las inspiraciones del ángel de la guarda.
Además, estas ediciones incluían aspectos como la alabanza de la muerte, o las oraciones que han de rezar los acompañantes del lecho de quienes están a punto de dejar la vida.
A menudo estos manuales también contenían grabados. Este recurso ayudaba a los iletrados a entender el contenido. En las imágenes se representaban las ideas del Juicio Final, del libro de la vida y de los cuatro momentos, llamados “postrimerías” o “novísimos”, que puede experimentar el moribundo: la muerte, el juicio, el infierno y la gloria celestial.
El éxito de estas versiones se puede entender desde una pedagogía de la fe católica, para infundir paz a los moribundos. En este sentido, las imágenes se utilizaron también de manera individualizada como amuletos para la protección del hogar.
A finales del siglo XV la muerte dejó de considerarse un hecho terrorífico. A partir de este momento se convirtió en una forma de conseguir la reconciliación del alma con Dios. Con el cambio experimentado tras el Concilio de Constanza, se convirtió en un tema de máximo interés didáctico y moralizante.
* IVEMIR-UCV, Universidad Católica de Valencia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
Fotos: Wikimedia Commons.