Mientras se discutía si el Festival de Cosquín sería televisado este año a todo el país, Betto Arcos preparaba sus maletas para viajar a Argentina. El periodista mexicano-estadounidense cubre desde hace años las diversas expresiones de la música latinoamericana y de otras regiones del mundo para la radio pública de los Estados Unidos (NPR) y la BBC, el servicio de medios públicos británico, con el que acordó un reportaje sobre el tradicional encuentro federal de folklore. Llegar a Cosquín era un viejo sueño que por fin pudo cumplir el experimentado cronista, quien ha recorrido decenas de otros eventos alrededor del planeta, como el Festival de música sacra en Fez, Marruecos, o más recientemente la gran fiesta afrocolombiana de Petronio Álvarez en Cali. “Me interesa la manera en que la música se celebra de manera masiva, pero principalmente busco los sonidos que dan identidad a un país o a una región”, le dice Arcos a Infobae Cultura. “Esta celebración siempre ha sido una referencia en ese aspecto –agrega–, sobre todo para los melómanos que disfrutamos de este tipo de música. Hace tiempo tenía planeado venir”.
Cuando escuchó las vocales prolongadas en la voz del maestro de ceremonia Claudio Juárez, que cada noche sale al escenario para abrir el espectáculo serrano con el grito insignia “¡Aquíííí, Cooosquííííín!”, al Betto Arcos se le erizó la piel. “Son décadas y décadas que andan diciendo eso todos los días durante el festival, con ese bombo que suena como el latir de un corazón. Fue muy emotivo, yo crecí escuchando radio y esa presentación me recordaba mucho eso”, dice el periodista musical, que justamente escuchó por primera vez bagualas y zambas a través de emisoras locales en su Xalapa natal, cuando era monaguillo de una iglesia jesuita. Tiempo más tarde, después de cruzar la frontera hacia Estados Unidos por Tijuana, Arcos descubriría a Sumo, Charly García, Fito Páez, Pappo’s Blues, Vox Dei y Almendra a través de amigos argentinos que le prestaban sus discos para pasarlos en la radio, pero fue sobre todo la música autóctona y universal del Trío Cocomarola, Antonio Tarragó Ros, Sixto Palavecino y Mercedes Sosa lo que le llegó al alma.
Antes de encontrar su vocación casi por accidente, cuando todavía no tenía papeles, Arcos fue jardinero, albañil, mesero y pintor, entre otros trabajos dictados por la necesidad de pagar la renta y mandar dinero a su familia desde Boulder, Colorado. Hasta que su pasión por la música lo llevó a ser invitado de un programa de radio que finalmente quedaría en sus manos. Allí pasaba música de todo Latinoamérica una vez a la semana, y mientras tanto trabajaba en una compañía de biotecnología. Otro golpe de suerte determinó un paso más en su carrera: un día el dueño de la empresa escuchó su programa y le ofreció pagarle la carrera de periodismo. Se casó, arregló sus papeles, se graduó y en 1995 se mudó a Los Ángeles. En la meca del entretenimiento condujo y produjo durante más de una década Global Village, donde entrevistó al aire a cientos de artistas de todas partes del mundo, y también se hizo amigo de talentosas figuras como Ry Cooder, Charlie Haden, John Densmore –el baterista de The Doors– y Lila Downs, de quien fue manager durante siete años.
Hoy Betto Arcos brinda charlas y conferencias sobre música y cultura de la región en el Instituto del Servicio Exterior del Gobierno de Estados Unidos (otro de los motivos que lo trajo por Buenos Aires). “Siento que tengo la responsabilidad de dar a conocer nuestra riqueza latinoamericana y lo intento hacer humildemente”, plantea este incansable divulgador, que cumple con amplia libertad ese rol en The Cosmic Barrio, su propio podcast. El nombre también da título al libro que publicó recientemente en español, Historias musicales del barrio cósmico (Fogra), donde recopila crónicas, entrevistas y perfiles de 150 artistas, entre otros Hermeto Pascoal, Silvio Rodríguez, Gustavo Dudamel y el compositor tunesino Anouar Brahem. El martes pasado, presentó este volumen en Villa Devoto junto a Humphrey Inzillo, acompañado además por una selección de músicos locales entre los que estaban el Chango Spasiuk, Nadia Larcher, Lidia Borda, Manu Sija, Marcelo Dellamea y Victoria Birchner y Franco Luciani, quienes días atrás se presentaron en Cosquín. Esa velada íntima en Café Berlín fue prologada con un asado en Luján donde el periodista les preguntó por el clima social y cultural que atraviesa la Argentina. “Sé que vine en un momento muy agitado, veo al país muy golpeado”, dice Arcos.
