La belleza de la semana: La maldición de “El niño llorón”, de Bruno Amadio

Durante los ‘80, en el Reino Unido, se produjo una quema masiva de obras del artista italiano, ya que se las consideraba malditas porque siempre aparecían intactas en lugares donde se producían grandes incendios y tragedias

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"El niño llorón", de Bruno
"El niño llorón", de Bruno Amadio, firmado como Giovanni Bragolin

Hay amores, escritores, fechas, objetos. Todos malditos. Y también cuadros, claro, y un pintor que recibió este mote después de muerto.

Sucedió en un frío noviembre de 1985, en el Reino Unido. Un caso que podría catalogarse como histeria colectiva desde la psicología o, para los supersticiosos, como el fin de una maldición que en su desarrollo dejó decenas de edificios en ruinas y produjo la muerte de muchas personas.

En ese noviembre, una serie de personas se reúnen en círculo frente a una pira. Arrojan al fuego, una a una, reproducciones en láminas y cuadros donde se observan las expresiones de niños tristes. Un fotógrafo documenta. Lo que las llamas no pudieron devorar, ahora devoran. Algunos suspiran, otros aplauden, la maldición, finalmente, ha terminado. Ding Dong the Witch is Dead.

"Ding Dong the Witch is Dead", del Mago de Oz

Cuando se piensa en grandes quemas, la historia marca que las palabras son las elegidas, las palabras son peligrosas, despiertan ideas, reúnen a la gente. Pasa desde que el hombre es hombre: en la China de a.C., en Constantinopla, le sucedió a la antigua Biblioteca de Bagdad, a los Códices Mayas, ocurrió durante el nazismo y también bastante más cerca en el tiempo. Como, en este caso, en Reading, hace no muchas décadas.

Las obras no fueron incineradas por ideología o conquista, por colonialismo o el intento de borrar la memoria de una comunidad, sino por miedo, por el temor de una leyenda urbana que comenzó en el periódico The Sun, cuando publicó en septiembre de aquel 1985 una reseña sobre la maldición de El niño llorón.

Hay documentados alrededor de casi 30 retratos de niños llorones, de niños malditos, todos pertenecientes al italiano Bruno Amadio, que firmaba aquellas pinturas con el seudónimo Giovanni Bragolin o Franchot Seville, J. Bragolin (Venecia, 1911 - Padura, 1981), todos, a simple golpe de vista, de una factura algo kitsch, de un sentimentalismo grosero, con una aura de tristeza, casi depresivo, en sus expresiones. No serían, en otras palabras, obras de una gran belleza, sin embargo sus reproducciones -por alguna extraña razón- fueron muy, muy populares.

Varios retratos de la serie
Varios retratos de la serie de niños llorones

Las leyendas urbanas no necesitan demasiado. Pueden propagarse a partir de un dato que incluso puede ser apenas creíble, siquiera comprobable. Allí entra el campo de las creencias propias, del temor a lo desconocido, se corre el velo entre lo paranormal, de aquello que no podemos explicar y la razón de nuestra existencia en el mundo genera desasosiego. Como una fake news de redes sociales, solo se requiere de alguien la lance al espacio y luego, el propio deseo de creer o porqué no el morbo, hacen el resto.

Así, el mito de los cuadros malditos -porque lo que comenzó con solo una obra, la de El Niño llorón, se extendió a todas las piezas de Amadio- surgió en un artículo periodístico. Y luego, en otro y otro.

Fue el 4 de septiembre cuando la noticia salió en letras de molde. Allí, un testimonio, el de un bombero, Peter Hall, aseguraba que diferentes reproducciones de El Niño llorón se encontraban intactas en edificios que habían sufrido incendios devastadores, encendiendo la mecha del interés mediático y, a medida que la historia se reproducía en más medios, el público lector alimentó más la llama al escribir o telefonear a las redacciones con historias similares.

