Fui, vi y escribí: Crímenes sin castigo

El caso de Alexey Navalny nos recuerda que, en la Rusia de Putin, ser opositor o crítico equivale a tener un destino de exilio, prisión o muerte. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

El opositor ruso Alexey Navalny en una imagen de video y en prisión. La foto es de 2022. El 16 de febrero de 2024 anunciaron su muerte. (REUTERS/Evgenia Novozhenina//File Photo)

Hola, ahí.

Te va a parecer raro, pero tengo la impresión de que, casi sin advertirlo, comenzamos a naturalizar no solo el exhibicionismo sino también la obscenidad como ejes de una nueva era de la humanidad.

Y no hablo, o no solamente, de ciudadanos, redes sociales y medios. Hablo de política y políticas. Hablo de mostrar aspectos íntimos que antes eran reservados pero también de mentir sabiendo que no habrá reproches ya que el concepto de verdad está sobrevalorado en tiempos de “fake news” y de IA. Pero hay más.

Hablo de prácticas que no son una novedad en el menú de gobierno de autoritarios y tiranos pero que hoy, cuando todo está más a la vista, se superan en crueldad como nueva forma de espectáculo. Me refiero al camino que va de prohibirles a los opositores el uso de la palabra y la manifestación de protesta, a encarcelarlos en condiciones inhumanas, a desterrarlos, a dejarlos morir. Y también a matarlos.

Navalny, durante una marcha en Moscú por el quinto aniversario del asesinato del político opositor Boris Nemtsov en protesta por la reforma constitucional. Febrero de 2020. (REUTERS/Shamil Zhumatov/File Photo)

La muerte esperada

La muerte de Alexey Navalny (1976-2024) en una cárcel de extrema seguridad en el Ártico donde cumplía una pena de 19 años por extremismo (terrorismo) fue una muerte anunciada y previsible. Es triste decirlo así, pero el desafío al Kremlin que este abogado especialista en finanzas y bloguero con millones de seguidores inició unos quince años atrás tenía un final cantado.

Su pelea contra la corrupción estructural en Rusia fue intensa e inteligente y recibió distintas formas de apoyo de países occidentales pero nada de eso pudo vencer al poder omnímodo del hombre que conduce los destinos del país más grande de la tierra desde 1999 y que suele confinar a sus enemigos al mayor de los silencios.

Nunca en todos estos años Putin nombró a Navalny. A lo sumo hablaba de “ese personaje” “el hombre enfermo” o el “protegido” de las agencias de inteligencia norteamericanas.

Cuando su entorno se refería o se refiere a él, siempre optan por destacar sus coqueteos con neonazis y supremacistas y sus expresiones racistas a comienzos de los 2000, que poco y nada tenían ya que ver con el hombre que quiso vencer a Putin. Decía que Putin le había robado el futuro a Rusia.

Anunciaron su muerte el 16 de febrero, no entregaron aún su cuerpo a los familiares —todos temen que estén borrando pruebas—, y organizaciones de derechos humanos denunciaron que tres días después del anuncio el presidente Putin ascendió a los jefes del servicio penitenciario que el año pasado habían enviado la orden de limitar la cantidad de comida que el opositor encarcelado podía adquirir por mes en la cantina de la prisión. La mayor parte del tiempo Navalny la pasó en celdas de castigo, donde lo que recibía como comida era migajas.

La gente se acercó a dejar flores en el monumento a las víctimas de la represión política en Moscú, en honor a la memoria de Navalny al día siguiente del anuncio de su muerte. Hubo cientos de detenidos. (REUTERS/Stringer/File Photo)

Sin opositores

Tal vez la mayor sorpresa tenga que ver con el momento en que ocurrió la muerte de Navalny, a unas semanas para las elecciones en Rusia, cuando Vladimir Putin volverá a ser elegido presidente sin oposición que pueda complicar ese destino.

