Después de subir el volcán Lanín el año pasado, quedamos con mi amigo Andrés –uno de mis mejores amigos de la primaria, reencontrados de cuarentilargos–, que intentaríamos tener una expedición por año, si las familias y el laburo de médicos lo permitían. Hace unos meses nos cruzamos y Andrés me metió presión: “Qué vamos a hacer al final, te veo muy indefinido”. Habíamos estado hablando de subir el Volcán Domuyo, pero no cerraba. “Tengo una idea, pero no sé si te va a gustar. ¿Y si hacemos la expedición al avión de los uruguayos?”. “¡Me muero! ¡Vamos! ¿Caballo o a pata?”. “Pata”.
Lo estudiamos unos meses, antes de que se estrenara La sociedad de la nieve, y cuando salió nos manijeamos a full. La historia del “Milagro de los Andes” me fascinó desde siempre y desde que arrancamos a armar la expedición, mucho más. Vi todos los videos que pude. Leí tres libros. La sensación que tengo es que los 16 sobrevivientes son docentes por oficio de un humanismo primario, que se percibe en lo que relatan, pero principalmente en cómo lo cuentan, con sus temperamentos homogéneamente humildes y apacibles. Como si hubieran ido hasta el final del camino y hubieran vuelto para contarnos cómo es, y disipar las distracciones mundanas que nos nublan de lo importante, lo invaluable, lo verdadero. Como una ética de la simpleza.
Primero lo primero. ¿Tiene sentido hacer la expedición? ¿Vale la pena? La respuesta es que para mí ha sido una experiencia extraordinaria, conmovedora, maravillosa. Definitivamente vale la pena. Estar allá arriba transmite sentimientos muy intensos que exceden a conmoverse por lo que vivió esa gente, sino que de alguna manera uno se ve involucrado y tocado en el plano de lo personal. Como si uno fuera a tomar una clínica intensiva sobre la vida misma.
Pero vamos a lo concreto. ¿Cómo es la expedición? Se puede hacer en cabalgata guiada, en trekking guiado o en trekking autónomo. Nosotros fuimos en esta última modalidad, pero aclaro que es recomendable tener experiencia en travesías de montaña, equipamiento y orientación. Lo particular y quizá lo más peligroso de esta travesía es el cruce de los ríos. Este no es un trekking en el que hay que vadear algunos arroyos, sino cuatro cruces de ríos con un poco de trekking. Traen mucho caudal, empujan mucho y pueden ponerse realmente peligrosos.
La principal recomendación para cruzar los ríos es llevar un par de zapatillas extra, aparte del que se use para caminar, para ponerse al cruzar los ríos y después colgarlos de la mochila con un mosquetón para que se vayan secando. Olvidate de sandalias, ojotas o crocs, que antes de que te des cuenta se te fueron río abajo. Otra recomendación útil es llevar la ropa, la bolsa de dormir y los electrónicos en compartimentos impermeables, como bolsos estancos o bolsas herméticas. El agua parece que te va a llegar a la rodilla, pero la fuerza con la que baja forma una ola alrededor que te puede mojar casi por completo.
Cómo es el trayecto hacia el memorial “Milagro de los Andes”
Vamos al detalle del trayecto hacia el memorial “Milagro de los Andes”. Se arranca en la localidad mendocina de El Sosneado. Hay que dirigirse a un parador llamado “El Chacallal”, donde se compra el permiso para hacer la expedición, que a nosotros, al 24 de enero 2024, nos costó 35 mil pesos. El permiso te habilita al uso de las instalaciones del Campamento Barroso, que está a mitad del trekking y que atiende Fabián, un flaco súper atento. Allí tenés baño, agua potable y carpas (no tenés que llevar la tuya, así que ahí achicás peso). En el parador de El Sosneado te dan una papeleta rosa que vas a tener que entregar en el campamento Barroso. Si subís sin el permiso, lo podés comprar ahí mismo. Pero sin permiso no te dejan seguir de ahí en adelante.
Desde El Sosneado hay que tomar un camino de ripio que por tramos está bastante feo, así que hay que ir despacito. Son 62 km que se recorren bordeando por el Este el Río Atuel, hasta llegar a un puesto de Gendarmería que figura en Google Maps como para tener de referencia. Pero el lugar al que hay que ir, donde se puede dejar el vehículo, es unos doscientos metros más adelante, el puesto de los Hermanos Araya, baqueanos de la zona que ofrecen el servicio de caballos y mulas.
