Juana Molina toca en Buenos Aires y esa es una (buena) noticia: este sábado en el ciclo de verano del Centro Cultural Konex, en el barrio porteño del Abasto, se presentará junto al al baterista/percusionista Diego López de Arcaute en un show que promete una selección de su atractivo repertorio -pleno de canciones etéreas, casi siempre susurradas y dotadas de un sonido que alguna vez, la prensa musical del primer mundo llamó folktrónica- pero que además incluirá una novedosa vuelta a los temas de su primer disco publicado en la última década del siglo pasado, Rara (1996).
Durante el año pasado, la cantante, compositora y alguna vez comediante con notable suceso (Juana y sus hermanas sigue siendo un hito del humor argentino en televisión), volvió a grabar las canciones de aquel álbum originalmente producido por Gustavo Santaolalla y que, según recuerda ella en diálogo con Infobae Cultura una tarde calurosa en el barrio de Palermo, “en su momento habrá vendido, con toda la furia, mil discos... Pero las personas que lo tuvieron se hicieron megafans de ese disco y les gusta más que todo lo que hice después”.
Algo parecido a su sensación, por otra parte. “Los discos que más me gustan son los que más me costaron...”, dice en medio de una conversación sobre nada. O al menos sobre nada que tenga que ver con el tono promocional de una entrevista con un artista antes de un show importante. “Si yo fuera dueña de ese disco, no lo regrabaría”, dice. “Lo único que quería era remezclarlo, para que algunas se oigan algunas cosas que yo quería que se oyeran y no se oyen, planos de cosas que me hubieran gustado que fueran distintos. Volviendo a los 90, cuando nada de su prestigio como cantante, compositora y performer estaba construido, recuerda también que “en ese momento, no opiné. Salvo en una canción de la que opiné mucho y no me dieron bola. Fue una grabación en la que dejé que otro se ocupara”. Todo dicho.
—¿Te dieron ganas de volver sobre esas canciones?
—Sí, son canciones que quiero mucho, son canciones que cuando las grabé ya eran viejas: tenían 10 años. Justamente para poder hacer esas canciones y dedicarme a la música, me dije: “necesito un laburo. que no tenga que trabajar tanto y que gane lo suficiente para tener tiempo para hacer música”. Entonces ahí fue que me quedé enganchada con la televisión y me olvidé del proyecto de mi disco. Cuando pude volver a la idea, retomé todas las canciones que había escrito en esa época, en los 80, y las terminé. Rara tiene, para mí, tiene el mérito de ser el primer disco y la gracia de que las canciones son en realidad, de una adolescente y no de la mujer adulta que era en el momento que las grabé.
Y también tienen una cosa insegura: la inseguridad de alguien que no se anima a hacer lo que haría si no hubiera otros oídos que la juzgaran. Yo tenía una serie de cosas hechas, pero antes de mostrarlas, las transformaba en otras para que fueran aceptadas. Me acuerdo cuando yo le tocaba las canciones a un amigo músico y nada más que por miedo a que no le gustara, le decía: “bueno acá, en realidad acá va otra parte” . Y después les hice como unos inserts. No en lo tímbrico, pero sí en lo compositivo, de una especie de cosa más mántrica, más de trance, que es algo que después siempre me acompañó.
Esa manera de percibir la música y de dejarme llevar por el drone o nota pedal o lo que sea, era algo que inmediatamente me sacaba de mí, me ponía en un estado de trance y bueno, yo me la pasaba grabando y al grabar el cassette, era siempre lo mismo, como un gran loop. Y después esos grandes loops, los usé como partes de canciones. Pero fue más una autoexigencia por miedo al “qué dirán” o a no gustar. Esos grandes miedos que una siempre tiene.
—Durante muchos años hiciste muchas giras por el exterior ¿El año pasado viajaste mucho, por ejemplo?
—El año pasado empecé a viajar de nuevo.
—¿Y en las pausas, cuando estuviste en Argentina, ¿sufriste todo lo que pasaba? Muchas elecciones, el precio del dólar, todas las polémicas… ¿O te mantuviste al margen de todo eso?
—Tampoco estoy muy al margen, pero no es algo que me afecte tan directamente como a otras personas quizás... Creo que el hecho de haber estado en el exilio con gente que de lo único que hablaba era de eso, me ayudó a crear una especie de coraza. No sé si está bien o está mal, pero pasó eso.
—Es un tiempo difícil para eso, porque es un bombardeo constante.
—Es un bombardeo constante.
—Volviendo al punto: ¿te agota la “realidad”?
