“El testimonio de un camino interior para reconstruirse y transformarse en otro cuerpo. Del cuerpo sufriente de una relación materno-filial al cuerpo creativo de una artista”. Así define Marilú Marini al unipersonal El corazón del daño, estrenado a fines del año pasado en Madrid y desde este miércoles, con una dosis generosa de funciones programadas en el Teatro El Picadero de Buenos Aires.
Adaptación de un celebrado libro de María Negroni, que, según la propia autora, “refleja el estallido de una identidad”, un texto confesional, intenso y cargado de resonancias poéticas, el espectáculo, dirigido por Alejandro Tantanian y con escenografía de Oria Puppo, es un magnífico tour de force de Marini, actriz argentina que hizo sus primeras armas como bailarina en la época del Instituto Di Tella, y hoy, afincada desde mediados de la década del 70 en París, es considerada con justicia como una virtuosa y una referente de su profesión.
“Es un libro lleno de ecos, distorsiones, discrepancias internas, voces. Una polifonía rara, porque es una polifonía muy cruda de la intimidad”, asegura Negroni, poeta, docente universitaria de gran trayectoria y ex directora de Letras del Fondo Nacional de las Artes.
“Se trata de cómo es construirse, descubrirse y darse un cuerpo a través de una situación íntimamente conflictiva y difícil”, apunta Marini en diálogo con Infobae Cultura desde Francia, donde vive hace casi cincuenta años. Fue una de las tantas artistas que partió al exilio en la época sombría de la Triple A que precedió a la irrupción de la última dictadura militar en Argentina. “El libro cuenta una relación materno filial densa y cómo de ahí surge una artista, cómo algo se reconstruye, cómo ella se encuentra y visualiza lo humano. Cómo se puede pasar de un pantano a una epifanía, en definitiva”.
La carrera de Marini es extensa y muy sólida: trabajó mucho en teatro (sobre todo en Francia, donde en breve continuará una larga gira con la versión de La Tempestad que el mítico Peter Brook montó a partir de una adaptación del clásico de Shakespeare escrita por Jean-Claude Carrière), en cine (en películas de Edgardo Cozarinsky, Alejandro Maci, Anahí Berneri y Paula Hernández) y en televisión (participaciones, en sus numerosas visitas a Buenos Aires, en ciclos como Tiempos compulsivos, Televisión por la Justicia, Doce casas: Historias de mujeres devotas e incluso en una tira más liviana como Guapas). Verla en escena es siempre una experiencia conmovedora, y en el papel que interpreta en El corazón del daño realmente brilla.
Significa para ella un nuevo reencuentro con un público que la celebra en cada contacto cercano, como ocurrió no hace mucho con la versión teatral de la potente novela de Ariana Harwicz Matate amor que protagonizó con Érica Rivas varias temporadas en la sala Dumont 4040. “Siempre que estás en el exilio, volver al lugar de origen es un momento en el que se remueve algo muy medular, algo que está en el cerebro reptiliano, muy primitivo, que no controlas. Aún cuando hayas trabajado bastante sobre vos misma para atravesarlo de la mejor manera posible, siempre hay inquietudes, expectativas, alegrías, algunos recuerdos difíciles y sombríos, otros iluminados… Es una experiencia muy fuerte”, asegura Marini.
“En Buenos Aires hay gente que quiero y admiro mucho, así que siempre es una alegría volver. Es un caldo cultural muy rico, muy nutriente el que encuentro ahí. Voy con mucha expectativa, con muchas ganas. Y trato de dejar toda una zona abierta para la sorpresa, para poder recibir cosas inesperadas y aprender”, explica.
—¿Tiene algún recuerdo de Argentina que atesore especialmente?
—Muchos… El encuentro con Roberto Villanueva en el Instituto Di Tella que me impulsó a elegir la actuación cuando yo estaba concentrada sólo en la danza, el encuentro con los compañeros de ese momento de mi trabajo artístico, con gente que pertenecía al mundo del rock como Javier Martínez y Alejandro Medina, por ejemplo. O con Ricardo Bartís. Con colegas que me nutrieron como Érica Rivas y Diego Velázquez. Y también con mucha gente que no tiene un nombre público, pero que fue inesperadamente esclarecedora. Por ejemplo, un señor que tenía una verdulería cerca de donde vivía yo en Buenos Aires, en Talcahuano y Santa Fe, y que para mí era una especie de filósofo que vendía papas y zanahorias.
—¿Cómo fue el encuentro con Manal?
—En la época del Di Tella yo estaba cerca del mundo del rock. Estaba de novia con Carlos Cutaia y los veía a los integrantes de Manal, a Luis Alberto Spinetta, a Pappo… En el Di Tella bailé temas de Manal, de hecho: “Hoy nací”, “Jugo de tomate”... Me encantaba. Había una conexión directa con todos ellos, compartimos momentos de vida y de creación.
—Ya que hablamos de recuerdos, le propongo viajar más atrás, a la infancia. ¿Qué rescata hoy de esos años, que le quedó grabado en la memoria?
—Me acuerdo especialmente de algo muy placentero, muy delicioso. Cuando yo era chica, mi padre solía ir a pescar a la Patagonia. Se iba con un par de barquitos de Mar del Plata a Puerto Madryn y se quedaba mucho tiempo ahí. Una vez decidimos con mi madre ir a verlo porque hacía meses que no venía a casa. En esa época Puerto Madryn era como un pueblito del Far West. Cuando llegamos, después de tres días de tren, los camaradas de mi padre habían pescado centollas y las habían hecho con fuego a leña en un asador montado en la playa, al lado del mar. Nunca me olvidé de ese sabor. Veníamos de tres días de tren, de llenarnos de polvo, de quedar agotadas por ese viaje. Llegamos a la playa con un sol maravilloso, era una temperatura cálida pero con un viento fresco, como es usual en la Patagonia, y el aroma de esas centollas recién pescadas asándose me cautivó. Creo que es un momento idealizado por el encuentro con mi padre, claro. Nunca más en mi vida comí algo tan delicioso.
