Fui, vi y escribí: Años de soledad

La nueva película de Wenders y un libro de May Sarton abordan historias de personas solas, entre la felicidad y los fantasmas. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

Los días de Hirayama (una actuación deslumbrante del japonés Koji Yakusho) en "Perfect Days", de Wim Wenders, están marcados por una rutina que, lejos de asfixiarlo, parece mantener en orden a sus fantasmas.

Hola, ahí.

No sé muy bien lo que es estar sola, no es un estado que me resulte familiar. Si hablamos de una situación estrictamente física, estar sin otras personas alrededor es más bien inusual para mí y, como además me cuesta no estar en actividad, siempre me las rebusco para tener la cabeza y el alma ocupadas, lo que me hace estar permanentemente en contacto con alguien, aunque sea por chat o por teléfono. Jamás me falta alguien con quien hablar.

Es cierto que hay personas que son solitarias aun acompañadas pero tampoco es mi caso, claramente tengo espíritu gregario. Tengo hijos, tengo pareja, tengo hermanos, amigas, siempre hay alguien cerca y es así, rodeada, como me siento cómoda. O, más que cómoda, segura. De pronto hay momentos excepcionales, como los viajes, en los que consigo entender el alcance de la soledad, ese diálogo constante —y excesivo— con uno mismo y diría que hasta lo disfruto, pero supongo que es porque soy consciente de que se trata de una situación pasajera: nunca olvido que habrá un regreso a una normalidad en compañía.

Te decía que no sé muy bien lo que es la soledad y, por otra parte, me atemoriza pensarme así, sola. Es raro: me da más miedo estar sola en mis espacios que en lugares nuevos y desconocidos, donde me adapto al nuevo ámbito, a ciudades y a personas con bastante naturalidad. Pero en mis propios ambientes, ahí donde suelo estar con otros, quedarme sola (que no es lo mismo que ser o estar sola) no me provoca alivio o liberación, sino angustia. Al menos al comienzo, cuando soy consciente de que no hay nadie de los míos cerca.

Después se me pasa, seguramente cuando me convenzo de que no hay ningún monstruo debajo de la cama con intenciones de devorarme.

Trailer de "Perfect Days", la nueva joya de Wim Wenders y la búsqueda de la belleza.

Un monje zen que limpia baños

Estas semanas estuve viendo y leyendo obras que tienen que ver con la soledad, que a veces es por elección y otras veces, no. Hay solos por decisión, por mandato, por temor, por abandono. Hay solos por vergüenza, por duelo, por tristeza crónica, por gusto, por intolerancia, por necesidad.

Ser un solitario no significa estar solo. Hay solos que están solos. Hay otros que son solos. Hay solos con depresión y también hay solos felices. Hirayama, por ejemplo.

Hirayama es un hombre grande, vive solo y se gana la vida limpiando baños públicos en el distrito Shibuya de Tokio: su trabajo es uno de los menos calificados y más menospreciados socialmente. Habla poco, poquísimo, pero no es hosco ni áspero con las personas, al contrario. No necesita palabras, sus gestos dicen mucho más que cualquier discurso.

Sus días están marcados por una rutina celosa: se despierta en la madrugada, cuando escucha la escoba de una vecina barriendo la calle, enrolla la colchoneta sobre la que duerme, se lava los dientes, recorta milimétricamente su bigote, riega sus plantitas, se viste con el uniforme azul del trabajo, sale a la calle, mira el cielo, respira hondo, sonríe, toma una lata de café de la máquina expendedora que está sobre su cuadra, carga bolsas con productos de limpieza, baldes y lampazos y sube a la camioneta que lo llevará a trabajar. Apenas sube, elige para el camino alguno de los casettes de su tentadora colección de música de los 60, los 70 y los 80.

Lou Reed, Patti Smith, Van Morrison, The Kinks, The Animals, Nina Simone… ¿Se necesita mucho más para ser feliz?

Hirayama se esmera en sacarle brillo a pisos y sanitarios; no busca cumplir sino que tiene una real obsesión por la limpieza y gran amabilidad para con los que llegan apurados y lo obligan a interrumpir su tarea. Mientras lidia con un empleado joven y bastante insoportable, pasa el trapo y limpia inodoros y lavabos como un artista meticuloso.