Y cuando digo que no hay opositores reales, basta con revisar quiénes competirán con él entre el 15 y el 17 de marzo (las elecciones duran tres días): un candidato liberal que integra la Duma desde 1999 y que fue denunciado por acoso sexual por al menos cinco mujeres (Leonid Slutski, 56 años), un miembro del Partido Comunista que también integra la Duma desde 1993, compitió con Putin en las presidenciales de 2004 y tiene cero carisma (Nikolai, Jaritonov, 75 años) y un hombre más joven y sin incidencia popular alguna, Vladislav Davankov, de 40 años, también liberal de derecha, vicepresidente de la Duma desde 2021, año en que ingresó a la Asamblea Legislativa. Ninguno de ellos entraña riesgos, son opositores títeres.

Otros siete precandidatos, incluida la única mujer, la economista Irina Sviridova, fueron excluidos de la competencia por cuestiones técnicas o sacado de juego antes de la campaña, como Navalny, quien fue enviado a prisión a su regreso a Moscú desde Alemania, luego de recuperarse del intento de asesinato por envenenamiento que seguramente recordás y que, si no recordás, podés leer en detalle en este link.

Alexey Navalny (L) se dirige a sus seguidores durante un acto en 2013. Junto a él está su esposa, Yulia. (REUTERS/Grigory Dukor/File Photo)

Dos requisitos que fueron incluidos en la última reforma constitucional, la misma que habilitó la reelección de Putin, son refinadas trampas legales para quitarse de encima a adversarios molestos.

El primero es que el candidato a presidente tiene que haber residido en Rusia durante al menos 25 años (anteriormente se exigían 10 años) y el otro, que es nuevo, es no tener ciudadanía extranjera o permiso de residencia en un país extranjero, ni en el momento de la elección ni en ningún momento anterior.

Hace 25 años que Putin gobierna Rusia, como presidente o como primer ministro, da igual. Hace 25 años que muchos opositores se ven obligados a vivir en el extranjero o a pedir ciudadanía extranjera para sobrevivir. Muchos lo hacen previendo una amenaza hacia sus vidas; otros, como Mijail Jodorkovsky, alguna vez el hombre más rico de Rusia, castigado por intentar hacer política, lo han hecho luego de pasar más de diez años en prisión.

Putin no hace trampa el día de las elecciones o, al menos, no hace más trampa que muchos oficialismos. En su caso, llega tranquilo, no necesita el fraude: hizo trampa antes de ese día, cuando se ocupó de eliminar —una palabra con varios sentidos en su caso— a cualquiera que podría ponerlo en aprietos.

Las fotos de la vida cotidiana en los pueblos de Rusia de Dmitry Markov eran famosas por su calidad y sensibilidad.

Alzar la voz

Alexey Navalny —un hombre mucho más joven que Putin, carismático, fotogénico, rápido para las respuestas y muy familiarizado con las posibilidades virtuales de hacer llegar sus denuncias y propuestas a la población— vivía entrando a prisión, muchas veces por organizar o asistir a protestas no autorizadas y otras por causas probablemente orquestadas o infladas de malversación de fondos. Las acusaciones a su regreso a Rusia fueron por “extremismo”, un cargo mucho más grave.

En una de las oportunidades en que fue enviado a la cárcel, en un gesto magnánimo de esos que le gusta exhibir cada tanto a Putin, Navalny fue liberado y autorizado a presentarse como candidato en las elecciones para alcalde de Moscú, en 2013. Salió segundo detrás del candidato oficialista, luego de alzarse con un 27% de los votos: aunque quieran minimizarlo, en la Rusia de Putin, en la que el poder está encapsulado a fuerza de hierro, eso es un montón.

En 2019 y en 2021, para otras elecciones locales, Navalny fue por la estrategia que llamó “voto inteligente”, instando a la población a votar a todo aquel candidato o lista que pudiera vencer al oficialismo y de ese modo consiguió restarle un número importante de bancas al partido del Kremlin. Cuando dicen que no era un opositor relevante, al menos no dicen toda la verdad.

Dmitry Markov tomaba sus fotos con un Iphone desde que le robaron su cámara, años atrás. Descreía del argumento de la calidad, decía que si supiera dibujar, dibujaría en lugar de tomar fotos.

