La creciente presencia de mujeres instrumentistas es una de las características esenciales de la escena del jazz en los últimos años. Y esta región del mundo no es la excepción. A fuerza de estudio, talento y constancia; las mujeres han ido ganando lugares protagónicos y hoy son una referencia habitual en los shows y las grabaciones, formando parte de distintos combos o liderando sus propias agrupaciones.
Históricamente, y con muy pocas excepciones, la trascendencia de las mujeres en la escena jazzera estuvo limitada al rol de cantantes. Las damas dominaron siempre este segmento del arte, pero resultaba poco frecuente verlas tras los atriles a la par de otros instrumentistas.
Esta situación comenzó a modificarse pocas décadas atrás, cuando el género alcanzó nivel universitario y cientos de chicas poblaron las aulas, para cambiar desde allí la escena internacional. Abrazando con pasión desde los estilos tradicionales hasta las corrientes más innovadoras de la libre improvisación.
A tono con esa tendencia, la escena local -posiblemente la más importante de Latinoamérica-, también observó el creciente aporte femenino desde aquel lejano 2005, cuando la pianista rosarina Paula Shocron grabó La voz que te lleva para el sello BlueArt y se convirtió en la primera mujer instrumentista en tener un disco a su nombre en el país.
Desde entonces, Shocron publicó una decena de trabajos, entre ellos el desafiante Tensegridad editado en 2017 por Hatology, subsello de la matriz suiza Hat Hut Records, y lideró interesantes iniciativas, profundizando las relaciones entre música y danza e incluyendo en sus shows la plástica, la literatura y las artes escénicas.
En esa primera línea se inscribían también por esos años la saxofonista Ada Rave, una de las principales impulsoras de la movida free en el país, hoy en Holanda y con varios discos a su nombre y la pianista colombiana Tatiana Castro Mejía, por entonces en Buenos Aires y ahora radicada en Estados Unidos; cuya producción Giro, vuelvo y giro de 2018, incorporó por primera vez el recitado de poemas originales a su música.
Con un rol protagónico en aquella avanzada se sumó también la cantante y pianista Eleonora Eubel, una de las pocas intérpretes argentinas, sino la única, que canta jazz en español y compone su propio repertorio. Desde su primer registro: Full Moon del 2000, al reciente Los árboles míos (2023); Eubel asienta su propuesta en una temática original, con el hilo conductor del jazz enriquecido con ritmos autóctonos y una lírica que recrea antiguos mitos nativos, a los que evoca con un canto intimista y convincente.
“Como artista prefiero crear con libertad suficiente como para unir el idioma castellano con las cadencias que creo que mejor le sientan. Y para mí es un privilegio poder hacerlo junto a músicos con sólidos conocimientos del lenguaje jazz, que además ponen su talento a mi disposición”, le decía Eubel al sitio especializado Argentjazz.
La avanzada alcanzó poco después un nuevo escalón con las Jazz Ladies, el grupo de la saxofonista Yamile Burich, nacida en Salta y formada musicalmente en Londres, quien al frente de un quinteto íntegramente femenino llegó a editar varios discos entre 2014 y 2018. Completaban la formación, hoy disuelta, la colombiana Diana Arias en contrabajo, Patricia Grinfeld en guitarra, Carolina Cohen en percusión y Analía Ferronato en batería; todas ellas con intensa actividad posterior.
En los años siguientes la llegada de jóvenes instrumentistas a la escena local del jazz no se detuvo y aportó nuevos nombres de valía, aunque generar la atención de clubes y festivales demandaba para ellas un esfuerzo mayor que el que debían enfrentar a diario sus colegas hombres.
Ese escollo buscó ser superado con la Ley de Cupo, impulsada por el Instituto Nacional de la Música (INAMU). La cantante Celsa Mel Gowland, su vicepresidenta, denunció la histórica desigualdad con datos concretos. “Analizamos las grillas de los 46 principales festivales del país y vimos que de 1.605 agrupaciones que habían subido a un escenario durante un año, solo 160, menos del 10%, tenían alguna mujer en su conformación”, dijo.
La norma, sancionada en 2019, estableció que las programaciones mensuales de locales o ciclos, que como mínimo tuvieran la participación de tres músicos, debían contar al menos con un 30% de artistas femeninas en su grilla. Pero cuando la normativa entró en vigencia para todos los géneros musicales; el pequeño mundo del jazz ya había realizado el cambio de manera “natural”, impulsado por la aparición de una nueva generación de artistas.
