La digitalización de las imágenes cambió las formas de circulación de las fotografías, que encuentran en las redes sociales un espacio de permanencia y se acumulan en dispositivos electrónicos, una costumbre que dejó atrás a las fotos analógicas: en este contexto, quienes ejercen esa disciplina detectan que la facilitación del recurso de captar la vida cotidiana ha redundado en una distorsión de la práctica que lleva a fotografiar para anotar un precio o recordar dónde dejamos el auto, alterando los paradigmas que dieron sentido a la fotografía durante más de un siglo y medio.
La fotografía analógica como eje para construir memorias familiares pero también para disparar preguntas está quedando como marca de otro tiempo. Sin embargo, en un documental estrenado recientemente en HBO Max, Gran foto, hermosa vida, se sitúa en el centro, ya que su codirectora (la otra es Rachel Beth Anderson) y una de sus protagonistas es la reportera gráfica Amanda Mustard, quien retoma imágenes familiares de supuesta felicidad para confrontar con su abuelo Bill Flickinger, quien fue denunciado como abusador de menores. Son las fotos las que van a funcionar como guías de ese recorrido que emprende Mustard para narrar esa sucesión de abusos cometidos por su abuelo y que tiene entre las víctimas a su madre y a su hermana.
El poder de alegato y memoria que se le asigna a las imágenes en ese documental parece contrastar con el presente de la fotografía en un contexto de avance del universo digital. ¿Cómo se resignifica la fotografía en tanto testimonio en un momento en el que con solo tener un celular tomamos imágenes de paisajes, recitales o seres queridos pero también de precios, recetas o direcciones como recordatorios? Inés Ulanovsky, Gabriel Valansy y Pablo Piovano reflexionan sobre esta proliferación de imágenes digitales que imponen también una nueva forma de habitar el tiempo y sobre las potencias de la disciplina para resignificar vivencias y proyectar preguntas sobre la identidad.
“Hay una hiperproducción de imágenes inútiles. Fotografiamos para no anotar algo, para recordar dónde dejamos el auto, para explicar cosas en mensajes sin tener que escribir. No hay nada más fácil que sacar una foto con un celular. Además vemos cientos de fotos cada día en redes sociales, registramos todo como robots. A mí me impresiona mucho cómo se vive a través del celular. Paisajes, museos, shows, manifestaciones, todo es visto desde el teléfono. Me da pena eso”, dice Ulanovsky.
Fotógrafa, escritora y productora audiovisual, Ulanovsky trabajó en su libro Las fotos con historias de vida atravesadas por las imágenes analógicas rescatadas de su archivo. “Hace poco le preguntaron a Charly García cual es la revolución hoy y él respondió: ‘Dejar el telefonito un rato’. Creo lo mismo. Hay que dejar de sacar fotos de todo porque eso nos provoca una ansiedad espantosa. No quiero ver más esas fotos. Creo que habría que generar una especie de conciencia ecológica de la producción fotográfica digital. En algunos talleres que doy propongo que se imaginen que tienen un solo rollo de 36 fotos y no una cantidad ilimitada de pixeles disponibles. A veces funciona”, resalta.
Artista, fotógrafo y docente, Gabriel Valansi se interesa por cómo desde el fin del siglo XX las nuevas tecnologías se están apoderando de la idea de la fotografía con una nueva manera de capturar fotos, marcando “un punto de inflexión sumamente importante y muy poco advertido”.
“Con esta rotación tecnológica en estas nuevas maneras de capturas fotográficas también empiezan a desplazarse algunos paradigmas que dieron sentido a la fotografía por 170 años y uno de los paradigmas que empieza a conmoverse es la temporalidad”, apunta el responsable de muestras como Babel, sobre los restos del planeta después de una explosión nuclear, o La historia del mundo, acerca de la memoria y la forma de recuerdo a partir de imágenes.
Para Valansi, hablar de recuerdos implica hablar de algo inmaterial. A veces puede haber imágenes fotográficas que le ponen cuerpo, sustancia, objeto a esta representación de un recuerdo: “Con el auge de la fotografía digital se hace añicos este criterio, ya la fotografía es inmaterial y los recuerdos también. En definitiva, la fotografía digital se emparenta más con el recuerdo porque siempre es bastante vaga, uno se acuerda y se desacuerda dependiendo de su memoria”.
En ese sentido agrega que “la imagen que estaba devenida en un objeto, la fotografía que colocábamos en álbumes, ahora queda devenida en archivos digitales que guardan algo que no es necesariamente efímero pero le quitan la materialidad al recuerdo de la imagen. En ese sentido, la manipulación de la imagen se tergiversa. No es lo mismo acumular fotografías analógicas que imágenes digitales que van a una compu o a la nube”.