Para las elecciones que vienen, desde su cuenta de Instagram (que se ha convertido en una droga por estos días, te aseguro, igual que la de Yulia, su mujer y madre de sus dos hijos) Navalny había sugerido una acción colectiva: ir todos a votar a las 12 del mediodía, como un modo de medir la insatisfacción social.

Y si bien por un lado digo que resulta una sorpresa que hayan decidido acabar con su vida (ya por tortura, por ejecución, por debilitamiento de su salud por las condiciones del encarcelamiento, como sea, fueron las autoridades los responsables de la muerte de un hombre fuerte de 47 años que había resistido la embestida del Novichok), por otro lado, no me sorprende tanto.

Cada vez que una figura opositora o crítica fue asesinada o murió en condiciones sospechosas la respuesta de los voceros de Putin fue la misma: “A nadie perjudica más esta muerte que al gobierno”. Y algo más: siempre, siempre, le bajan el precio al cadáver. Así, aseguran sin inmutarse que el muerto o la muerta no eran personas relevantes ni populares en Rusia, que eran apenas conocidos por una parte ínfima de la población y que de ninguna manera entrañaban un peligro para las autoridades.

La periodista e investigadora crítica de Putin Anna Politkovskaya fue acribillada en el ascensor del edificio en el que vivía, en el centro de Moscú, el 7 de octubre de 2006. (Photo by Novaya Gazeta/Epsilon/Getty Images)

Así ocurrió cuando acribillaron a la periodista Anna Politkovskaya en octubre de 2006, cuando envenenaron al ex espía Alexander Litvinenko en Londres (noviembre del mismo año) o cuando mataron al político Boris Nemtsov a metros del Kremlin en febrero de 2015. Y podría seguir dando nombres: no solo son adalides de la libertad y la democracia los eliminados. Basta recordar la muerte de Yevgeny Prigozhin, el jefe del mercenario grupo Wagner, cuyo avión cayó en picada en agosto de 2023 luego de liderar una rebelión armada por diferencias sustanciales sobre el manejo de la guerra en Ucrania. Para Prigozhin, Putin era un blando.

Todas fueron muertes violentas, espectaculares, disciplinadoras; siempre se prometen investigaciones “hasta las últimas consecuencias” y en los casos de los asesinatos explícitos incluso logran “encontrar” al ejecutor de esas muertes, que suelen ser muchachos lumpenizados, en general chechenos y, por lo tanto, musulmanes, que suelen ser bastante despreciados por la mayoría ortodoxa. Y ahí termina todo.

Ante las sospechas y acusaciones del resto del mundo (en Rusia ya no queda nadie que pueda permitirse dudar sobre estos episodios en voz alta), desde el entorno del gobierno ruso se repite la mecánica de aquello que conocemos bien: “¿A quién beneficia esta muerte?”, como queriendo distraer la dirección de lo evidente.

Y es que no tiene ningún sentido darle vueltas al asunto: hay un único beneficiado y es Putin, definitivamente.

Vladimir Putin y Donald Trump, en una foto de archivo. (EFE/ Jorge Silva/Pool)

Debilidad o fortaleza de Putin

“Tiene talento para la gestión y organización, habilidad para el activismo puerta a puerta, protagoniza la foto perfecta con esposa y familia y tiene sonrisa presidencial”, escribió sobre Navalny Anna Arutunyan en su libro The Putin Mystique.

Veo en Twitter (nunca será X para mí) un video en el que están juntos y sonrientes Navalny y Boris Nemtsov. Por lo que dicen, me cuenta un amigo que habla ruso, están en una escuela de Khimki, en las afueras de Moscú, en un día de elecciones. Pienso que es en 2013, no estoy segura. Una mujer que dice llamarse Angelika le dice a Nemtsov que Putin obtuvo ahí el 91% de los votos. Un Nemtsov demasiado optimista -y que ignora que en menos de dos años lo acribillarán en la calle y a la vista de todo el mundo- le asegura a la mujer entre risas que eso no volverá a ocurrir en el futuro.