Paula Andrada, a cargo de la agenda del Virasoro Bar, el emblemático local de la calle Guatemala, así lo confirma: “Antes de la ley ya teníamos un porcentaje alto de artistas mujeres en nuestra programación. Lo que no hacíamos era el cálculo. Ahora tenemos en cuenta el porcentaje para poder cumplir con la ley, pero siempre estamos por encima del 30%, ya que hay gran variedad de propuestas”.
Karina Nisinman, programadora del palermitano Bebop Club, coincide con esa mirada. “Nosotros siempre tuvimos entre un 40% y un 50% del cupo femenino cubierto. Cuando salió la Ley hicimos números para ver como estábamos y corroboramos estos porcentajes. No hizo falta aplicar la ley, porque ya lo veníamos haciendo desde antes de que existiera”.
En un reciente informe el INAMU da cuenta de los logros de la ley. Observa que la participación femenina pasó del 15,21% durante 2017 y 2018 (años previos a la norma), al 32,19 % en el período 2021 y 2022, lo que significó un incremento del 106%. Revela también que los dos géneros con mayor equidad fueron el tango (46,34%) y el jazz (44,74%). Para Andrada este crecimiento “podría deberse a muchas razones, pero sin duda, dice, las políticas de ampliación de derechos han favorecido esa realidad”.
Lo cierto es que con norma o sin ella, las instrumentistas siguen ganando espacios en el jazz con esfuerzo y perseverancia y tan solo un puñado de nombres bastaría para dar crédito a este fenómeno. Hoy es habitual encontrarlas en pequeños combos o en formaciones de big band, abordando instrumentos que hasta no hace tanto eran propiedad casi exclusiva de los hombres.
En esta nueva avanzada se encuentran pianistas de fuerte personalidad, con estilos y abordajes propios. Como Mayra Dómine, que en 2019 produjo Inmersa, un solo piano de singular calidad; y que luego, sobre finales del 2023, se asoció con el baterista Rodrigo González para producir Almas inquietas, sin duda uno de los mejores discos de ese calendario.
También Bárbara Legato, pianista venida de lo clásico que en 2017 hizo su incursión en el jazz con su disco Luces infinitas; Pía Hernández y La emperatriz, su desafiante registro del 2022, la rosarina Rocío Giménez López, quien en 2018 recibió excelentes críticas con su álbum debut Deseos múltiples, además de Romina Fuchs, Ornella Contreras y Carolina Rizzi, todas muy activas en la escena local.
En la tierra de los saxos destacan tres valores emigrados: Julieta Eugenio, desde el 2013 radicada en Nueva York, donde el año pasado editó Jump, un disco con ocho composiciones propias que mereció cuatro estrellas sobre cinco en la icónica revista DownBeat. Sofía Salvo, que desde Berlín asume las corrientes más radicales de la libertad creativa y Camila Nebbía, con una intensa actividad en Buenos Aires previa a su partida a Europa, parte de ella al frente de “La jaula se ha vuelto pájaro y se ha volado”, un proyecto colectivo de mujeres improvisadoras.
“En la improvisación libre encontramos un lugar donde se replantean los símbolos musicales. Donde las jerarquías se diluyen, y los roles cambian y se reinventan permanentemente. Por eso somos improvisadoras”, explicó Nebbia.
También suman su aporte, aunque más cercanas a la tradición, las saxofonisas Marina Monsekis que supo liderar el trío Karaboo; la uruguaya Patricia López, que en 2021 formó el colectivo Mujeres de Iberoamérica en el Jazz, con el que participó del Festival Washington Women in Jazz de ese mismo año y la inquieta Ingrid Feniger, que desde Olavarría impulsó interesantes proyectos, como la Big Band Regional, integrada por 20 músicos del centro bonaerense.
Como parte de estas singularidades, se apuntan también las cellistas Violeta García, una artista que trabajó con Residente, Julia Zenko, Lito Vitale y Marcela Morello; pero que también sumó su arte a las expresiones más vanguardistas y Cecilia Quinteros, navegando las aguas de la composición en tiempo real y con varios discos a su nombre, buena parte de ellos a dúo con improvisadores como el guitarrista Wenchi Lazo o el baterista Marcelo Von Schultz.
En los últimos años también se han sumado Luciana Bass y Mumi Pearson en guitarras, Carola Zelaschi en batería, Belén López en contrabajo y Jeanette Nenezian, la primera mujer trompetista egresada del Conservatorio Manuel de Falla, quien además de su pasión por el jazz, ya ha cosechado una interesante experiencia junto a artistas como Wos, Bándalos Chinos, La Kermesse Redonda y Las Taradas. Todos nombres que hoy encuentran su lugar en el streaming y pueblan las carteleras jazzeras por derecho propio.