Davi Kopenawa es un habitante de la selva. En la Amazonia brasileña, en la frontera Norte con Venezuela, viven los Yanomami. Un pueblo indígena milenario, como todos los ciudadanos de la floresta, que hoy en día está distribuido en un vasto territorio, son unas treinta mil personas distribuidas en unas 300 comunidades.
Como ocurre en otras regiones de la exuberante selva, este pedazo de tierra es generoso en minerales como el oro, por lo que el lugar es saqueado, literalmente arrasado, por empresas fantasma que explotan los subsuelos. Al mismo tiempo, las maquinarias de desmonte continúan en algunas zonas, alisando la tierra para la ganadería o para plantaciones de soja. No es el plan de vida de los Yanomami.
Por eso, Kopenawa se ha convertido a lo largo de los últimos 50 años en un referente que defiende el territorio, que para estos indios es defender su vida misma. Aquí un punto central de esta civilización que hasta los 70 casi no tenía contacto con el mundo blanco.
En esa década llegó al lugar un joven antropólogo francés, Bruce Albert. Kopenawa también era un veinteañero. Se conocieron, se midieron con cierta desconfianza, pero de a poco se armó un vínculo que sigue hasta la actualidad. Ambos ya pasaron los setenta años.
De esa amistad y colaboración amorosa por la defensa de la selva surge el libro El espíritu de la floresta (editorial Eterna Cadencia, Serie Pluriversos). Este ensayo antropológico y también testimonial de los Yanomami busca mostrar la floresta -que vendría a ser en idioma español una combinación de las palabras selva y bosque- como ese organismo vivo que se metaboliza con el ser y el quehacer de los indios Yanomami. En verdad, deberíamos decir que se trata de un solo organismo. No hay un afuera. Es por eso que la defensa de este territorio es crucial.
El libro contiene varios artículos firmados tanto por Kopenawa como por Albert. Dan cuenta de sus exploraciones, su mitología y su cosmogonía. Y nos abre a quienes venimos del afuera, un universo, o debería decir pluriverso, que puja por la vida, que tiene historia y esa historia se encarna en el presente, Kopenawa dice: “Es la floresta la que nos hace movernos. Está viva. No la oímos quejarse, pero la floresta sufre, como los humanos. Siente dolor cuando la queman y sus grandes árboles gimen al caer. Por eso no queremos dejar que la destruyan”. Y Bruce Albert agrega en uno de sus capítulos que “…Kopenawa es el chamán y gran figura de la etnopolítica yanomami, que no ha dejado de expresar sus reivindicaciones legalistas mediante una talentosa combinación de reinterpretación cosmológica (…) y rememoración del lugar, modesto y transitorio, que los humanos y sus actividades deben ocupar en ella”.
Para reinterpretar a la tierra-floresta, los chamanes, únicos individuos que “conectan” con el espíritu de la floresta, evocan y traen a un ahora dinámico, a los espíritus del pasado, donde el hombre, los animales y las plantas son uno solo. No se trata de un pasado cristalizado para siempre. Es una historia en movimiento, que entra al presente, se funde y se expresa. Estas ceremonias de vivencia con la floresta son alcanzadas por los chamanes aspirando un polvo de gran poder alucinógeno. Ellos no olvidan que la floresta no les pertenece sino que se les ofrece como quien tiende la mano a un semejante.
Los capítulos de Bruce Albert tienen un importante soporte científico, con citas de filósofos, etnógrafos, etnopolíticos y antropólogos que con sus conceptos refuerzan las consideraciones de Albert, quien conoce a los Yanomami como nadie.
Infobae Cultura conversó con Bruce Albert sobre este libros, sus experiencias y conocimientos adquiridos en la selva y la actual situación socio-ambiental de un territorio fascinante y a la vez, determinante para el futuro del planeta.
—Cuando hablas de lo antiguo, ¿de qué manera entienden los Yanomami la historia? ¿Cronológicamente como los occidentales?
—No. Es un ciclo cosmológico. Primero se dio esa humanidad indistinta de los animales, las plantas y los humanos. Esa primera mitología, esa primera humanidad, es una digresión de las reglas sociales actuales. Llegó un momento en que el caos era tal que el cielo se cayó en la tierra y terminó con esta humanidad y ahí surgieron unos demiurgos. Uno de ellos reconstruyó esa humanidad nueva con las reglas sociales y rituales actuales. La cosmología de los Yanomami es en dos tiempos. El primero, de los humanos y animales sin distinción, pero con el caos social. En un segundo tiempo se separaron y se logró la organización propia de la sociedad con las reglas y rituales. Entonces, se perdió la indistinción humano-animal pero se ganó en el orden social. No había una cronología, son dos grandes tiempos de la cosmología.
—¿Cómo viven ahora los Yanomami?