Con muy buenas relaciones con Estados Unidos y los países europeos, Navalny y Nemtsov fueron acusados siempre de jugar para el enemigo (el Occidente decadente que amenaza los valores rusos, para simplificar). Y esto es clave ya que, como piensan varios expertos, los límites para Putin no son las fronteras de Rusia —que, si vamos al caso, no duda en violar si le apetece— sino que su cruzada se propone cambiar el pulso moral del mundo.

Hay muchos chicos en las fotos de Dmitry Markov, quien tuvo una infancia durísima.

La guerra en Ucrania no es apenas una guerra contra Ucrania sino la carta más fuerte de esa cruzada contra aquellos que ponen a Rusia en riesgo existencial, asegura. ¿Te parece muy ambicioso?

Lo es.

Putin sabe que en unas semanas será habilitado para gobernar seis años más y sabe también que en noviembre hay elecciones en Estados Unidos y que Donald Trump tiene serias chances de volver a la Casa Blanca. Trump no quiere seguir poniendo plata y armas en la guerra en Ucrania y acaba de sembrar nervios en Europa al decir que, en el supuesto caso de que Rusia decidiera atacar a un país miembro de la OTAN que incumple con sus pagos, apoyaría ese ataque y hasta animaría a Moscú a hacerlo.

Trump admira descaradamente a Putin. Putin, en cambio, le juega sucio; da la impresión de que lo desprecia un poquito, tiene gestos y declaraciones como para hacerlo sufrir. De hecho, recientemente respondió en una entrevista con la televisión rusa que prefería el triunfo de Joe Biden, porque es una persona “más predecible”.

El escritor italo-suizo Giuliano da Empoli y su novela, en la que narra los entresijos del poder en Rusia, "El mago del Kremlin". (Carles Ribas / El País).

Mientras pienso que la muerte de Navalny es uno de los más claros ejemplos de exhibicionismo y obscenidad de poder de los que te hablaba al comienzo, leo que Giuliano da Empoli, autor de la apasionante y premiada novela El mago del Kremlin, publicado por Seix Barral, en donde de manera virtuosa y muy informada, cuenta los entresijos de poder en Moscú desde el final del comunismo al presente autocrático, cree, por el contrario, que haber asesinado a Navalny o haberlo dejado morir es una señal de debilidad del gobernante ruso.

“Se podría pensar que Putin ahora se siente tan fuerte que no le importa ninguna reacción ante sus crímenes, pero a mí me parece más bien un signo de debilidad. En comparación con cuando liberó a Khodorkovsky, el Putin que mata o al menos hace morir a Navalny en prisión se siente vulnerable, intenta tapar todas las filtraciones y se vuelve cada vez más rígido dentro del régimen”, le dijo el sociólogo y escritor ítalo-suizo al Corriere della Sera.

También le consultaron por las razones detrás del temor de Putin a Navalny más que a otros opositores. Y Da Empoli respondió que fundamentalmente había dos motivos:

“Era, por mucho, el oponente más carismático, y la política también es cuestión de carisma. Entonces, Navalny no era un liberal académico, un demócrata al estilo occidental de la burguesía moscovita. Tenía una fibra nacionalista e incluso populista, con su lucha contra la corrupción, y un toque de locura. Navalny tenía sus propios seguidores entre los rusos, y si hubiera estado en condiciones de competir, realmente podría haber desafiado a Putin”.

Las imágenes y los colores de la paleta de Markov recuerdan viejas pinturas rusas.

Los otros encarcelados

En Rusia, ser opositor o crítico equivale a tener un destino marcado. Lo que sigue a la expresión de esa disidencia (increíble que en 2024 aún hablemos de disidentes en ese país) será el exilio (si se llega a tiempo), la prisión o la muerte.

La lista de detenidos por cuestiones políticas es muy extensa e incluye entre los más conocidos nombres como el de Vladimir Kara-Murza, condenado a 25 años de prisión por traición a la patria (escribía artículos periodísticos para diarios extranjeros sobre la guerra en Ucrania), el político Ilia Yashin (ocho años y medio por dar información supuestamente falsa sobre el ejército ruso) y el periodista Ivan Safronov (22 años en régimen severo, también por “traición a la patria” y por “revelar secretos de estado” en sus artículos, dedicados a la venta de armas).