Hirayama se esmera en su tarea de limpiar los baños públicos de un distrito de Tokio. Habla poco, lo necesario. Parece feliz.

Solo interrumpe su tarea para almorzar algo ligero en el jardín de un templo cercano donde, sentado en un banco, les saca fotos a las mismas copas de los árboles con una vieja cámara de rollo. La luz, otra de sus obsesiones. En la cultura japonesa existe el concepto de komorebi, una palabra que describe el juego de luces y sombras a través de las hojas de un árbol, donde cada momento es único.

Al regreso del trabajo Hirayama cena en un bolichito en donde los parroquianos lo conocen y también acude a asearse a un sento, otra forma del baño público en donde se higieniza sentado y luego, ya limpio, ingresa a una pileta y comparte el espacio con otros hombres mayores. Dicen los que saben que el sento no solo limpia piel y pliegues sino que también lleva paz a las mentes y a los cuerpos de los japoneses.

Al final del día, nuestro hombre solo, feliz y analógico sube la escalera, se desviste, desenrolla la colchoneta, enciende el velador, se pone los anteojos, toma de su pequeña y ordenadísima biblioteca un libro de de Patricia Highsmith o de Willam Faulkner comprado en una tienda de segunda mano y lee un par de páginas hasta que el sueño lo vence.

Así se repite cada día, salvo en su franco. No tiene celular, no usa internet, Spotify le suena como el nombre de una tienda de discos.

El personaje de la película de Wenders en un "sento", una forma tradicional de baño público japonés.

En su franco se despierta más tarde, se levanta y se viste con ropa cómoda y monta su bicicleta, después de desayunar su lata. Sus tareas, su rutina en el ocio: llevar a lavar la ropa al lavadero y revelar las fotos sacadas durante la semana, ir a ver libros a la tienda de segunda mano y comer algo en un restaurante en el que la propietaria parece conocerlo hace mucho tiempo porque lo trata con mucho afecto. Antes de dormir, Hirayama seleccionará las fotos que le interesan y las guardará en una de las muchas cajas de fotos que colecciona en un armario.

Es posible que, a esta altura, alarmado por el nivel de detalle de mi descripción estés diciendo: esta mujer se volvió loca. Pero creo que no, o al menos no creo haber enloquecido por enamorarme de Perfect Days, la nueva película de Wim Wenders y su regreso a la ficción de calidad luego de años de decepciones y fracasos.

Koji Yakusho, en mayo de 2023, el día que fue premiado como mejor actor durante la última edición del Festival de Cannes, por su actuación en "Perfect Days", de Wim Wnders. (REUTERS/Eric Gaillard)

Una clase de actuación

Lejos de efectos especiales y fuegos de artificio tecnológico, el director alemán que nos conmovió alguna vez y para siempre con Alicia en las ciudades, Paris, Texas o Las alas del deseo, eligió en esta oportunidad narrar una historia humana y sencilla, “una road movie tranquila y profunda hacia el alma de un hombre”, como la caracterizó Werner Herzog, otro gigante alemán que tuvo hace poco su propia película japonesa. En Family Romance LLC, el director de Aguirre, la ira de Dios y Nosferatu trató también el tema de la gente sola, a partir de la historia de una empresa que ofrece alquilar familiares o contratar robots de compañía, entre otras acciones para paliar la epidemia de soledad.

No quiero avanzar sobre la trama y la leve acción de Perfect Days (cuyo título, por supuesto, es un homenaje al tema de Lou Reed), pero sí decirte que en la segunda parte de la película, Wenders nos muestra a algunos miembros de la familia de Hirayama (una sobrina que lo idealiza, una hermana millonaria, algo amargada y de aspecto infeliz) y nos deja entrever que el hombre al que vemos sonreírle al cielo cada vez que se despierta alguna vez no fue ni tan sensible ni tan austero, que tal vez es alguien que huyó de su pasado y que conserva la edad tecnológica del mundo que se detuvo cuando él pasó a ser otra persona.

Es una persona que puede ser feliz en su soledad y también con su tarea poco estimulante porque existe la música, existe la literatura y el sol sigue saliendo cada día y hace bailar en sombras las copas de los árboles. Hay algo de meditación zen en este elogio de la vida sencilla que es profundamente estremecedor.