–Viviste muchas experiencias en festivales de música tradicional. ¿Qué es lo que más te llamó la atención de Cosquín?
–Lo que para mí sobresale es la comunión de la gente con la música, que la sentí especialmente en las peñas que se arman alrededor del festival. La manera en que los músicos mueven y conmueven al público es algo que se ve muy poco en el mundo. Que la gente se levante a bailar y celebre su identidad y su cultura, escucharlos cantar lo que en el lenguaje norteamericano se conoce como standards, son cosas que me gustaron mucho. El ambiente de las peñas se siente como estar en el patio de alguien. Ese espacio íntimo y comunitario es todavía más fuerte que un escenario donde se congregan 20.000 personas, porque la música te toca de manera más cercana.
También me impresionó la cantidad y diversidad de edades y de géneros musicales. Ver por ejemplo a un niño de 12 años ponerse frente a 300 personas a cantar con su guitarra al lado del río fue muy impactante (se refiere a Simón Puertolaz, el chico que semanas atrás le cantó una chacarera –“El olvidao’”– a Scaloni en la puerta de su casa, momento grabado en un video que luego se viralizó).
Arcos cuenta que en los tres días que estuvo en el festival se acostó siempre con los primeros rayos del sol. Viajó acompañado por Gabriel Plaza y Facundo Arroyo, colegas argentinos a los que conoció a través de la red que nuclea a los periodistas musicales de Iberoamérica (REDPEM). “En mis viajes –señala– por lo general necesito juntarme con alguien que entienda y que sepa las historias que hay alrededor. Fue muy especial vivir la experiencia con ellos porque tienen todo un conocimiento que yo no”. El cronista se deleitó con una humita de olla y también saldó una cuenta pendiente al entrevistar a Raúl Barboza, a quien vio en la Séptima Luna. En su visita anterior al país, Arcos había seguido la ruta del chamamé por Formosa, Chaco, Corrientes y Misiones.
–El periodismo musical está quedando más relegado en la agenda de los grandes medios. ¿Qué importancia tiene el servicio público de la BBC o la NPR dentro de ese contexto?
–Esto se viene dando desde hace ya varios años. El caso reciente de Pitchfork pareciera decirnos que un periodista musical no sirve para nada. Pero no lo veo así. El trabajo de contar historias va a estar presente y va a ser necesario siempre. Tanto en la BBC como en la NPR lo que hago es contar historias humanas que muestran el entorno en el que se crea la música y qué nos dicen de sus compositores estas creaciones, o por qué nos identificamos con ellas. Me parece fundamental y absolutamente necesario seguir contando historias de lo que está pasando, ya sean de reggaetón, trap o chamamé. Se dice que la gente ya no lee, que quiere ver imágenes o videos de TikTok, pero me parece que nuestra labor seguirá siendo importante. Sí es cierto que se ha vuelto más difícil publicar, los reportajes que yo hacía hace cinco años hoy no pueden durar más de cinco minutos. Uno se ve obligado a recortar, a ser más conciso y breve, pero no hay que darse por vencido.
–Vivimos en un mundo cada vez más globalizado, ¿cómo impacta ese proceso en la conservación de tradiciones musicales ?
–Es una preocupación que siempre ha estado para los que nos dedicamos a escribir sobre música. Pero justamente haber pasado por Cosquín y otros festivales me sirvió para darme cuenta de que las tradiciones musicales que nos dan identidad siguen vivas a pesar de los presuntos riesgos que implica el avance de lo digital. Incluso veo con las nuevas vertientes de música a más artistas interesados en beber de las fuentes de la tradición folklórica, como es el caso de Rosalía y tantos otros. Sienten que esa es la manera de proponer algo innovador, antes que buscar el sonido prefabricado de una computadora. La cantidad de jóvenes que vi en el Festival de Cosquín, seguramente todos ellos y ellas escuchan trap y reggaetón, sin embargo ahí estaban bailando con su pañuelo una música que se hizo hace 200 años.