Este último caso es estremecedor: Ivan Safronov es hijo de un periodista del mismo nombre que murió en 2007, luego de una sospechosa caída desde la ventana de su departamento, un hecho que las autoridades calificaron de suicidio. En ese tiempo, Safronov padre había estado investigando venta de armamento ruso a Oriente medio.

Quien domina el presente, se propone también dominar el pasado. Por eso, más allá de la “traición a la patria” y el “extremismo” hay otras causas armadas por las que alguien que cuestiona la versión del pasado ruso que la administración Putin defiende como única puede ir a prisión. Te cuento un caso concreto.

Yury Dmitriev, durante las excavaciones en las que consiguió desenterrar los cadáveres de una enorme cantidad de ejecutados durante la época del "Gran terror" de Stalin.

Yuri Dmitriev (1956) es un historiador y activista por los derechos humanos de la organización Memorial que pasó más de 30 años investigando los crímenes del stalinismo en Karelia, al norte de Rusia, cerca de la frontera con Finlandia. Consiguió documentar unos 40 mil nombres entre deportados y ejecutados, muchos de los cuales fueron desenterrados gracias a su trabajo.

En 2016, las autoridades comenzaron a desmentir los hallazgos de Dmitriev, bajo el argumento de que esos restos desenterrados no estaban vinculados al llamado “Gran terror” de Stalin y señalando a los finlandeses como responsables de esas muertes (hubo dos guerras entre Finlandia y Rusia en el marco de la Segunda Guerra Mundial).

En diciembre de ese mismo año, Dmitriev fue detenido. Lo acusaban de haber tomado fotos pornográficas de su hijita adoptiva, Natasha, a lo que luego siguió también una causa por explotación sexual infantil, algo que para quienes conocen la trayectoria del historiador es absolutamente falso y un capítulo más en el oprobio de la justicia rusa.

Expertos y organizaciones humanitarias de todo el mundo vienen pidiendo en vano por la libertad del historiador. El último juicio terminó con una condena de 15 años. Hay una película reciente, un documental que aún no pude ver pero que se exhibió en festivales y eventos especiales europeos. Se llama The Dmitriev Affair y fue dirigido por la cineasta alemana Jessica Gorter.

Trailer de "The Dmitriev Affair", de Jessica Gorter.

El resumen de la película en la página IMDb dice así:

“Yuri Dmitriev descubre las verdades enterradas que las actuales autoridades rusas desesperadamente quieren borrar. Después de una extensa búsqueda, se topa con una fosa común en los bosques de pinos de Karelia, en el noroeste de Rusia, que revela los oscuros secretos del “Gran Terror” de Stalin en 1937, donde miles de personas fueron ejecutadas encubiertamente. En una búsqueda incesante, Dmitriev se encarga de desenterrar de los archivos las identidades de esas almas perdidas y organiza diligentemente eventos conmemorativos para sus familiares sobrevivientes. Gracias a sus inquebrantables esfuerzos, las sufridas familias finalmente conocen el destino de sus seres queridos desaparecidos. Dmitriev, que fue abandonado cuando era un bebé en una Maternidad, se convierte en un hombre con una misión: ‘Como ser humano, uno debe tener derecho a conocer sus orígenes y el lugar de descanso final de sus familiares’. Mientras las naciones extranjeras reconocen cada vez más a este “arqueólogo del terror”, Dmitriev enfrenta crecientes sospechas dentro de Rusia, acusado de connivencia con Occidente. Finalmente, es arrestado injustamente por cargos fabricados. Trágicamente certero, Dmitriev es capaz de anticipar tanto su destino como el de su tierra natal”.

Pilar Bonet fue durante 34 años corresponsal del diario El País de Madrid en la ex URSS y luego en Rusia y el espacio postsoviético. Para muchos periodistas que nos dedicamos a temas internacionales, Pilar ha sido un faro con sus crónicas y sus análisis. En estos días escribió una muy buena columna en el mismo diario (“Navalni, víctima del carcelero de Rusia”), en donde señala datos incontrastables.