—Es un área un tanto inaccesible. Solo se puede entrar con unas avionetas que bajan en pistas pequeñas en medio de la floresta. Viven una vida bastante tradicional. Pero un 40 por ciento del área está invadida por buscadores de oro, eso genera mucha enfermedad, también los ríos están contaminados y hay una gran desorganización social, violencia, prostitución. Esta realidad se agravó durante el gobierno de Bolsonaro. Pero el territorio es muy grande, del tamaño de un país europeo, y tiene unas 300 comunidades que viven en mejores condiciones.
—Usted escribió en El espíritu de la floresta: “… la geografía del grupo se convierte en la condición de su historia y donde espacio, temporalidad y narratividad se entrelazan inextricablemente en forma de verdaderos ‘mapas verbales’”. ¿Podría desarrollar esta idea?
—La historia yanomami es anexada a las trayectorias migratorias. Cuando te cuentan su historia te dicen “nací en tal lugar y cuando empecé a tener flechitas estaba en este otro lugar”. La estructura de la memoria está inscripta en la geografía de las diversas comunidades donde cada uno vivió. Cada historia en su memoria es conectada a un lugar. Es como si la geografía de esa historia migratoria es una memoria espacial, un tipo de mapa verbal porque toda la historia verbal y colectiva está siempre conectada como si fuese un cajón, el lugar es un cajón de memoria, tú lo abres y salen todas las historias. Las guerras, los inventos, las cosas personales. Organizan la memoria con este hilo geográfico de las migraciones y de los puntos de las diversas comunidades donde habitaron. La geografía es un esqueleto de la memoria. Ahí está toda la memoria personal y colectiva.
—¿En qué se basa la lucha de los Yanomami por la protección de su territorio?
—Cuando los conocí hace 50 años el problema era el gobierno militar que tenía grandes planes de colonización agrícola en la Amazonia y también de minería. El primer choque fue en la segunda mitad de los años 70. Muchas epidemias y desagregación social. El fin de los años 80 fue la primera invasión de buscadores de oro en el estado de Roraima en el norte de Brasil. Durante unos años el pequeño aeropuerto de Boa Vista, que es la capital, tenía más movimiento que los aeropuertos de Río de Janeiro. Eso fue de los 80 a los 90. Un choque muy grande y desastroso. El tercero fue con Bolsonaro, los buscadores de oro entraron de nuevo. Porque la historia de los Yanomami está indexada sobre el precio del oro en los marcados internacionales. Cuando sube el precio del oro empiezan a aparecer los buscadores, que son empresas ilegales. No tienen ningún tipo de declaración administrativa, ni pagan impuestos. Son gente, pero cada vez más capitalizada y más industrializada. Tienen excavadoras, bombas, etc., industria de medio porte que hace daño en el medio ambiente.
—Se crea entonces un tipo de república pirata donde estas empresas ilegales destruyen todo y en los últimos tiempos empezó a relacionarse con el narcotráfico. Desde el sur de Brasil, el PCC (Primeiro Comando da Capital, organización criminal más grande de Brasil) entendieron que era interesante para ellos como forma de lavar dinero. Entonces entraron también en las áreas de minería clandestina. Tienen milicias para protegerse. El nuevo gobierno de Lula da Silva entró con nuevas intenciones, los Yanomami tuvieron cierto protagonismo con declaraciones públicas para plantear estos problemas.
Pero después de un año, las primeras medidas positivas están volviendo hacia atrás. Las Fuerzas Armadas están desmantelando los dispositivos de control, la atención en salud también sufrió estragos, es un desastre de nuevo. Después de un año, se vuelve al comienzo. Hay una crisis humanitaria total. Lula fue electo por muy poco y el Congreso es hostil a la mayor parte de sus políticas, y al ejército brasileño no le gusta tener pueblos indígenas en la frontera porque considera que la Amazonia es vulnerable a la penetración extranjera. Y para ellos los indios no son verdaderos brasileños, no hablan portugués y pueden ser cooptados.
La que es interesante es Marina Silva, ministra de Medio Ambiente. Logró disminuir la destrucción de la Amazonia en grandes proporciones, es una persona valiente y es muy difícil para ella porque todas las fuerzas políticas son desfavorables.
La Amazonia forma un biocontinente de 6,5 millones de kilómetros cuadrados. Se extiende a lo largo de nueve países de América Latina. Alberga la mayor parte de la biodiversidad mundial conocida. En ella viven 1.300 especies de aves, más de 400 especies de anfibios y especies de mamíferos y 50 mil especies de plantas y árboles. Para proteger esta riqueza, los Yanomami crearon en 2004 una Fundación y Kopenawa, de manera hábil, supo convertir en su propio beneficio la retórica de la identidad y los derechos territoriales impuestos por el Estado, como señala Albert. Es decir, hicieron suyas otras herramientas y otros lenguajes para proyectar más lejos su defensa y hacerse escuchar internacionalmente. Aún hay mucho por hacer.