Hay que negociar in situ el precio del cruce del Río Atuel a caballo, que por estas épocas no es posible cruzar caminando. A nosotros nos costó 5 mil pesos los dos. Hay que calzarse la mochila, subir al caballo y seguir al arriero, que trepa por la margen del río como un kilómetro, para llegar arriba de la desembocadura del Río Lágrimas sobre el Atuel, donde hay menor caudal y se puede pasar. En total el cruce dura unos 40 minutos a caballo.
Una vez del otro lado hay que localizar el inicio del sendero. Nosotros usamos un GPS Garmin, al que previamente le habíamos cargado el track del trayecto completo, que fuimos siguiendo durante toda la expedición y que fue importante. A veces la huella se pierde y si no podés seguir el track, cuesta bastante reencontrarla. Hay dos formas de llegar hasta el campamento “El Barroso”, donde se hace la primera noche. Una es por un sendero localizado al Sur del Río Lágrimas y la otra es por el Norte. A esta última se la llama “ir por la Yesera”, porque a mitad de trayecto se atraviesa una formación de yeso en la montaña. Nosotros usamos esta vía, que por un lado tiene mayor altimetría, pero por otro evita dos cruces más de ríos. A mitad de camino hay que cruzar el río Rosado. Es un río angosto, de unos 4 metros de ancho, pero es caudaloso, con el agua cerca de la cintura.
Después de unas 5 horas de caminata, se llega al Campamento Barroso, que está contra la margen del río homónimo, que entonces hay que cruzar antes de llegar al campamento. El campamentero, Fabián, al vernos llegar del otro lado, nos hizo señas de que remontáramos río arriba y nos acompañó hasta señalarnos un lugar donde el cruce era más fácil. Llegamos al anochecer. Mostramos el permiso pago y nos asignaron una carpa. Hablamos con Fabián que nos recomendó salir muy temprano el día siguiente, como a las 5, porque eso nos iba a permitir llegar al río Lágrimas cuando todavía tiene poco caudal.
Con el correr de las horas y el derretimiento de la nieve de los cerros, el caudal va aumentando. También nos recomendó que grabáramos en nuestra radio la frecuencia de él, para que pudiéramos comunicarnos si hacía falta. Esa es otra recomendación importante, hay que tratar de llevar una radio VHF/UHF. La frecuencia del campamento Barroso es 440.125 MHz. Si no tenés radio, te recomiendo que te compres una. Las chinas son baratas y andan bárbaro. La salida del segundo día se hace sin peso, dejando las cosas en el campamento. Preparamos una mochila chiquita, de ataque, con algo de comer, agua y un abrigo. Después hicimos la cena y nos fuimos a dormir.
En camino hacia el memorial “Milagro de los Andes”
Al día siguiente salimos 5:30, de noche, iluminando el camino con luces frontales, pero sobre todo, siguiendo el track en el GPS. Llegamos al río Lágrimas a las 8. El paso previsto para cruzar no nos convenció, así que fuimos hacia arriba como unos 300 metros, donde el río se ensanchaba y el agua ejercía menor presión. Cruzamos el Lágrimas y empezamos a buscar el sendero en el track, para retomarlo. Un perro del campamento que nos acompañó, que creímos que iba a quedar del otro lado del río, nos alcanzó cuando ya íbamos subiendo. Se las había rebuscado para cruzar.
Desde ese punto en adelante lo bautizamos Nando. A partir de ahí empieza la subida. Primero progresiva y después bien empinada. El campamento Barroso está a 2.800 metros SNM y el memorial del Valle de las Lágrimas, a 3.680 metros, así que la altimetría que hay que ganar el segundo día es significativa. Después de un zigzag final, se llega a un promontorio. Desde ahí se ve la panorámica completa del Valle de las Lágrimas: el memorial en otro promontorio como a 500 metros, el valle nevado sobre el que había quedado el avión, el tren de aterrizaje ahí cerca, los picos al sur donde pegó el avión y el monte Seler, por el que subieron Parrado, Canessa y Vizintin, para iniciar la travesía que conseguiría el rescate de los sobrevivientes.