“Navalni estuvo al menos 27 veces en celdas de castigo (un total de 300 días), por cosas como no abrocharse el último botón de una camisa estrecha (tres días), por citar una decisión del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo (siete días) o por leer una decisión del mismo tribunal (15 días)”.

“La crueldad con la que el sistema trataba a Navalni y trata a otros presos que pueden considerarse políticos ―la organización de derechos humanos Memorial, disuelta por el régimen, da una cifra de 604 a fecha de octubre de 2023― nada tiene que ver con los intereses de Rusia.”

La composición de las imágenes de Dmitry Markov transmite una belleza y un humanismo excepcional.

El jardincito propio

“Ay, querida, me preguntás algo difícil de responder y que te va a resultar difícil de entender”, me dijo días atrás un amigo ruso joven, un artista que abandonó Moscú pocos meses después de iniciada la guerra en Ucrania. Le acababa de preguntar si la falta de resistencia o, mejor, la sumisión al poder aún ante la obscenidad del autoritarismo de Putin en la gran mayoría de los rusos obedece solo al miedo o si hay algo más en esa conducta social. Primero me dijo que hay dichos populares que describen a los rusos como personas que, justamente, se desentienden y miran para otro lado si el de al lado está en apuros. Mencionó en especial una frase que dice algo así como “Mi casa está lejos, yo no sé nada”.

Luego, inesperadamente, comparó al gobierno ruso con una secta. “Mucha gente no quiere cambiar de gobierno, no importa si el presidente es un dictador o si manda a matar a alguien. Tienen miedo de vivir peor, de quedarse sin salario o de quedarse sin algunos beneficios. Para mí esto se parece mucho a una secta como la de Charles Manson, en la que mucha gente estaba sometida a una persona. Imaginate tener sometido a una multitud tan grande como un país. Y tené en cuenta que la propaganda sigue diciendo lo mismo, 24 horas al día, después de casi 25 años, por todos los canales de televisión y todos los medios. El 90% del pueblo cree eso”.

Las fotos de Markov, que pueden verse en su cuenta de Instagram, provocan real fascinación.

“No te olvides”, concluyó, “que el pueblo ruso vivió muchos siglos como esclavos del zar y del Partido Comunista y padecía el Sindrome de Estocolmo (creo que así se llama cuando estás enamorado de alguien que te tortura y te trata mal). Hay alrededor de un 10% de gente que está en contra: estos son tiempos duros para ellos”.

Como dice Vadim Baranov, el protagonista de El mago del Kremlin, basado en la figura del gran ideólogo del proyecto presidencial y luego principal consejero de Putin, Vladislav Surkov:

“El poder es como el sol y la muerte, no se los puede mirar de frente. Sobre todo en Rusia”.

Los olvidados de la Rusia con ambiciones imperiales están en las fotos de Dmitry Markov.

Svetlana Boym (1966-2015) fue una brillante ensayista y artista plástica rusa que enseñaba en Harvard. A diez años de la llegada al poder del ex KGB, le consulté por mail cómo veía la Rusia de Putin. Esto es parte de su respuesta, que sigue teniendo vigencia.

“El discurso del libre mercado fue utilizado para suprimir ‘valores liberales’ como las leyes políticas y libertades de principios de la década de 2000. Se ha hecho un gran trabajo de relaciones públicas para distorsionar los años noventa y promover una nostalgia rusa que suplante la discusión de la historia por una gran ‘herencia’ rusa, que es siempre algo fabuloso. No sé si este curso de los hechos fue predeterminado o si se trata de la expresión de cierta mística alma eslava o destino ruso. En esta lucha política por el poder colaboraron muchos intelectuales y muchos de mis amigos periodistas fueron asesinados, probablemente usted lo sepa. (…) Estoy muy decepcionada, pero intento no ponerme sentimental: no puedo perdonarlos, porque creo que los rusos no son víctimas de nadie sino de ellos mismos y, salvo unas pocas excepciones, no han ajustado cuentas con su historia, desgraciadamente”.