—¿Y no ha pensado en volver a instalarse en la Argentina?
—Ni se me pasa por la cabeza porque tengo una familia en Francia. Están mi hija y mis nietos. Yo amo a la Argentina, me duele la Argentina, es un país que me dio mucho. Pero tengo muchos afectos profundos y trabajo en Francia. Es algo que he construido con muchísima dedicación.
—¿Qué le gusta y qué no le gusta tanto de Francia?
—Es un país en el que a los artistas les cuesta mucho hacer las cosas, pero que tiene una estructura estatal que funciona, al menos para el desarrollo de cierto tipo de proyectos, y hace todo un poco más fluido. Y no me gusta que los franceses sean tan monárquicos. A pesar de la Revolución Francesa y de todo el tiempo que ha pasado desde aquel momento, es una sociedad, una cultura, muy encorsetada. Tuvieron un rey que dijo “el Estado soy yo”. El individualismo es parte sustancial de la cultura francesa.
—¿Cómo le llega la propuesta de hacer El corazón del daño?
—A través de Alejandro Tantanian, que siempre ha sido un lector iluminado. Cuando lo leí, me pareció un texto poético y muy peculiar, de alguien que realmente esculpe el lenguaje. El trabajo que hicieron Alejandro, Oria Puppo y la propia María Negroni para adaptarlo al teatro fue muy importante. No es un texto que a primera vista te induce a pensar que podés llevarlo a escena. Hay que tener una gran sensibilidad y una gran inteligencia dramática para poder hilar ese texto y armar un recorrido emocional interior que pueda ser visualizado teatralmente. Darle cuerpo teatral a este texto fue un trabajo enorme que hicieron ellos tres. María Negroni vio la obra en Madrid y estaba contenta. Como autora y creadora se reconoció en la obra. Eso para mí fue muy importante, me hizo bien, me gustó.
—¿Cómo fue la experiencia con Tantanian? Habían trabajado juntos en el Cervantes no hace mucho, con Sagrado bosque de monstruos. ¿Qué tal este reencuentro?
—Alejandro es una persona maravillosa para trabajar, alguien muy delicado con respecto al pensamiento sobre el texto, muy sensible. Te lleva por caminos que son claros, pero no te los impone, te los deja descubrir, creo que esa es una señal de su gran inteligencia. Está siempre muy atento a lo que una puede aportar, sabe cómo llevarte. Y tiene una manera de hacerlo muy amorosa. Yo ahora estoy medio prusiana, como mi madre, y capaz que digo “acá en esta parte tendría que ser más asertiva, más elocuente”, pero él me hace dar cuenta de que no. Y lo logra haciéndote trabajar con vos mismo, no impone. Y me encanta que sea tan contemporáneo. Es alguien que conoce bien lo clásico, pero que también es muy descubridor de mundos nuevos.
—Un unipersonal es siempre un desafío especial. La actuación tiene mucho de juego con el otro, de pasar la pelota y estar disponible para recibirla de nuevo como venga, digamos. ¿Cómo lo vive usted?
—Hay que ser consciente de que en este caso es sobre todo un intercambio con el público, que el diálogo es con ellos. No tiene sentido poner en escena todo lo que podés o sabés hacer, hacer una “gran demostración”. Tenés que dar y tenés que gozar con ellos. Yo acompaño a un gran texto. Ricardo Bartís dice que nuestro trabajo es un acto poético, y yo lo entiendo así. Una actriz debe hacerle justicia a la situación que está viviendo, en lugar de colocarse por delante de esa situación. Ese es el asunto.
—La corriente de buena energía con el público es algo crucial para los artistas, de alguna manera los alimenta. ¿Se sufre o, para ser menos dramáticos, se extraña cuando no está encendida, en la vida cotidiana, por ejemplo?
—Para llegar a disfrutar sanamente esa corriente de afecto se trabaja sobre uno. No la tenés en la vida cotidiana, pero podés atravesar esa vida diaria de una forma creativa también. Como decía antes, para mí el contacto con gente que no está dedicada a lo que me dedico yo es muy interesante. Como me pasaba con el señor de la verdulería… Esos encuentros te abren mundo distintos. Y por otra parte, esa corriente de cariño que recibís del público sobre el escenario te deja generoso con la vida, te abre horizontes. Es bueno mantener la mirada de los niños, la capacidad de sorprenderse con lo que pasa alrededor, de descubrir las muchísimas facetas que tiene cada día de la vida.
—¿Para dedicarse a la actuación hay que ser necesariamente narcisista?
—Seguramente somos narcisistas, pero hay muchas maneras de manifestarlo. Si el narcisismo te lleva a crecer, a descubrir, a ponerte a prueba, a animarte a enfrentar situaciones desconocidas, ¿por qué no? El narcisismo puede dar lugar a un resplandor en el escenario. No hablo de un resplandor que anule a los que están alrededor, algo que detesto profundamente. Cuando somos varios en un escenario, que alguien quiera ponerse en primer plano es un plomo. No hay nada más aburrido que un actor que quiere hacerse valer como el mejor ante el público.
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* El corazón del daño, unipersonal basado en el libro homónimo de María Negroni, protagonizado por Marilú Marini y dirigido por Alejandro Tantanian. Funciones: de miércoles a sábados a las 2000 y los domingos a las 18.45 hs. en el Teatro Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857, a metros de Corrientes y Callao).
[Fotos: Vanessa Rábade]