Hola, ahí.
Sigo hablando de la soledad porque no dejo de verla por todos lados.
Como te conté en el último envío, desde hace algunas semanas miro y leo en clave de soledad. Y no solo encuentro historias para contarte y recomendarte a través de esta nueva lente sino que es como si, a partir de este descubrimiento, se hubiera levantado un velo extendido sobre algo enorme que hasta ahora no veía.
¿Cuántas de las reacciones que no comprendí o condené sin matices en mi vida habrán tenido que ver con la soledad infinita que acorralaba a los otros?
¿Cuántas respuestas que me dieron y no me gustaron —pienso ahora— estuvieron relacionadas con el desamparo o el aislamiento de las personas?
(Y cuántas de mis propias acciones —reflexiono— habrán sido diseñadas como estrategia por el miedo a sentirme sola).
Un salto al vacío y de la mano
Leo una noticia que me conmueve. Dries van Agt, ex primer ministro de Países Bajos entre 1977 y 1982, y su esposa Eugenie, ambos de 93 años (a quien llamaba “mi chica”), se sometieron días atrás a una eutanasia conjunta y programada en su ciudad natal de Nijmegen.
En Holanda la eutanasia y el suicidio asistido son legales desde 2002 y para llevar adelante la medida se cumple un exhaustivo protocolo médico y psicológico. Los requisitos exigen que la decisión sea “voluntaria y bien pensada” y que la medida se solicite ante un “sufrimiento insoportable y desesperado” y ante el cual “no haya alternativa razonable”.
Van Agt y su esposa compartieron sus vidas durante 70 años; ya no soportaban el dolor y el avanzado deterioro físico y cognitivo cuando decidieron también compartir sus muertes. Amigos de la familia comentaron que el estado de salud de ambos era muy precario hace varios años. Él nunca logró recuperarse de una hemorragia cerebral que lo dejó en malas condiciones en 2019; de ella no trascendieron los detalles.
Político, diplomático y estudioso del conflicto entre palestinos e israelíes (fundó un centro de estudios en el que se dedicó a buscar una salida pacífica para el drama de Medio Oriente), Van Agt provenía de la democracia cristiana y fue el responsable de la política de tolerancia neerlandesa con el cannabis. Tenía 86 años en 2018, cuando fumó marihuana por primera vez para instar a Países Bajos a legalizarla, en lugar de seguir aplicando la misma política de tolerancia.
Era un hombre conservador y católico que a lo largo de los años fue cambiando su manera de pensar y de ver el mundo, lo cual lo llevó, en el crepúsculo de su vida, a elegir esta opción que seguramente años atrás rechazaba con fervor ideológico y religioso.
Aunque hablamos de cifras reducidas (26 parejas en el 2020, 58 en 2022), las autoridades en Holanda advirtieron del aumento de la eutanasia conjunta. Para quienes eligen esa forma de partir de este mundo, el miedo a la muerte es sin dudas menor al miedo a seguir sufriendo de manera intolerable.
Se me ocurre que, tal vez, el miedo a morir, que forma parte indisoluble del ser humano, se atenúa si el salto final al vacío lo hacés junto con la persona que más quisiste y más te quiso; como si esa escena final fuera un conjuro contra el desamparo, la garantía de que en la eternidad de ausencia que se avecina vas a estar menos solo.
Mientras escribo, me acuerdo de un poema de la chilena Gabriela Mistral, ese que dice:
Es la noche desamparo
de las sierras hasta el mar.
Pero yo, la que te mece,
¡yo no tengo soledad!
Es el cielo desamparo
si la Luna cae al mar.
Pero yo, la que te estrecha,
¡yo no tengo soledad!
Es el mundo desamparo
y la carne triste va.
Pero yo, la que te oprime,
¡yo no tengo soledad!
(“Yo no tengo soledad”, publicado en el libro Ternura, de 1924)
Cuento de hadas de dos solitarios
Me gusta mucho el cine de Aki Kaurismäki (El hombre sin pasado, Le Havre, La chica de la fábrica de fósforos), me gustan sus paletas de colores, la elección de la música, sus encuadres; el espíritu tragicómico y el absurdo que anida en sus historias y la ironía que se desprenden de los diálogos de los protagonistas.
En estos días vi Fallen Leaves (Hojas de otoño), su última película, que recibió el Gran Premio del Jurado en Cannes. Se trata de una especie de cuento de hadas en el que dos solitarios se encuentran, se pierden y se siguen buscando en medio de la aspereza de vidas sin grandes satisfacciones y con la guerra en Ucrania como telón de fondo en las noticias que todo el tiempo emite la radio.