Para esa misma época, Ekaterina tenía alrededor de 55 años. Bióloga formada en tiempos soviéticos, trabajaba en el Zoo de Moscú y en el Instituto de Evolución y Ecología. Su hipótesis sobre la sociedad rusa era similar a la de mi amigo artista, el que compara al gobierno de Putin con el Clan Mason.

“Yo creo que la mayoría de la población rusa hace rato que se encuentra en una especie de migración interna, es decir, se escapan de la realidad. Son muchos años de pasar de estar en manos de una a otra bandas de miserables. ¿Sabes qué? La fidelidad al gobierno se da bajo un costo grande: comprometer el alma”, me dijo. Entonces le pregunté cómo hacían los rusos para evadirse, para mirar para otro lado. Esto me respondió:

“Entre los hombres que conozco, por ejemplo, hay un gran amor a la pesca (diarios dedicados a este tema, sitios de chat, viajes, competencias), y entre las mujeres, el cuidado de sus casitas de campo, trabajos de florería o gran dedicación a la familia. Hay una especie de sentimiento compartido, sabes que ganarle al gobierno es imposible y por eso hay que ‘crearse un jardincito propio’”.

La estética de Markov es de algún modo heredera de la de los fotógrafos de la era soviética, que también retrataban el día a día de los rusos.

Antes de la despedida

Vengo escribiendo sobre la soledad y hoy, en un sentido, también escribí sobre personas solas, desterradas o condenadas al aislamiento social. Muchas de las fotos que ilustran este envío pertenecen al fotógrafo Dmitry Markov, quien justamente murió el mismo día que el opositor ruso.

Markov era un hombre joven (en abril iba a cumplir 42 años), era un artista muy talentoso y viajaba por toda Rusia retratando la vida cotidiana —en la tradición de los viejos fotógrafos artistas de la ex URSS— y tratando de darle visibilidad a personas modestas, escenarios y objetos que en general son ignorados por las noticias y también por la mirada imperial predominante.

Solo fotografiaba a través de su Iphone; capturaba lo excepcional en lo que nadie veía: te recomiendo mucho su cuenta de Instagram, @dcim.ru, en la que tenía cientos de miles de seguidores de todo el mundo.

(Dmitry Markov)

No sé cuál fue la causa de su muerte aunque sí leí que había peleado desde siempre con su adicción a la heroína, un tema central en Rusia —la adicción en general— pero del que no se habla. Markov había nacido en Pushkino, ciudad industrial al norte de Moscú, y desde muy chico, junto con sus amigos del barrio, se drogaban con pegamento para escapar a una realidad dura que venía, literalmente, de los padres alcohólicos que cada uno tenía en casa.

Tal vez fue por esta infancia tan triste que cuando siendo adulto se mudó a Pskov, en la frontera con Estonia, se vinculó a organizaciones humanitarias. Fue en esa época cuando le robaron su cámara de fotos y la reemplazó por el teléfono.

¿Calidad? Al diablo, dibujaría cosas con un lápiz si supiera dibujar”, escribió en una de las publicaciones de su blog.

Tal vez ya conocías la foto que le dio reconocimiento en el mundo, una suerte de símbolo de la Rusia de hoy. Markov la tomó luego de que ser arrestado durante una marcha en apoyo de Alexei Navalny, en 2021 (de hecho, muchas de sus fotos fueron tomadas en marchas de protesta).

La foto más célebre de Dmitry Markov fue tomada luego de que lo arrestaran en una marcha en apoyo a Navalny en 2021.

El excesivo policía antimotines tiene la cara cubierta con una máscara y está sentado debajo de una foto del autócrata, que parece estar vigilando todo. Debido al éxito que obtuvo en redes, puso la foto a la venta y un comprador anónimo pagó el equivalente a 22.000 dólares por ella. Markov le dio el dinero a dos organizaciones rusas de derechos humanos que ayudan y asesoran a gente que es detenida en manifestaciones.