Desde ahí hay que bajar una quebradita cubierta de nieve, que se puede cruzar sin problemas y volver a subir al promontorio final, donde está el cementerio, el memorial y restos del avión. Hay un sinfín de muestras de cariño y recordatorios en cientos de plaquetas, rosarios, crucifijos, camisetas, banderas, objetos personales. Leer al pasar cualquiera de esas plaquetas transmite una sensación muy especial, de recogimiento, de reflexión. También produce una noción temporal de finitud, porque esos restos llevan ahí 51 años, pero lo que transmiten tiene tanta vigencia y pegan tan fuerte, como si los hechos hubieran sucedido hace poquito.
No nos pudimos quedar mucho, porque los síntomas de la altura se empezaron a sentir. El dolor de cabeza y las náuseas, que son los primeros síntomas del mal de altura, son indicador de que hay que hiperhidratarse y empezar a bajar. Llevar paracetamol y Reliverán, es una buena idea. Pero curiosamente, el tiempo que uno pueda pasar ahí, por poco que sea, resulta suficiente. Suficiente para conmoverse, suficiente para permearse al misterio de la existencia humana.
La bajada, en menos de media hora, alivió todos los síntomas. Cuando llegamos al río Lágrimas de nuevo, cerca de las 12 del mediodía, el caudal había aumentado tanto que no era posible cruzar. Se escuchaba tronar cantos rodados grandes, arrastrados con fuerza por el agua. Le hablamos por radio a Fabián, que nos contestó al toque. Nos dijo que como plan B, siguiéramos bajando por ese lado del río hasta llegar a un lugar que ellos llaman “las lagunitas”, que es un mallín o vega, donde hay verde y agua, como un oasis en ese mar de roca. Nos dijo que en ese lugar quizá sí se iba a poder cruzar.
Como el río perdía la playita de ese lado, tuvimos que volver a subir la ladera e ir por arriba. Como a las 16 hs. llegamos al lugar para comprobar que por ahí tampoco se iba a poder pasar. Volvimos a hablarle a Fabián, que nos dijo que había una cabalgata que estaba subiendo desde el Atuel, que cuando llegaran al campamento, le iba a pedir a un baqueano que fuera con dos caballos para cruzarnos. Buscamos sombra detrás de una roca grande a orillas del río y esperamos. Al rato nos avisó que ya habían salido los caballos. Llegó un baqueano, Humberto, arriba de un caballo arrastrando otro, para cruzarnos. Cruzó Andrés y volvió para cruzarme a mí. A Nando lo alzamos y cruzó también a caballo. Nos dejó del otro lado y se volvió al campamento, al galope. Caminamos la hora que nos faltaba y llegamos cuando todavía había luz. Preparamos una comida y nos fuimos a dormir.
El regreso
Al comienzo del tercer día salimos tipo 8 para el río Atuel. Pasamos por la yesera y volvimos a cruzar el Rosado. Ahí ya decidimos cruzar sin cambiarnos, mojándonos lo que hubiera que mojar. Cuando estábamos terminando el sendero nos encontramos con varios contingentes que empezaban su travesía, algunos en trekking con guía, otros en línea de caballos.
Tuvimos que atravesar todo el delta que hace el Lágrimas al desembocar en el Atuel, hasta posicionarnos justo enfrente del puesto de los Hermanos Araya, para hacer señas de que nos fueran a buscar para cruzarnos. Nos recomendaron agitar los aislantes plateados, para que nos vieran. Y funcionó. Al ratito lo vimos salir del puesto al hijo de Humberto, con dos caballos libres para nosotros. Cruzamos el Atuel con más dificultad que de ida, porque estaba bastante más crecido. Cuando ya estábamos del otro lado nos encontramos a un grupo de uruguayos, algunos con la camiseta de los Old Christians, que nos frenaron para hacernos preguntas técnicas sobre la travesía. Llegamos al vehículo, que ahora estaba acompañado por muchos otros. De ahí salimos para el Sosneado.
Tanto mi compañero como yo terminamos la expedición sintiendo que había sido maravillosa, única. Orgullosos por haberlo logrado, pero también felices por haber decidido hacerla. No se trata sólo de un desafío físico, que lo es, desde ya. Sino que también es un viaje humanístico. Un viaje hacia adentro. Un viaje de búsqueda. Y con suerte impregnarse de la conciencia de que vivir es urgente. Ojalá te sirva.
[Fotos: Ramón Ferro ]