Entre Clarice Starling y Liz Danvers: el misterioso encanto actoral de Jodie Foster

¿Cómo se sentirá saber que la evolución de la propia vida puede encontrarse en el registro de esa huella en la pantalla grande? ¿Saberse un ícono adorado por sus seguidores hasta el punto tal que uno de ellos le ofrendó la intención de asesinar a un presidente? ¿Ser ya un clásico del séptimo arte, oh, Clarice, Clarice Starling?

Estamos hablando, claro, de Jodie Foster, que tal vez podría ser identificada con otro astro de la maquinaria de Hollywood, pero de manera muy diferente, como Meryl Streep. Ambas grandes actrices, su presencia en las pantallas es permanente y en la edad madura (Jodie cumplió 62 años en noviembre) las dos refulgen como si fueran estrellas nacientes. Pero hay algo misterioso en Foster, algo humano y misterioso.

Es que si es conocida desde niña (a los doce años interpretó a Iris, una explotada prostituta menor de edad en el clásico de 1976 Taxi Driver, de Martin Scorsese, rol que le valió la nominación a su primer Oscar y la salida al hall de los grandes intérpretes) y las cámaras la acompañaron desde ese momento, captando también su crecimiento no sólo físico, sino también su consolidación como actriz, ¿para qué, se debe preguntar, maquillar el tiempo?

Hace dos años —en el último periodo sus apariciones cinematográficas son cada vez más espaciadas— su personaje de abogada de un supuesto terrorista encarcelado sin causa alguna en Guantánamo sorprendió por su frondosa cabellera cubierta en canas.

Hoy protagoniza dos productos fílmicos relevantes, que se pueden ver sendas plataformas. El largometraje Nyad (Netflix), protagonizado por Anette Benning, que interpreta a Diana Nyad, una nadadora de 62 años que decide completar una tarea que había dejado a los veintitantos, cuando fracasó en su plan de nadar desde La Habana, Cuba, hasta Miami, Estados Unidos, y que se apoya en su amiga y, luego, coach, de la misma edad, para acompañarla en la aventura que implica domar las olas y los tiburones, además de las peripecias de la edad. Por su rol como Bonnie Stolls, Foster obtuvo la quinta nominación al Oscar, en la categoría de mejor actriz de reparto. El film es emocionante y la amistad se muestra como un motor para realizar cosas buenas, a pesar de dificultades, fracasos y más fracasos en el camino de llevarlas a cabo. Jodie se destaca como esa amiga, antigua novia (“oh, hace cien años”) que se convierte en un vínculo familiar y de un amor, comprensión y paciencia para quienes quieren realizar lo imposible.

Jodie Foster, ustedes saben, es lesbiana, y es algo que se conoce desde hace millones de años, pero cuyo estatus ella había mantenido un silencio no restrictivo, pero que evitaba un activismo del coming out. Madre de dos hijos con distintas parejas, hoy se encuentra casada con la actriz y fotógrafa Alexandra Hedison. Uno de sus hijos quiere probar suerte en Hollywood.

Algo que Foster nunca tuvo que hacer. Desde su debut con Scorsese, se sabía que sus virtudes para la actuación eran fenomenales. Ganó el primer Oscar en 1989 por el film Acusados, que se convirtió también en un emblema que mostraba con crudeza la violencia sexual contra las mujeres. Foster interpreta a Sarah Tobias, una camarera que es violada por tres hombres en un bar rutero estadounidense y que, cuando denuncia el hecho, recibe indiferencia judicial o, lo que es peor y que sigue siendo común, el sambenito de si no habría usado una falda demasiado corta. La brutal actualidad del film y la representación descarnada de la violación y las consecuencias en la víctima forman parte de esta película que debería volver a verse.

Como bien debería volver a verse (una y otra vez) El silencio de los inocentes, el clásico que protagonizó junto a Anthony Hopkins en el rol de Clarice Starling, una joven agente del FBI que debe entrevistarse con el asesino serial Hannibal Lecter, que gustaba comer con un buen chianti a sus víctimas, para desentrañar el último secuestro de otro asesino serial que tiene secuestrada a su víctima. ¿Qué más decir sobre El silencio de los inocentes que no haya sido dicho ya? Sólo resta mirarla una vez más, mirarla con atención, aferrados al sillón, siendo testigos de uno de los magistrales dúos del cine estadounidense.

Hablando de crímenes, se encuentra en actual desarrollo la cuarta temporada de la miniserie True Detective (HBO), que comenzó de manera magistral y luego fue un poco en picada, pero que se basa en la premisa de mostrar la investigación de un dúo de detectives de enmarañados asuntos en los Estados Unidos. El problema (y la virtud de la primera temporada) es la conjugación de la investigación con el género fantástico, que puede llevar a cualquier lado si no se realiza con maestría. Por eso fallaron la temporada dos y tres. Y es incierto el resultado (pero desde estos párrafos elegimos creer) de esta temporada, protagonizada por Jodie Foster en el papel de la jefa policial Liz Danvers, de un pueblo al norte del Polo Norte, Ennis, en el estado de Alaska. La acción comienza cuando empieza la noche que dura meses en tales latitudes.

Una base científica en esos lares aparece una noche vacía. ¿Dónde fue todo el equipo de científicos biólogos encargados de buscar los orígenes de la vida en especies al fondo de los hielos maś antiguos? Bueno, alguien los encontrará, todos juntos, desnudos, congelados, casi todos muertos, en las nieves del Ártico.

Años atrás una activista contra la mina había sido asesinada. Danvers decide convocar a la policía nativa Evangeline Navarro, que se había encargado de aquellos hechos del pasado, para investigar juntas el desquicio de un asesinato masivo en condiciones inimaginables.

La cuarta temporada de True detective va muy bien por ahora. Es decir, no ha avanzado hacia el delirio. De cualquier manera, de la forma en que se filme al delirio es que se sabrá si funciona o no. Pero es un enigma.

Lo que no es un enigma es que Jodie Foster otra vez se come la pantalla. Que hay que verla simplemente porque ella está allí y podría ser una genialidad. Y porque, como se dijo antes, elegimos creer en Jodie Foster tanto como Hannibal Lecter decidió confiar en Clarice Starling en la clásica película, copa de chianti en la mesa, aguardando.