Su colega Pablo Piovano remarca que “en muy poco tiempo se toman más imágenes que en siglo XIX, y suelen apuntar hacia lo personal, elevar el ego y mostrarse por encima del otro, por arriba de lo que el fotógrafo estaba acostumbrado a ver que era el otro, lo otro, lo que está enfrente”.
Sobre cómo circulan hoy las fotos, el autor de ensayos fotográficos como “El costo humano de los agrotóxicos” o “Mapuche, el retorno de las voces antiguas” recupera el trabajo de los fotógrafos que están trabajando en los bombardeos en la ciudad de Gaza: “El impacto y el horror es terrible y pareciera que nos acostumbramos a pasar de imágenes de la catástrofe a alguien sonriendo con un perrito. Con esa misma velocidad se lee el horror y lo zonzo, lo que no tiene mucha importancia. No sé cuál es la memoria que va a guardarse de todo eso. Creo que siempre, cuando haya testigos que tengan la solidez del relato, de la narrativa, la memoria se va a guardar. Lo que cambia es cómo se recibe eso pero veo y entiendo que hay muchas historias que se cuentan que pasan por las redes sociales, son plataformas de comunicación donde la noticia irrumpe”.
Piovano destaca que al mismo tiempo hay formas más precarias para el oficio periodístico: “Las redacciones expulsan a los trabajadores. Ya no hay 15, 20 días para narrar un tema y tratar las complejidades. Ahí está la diferencia: en la complejidad narrativa que propiciaban las imágenes. Esos trabajos de investigación son los que guardan la memoria y los conflictos de un territorio, y la única manera es narrarlo con complejidad”.
En sintonía, Valansi indica que “estamos atravesando la era del scroll, hay cientos de imágenes que desfilan diariamente ante nuestros ojos y que nosotros la vamos pasando con el índice. Este gesto de levantar las fotos y correrlas puede ser también un símbolo de cómo la velocidad y la falta de atención están signando nuestra vida cotidiana”.
Claro que este cambio no es solo en la circulación de las fotografías, también en la producción. Para el artista y docente, “un detalle no menor es que este auge de la fotografía digital convierte a todo el mundo en fotógrafo. Antes la fotografía analógica estaba circunscripta a situaciones socioeconómicas o a tener una cámara. Hoy las fotografías digitales son gratis, uno puede sacar fotos de manera gratuita sin estar atado a un rollo, a un revelado, eso cambia las maneras de hacer y los modos de producir imágenes fotográficas”.
¿Qué alcances tienen estas maneras de producir y guardar fotos a la hora de pensar la memoria? “En cuanto a cómo nos vamos a relacionar con nuestras memorias familiares, si va a influir o potenciar este vínculo con las memorias personales, no hay pasados mejores o peores. Creo que hay un estado de las cosas. Acercar una definición de la fotografía hoy no es nada parecido a lo que era hace casi 200 años. En algún punto hay que repensarla”, dice Valansi.
“Hace mucho que vengo diciendo que la fotografía ha muerto, los colegas se me tiran a la yugular pero digo que se trata de una muerte simbólica porque ha muerto tal cual la conocimos pero eso no significa que se hayan dejado de tomar fotografías: en ese sentido está más viva que nunca. Lo que sí ha muerto es que cambió la ceremonia, la relación casi táctil que tenían los fotógrafos con las cosas. Hay que revisitar la relación entre fotografía y memoria”, agrega.
Para Piovano, “en la fotografía, la textura y los colores son los que te van marcando décadas. Desde la placa, el paso del blanco y negro al color. Hoy estamos en un pasaje de época con la inteligencia artificial. Pero hay una resistencia que no puede morir, el registro documental, la fotografía no puede morir como tampoco puede hacerlo la verdad. Hay algo que tiene que ver con lo documental y las formas de narrar que no van a morir nunca, con esta cosa casi antropológica de ir contando un tiempo”.
Ulanovsky destaca la materialidad de las imágenes analógicas: “Trabajé con archivos propios y ajenos porque me interesa mucho eso que pasa con las fotos que se pueden tocar. En el objeto foto hay información que me interesa mucho. La experiencia de la materialidad no compite con la virtualidad en ese sentido. En una copia fotográfica se advierte el paso del tiempo. Hay marcas, datos, pistas y algo que definitivamente yo no encuentro en una foto digital: misterio”.
“En este momento en el que estamos invadidos de fotos digitales e incluso con imágenes creadas con inteligencia artificial, yo me aferro a la materialidad de las fotos. En estos tiempos tan extraños, son algo real de dónde agarrarse”, finaliza.
Fuente: Télam S. E.
[Fotos: prensa HBO - Victoria Gesualdi - Pepe Mateos / Télam S. E.]