Los niños llorones estaban allí, más allá, en la tragedia de la casa de un familiar, de un amigo, en la de un negocio que tuvo que cerrar tras una explosión causada por un cortocircuito o un incendio que se inició sin razones aparentes. Y luego de cada siniestro los testimonios aseguraban que El niño llorón no se quemaba, aún cuando todo a su alrededor todo quedaba reducido a cenizas.

Recortes de prensa de "The
Recortes de prensa de "The Sun", en los que se revela la maldición y la posterior pira de imágenes

En total, el periódico presentó alrededor de 10 casos relacionados a incendios u otros tipos de tragedias relacionadas al Niño. El caso de Hall, el bombero, es aún más llamativa, ya que además de aseverar que el cuadro aparecía intacto, su hermano, quien no creía la leyenda, compró un retrato para refutar su historia y, al poco tiempo, su casa también ardió.

Las historias provenían de todas las direcciones de la rosa de los vientos, Surrey, Killburn, Norfolk, Yorkshire, Merseyside, Londres, muchos con fatalidades humanas: todos apuntaban a la maldición de los niños llorones. No había dudas.

Tampoco es que sea la primera vez que en el Reino Unido se considera maldito a un cuadro, ya desde los ‘60 existen toda una leyenda negra sobre El hombre propone, Dios dispone, una pieza de Edwin Landseer realizada durante la época victoriana y a la que nadie se anima a observar por las historias de locura, suicido y mala suerte detrás de ella.

“El hombre propone, Dios dispone”
“El hombre propone, Dios dispone” (1864), de Edwin Landseer

A la quema organizada por The Sun acudieron curiosos, vecinos y creyentes. En total, se calcinaron alrededor de 2500 piezas, entre cuadros y láminas, de los niños llorones, en la ciudad de Reading, entre Londres y Oxford. Para darle aún más teatralidad, el periódico sensacionalista organizó el evento cerca de la noche de Halloween, porque para terminar una maldición, se sabe, hay que seguir toda la liturgia.

Y es que Halloween en el Reino Unido no es una fecha más. A diferencia de lo que pasa en muchos países a partir de la globalización, donde se toman los usos y costumbres de la industria cultural for export estadounidense, en las islas se celebra desde hace siglos y cada región tiene su particularidad.

Aunque hay algo que las une, el uso del fuego, en antorchas, en desfiles, como en Devon donde un barril de alquitrán ardiendo rueda entre la multitud o en Somerset, que realiza un carnaval en la Noche de Guy Fawkes o Noche de las hogueras, en la que se conmemora el fracaso de una conspiración católica que intentó destruir -usando pólvora- el palacio de Westminster, la sede del parlamento, en 1605.

Una efigie de Guy Fawkes
Una efigie de Guy Fawkes desfila por la ciudad durante las festividades anuales de la Noche de las Hogueras en Lewes, Gran Bretaña (REUTERS/Toby Melville)

La leyenda de los niños llorones bien valdría un episodio de clásicos como La dimensión desconocida o, porqué no, de Los expedientes X, incluso alguna de las plataformas de streaming bien podrían adaptarla, pero hasta el momento no se hizo para la pantalla chica, pero sí para la radio.

Hace ya una decena de años, el cómico y escritor Steve Punt realizó una investigación, hasta ahora la más profunda, para su columna Punt PI, de la BBC Radio 4, que en la actualidad se puede encontrar en formato podcast.

Allí, luego de una intensa búsqueda, logra contactar a una víctima del cuadro, una mujer de Nottingham que había tenido una copia en una sala de su casa porque consideraba que la pieza “era hermosa”. Cuenta que, en 1982, una noche mientras limpiaba la cocina y sus hijos miraban televisión, “comenzó el infierno” del que lograron escapar y que “todo se quemó, menos la pintura”.

Sostiene, la testigo, que cuando los bomberos apagaron el incendio dijeron “no, no otro más” al ver el Amadio (o Bragolin) y, que si bien al principio no creyó en la leyenda, luego hubo otros perturbadores episodios paranormales, con apariciones incluidas, que la llevaron a tirar el cuadro.