En línea con su idea de hacer producciones económicas, Hojas de otoño es deslumbrante en su minimalismo (y espero que se entienda esta aparente contradicción) y emociona su forma de narrar un romance pleno de infortunios entre un hombre y una mujer de clase trabajadora.
Esta nueva obra de Kaurismäki tiene todo lo que conocemos de sus obras anteriores pero depurado, refinado, diría.
Ansa (Alma Pöysti) trabaja en un supermercado, no la entusiasma su trabajo pero, en realidad, da la impresión de no ser una persona entusiasta en general. En el supermercado cumple funciones diversas, que van desde cobrar en la caja hasta reponer la mercadería y quitar de la venta los productos vencidos. Un policía la controla con desconfianza hasta que un día consigue culparla de un delito: Ansa tiene en su cartera un sandwich vencido, que en lugar de tirar a la basura decidió llevarse como cena.
La despiden por esa “falta” pero, cuando se lo anuncian, no hay en ella gestos de desesperación sino de una dignidad atrevida, algo que comparten sus dos compañeras en una escena que no quiero espoilearte pero en la que, sin aspavientos, Kaurismäki consigue recordarnos que somos mucho más que nuestro trabajo y la clase social a la que pertenecemos.
Holappa (Jussi Vatanen) es obrero metalúrgico y tiene un problema severo de adicción al alcohol que le complica la continuidad laboral. Sus trabajos suelen ser en obras de construcción, por lo que la pérdida del trabajo entraña además la pérdida de la vivienda. Como Ansa, ante los jefes o los patrones es capaz de conservar la dignidad pero en su día a día vive aplastado por la melancolía.
Un encuentro que lo cambia todo
Ansa y Holappa se conocen una noche en un karaoke y se gustan. Vuelven a verse por casualidad, toman un café, van al cine sin saber sus nombres y a la salida ella le entrega un papelito con su número de teléfono, que durante la despedida el viento se llevará sin que el hombre lo advierta hasta que es demasiado tarde.
La película que ven ese día en el que se permiten estar cerca por primera vez es Los muertos no mueren, el experimento con zombis protagonizado por Adam Driver, Bill Murray, Steve Buscemi, Tom Waits y Tilda Swinton, entre otros, que filmó Jim Jarmusch hace algunos años.
Hojas de otoño se arma en base a encuentros, desencuentros, bares, un accidente que hace pensar en el destino del romance trunco de Algo para recordar, con Cary Grant y Deborah Kerr, y mucho viaje en transporte público, vida en los márgenes de una ciudad próspera y escenas de interiores típicas de este director al que le interesa mostrar cómo come la gente, cómo se traslada, cómo duerme y cómo trabaja. Como si se propusiera demostrar que cada momento en la vida de una persona cuenta porque cada uno de esos momentos suma en la construcción de una personalidad.
Ansa vive sola en un departamento modesto que heredó de su madrina. Cuando invita a Holappa a cenar, compra un plato y un juego de cubiertos, una prueba de que solo cuenta con vajilla para una persona, ella misma, siempre sola.
Holappa apenas tiene un bolsito en el que caben todos sus enseres: no tiene nada porque ni siquiera tiene un espacio propio. Alrededor de ellos, una estela de personajes solitarios que los acompañan de manera cotidiana o accidental. Y hasta un perro perdido y desamparado que se suma en la segunda parte de la historia y termina viviendo con Ansa, que recién entonces parece aprender lo maravilloso que es sonreír y mimar a alguien.
Melancólica, nostálgica, tierna y muy hermosa, Hojas de otoño tiene escenas y planos magníficos, siempre en ese borde propio de las películas del director finlandés, que consigue que sus historias sean realistas e inverosímiles al mismo tiempo, jueguen con el tiempo (en este caso la guerra en Ucrania pone una fecha pero la tecnología que traducen los celulares e internet, otra) y hablen tanto por las palabras que pronuncian los personajes como por la música que los acompaña y escuchan, que esta vez, además, suma a Gardel en la playlist.
Una belleza de película, de esas que nos hacen creer en los milagros y en la posibilidad que todos tenemos de torcer un destino triste y sellado por la autodestrucción.
Tanto esta peli como otras películas de Kaurismäki pueden verse en Mubi.
Memoria del alcohol
La soledad y el alcohol tienen una relación estrecha y muchas veces la soledad es resultado del alcohol. “Desde hace un año que los segundos, los minutos y las horas son todo lo mismo”, dice el protagonista de la nueva novela del escritor argentino Fernando Chulak (Jauría, Tilde, tilde, cruz). Es un hombre de memoria fragmentada, un alcohólico que vive con su perro Ringo y que durante mucho tiempo vivió con su mujer, Julia, que un día se fue.
