El “Milagro de los Andes”: reflexiones desde la neurobiología

Tercera y última nota sobre la travesía al lugar de los hechos relatados en la película “La Sociedad de la Nieve”, con un análisis sobre la capacidad de adaptación de los organismos ante la adversidad

Travesía al Memorial "Milagro de los Andes"

Hace un mes fuimos con mi amigo Andrés al Memorial del Milagro/Tragedia de los Andes. La experiencia fue maravillosa desde muchos puntos de vista. Por un lado, está la increíble travesía de montaña, con varios cruces de ríos, algunos a pie otros a caballo, el campamento y el paisaje. No se trata sólo de una aventura genérica o de una experiencia física, sino que el Memorial conlleva una vivencia intensa en el plano de lo humanístico y espiritual. Y además, a título personal, escribió un capítulo más en la entrañable hermandad con mi amigo. Podés recorrer las crónicas de esas experiencias en dos notas previas “Crónica de la travesía al memorial del “Milagro de los Andes”: una experiencia extraordinaria” y “Un paseo por el Memorial del Milagro de los Andes, donde el silencio se hace oír”.

En esta oportunidad me propongo reflexionar desde una perspectiva neurobiológica acerca de cómo aquel grupo humano logró, primero una adaptación a una nueva vida, con nuevo escenario y nuevas reglas, y después a trascender ese mundo hostil para poder volver a la civilización.

No voy a abundar en los acontecimientos de la tragedia, superconocidos por todo el mundo, sólo voy a puntualizar los hechos básicos. En octubre del 72 un avión con 45 pasajeros, la mayoría pertenecientes a un equipo de rugby uruguayo se estrelló en el Valle de las Lágrimas, en la Cordillera de los Andes, del lado argentino. Sobrevivieron inicialmente 29. Algunos murieron en los días siguientes y ocho durante una avalancha al día 17. Hicieron algunos intentos por salir de ese lugar, pero casi no sobreviven a las expediciones, principalmente a las noches. Se alimentaron de los cadáveres, primero de los músculos y después de las vísceras. Finalmente, se organizaron para hacer una expedición final que cruzó la cordillera hacia el Oeste y lograron el rescate. Sobrevivieron 16.

¿Qué le pasa al cuerpo y a la mente en el instante en el que la vida, tal y como la conocíamos, cambia radicalmente? De esas reflexiones es posible extraer aprendizajes útiles para la vida cotidiana.

Adaptación frente a la adversidad: enseñanzas del Milagro de los Andes

El cuerpo y la adaptación

Casi todos los días de nuestras vidas se parecen mucho a los días vecinos. Hoy amanecí en la misma casa que ayer, en la misma ciudad y en el mismo país. Me rodeé de gente que habla el idioma al que estoy habituado y que se comporta de una manera bastante predecible. La construcción de hábitos de vida que llevan a rutinas permiten bajar los costos de estar adaptados a nuestro entorno. Los cambios habituales de nuestra vida son bastante mínimos la mayoría de los días y la adaptación a esos cambios suele ser económica.

Para eso nuestro cerebro tiene un sistema que repite hábitos frecuentes como respuesta a necesidades cotidianas y que opera de un modo automático, con bajo consumo de recursos. No es necesario estar decidiendo todo el tiempo ante lo mismo. Lo que me funcionó antes debe ser la mejor opción hasta que se demuestre lo contrario. Por otro lado, también tiene otro sistema destinado hacer frente a situaciones novedosas o extraordinarias, para evaluar, clasificar, connotar y responder de una manera específica. Este segundo sistema, desde ya, consume muchos más recursos, principalmente porque pone en juego el más perfecto algoritmo biológico de toma de decisiones: las emociones.

Como pauta general se puede decir que el primer sistema responde a los eventos cotidianos y el segundo, a los extraordinarios. Todos los días tienen algo de extraordinario, pero casi siempre acotado a algunas pocas cosas.

Visita al Memorial del Milagro/Tragedia de los Andes: una fusión de aventura y reflexión humanística

Pero hay días en los que la vida cambia de manera sustancial donde casi todo alrededor se presenta como extraordinario. Ejemplos pueden ser la pérdida de un ser querido, una enfermedad aguda, un cambio laboral abrupto, una separación, una mudanza o un accidente. En esas circunstancias, nuestro organismo tiene que poner en juego mayores recursos que los habituales para adaptarse a esa nueva vida.

La vida de los sobrevivientes del avión de los uruguayos sufrió un cambio drástico, súbito, en apenas minutos, que los llevó, de ir relajados a pasar unos días de diversión a Chile, a encontrarse al borde de la muerte en el ambiente más hostil concebible.

