Nacida en 1944 en Eatonton, en Georgia, en el seno de una familia granjera de ocho hijos, Alice Walker vivió desde su más temprana edad la segregación racial que asolaba el Sur de los Estados Unidos. En su adolescencia, consciente de la realidad de la opresión, se involucró en la lucha por la igualdad y contra las políticas discriminatorias impuestas por las autoridades supremacistas.
Tras unos brillantes estudios, se dedicó a escribir y publicó su primer libro de poesía con 24 años, al tiempo que seguía una carrera académica en prestigiosas universidades, entre ellas la Universidad de California en Berkeley, donde enseñaba estudios afroamericanos. En 1983, se convirtió en la primera mujer negra en ganar el Premio Pulitzer por su novela El color purpura, actualmente uno de los cinco libros mas leídos en Estados Unidos.
Militante feminista, Alice Walker coloca la libertad y la justicia social en el corazón de su acción. Muy influida por la Revolución Cubana y su mensaje universal de emancipación, lleva años luchando contra las sanciones económicas que azotan a la población de la isla. También está profundamente implicada por preservar el medio ambiente y promover el progreso humano.
En el transcurso de esta conversación con Infobae Cultura, Alice Walker recuerda su infancia en el Sur segregacionista y su compromiso en la lucha contra el racismo institucional. Habla de la obtención del Premio Pulitzer y de los obstáculos erigidos contra los escritores negros. Por último, habla extensamente de la Revolución Cubana, que fue una profunda fuente de inspiración para ella y para muchos intelectuales de su generación.
—¿Dónde nació y qué recuerdos tiene de su infancia?
—Nací en el sur de los Estados Unidos, en medio del campo, un lugar precioso, y crecí con mis padres, mis hermanos y mis hermanas. Una de mis hermanas se marchó cuando yo tenía un año de edad porque en nuestro pueblo no había liceo para los niños negros. Quería mucho a mis padres y estaba muy unida a mis abuelos. Recuerdo que a menudo me escapaba para visitarlos. Su vida era muy sencilla: plantar, cultivar, comer, satisfacer todas mis necesidades. La sencillez de su estilo de vida era perfecta para mí. Hoy tengo la edad que ellos cuando los conocí y me doy cuenta de que emulé su estilo de vida al elegir vivir de forma muy sencilla, con gallinas y un huerto.
Teníamos a nuestra propia comunidad. Claro que había segregación, pero de niños no nos dábamos cuenta. Vivíamos en una comunidad de gente que se preocupaba por nosotros. Nunca tuvimos una vivienda decente. Podían obligarnos a mudarnos cada año. Mi padre y mi madre trabajaron muy duro para evitar que sintiéramos la opresión a diario. Rara vez veíamos a gente blanca. Solo veíamos al terrateniente y a quien pudiera obligarnos a marcharnos.
—¿Cómo se expresaba la opresión racial en un sistema dirigido por hombres ricos y blancos?
—Hay que decir que en la mayoría de los casos no eran tan ricos. Simplemente eran blancos. Y no siempre eran hombres. Nuestro casero más estricto era una mujer, quizás incluso una pariente. Ella, por supuesto, habría negado la posibilidad, al menos en público. En esa sociedad, una persona blanca se consideraba automáticamente superior a cualquier persona negra, incluso si tenía un título universitario e incluso si era una pariente.
Cuando se considera la profunda enfermedad de Estados Unidos, cuyos cimientos fueron la explotación de los africanos y descendientes, resulta más fácil comprender la tragedia de nuestra situación política actual. Estados Unidos debe más dinero del que jamás podrá devolver, y la depredación y esclavización del propio país no es imposible.
Yo era muy consciente de que éramos pobres. Éramos pobres porque trabajábamos para gente que poseía todas las tierras, todas las buenas viviendas y todas las escuelas. Mis padres lograron construir una escuela para nuestra comunidad, pero los blancos la quemaron para privarnos de educación. Reconstruimos otra. Éramos muy conscientes de la lucha por la educación en nuestra comunidad. Los blancos nos odiaban pero sentíamos amor por nosotros mismos. Tengo que decir que, de niños, estábamos protegidos en gran medida de la humillación diaria que sufrían nuestros padres.
Luego, cuando tenía 17 años, me fui de casa para unirme al movimiento contra la opresión racial y por los derechos civiles. Mis padres estaban algo asustados por nuestro compromiso, pero su amor nos había dado la energía para luchar.
—Usted se casó con un hombre blanco, Melvin Rosenman, en una época en la que los matrimonios mixtos eran ilegales en el Estado de Georgia. ¿Cuáles fueron las consecuencias de esta unión?
—Los matrimonios mixtos eran ilegales en todo el Sur, no sólo en Georgia donde yo nací. Nos casamos en Nueva York y fuimos muy felices. Luego nos fuimos a Mississippi para desafiar la ley y retar la inicua sentencia legal que ilegalizaba el matrimonio para algunas personas. No soy una gran partidaria del matrimonio. Pero después de 300 o 400 años de opresión, no se podía seguir diciendo a la gente que no podía casarse, que no podía unirse con alguien a quien amaban. Me pareció entonces muy natural rebelarse contra esa discriminación.