La película minimalista de Wenders se centra en pequeñas cosas que pueden dar felicidad, como tomar fotos de la luz entre las copas de los árboles.

Hay más escenas que ayudan a entender el comportamiento del protagonista o, más bien, sus sentimientos, aunque no es nada demasiado explícito: no te cuentan todo sino que el sentido se desliza por medio de delicadas imágenes y diálogos precisos y profundos, que dejan frases como “La próxima vez es la próxima vez. Ahora es ahora” o “Al final, la vida se va sin que uno llegue a saber nada”.

Todo esto que te cuento podría haber quedado en la ambición de un guion si no fuera porque el protagonista de Perfect Days resulta ser el actor perfecto. Se trata de Koji Yakusho (Nagasaki, 1956), muy conocido en su país y a quien Wenders puso en el radar en 1996, cuando vio Shall We Dance? (que tuvo su versión hollywoodense con Richard Gere y Jennifer López). Es imposible que una actuación como la de Yakusho, compuesta de gestos mínimos y conmovedores pase inadvertida y, de hecho, recibió el premio al mejor actor en la última edición del Festival de Cannes.

Su mirada, sus cejas, su sonrisa. Sus espíritu de asceta. Su voluntad perfeccionista y la felicidad de sus rutinas. El dominio de su cuerpo; sus gestos cuando escucha música (esa música y esas letras también son grandes protagonistas del filme), cuando se baña, cuando observa la danza de la luz. Su voz, cuando se la escucha, las pocas veces que se la escucha.

Hay, detrás de la felicidad, un dolor escondido en el tiempo que, en algunos momentos, parece advertirse tras la sonrisa pacífica. Una pelea interna, las sombras del sueño de Hirayama que no comprendemos y que, aunque tiene cierta similitud con las imágenes que fotografía cada día, parece ocultar un secreto sombrío.

Lo que vemos en Perfect Days es una clase de actuación inolvidable (no exagero), una composición plena de matices que otorga vida a un personaje en apariencia sencillo, alguien que convive con el fantasma que quedó atrás y que elige, voluntariamente, agradecer la vida de cada día.

El proyecto de renovación de los baños públicos en Japón a través de construcciones con mirada artística resultó exitoso. La película de Wenders tuvo su origen en ese plan.

Una ficción inesperada

Perfect Days no surgió como una idea del director alemán sino como una contrapropuesta. Ocurre que hace unos años las autoridades de Shibuya se propusieron terminar con la tradición de baños repugnantes y malolientes a partir de diseños y construcciones hermosos y con definida voluntad de inclusividad, en todos los sentidos.

A fin de divulgar el proyecto, se pusieron en contacto con Wenders y le consultaron si le interesaba dirigir un documental sobre el original programa de los baños públicos, entre los que hay algunos que son sorprendentes: los más famosos son los que tienen vidrios transparentes y de color, que se convierten en opacos al cerrar la puerta del lado de adentro.

Y si los promotores del proyecto buscaron a Wenders para difundir las obras fue justamente porque el director tiene una larga historia de amor con Japón y, de hecho, suele decir que fue la película Tokyo-Story (1953), de Yasujiro Ozu, uno de los motivos que lo llevó a convertirse en cineasta. De 1985 es su documental sobre Ozu, Tokyo-Ga y de 1989, Notebook on Cities and Clothes, otro documental ambientado en Japón, sobre el diseñador de moda Yohji Yamamoto.

Sabemos poco de la vida del protagonista de "Perfect Days". La música juega un rol fundamental.

Wenders se interesó en el tema pero advirtió enseguida que en la relación de los japoneses con los baños públicos había mucho más que un proyecto de hermosos edificios para divulgar: había una cultura tras los enraizados hábitos de higiene y de limpieza. En cuanto imaginó la ficción, supo, también desde el vamos, que quería que el personaje principal estuviera a cargo de Koji Yakusho, así que escribió la película pensando en él.

Perfect Days competirá en la categoría internacional de los Oscar y no sería bueno depositar muchas expectativas. Es muy posible que la ausencia de todo tipo de espectacularidad y estridencia le reste chances a esta verdadera joya en la noche de los grandes premios de la industria estadounidense.