“Me sirvo unos dedos de vino. El vaso sucio de ayer. Bueno, no sucio: marcado. La borra en el fondo, la tinta en el borde y el ruido de una boya que se hunde cuando la ahogo con más vino. Al fondo de la garganta, para poder pensar con claridad”.
Un día ve un cartel en la calle, un cartel con la foto de una mujer: buscan a sus familiares. Está en otro pueblo, a 80 kilómetros de donde vive, de donde vivían.
La reconoce, la va a buscar. Se vuelve con ella, dice que es Julia, que estaba hace tres meses en una casa en donde la llamaban María porque la mujer no tenía idea de cómo se llamaba. Amnesia, Alzheimer, da igual. Estuvo tres meses en esa casa, ¿y dónde estuvo los nueve meses anteriores?
En el regreso a la supuesta casa de ambos, el hombre procura devolverle la memoria a ella, aunque él mismo tiene una memoria de espasmos. Alguna vez cocinaron en un restaurante de alto nivel. Alguna vez se fueron a Epecuén y tuvieron una hostería. Alguna vez se amaron.
“Envejecer fue pasar de lamernos todo el cuerpo, todo el tiempo, a lamernos sólo las heridas”, dirá él.
También dirá:
“Hablo de más. Quizás bastaba con preguntarle cuánto es posible olvidar. Hay cosas que no. Sabía, por ejemplo, que la mesa era una mesa o cómo se abre una puerta, parece que eso no se olvida, pero no sabía quién era yo, o peor: quién era ella. Olvidó casi cincuenta años juntos y casi setenta de su propia vida, pero se acuerda de una canción, y de que esa canción es de Zitarrosa. ¿Conocía Julia antes ese tema? Quizás lo haya escuchado apenas hoy a la mañana en la radio.
¿Existe el olvido perfecto”
“De repente estaba en un lugar nuevo, todo nuevo. Hasta yo misma era nueva para mí”, dirá él que dijo ella.
La novela se llama Tres meses; un año y el punto y coma anómalo del título sintoniza con el modo delicado y hermoso en que el texto respira.
Hay un narrador que busca reconstruir la historia de una ausencia, hay otro personaje que vuelve al lugar que pudo ser suyo pero que también pudo ser de otra mujer (a la manera de El regreso de Martin Guerre, una película sobre la que escribí semanas atrás). Es imposible conocerlo todo, es imposible conocer incluso la propia historia y es sobre esa imposibilidad que se monta esta historia pequeña pero enorme, que abre mil puntas, como sucede con la mejor literatura.
La novela de Chulak fue publicada por la editorial rosarina Beatriz Viterbo.
Inyecciones para ser hombre
La semana pasada estrenaron en el teatro Astros Testosterona, una ambiciosa obra performática creada y protagonizada por el escritor y periodista Cristian Alarcón (La Unión, Chile, 1970), que está basada en su historia personal. La dirige Lorena Vega, quien trabajó con el autor en la dramaturgia de las ideas y los textos originales.
Me detengo en esto: Alarcón/Vega. Un cruce extraordinario de dos talentos que hace tiempo exploran dimensiones expresivas en sus espacios tradicionales a la vez que buscan, también, formas novedosas de entrelazar experiencias.
Innovar también es estar vivo. En un país como el nuestro, que regularmente voltea las expectativas a hachazos, volcarse a la innovación es siempre un gesto artístico para celebrar.
El centro del espectáculo, que podrá verse todos los jueves de febrero, es un episodio de la infancia de Alarcón, un episodio traumático ocurrido en la Patagonia argentina, donde su familia chilena se refugió en tiempos de Pinochet. A medida que Cristian crecía y la Argentina se sumergía en el tiempo oscuro de la dictadura militar, su imagen y sus gestos no parecían adecuarse a la idea de la masculinidad que se proyectaba en ese tiempo.
Tenía siete años cuando sus padres comenzaron a llevarlo a un centro médico para que le inyectaran testosterona, la hormona que lo ayudaría a “hacerse hombre”. Todo esto, según la voluntad y el deseo de unos padres confiados en la medicina experimental de entonces, cuando la homosexualidad aún era clasificada como enfermedad por la Organización Mundial de la Salud. Puede sonar raro para el sentido común del presente, pero fue recién en 1990 que la OMS retiró la homosexualidad de la lista de trastornos psiquiátricos.