La foto del policía enmascarado con el retrato de Putin sobre la pared pelada me recordó la película rusa Leviatán, el filme de Andrey Zvyagintsev que compitió por el Oscar a la Mejor Película Extranjera en 2015, que convierte la política de la impunidad en obra de arte y evidencia que no es necesario matar para ser el responsable último de un crimen: alcanza con generar —o mantener— espacios de impunidad para el despliegue criminal y para que cada uno elimine a quien lo molesta.

Me gusta mucho lo que escribió sobre la obra de Markov el joven crítico Anton Khritov en el sitio online Meduza, que abandonó como tantos otros sus oficinas en Rusia al comienzo de la guerra en Ucrania, cuando el poco margen que había para hacer periodismo independiente en el país liderado por Putin desapareció del todo.

Markov insiste con sus fotos en "hacernos saber que cualquier persona es digna de nuestra atención", señaló el crítico de arte Anton Khritov.

Te lo transcribo:

“¿Cómo están organizadas las imágenes de Markov? En primer lugar, se refieren a la experiencia cultural de los espectadores. La paleta de colores recuerda a la de un antiguo cuadro ruso: por ejemplo, los frescos de Dionisio en el monasterio de Ferapontov. La composición a menudo se parece a una puesta en escena teatral: al fondo, una decoración sencilla, en primer plano, “actores” que se mueven a lo largo de la pantalla, como de una entrada a la otra, apareciendo y desapareciendo nuevamente. Sus personajes suelen aparecer en un marco que se asemeja al marco de un cuadro o a la entrada de un escenario. Las escenas individuales recuerdan a “Los cazadores en la nieve” de Pieter Bruegel el Viejo, un retrato renacentista o “Los pilotos del futuro” de Alexander Deyneka. Así, Markov defiende el lugar de sus personajes en la cultura: alumnos de provincias, trabajadores, viajeros y clientes habituales de los baños de la ciudad, con una insistencia: hacernos saber que cualquier persona es digna de nuestra atención, a la par de los protagonista de obras maestras mundialmente reconocidas”.

Su última foto le valió cuestionamientos de quienes, tal vez, no entendían lo que Khritov llama en su texto el “patriotismo alternativo” de Markov. Es la foto del soldado que llora, es un amigo suyo. El muchacho llora porque quiere regresar al frente.

La última foto que subió a su cuenta de Instagram el fotógrafo ruso Dmitry Markov. El soldado llora porque quiere regresar al frente. El posteo le valió serios cuestionamientos.

“No puedo dejar de amar a la gente cercana y empezar a odiarlos”, escribió. “A la vez entiendo que soy blanco legítimo del odio de los ucranianos. No sé cómo hacer lo correcto en una situación como esta”, escribió, posiblemente en un ataque de angustia.

Los matices que podemos percibir en sus obras se respiraban también en su forma de entender el mundo, en su empatía y en su enorme carga de humanidad.

Ahora sí, me voy. Te recuerdo mi mail: es hpomeraniec@infobae.com. Sé que vengo demorada con las respuestas, prometo ponerme al día muy pronto.

Un gesto conocido y amoroso de Navalny hacia su esposa Yulia, que solía tener en sus apariciones en la Corte y que hoy se repite en pancartas que exhiben los manifestantes que protestan por su muerte en todo el mundo. (AFP PHOTO)

Para conocer un poco más quién fue Navalny o, al menos, quién quiso mostrar que era, te recomiendo el documental que ganó el Oscar el año pasado en su categoría. Se llama, justamente, Navalny y fue producido por HBO.

No fue un héroe, no sirve pensar en las personas como en héroes o heroínas sino como en seres humanos, algunos más dispuestos que otros a dar la vida por una causa. Navalny pudo quedarse tranquilo en Alemania haciendo declaraciones públicas y viviendo una buena vida. Eligió volver, sabía lo que le esperaba.

Dicen que en estos días Yulia, su esposa, revelará lo que ella cree que es la razón de por qué Putin necesitó eliminar a Alexey. Veremos.

Gracias por haber llegado hasta acá, hasta la próxima.

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