Un niño llorón al volquete
Un niño llorón al volquete de basura (The Sun)

Sobre el pintor no se sabe demasiado, porque hasta la aparición de la maldición en la cultura pop era prácticamente un desconocido, un hombre sin nombre. Se pudo saber, una vez despertado el interés en el artista, que tuvo una formación academicista y que llegó a tener relaciones con los futuristas.

En el ámbito personal, como muchos italianos de su tiempo, adhirió a las ideas fascistas del escritor y político Gabriele d’Annunzio, que Benito Mussolini hizo propias, y que tuvieron en el artista Filippo Tommaso Marinetti, fundador del futurismo, uno de sus máximos defensores.

Se dice que participó como soldado raso durante la Segunda Guerra y que del impacto por el sufrimiento de los niños, por toda aquella experiencia traumática y atroz, saldría el tema que le dio reconocimiento post mortem, aunque para Steve Punt la inspiración podría venir de otro lado.

De acuerdo al británico, El niño llorón se llamaba Don Bonillo, al menos así lo había reconocido un cura católico que lo había conocido en un hogar para huérfanos de Madrid. Se asegura, y aquí entra otra vez el tema del mito versus la realidad, que había perdido a sus padres en un incendio y que el fuego lo seguía a cada lugar que llegaba. “¿Estamos ante la presencia de un niño pirómano?”, se pregunta Punt.

Bruno Amadio en su taller
Bruno Amadio en su taller pintado un retrato de la serie maldita

Cuenta también que en 1966, hubo un accidente de autos en Barcelona, en el que uno de los vehículos terminó arrasado por el fuego y que de las cenizas pudo recuperarse una parte de la licencia de conducir que aseguraba que el fallecido era Bonillo.

Aseguran que Amadio conoció al niño en las calles madrileñas, ya que una vez finalizada la contienda bélica, se instaló en la España franquista, viviendo en Sevilla y Madrid, donde justamente realizó la serie de niños llorones, que ya en forma de láminas tuvieron un éxito comercial durante los ‘70 y ‘80 en diferentes países europeos.

Punt además entrevistó a un crítico de arte, al entonces editor del diario The Sun -quien le asegura que jamás habían investigado el fondo de las historias ya que “algunas historias son muy buenas para ser chequeadas”- y a un cura exorcista y una psíquica, quien frente a El niño llorón, que el periodista había adquirido online, aseguró que “el chico era un pirómano que tuvo una corta y dramática vida” y que incluso “había fallecido en un incendio”.

El podcast Punt PI, de la BBC Radio 4, intenta quemar el cuadro 'maldito' de "Niño llorón" de Bruno Amadio

Finalmente, Punt decidió contactar a un fuente más, un especialista en seguridad contra incendios, quien realizó una prueba científica: prendió fuego la pieza. Para sorpresa de ambos, el cuadro no ardía, las flamas estaban allí, pero no tomaban el cuadro, no se expandían.

Luego, descubrió que el cordón que sostenía la pieza se quemaba rápidamente, por lo que concluyó que -por lo menos en los hechos- era muy posible que los cuadros hayan sobrevivido a incendios porque caían al piso y quedaban boca abajo.

Ahora, ¿cómo se podría explicar que la obra apareciera en tantos incendios? Quizá, solo una cuestión de estadísticas, al ser muy popular no era tan extraño que estuviese por todos lados. Pero, ¿por qué no se incendiaba?, ¿solo por caer boca abajo o existe alguna razón más? En el trabajo de la BBC deslizan una hipótesis: “Quizá tuvieran alguna protección, una laca, ignifuga”, aunque no se hicieron pruebas de laboratorio para sostener o rechazar el postulado.

¿Fue aquella noche fría de noviembre el fin de la maldición de los niños llorones?, ¿fue el azar o realmente hubo fuerzas sobrenaturales detrás del fenómeno? Sí, hay historias que son muy buenas para ser chequeadas.

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