Desde un punto de vista netamente físico, existe un síndrome descrito a principios del siglo XX por Hans Selye, que se llamó “Síndrome General de Adaptación”, que describió una reación no específica del organismo como respuesta a cualquier estímulo nocivo. De esa descripción deriva el concepto de estrés. Es decir, el organismo tiene una reacción estándar para hacer frente a cualquier cosa, que básicamente prepara al cuerpo para la lucha o para la huida, mediante una activación neuroendócrina (adrenalina, noradrenalina, cortisol y toda la bola). Esa reacción estándar, si se extralimita en el tiempo, es perjudicial, así que es necesario desactivarla cuanto antes.

Cuentan los sobrevivientes que tuvieron frío las primeras noches y después ya no. No solo porque pudieron sellar mejor el avión, si porque sus cuerpos se habían adaptado al nuevo clima.

El autor de esta nota y un amigo en el Valle de las Lágrimas, Cordillera de los Andes

La mente y la realidad

Entender la reacción de la mente en esas situaciones no es tan lineal como entender la reacción física, es mucho más compleja y menos generalizable, donde los diferentes individuos responderán de un modo distinto según se vean afectados sus símbolos de referencia, como la identidad y la pertenencia social. No hay una respuesta estándar que sirva para todo. Porque la mente, activando o anulando representaciones simbólicas, es capaz de fragmentar la percepción del escenario y regular los costos adaptativos. Puede moldear la realidad o matizarla para que la adaptación sea posible.

Muchos sobrevivientes cuentan cómo los primeros momentos después de la caída del avión, cuando el ambiente calentito y de risa se transmutó de manera abrupta a frío helado, sangre y gritos, tenían una lectura de la situación desde un plano onírico, como si la mente se tomará un tiempo para decidir si va a darle crédito a lo que percibe o tomarlo como un sueño.

La mente puede priorizar, exagerar, amplificar o dramatizar. Va a activar los programas de estrés tanto por lo que percibe que pasa, como por lo que predice que podría pasar. La ausencia de matices acá puede producir desesperación o parálisis. También puede comportarse como negadora: esto no es verdad, esto no está pasando. O incurrir en reduccionismos: bueno, de todo este quilombo, por ahora me voy a ocupar sólo de esto, el resto lo dejo para después.

Recuerdos y testimonios en el centro mismo del lugar donde ocurrió el llamado "Milagro de los Andes"

Este último caso aplica cuando se pasa a la acción, como tomar una tarea cualquiera e intentar ejecutar los pasos necesarios para completarla. En el caso del accidente del avión, los que entraron rápido en acción, como Servino y Canessa, los dos estudiantes de medicina, ocuparon sus mentes en asistir a los heridos. También Marcelo Pérez del Castillo, el capitán del equipo, que tomó el liderazgo para conseguir convertir los restos de un avión estrellado en un refugio de alta montaña. Pasar a la acción, aunque implica un reduccionismo de la problemática, tiene implicancias positivas desde un punto de vista pragmático: tengo que ocuparme de detener esta hemorragia y de que la herida esté limpia, no de sobrevivir a un avión estrellándose en la cordillera.

Otro ejemplo de cómo la mente administra sus recursos se ve en referencia a los duelos. Adolfo Strauch cuenta en una entrevista cómo recién al llegar a Montevideo, varios días después del rescate, tuvo la conciencia y el dolor de la pérdida de uno de sus grandes amigos, que había muerto al comienzo del accidente. Dice que recién allí lloró por él. Su mente no inició el duelo hasta que tuvo la supervivencia garantizada, como una forma de conservar recursos. También Nando Parrado cuenta en su libro El Milagro de los Andes, que no pudo llorar a su hermana y a su madre, fallecidas en el accidente, sino hasta que pudo abrazarse con su otra hermana y su papá.

La construcción de una "Sociedad de la Nieve": de la reacción individual a la organización colectiva

La zona de confort, invertida

Dice la psicología positiva que para crecer hay que salir de la zona de confort. Desde una perspectiva neurobiológica, la zona de confort no es otra cosa que una zona de ahorro. Permanecer dentro del contexto de lo previsible es económico neuronalmente.

Cuenta Roy Harley que cuando fueron de expedición a la cola del avión a tratar de reparar la radio, se encontró con su propia valija prolija, armada tal y como la había preparado en su casa. Dice que a partir de allí metía la cabeza en su valija y respiraba profundamente para recibir el aroma de su casa en Uruguay, que eso lo transportaba a un hogar y que lo tranquilizaba.

Salir de la zona de confort es una forma de desafiarse productivamente y puede ser útil, desde ya. Pero cuando el mundo se vuelve hostil, cuando uno está bandeado de estrés, volver al dominio de lo familiar puede resultar recuperador. Por eso los migrantes llevan sus costumbres consigo.