May Sarton, autora de "Anhelo de raíces" y de "Diario de una soledad".

El diario de una escritora sola

May Sarton (1912-1995) creía en el poder de las rutinas para organizar la vida y también para apagar los ruidos de una mente apesadumbrada. “La rutina no es una prisión, sino el camino hacia la libertad del tiempo”, escribió esta autora nacida en Bélgica, cuya familia huyó durante la Primera Guerra Mundial primero a Londres e, inmediatamente, a Estados Unidos, donde su padre, historiador de la ciencia, fue contratado como profesor en Harvard.

Durante su larga vida, Sarton llegó a publicar más de cincuenta libros, entre ellos diecinueve novelas, diecisiete de poemas y dos para niños, además de una obra de teatro y varios volúmenes de no ficción. Aunque bastante conocida como poeta (el género que la cautivaba, sin dudas), para quienes hablamos y leemos en español su nombre comenzó a resultar cercano recién en pandemia, cuando una pequeña editorial española, Gallo Nero, se decidió a comprar varios de sus libros y a publicar el primero de ellos: Anhelo de raíces.

Se trata de un libro de memorias que es a la vez un ensayo. Aborda temas como la vejez, la soledad, los procesos de escritura, los nuevos comienzos, la amistad, el lugar de las mujeres en la sociedad y el vínculo de las personas con la naturaleza y con sus ciclos. Y este último es el punto clave, sobre lo que reflexiona a partir de la anécdota principal que dispara el libro: la aventurada restauración que hace Sarton de una derruida casona del siglo XVIII en Nelson, New Hampshire, un pueblo algo escondido al que se va a vivir sola a los 48 años. Montar una casa es también montar una vida.

"Anhelo de raíces" (Gallo Nero) fue un éxito durante la pandemia por coronavirus.

Durante el tiempo de clausura que nos tocó vivir como humanidad durante la pandemia por coronavirus, hubo un boom de libros y películas sobre epidemias, aislamiento y contacto con la vida natural, es decir, de aquello que vivíamos en lo cotidiano y de aquello otro que soñábamos recuperar: por ejemplo, volver a tener un cielo sobre nuestras cabezas.

Por eso, el relato de Sarton —que entrecruza chismes de sus visitas y de los habitantes del pueblo, las dificultades que tiene para concentrarse en su escritura, sus menciones abiertas a las relaciones homosexuales y las algo más veladas a su lesbianismo y sus ideas generales sobre el mundo— fue circulando entre buenos lectores, sobre todo por el efecto que provocaba en quienes la leíamos el regocijo del trabajo sobre la tierra del jardín, el día a día de los animales, el florecer de las especies y, finalmente, el esplendor de las flores en los jarrones que decoraban los ambientes de su casa, cada día más viva.

Todo eso que escribió y publicó Sarton más de cincuenta años antes de nuestro trauma comunitario parecía recordarnos que es posible levantarse desde el dolor y que la belleza estaba ahí nomás, al alcance de la mano y apenas por afuera del barbijo.

"Miss May Sarton", un retrato de Polly Thayer.

Hace algunos meses llegó a la Argentina Diario de una soledad, que reúne escritos de un tiempo posterior y que no fueron pensados como memoir, aunque puede leerse como una continuación del libro famoso. Sarton es ahora algunos años mayor y el entusiasmo ya no domina su ánimo. Desde las primeras páginas anuncia el cambio de tono.

Anhelo de raíces me ha granjeado muchos amigos en este oficio (...), pero he empezado a darme cuenta de que el libro presenta una visión falsa que yo ni siquiera pretendí ofrecer, pues apenas menciona la angustia —o los arrebatos de ira—, de mi vida en este lugar (...). Vivo sola, tal vez sin otro motivo que afirmarme como criatura imposible; distinguida por un temperamento que nunca he aprendido a manejar como es debido”.

La soledad de Sarton no es solo la felicidad de dedicación completa a la escritura y a los placeres de la tierra sino que es también el escenario de su depresión —menciona intentos de suicidio, incluso— aunque también de lo que llama su “experiencia mística de unidad con el universo”.