—En 1982, se convirtió en la primera mujer afroamericana en ganar el Premio Pulitzer por su décima novela El color púrpura. ¿Qué cambió para usted? ¿Tuvo un impacto en la forma en que se percibe a la mujer negra en la sociedad estadounidense?
—A menudo a la gente le gusta mucho decir que es la primera novela de un escritor negro en conseguir el Premio Pulitzer. Pero no debemos olvidar, que en el pasado, a los negros no se les solía tener en cuenta para el Pulitzer. En aquella época, Estados Unidos era un país del Apartheid similar a Sudáfrica. Pocos negros encontraban editor. Hay cierta hipocresía en todo ello, porque la gente parece querer creer que, durante todos esos años, cualquiera –blanco o negro– podía conseguir el Pulitzer. Eso no es cierto. Incluso en el seno del jurado que me concedió el premio, había al menos una persona –una mujer blanca– que estaba absolutamente en contra porque mi libro trataba sobre afroamericanos de los que aparentemente ella no sabía nada en absoluto.
Hay muchos escritores negros brillantes que deberían haber ganado todos los premios imaginables, mucho antes de que yo naciera. Me permito decirle esto porque yo sé que usted entiende lo que es la estructura del racismo en nuestro país. Se pretende que soy la única como si no hubiera nunca otros posibles candidatos. Muchos escritores negros podrían haber ganado cualquier premio si se les hubiera permitido concurrir durante ese Apartheid estadounidense.
—Usted dice que El color púrpura es un remedio para mucha gente porque les libera y por eso tiene tanto éxito.
—Creo que el libro hace que las mujeres se den cuenta de que no tienen por qué aceptar una relación con hombres que es perjudicial para su salud física y mental. Hay muchas otras relaciones posibles en el mundo. Pueden tener relaciones con otras mujeres y eso es una gran liberación. ¿Por qué deberías tener relaciones solo con los hombres si no has encontrado a alguien que te trate bien?
Es una liberación también para los hombres. El personaje de Señor es particularmente detestable. Desgraciadamente, está basado en mi querido abuelo, como era años antes de que yo naciera. Es una oportunidad para que los hombres vean que tienen otras facetas de su personalidad, que la que consiste en brutalizar a las mujeres. Pueden aprender a ver a las mujeres como iguales. No es imposible.
Pienso entonces que se trata de un remedio muy bueno para mucha gente en Estados Unidos, pero también en todo el mundo, porque la opresión de la mujer es global. Es algo realmente indigno del comportamiento humano. No debería existir, igual que el maltrato infantil. De hecho, a menudo se maltrata a las mujeres cuando están embarazadas. Deberíamos reflexionar colectivamente sobre esta cuestión.
—La forma más antigua de dominación es la del hombre sobre la mujer. Usted está plenamente comprometida en la lucha por los derechos de la mujer. ¿Qué queda por hacer para lograr una verdadera igualdad?
—Queda todo por hacer, lo cual es verdaderamente desesperante. En nuestro país, las mujeres han perdido el derecho al aborto. Si no puedes controlar tu propio cuerpo, eres una esclava. Hemos retrocedido 100 años, lo que significa que la lucha por la libertad es constante y eterna. Ni siquiera tenemos que pensar en la difícil situación de las mujeres en otras partes del mundo, donde nunca han tenido un soplo de libertad.
He trabajado durante muchos años, diez, sobre la circuncisión femenina y el peligro que representa para las personas, especialmente en África y en ciertos países de Oriente Medio, pero también en otras regiones. Es uno de los mayores insultos imaginables a la humanidad.
—¿Qué causas han sido fuente de inspiración para usted?
—La Revolución Cubana. Cuando descubrí que Fidel hablaba en nombre de gente que era exactamente como mis padres, gente cuyos hijos no tenían zapatos, que tenía que construir sus propias escuelas sólo para ver cómo el terrateniente las quemara, fue natural para mí sentir que había encontrado un hermano, que había alguien en el mundo que podía ver todas esas injusticias y denunciarlas.
A su lado estaba el Che. También me gustaría mencionar a la revolucionaria Celia Sánchez, que estuvo muy cerca del Che y de Fidel, pero de la que apenas se habla. En Cuba se la honra, pero fuera de sus fronteras se la ignora porque el mundo sólo ve al revolucionario varón, a pesar de que desempeñó un papel fundamental en la Revolución Cubana.
—¿Qué simboliza para usted la Revolución Cubana? ¿Qué simboliza para las personas que son víctimas de algún tipo de opresión?
—Simboliza una cosa, entre otras: si te rebelas, serás castigado. Cuba fue castigada por rebelarse, por intentar ser diferente. Seamos realistas: el opresor siempre tratará de castigar al oprimido que se niega a su condición. Le harán la vida imposible y le impedirán dedicarse a construir una sociedad más justa. Esto es exactamente lo que está ocurriendo con Cuba.
Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿Debemos seguir rebelándonos? ¿Debemos perseverar en la construcción de un sistema diferente? ¿Resistir? ¿Rendirnos? A menudo pienso en Cuba, que hoy sufre y siempre ha sufrido. Recuerdo haber ido allí en una época en la que no había gasolina. Los coches se quedaban sin gasolina y había que empujarlos. Hoy, en Cuba escasean las materias primas alimentarias para los más pobres. Hay escasez constante.
Esto da la impresión de un fracaso, pero tenemos que hacernos las preguntas adecuadas. ¿Es un fracaso cuando la mayoría de los cubanos, que nunca habrían recibido educación sin la Revolución, tienen ahora títulos universitarios, a pesar del estado de sitio al que están sometidos? Los cubanos que salen de su país en busca de una vida mejor son educados y tendrán mejores oportunidades. Hay que insistir en ello. Cuba es realmente un tema fascinante.
—¿Qué opina de la política estadounidense hacia Cuba?
—La política estadounidense es de castigo colectivo. Tenemos la impresión de estar gobernados por calvinistas del siglo XVIII, por gente que te quemaría en la hoguera. Es una política odiosa. Realmente da mala fama a Estados Unidos. Me gustaría que la gente entendiera las consecuencias de tanta dureza de corazón, cuando afirmamos ser un país cristiano. Nos aseguramos de que los niños pasen hambre, de que no tengan zapatos, de que los ancianos no tengan medicinas. Recuerdo haber visitado una maternidad en Cuba y no había casi nada. No había jabón. No sé cómo se las arreglaba el personal para mantener el lugar tan limpio con tanta falta de recursos. Era muy triste.
La vida nunca recompensa la mezquindad. Esa es una de las razones por las que mi país está sufriendo tanto. Nos creemos estupendos, pero sólo hay que ver la realidad de nuestras propias ciudades, con tanta gente pasando hambre y viviendo en la calle. Sufrimos porque nuestros dirigentes han perdido toda compasión, si es que alguna vez la tuvieron.
—Usted se reunió con Fidel Castro en varias ocasiones. ¿Qué puede decirnos de él?
—Le encantaba hablar, como todo el mundo sabe, y tenía mucho sentido del humor. Era la persona más culta que he conocido. Por otro lado, nunca había oído hablar de la circuncisión femenina y cuando se lo conté se quedó literalmente pálido. Estaba muy perturbado y quería encontrar la manera de poner fin a esta práctica bárbara. Fue estupendo, porque por fin había conocido a un hombre capaz de sentir el sufrimiento de las mujeres. Fue extraordinario. Me gustó mucho. Me pareció muy humano, con una mentalidad muy abierta.
Me enteré de que ni él ni el Che sabían bailar, lo cual es una pena porque la danza es realmente esencial para comprender las conexiones del cuerpo con la tierra y la naturaleza. También me impresionó mucho su capacidad para escuchar. Un día, en una de nuestras reuniones, había una gran mesa y nos escuchó a todos y cada uno de nosotros. Eso es algo que nunca ocurriría en Estados Unidos, si alguna vez tuviéramos la oportunidad de compartir la mesa del Presidente.
—Usted publicó un poema titulado “Earnest and Faithful” en homenaje al Che. Háblenos de él.
—Debería saber que me gusta mucho traducir nombres de pila. Ernesto y Fidel significan “Serio y Fiel” en inglés. Es hermoso y poético. Ambos eran serios y fieles, entregados a su causa. Tenían una fe inquebrantable y un gran amor por el pueblo.
Tuve la oportunidad de visitar el mausoleo donde están los restos del Che en Santa Clara. Había sido asesinado y enterrado en secreto en Bolivia. Nadie sabía dónde estaba. Recuerdo aquella terrible foto de su cuerpo sin vida, rodeado de los generales y de la gente que había participado en su captura. Fue muy doloroso para mucha gente en todo el mundo. Entonces Fidel emprendió una búsqueda y finalmente se descubrió el lugar donde yacían sus restos y fue repatriado a Cuba. Siento una gran admiración, respeto y amor por el Che.
—En su opinión, ¿cuál es el deber de los intelectuales?
–Creo que tenemos que ser lo suficientemente lúcidos como para ver lo que es real y no dejarnos engañar por espejos y humo. La situación en el mundo es terrible y tenemos el deber de permanecer lo más vigilantes posible. Se lo debemos a las personas que tanto han luchado en el pasado. No debemos dejarnos engañar por los poderes oscuros que tan bien saben manipular la realidad.
—¿Qué le indigna hoy?
—Me escandaliza la magnitud del tráfico de niños. Oímos historias horribles sobre campos de concentración y tráfico de niños. Muchos de estos niños son utilizados para el tráfico de órganos. Es terrible imaginar que la humanidad haya caído tan bajo como para que exista un comercio de niños. ¡Es espantoso y es algo que nunca veríamos en Cuba!