El biodrama, en el que algunos momentos de humor —en general, cuando Alarcón interpela a la audiencia— ayudan a distender y a distraer de la clave dolorosa del argumento y de la imagen del nene chiquito y solo en una camilla, mientras espera para recibir las hormonas que le restarán gestualidad femenina y acentuarán sus rasgos masculinos. A la vez que narra una historia de vida, la obra pone en escena una pregunta por los límites de los géneros, a la vez que un cuestionamiento a la clasificación de los seres vivos.
En el escenario, el Alarcón adulto hace un exhaustivo informe periodístico sobre la terapia de conversión a la que fue sometido (qué palabra,ésta) al tiempo que narra su experiencia y recuerda la desorientación que eso provocaba en el chico que era en ese tiempo. Alrededor de ese episodio, repasa la construcción de su identidad personal y también de la profesional, con su elección del periodismo como oficio y su variante de investigación de temas ásperos como la marginalidad, el delito y el narcotráfico.
¿Qué cosas debía seguir probando ante los demás ese hombre que no terminaba de ser un hombre según el canon?
El relato autobiográfico de Alarcón tuvo antes que en el escenario espacios de escritura en artículos y ensayos y también en la preciosa novela El tercer paraíso, con la que ganó el Premio Alfaguara 2022.
A la vez que repasa su vida, Cristian se autorretrata en su ambición de conocerlo todo, una búsqueda desaforada que incluye la transgresión como actitud vital y que no se limitó a la sexualidad: para él, los géneros no tienen fronteras. Los géneros humanos pero también los periodísticos y literarios. De esa forma de interpretar las cosas surgieron sus libros de crónicas y también proyectos como la vanguardista revista digital Anfibia y su constante red de difusión de conocimiento.
Acostumbrado a los retos, Cristian Alarcón se desafía esta vez como actor y una vez más consigue superar la prueba. El nene chiquito y solo en una camilla con el que la medicina experimentaba, ahora hace su monólogo sobre un escenario y también se escucha su potente voz en off. En otros momentos dialoga, comparte escena y baila con el talentoso actor y bailarín Tomás de Jesús, compañero perfecto que resulta un soporte fundamental para el desarrollo del argumento y de la puesta.
En Testosterona hay palabra que conmueve y hace pensar, hay música envolvente, experimentación sonora, danza y arte digital. Hay movimiento, acción y estética.
Belleza, digamos.
Recomendaciones
Ya en la despedida, te dejo sugerencias musicales como “Wave”, del inolvidable Joao Gilberto ( “É impossível ser feliz sozinho”), “Arrabal amargo”, el tema de Gardel que se puede escuchar en Hojas de otoño y “Les feuilles mortes”, la recordada canción de Yves Montand que está detrás del título del filme y que también se escucha, aunque en otra versión, en la película de Kaurismäki.
En estas semanas estoy recibiendo muchos y muy interesantes correos, que voy respondiendo de a poco. En sintonía con el tema y con el modo en que lo vengo abordando, el lector Matías Troncoso me envió un mail precioso, con generosas listas de películas y música relacionadas con la soledad.
Como me enseñaron a no ser egoísta, quiero compartirla con vos.
Música:
* La soledad, por Bersuit Vergarabat
* No está mal la soledad, por Los Limones
* Soledad, por Roberto Goyeneche
* Wake Me Up When September Ends, por Green Day
* Amor Ausente, por Eruca Sativa
* Sueles Dejarme Solo, por Soda Stereo
Películas:
* Náufrago
* Camino salvaje
* Mi pobre angelito
* Citizenfour
* En solitaire
* Inside
* La caída
* Un cuento chino
* La Ballena
* La sociedad de la nieve
* Hombre mirando al sudeste
* Un blanco fácil
* Linoleum
* Los Espíritus De La Isla
* Misión Rescate
* Cinco días para vengarse
* Tres anuncios por un crimen
* Un Vecino Gruñón
* El club de los cinco
Tengo aún muy buenas historias para contarte relacionadas con temas como el desamparo, el desarraigo y el aislamiento, de modo que posiblemente la semana que viene seguiré abordando la soledad y sus alrededores.
Mientras tanto, te dejo acá el link a un newsletter que escribí sobre este mismo tema en octubre de 2020, todavía en pandemia. Me impresioné al releerlo, por los datos que reproduje ahí pero también porque me trasladé por un momento a ese clima y a ese tiempo, cuando ni siquiera podíamos juntarnos con nuestra gente querida o, incluso, despedirnos de ellos. Cuánta tristeza...
Ahora, sí, llega el chau. Te recuerdo mi mail: es hpomeraniec@infobae.com. Espero que estés bien, que hayas podido descansar algo durante el feriado y que el respiro que está dando el clima en algunas provincias te haya alcanzado y sea también un estímulo para tu buen humor.
Hasta la próxima.
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