¿A qué mente retorcida, anormal, insana se le podría ocurrir escribir la historia de una asesina en serie con poderes psíquicos en una esplendorosa Nueva York de los años setenta del siglo XIX, a la vez que narrar los pasos de una joven que tiene marcado en su destino morir a manos de aquel engendro de perversión, como asesinada fue toda su familia? Bien, la respuesta tiene nombre y apellido: Michael McDowell, quien además tuvo la osadía de bautizar a su novela como Katie, en honor a la salvaje homicida, y no Philomela, la heroína de la narración en cuestión que posee, además, páginas atrapantes, desmedidas y adictivas una tras otra para el lector que abra las tapas de este libro.
Conocido por los lectores argentinos por su novela de culto Los elementales, editada como Katie y, hace dos años, Agujas doradas, por La Bestia Equilátera, McDowell -hay que decirlo- fue un escritor particular. Nacido en la sureña Alabama, ni bien pudo partió hacia la prestigiosa Harvard, donde cursó estudios literarios y se largó a escribir pero no con una forma académica sino con la bandera izada con el lema de “vender y entretener”: McDowell no quería escribir para la posteridad (aunque el rescate postmortem de su obra así lo indique) sino para un presente de llegada a sus lectores, su principal preocupación: “Soy un escritor comercial y estoy orgulloso de eso. Estoy escribiendo cosas para que estén en la librería el próximo mes”, solía decir.
Su obra que incursionaba en el género (llegó a escribir novelitas de detectives gay) fascinó a escritores como Stephen King (“Fascinante, aterrador y completamente genial, debe ser considerado como el escritor más refinado de los Estados Unidos”), quien luego le ofrendó su amistad junto a su esposa Tabitha, quien terminó su novela Candles burning, que estaba escribiendo al morir por complicaciones derivadas del HIV, en 1999, a los 49 años.
Otro autor que quedó extasiado con la escritura de McDowell fue el cineasta Tim Burton, quien dijo de él: “Apenas leí a McDowell me sentí identificado con su sentido del humor y su naturaleza perversa”, a tal punto que lo convenció de realizar el guión de esa obra maestra llamada Beetlejuice (cuya remake está en producción en los Estados Unidos) en 1986 y más tarde esa joya de la cinematografía animada llamada The nightmare before Christmas (El extraño mundo de Jack), que es uno de los films icónicos y más divertidos y perversos jamás realizados.
Si bien McDowell no escribía para la posteridad, el rescate de su obra literaria sobrevino tras su muerte, como un chiste que bien le hubiera gustado hacer sobre sí mismo. En la Argentina Los elementales se convirtió en un éxito de ventas, siguiendo una tendencia instalada en los Estados Unidos, donde en 2013 se realizó una exposición con la colección trajinada por años por el autor, que constaba de ataúdes para niños, fotos de cadáveres, de cráneos, de escenas de crímenes, de mechones de pelo, de tarjetas y avisos fúnebres, de cartas de condolencias. Decíamos en la primera línea que, bueno, era un poquito raro el tal McDowell.
Y esa extrañeza atraviesa a Katie, que presenta al personaje del título siendo niña, clavando agujas con ginebra barata en los cuellos de perritos a la moda para que no crezcan más, sin perder la sonrisa de un juego sádico -un juego que no terminará de jugar durante toda su vida. Katie tiene poderes psíquicos. Es capaz de ver el presente y el futuro de las personas con sólo tocarlas para decirles, con pelos y señales, lo que está sucediendo aunque los sujetos de sus visiones no quieran admitirlo, y decirles lo que sucederá. Pero no es así como Katie, una campesina que vive en la ignorancia primitiva fomentada por su madre adoptiva Hanna y su padre John, sino mediante el crimen, que resulta más redituable y, a la vez, divertido -Katie valora sobre todo el martillo como elemento para brindar el final a sus víctimas.
Una víctima de esa familia demencial es Richard Parrock, un granjero poseedor de grandes superficies de tierra, quien tiene la oportunidad de avisar a su hija Mary y su nieta Philomela (Philo para los amigos) el complot de muerte que lo tiene como destinatario. Philo parte en su ayuda, pero no llegará a tiempo y comenzará un declive en su destino de mujer pobre en un pueblo llamado New Egypt, del que deberá huir hacia una efervescente Nueva York.
Es el año 1871, el capitalismo se encuentra en su apogeo de crecimiento (con el reverso de las operarias que deben trasuntar horas y horas de venta de fuerza de trabajo a precio vil al capital) y la ciudad que pronto desplazaría a París como capital del mundo se convierte en el centro de las aventuras riesgosas de Philomela, que son a la vez una novela de aprendizaje y de amor cortés. Todo esto sin que el texto pierda el ritmo ni por un instante ni que las fuerzas del mal actúen a través de Katie y que Philo se postule como el antídoto que, además, vengue las muertes de su propia familia.
La novela es un tesoro que debe ser leído y disfrutado y sus capas de lectura desgajadas para mayor placer de un lector que encuentra en el texto oportunidades para encontrarse allí con el género como centro de una narración que estalla hacia el placer de la lectura y hacia todos lados. Katie quizás sea una de las villanas más horrorosas, no por sagaz ni inteligente, sino porque expresa al mal en estado puro, que haya dado la literatura en mucho tiempo. Por esa razón merece llevar el título de la narración. Es que, analfabeta ella, ni si habría dado cuenta de que su nombre trasluce veneno en las tapas de un libro desorbitado y apabullante.