—Me parece que pasó algo en el 2001, cuando empezaron las asambleas barriales: empezó a estar mal visto que vos no tuvieras una opinión formada y que no la expusieras. Era como: “tenés que tener una opinión y tenés que expresarla. Y tenés que estar informado”. Por eso hay tanta gente haciendo cosas distintas, ¿no? Y que por eso uno vota, porque hay un montón de gente que se ocupa de lo que uno no sabe. Entonces podes más o menos tener una opinión: “Ah, bueno, a ver qué hace este o este... Y voy a votar a este, listo”. Después, bueno, pasan los desastres que pasan. Me parece que no tenemos que ser todos expertos en todo, no?
A veces disentir con la mayoría es peligroso. Bueno, no peligroso. Pero provoca muchos enconos.
Fue agotador, sí, aunque yo no lo haya tenido muy internalizado. Y eso que me manejo mucho con la intuición en política. Medio que las personas emiten una onda, ¿viste? Que te provoca atracción o rechazo. Entonces, muchas veces dicen algo pero no les creo. Alguien te cae bien o te cae mal. Y creo que eso dificulta, porque hay mucha gente que solo se fija en quién dice las cosas y no en qué dice. O por ejemplo: hay una idea muy buena, pero si la dijo el malo, está mal. Eso me agota un poco. Entonces prefiero solamente hablar con la gente muy íntima y nada más.
—Al margen, trajiste el tema del 2001… Hay como un revival de esa época, ahora. ¿Ves semejanzas, diferencias, te parece que es un despropósito pensar que se trate de un tiempo parecido?
—Me parece que la situación es distinta, que es una consecuencia. Y que eso es un factor muy importante que todos tienen que asumir ¿No? Porque está lleno de gente que no sabe pensar muy bien. Simplemente es como una reacción medio animal a una situación que no daba para más. Cuando pensas que algunas personas creían, cuando se hablaba de dolarizar, que si ganaban 90 mil pesos iban a ganar 90 mil dólares, bueno…
—¿Es también una reacción frente un empalagamiento de corrección política?
—Es algo que me exaspera, siempre me exasperó. Fui muy criticada por no usar el lenguaje inclusivo y me parece que hay dos cosas: si vos lo querés usar me parece perfecto, hacé lo que quieras. Pero no me podés obligar a que lo uses, porque ya viví muchos años y ya tengo mi estructura de pensamiento. Tengo amigas muy inteligentes que sí lo incorporaron. A mí me distrae. Hay una frase en una película de Lars von Trier, Nymphomaniac, donde Charlotte Gainsbourg dice… En un momento es lastimada en la calle, se acerca un tipo. y ella le empieza a contar una historia y le dice “porque había un negro...” El tipo la interrumpe y le dice: “no se dice el negro”. Y entonces ahí ella dice algo como que “cambiar las palabras para...”
Interrumpe la frase y avisa: “La voy a buscar porque la tengo escrita”. Busca en su teléfono pero no la encuentra. De paso comenta que es fan de Von Trier. No detalla la frase exacta pero resume el sentido de lo que quería decir a partir de lo que vio en esa película.
“Como que omitir palabras para no decir y poner eufemismos para decir lo mismo, es reducir el lenguaje y la manera de hablar. En otros idiomas donde no hay género, hay un machismo infernal de todos modos. Es una conversación muy larga que no se puede resumir en una entrevista tan corta. A ver si lo encuentro, recuerdo que busqué el guión de la película para saber exactamente lo que dice ella…”
—¿Cuál es tu mirada sobre el país en que vivimos en función de tu realidad, de tu familia, de tus amigos?
—Es muy difícil esa pregunta.
—¿Tenés una sensación de pesimismo que es la que parece nos invade a todos en este momento?
—Mirá, yo leí... Leí la historia de la conquista por Pepe Rosa. Y ahí entendí todo. Entendí que en 1610 cuando vino Juan de Vergara como supervisor de la Corona, porque no estaban mandando cosas desde el puerto de Buenos Aires... El tipo llegó, vio cómo venía la mano y se armó un mega quiosco. Mandaba cositas a España, lo que sacaban no se lo quedaba él, sino que lo repartía. Él se quedaba con la parte más grande. Y se mandó a hacer casas trayéndose portales de madera de la India, sedas de no sé dónde, sábanas de Holanda, y corrompió, fraguó la corrupción como idiosincrasia e ideología de un país. Está en nuestro ADN. Y la otra cosa que es muy importante es que la diferencia con otros países, los Estados Unidos por ejemplo... Es que los irlandeses básicamente fueron a Estados Unidos a hacer su hogar. Los españoles que vinieron acá solo vinieron a saquear. Entonces nunca hubo un amor por la tierra y “esta es nuestra tierra y acá tenemos que construir y ser y crecer siempre era para otro”. Hablo de la intención de hacer un hogar en tierras nuevas. Eso no pasó acá.
[Fotos: Alejandro Ros - Manuela Uribe - Franco Fafasuli]