“...A veces simplemente hay que atravesar una época de depresión para poder acceder, una vez superada, a toda la luminosidad que tal vez nos aguarde, y estar atenta a cuanto la nueva época expone o exige”.

"Diario de una soledad", de May Sarton, puede leerse como una suerte de continuidad de "Anhelo de raíces".

Sarton necesita la soledad, la busca y la promueve, pero también precisa el intercambio con otros, que no tienen por qué ser intelectuales o artistas: ella aprecia y valora la profundidad de la conversación con personas que hacen su trabajo con seriedad, dice, que ponen lo mejor de sí para dejar su tarea bien hecha.

Perley Cole, su primer jardinero, y Mildred, la mujer que la ayuda con los quehaceres de la casa, son, en ese sentido, verdaderos amigos para la escritora. En uno de sus poemas dice sobre él que “si pudiera, lo llamaría pariente”.

Definitivamente, no le interesa intercambiar con cualquiera.

“La soledad se anima sin romperse (...) Odio la vulgaridad, las rugosidades del alma. Odio con todas mis fuerzas la charla hueca. ¿Por qué? Supongo que porque cualquier encuentro con otro ser humano, ahora mismo, supone una colisión para mí. Siempre me sale caro, y no, no voy a malgastar mi tiempo. (...) El tiempo malgastado es veneno”.

Como Hirayama, nuestro hombre analógico en Perfect Days, May Sarton se energiza con la luz, recupera espiritualidad y potencia. “He regresado a mi soledad, a mi dicha, y estoy segura de que estos cielos radiantes tienen mucho que ver con ello, aunque el pequeño filo de hielo en el aire es también muy estimulante. (...) Por mucho que me queje de la soledad, cuando llega el momento de arrancarme de aquí, es contra mi voluntad”.

Al igual que en Anhelo de raíces, en Diario de una soledad abundan los chismes, la información sobre el mundo académico y editorial, las opiniones sobre cuestiones existenciales y ahora también sobre la política. Hay también reflexiones sobre la edad y sobre el amor, el amor sufriente. Mucho, muchísimo, sobre el estar solo, el dolor psíquico, la muerte y el renacer desde las astillas del sufrimiento.

May Sarton tuvo una larga vida y una producción literaria enorme.

La rutina aparece como una necesidad absoluta: “es esencial para mí”, escribe en un momento. La rutina pone en caja, organiza, lleva orden a esa cabeza abrumada y a ese corazón que es puro agobio.

“He estado pensando que, por muy terribles tormentas que nos sacudan, si el armazón de nuestra vida es lo bastante estable y fructífero, nos ayudará a resistir sus devastadoras secuelas. Para la mayoría de la gente, ese armazón es su trabajo, que les proporciona una rutina salvadora en los momentos de angustia, pero yo debo construir mi propia rutina para sobrevivir. Y ya es hora de ir a buscar el correo y arrancar el coche”.

No sé que te provoca a vos, pero a mí ese final de párrafo me sacó una sonrisa.

Ese día claramente estaba entusiasmada.

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Hirayama y su sonrisa al cielo de cada día, en "Perfect Days", de Wim Wenders.

Empiezo a despedirme, aunque creo que no voy a despedirme tan fácil de este tema: hay muchísimo para decir, para contar, para leer, para ver y también para escuchar.

Por ejemplo, el Perfect Day de Lou Reed, a la hora de imaginar una soledad melancólica. O el inoxidable Años de soledad, de Piazzolla y Gerry Mulligan, cuando la soledad pesa y mucho y necesitás llorar. Y no te sale.

Somos humanos, sensibles, el dolor nos atraviesa y no deberíamos avergonzarnos por eso. Pero también es bueno saber que siempre habrá otra orilla a la que se puede llegar, una vez que pase la tormenta.

Las imágenes de este envío son de la película Perfect Days, de Wim Wenders, de su extraordinario actor, Koji Yakusho, de la escritora May Sarton y de sus libros. La película se estrena en cines el 8 de febrero y luego podrá verse en la plataforma MUBI.

Te recuerdo mi mail, por si te dan ganas de escribirme: es hpomeraniec@infobae.com.

Hasta la próxima.

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