La adaptación exitosa y el apego

La mente se está dirimiendo todo el tiempo entre lo que le resulta familiar y lo que es extraordinario. Lo primero es predecible y, por lo tanto, barato, y lo segundo es impredecible y entonces potencialmente caro de enfrentar. De ahí que nuestra mente genere sentimientos afectivos positivos por todo aquello que resulte familiar, por decir, todo contexto al que ya nos encontremos adaptados. De esa preferencia afectiva devienen, ni más ni menos, que todos los folclores y tradiciones de los pueblos. Todas las personas preferimos nuestras propias culturas a otras exóticas, incluso sin que medie ningún tipo de prejuicio. Eso es así porque nuestra mente tiene convalidados los complejos sensoriales de nuestras culturas con sentimientos positivos, simplemente porque adaptarse a ellos es más económico que adaptarse a cualquier otro. De ahí que las personas prefiramos nuestra tierra natal a cualquier otra, nuestra música a cualquier otra, nuestra lengua a cualquier otra y nuestra tribu a cualquier otra.

Cuenta Eduardo Strauch en una entrevista que da, durante una de sus travesías al memorial, que uno de los sobrevivientes que prefiere no nombrar, muchos años después del rescate, le confesó que daría cualquier cosa por volver a pasar un día más en el avión. Ese mundo tan terrible al que se enfrentaron después del accidente, una vez que se hubieron adaptado, pasó a recibir un valor afectivo positivo. Si nuestra mente ya hizo la inversión necesaria para adaptarnos a un contexto, más vale que esa inversión se amortice, que el contexto ahora resulte elegible.

Aquello a lo que ya estemos adaptados va a evocar sentimientos afectivos magnéticos. Nuestra mente nos va a querer convencer de que optemos siempre por aquello que resulte más económico para ella y nos va a querer disuadir de que optemos por lo caro.

Una vez que los sobrevivientes se adaptaron al contexto del avión, por adverso y terrible que fuera el panorama, salir de allí pasó a ser lo caro. Tuvieron que dejar atrás ese nuevo relativo confort para salir otra vez hacia lo desconocido. Roberto Canessa cuenta que tuvo muchos días de dudas hasta convencerse de que la mejor opción era abandonar esa nueva adaptación y volver a enfrentarse a situaciones imprevisibles. La muerte de Numa Turcatti, el último en fallecer, que había resultado originalmente ileso del impacto del avión, indicó que la nueva adaptación que habían conseguido era frágil e inestable. Eso los llevó a cruzar la cordillera y conseguir el rescate.

Foto de los sobrevivientes en el lugar mismo de los hechos (Gentileza Museo Andes 1972)

Lo individual, lo social y lo institucional

Los grupos de individuos de una especie funcionan como organismos. Uno de los éxitos de la especie humana es la posibilidad de organizarse para amplificar las posibilidades adaptativas individuales en pos de una colectiva. Eso da lugar a la especialización. Los individuos agrupados configuran el dominio de lo social y lo social con reglas, las instituciones. Nando Parrado sostiene que si se hubiera accidentado un vuelo comercial regular en lugar de un equipo consolidado previamente, posiblemente no hubieran sobrevivido.

Las primeras reacciones al accidente fueron individuales, pero rápidamente se impusieron agrupaciones entre individuos, como los grandes y los más chicos. Y posteriormente se organizaron como una institución, a la que después todos acordaron en llamar La Sociedad de la Nieve, que da nombre al libro de Pablo Viersi en el que se inspiró la peli. Esa nueva institución de hecho consiguió escribir un nuevo sistema de reglas sociales, que les permitió a todos adaptarse al contexto de una manera superadora respecto de sí la hubieran encarado de manera individual.

Pablo Vierci, Roberto Canessa, Carlos Páez Rodríguez, Sandra Hermida, el director Juan Antonio Bayona, Belén Atienza, Enzo Vogrincic, Fernando Parrado, Agustin Pardella y Matías Recalt, durante la premiere de "La sociedad de la nieve" en el Festival de Venecia (EFE/Claudio Onorati)

Cuentan que en cierto momento los que trabajaban mucho por el grupo amenazaron a uno que no hacía nada, Roberto François, con que no le darían más comida si no se movía, y que él respondió que le parecía justo. Si bien no trabajó, con su respuesta convalidó las reglas de la Sociedad de la Nieve y eso lo mantuvo dentro del grupo. Nunca dejó de recibir sus raciones de alimentos. Lo institucional por encima de lo individual fue una pauta adaptativa determinante.

Y finalmente está la amistad. Los 16 sobrevivientes se mantuvieron unidos por el resto de la vida. Dijo Roberto Canessa que el amigo que fue Nando durante la travesía, fue el mejor que tuvo jamás. Cuenta que él quería tomar otra dirección, ir para el Este, pero Nando iba a ir para el Oeste. Dice que prefirió Oeste con Nando, que Este sin Nando.

Los lazos de amistad que se labran en la adversidad, donde uno fue recurso adaptativo del otro, configuran al otro como parte de uno mismo. Atahualpa Yupanqui dice que un amigo es uno mismo con otro cuerpo.

* Médico neurólogo y escritor

[Fotos y video: Ramón Ferro]