Sebastián Vargas es uno de los autores claves de la LIJ actual. Nació en Buenos Aires en 1974. Es profesor de lengua y literatura y de latín. Cuenta siempre con orgullo que estudió en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Como editor y corrector, trabaja desde hace más de 15 años en el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, donde vive.
Vargas también es traductor: traduce libros del inglés, del alemán, y también chino. Es muy generoso: en sus redes comparte recomendaciones y también traducciones de poemas chinos, y genera una promoción sumamente interesante de textos valiosos a los que sería muy difícil acceder de otro modo.
Además corrige de manera freelance libros para editoriales (en general de texto, aunque a veces también de literatura), corre maratones, aprende y enseña chino, visita escuelas regularmente y siempre está disponible para hablar de libros y compartir poemas e historias.
Algunos de sus libros: Vikingos en la Tierra Verde (SM, 2012, coescrito con Patricio Killian), Tres espejos (Norma, 2022. Premio Barco de Vapor, 2013), Son tumikes (SM, 2016, premio Cuatrogatos), Pingüinos (SM, 2017, premios Cuatrogatos y Destacados de Alija), Piratas (SM, 2018, premios El Barco de Vapor y Destacados de Alija), El pacto (SM, 2017), Graymoor (Norma, 2020). Siempre está escribiendo algo, solo o con otros colegas.
En 2019, su obra Y dormirás cien años (SM, 2019) obtuvo el Gran Premio Alija (mejor libro para niños y jóvenes de la Argentina) y fue elegido para representar a la Argentina en la Lista de Honor 2022 del Ibby (Organización Internacional para el Libro Juvenil). En 2020, además, Vargas recibió por este libro una mención del Premio Nacional.
Su novela Yuelan (Edelvives, 2020), obtuvo el premio internacional Ala Delta (España). Hace muy poquito salió su última novela, en coautoría con Cristian Palacios: Tiempo estimado de permanencia, publicada por Buena Cosecha en 2023.
Durante la pandemia escribió una saga distópica juvenil, de seis libros largos que aún no se publicaron. Y tiene una idea para otra saga en algunas hojas sueltas, y cuenta: “Quizá en algún momento me siento y me pongo a escribirla.”
Con Vargas no se puede parar de conversar. Tranquilo, de risa franca y contagiosa, es un gran lector. Se pregunta, piensa y repiensa la lectura y la escritura. Sebastián es un alquimista, disfruta hacer experimentos de escritura con los que luego de mucho trabajo, conquista a sus lectores.
Le interesa que sus personajes tengan volumen, profundidad, para que sean creíbles y que cuando alguien los lea, los sienta cerca. En sus libros hay siempre algún personaje que cuenta historias y otros que escuchan o las leen. Si bien escribió algunos cuentos, en general escribe novelas: “Tiendo más a la novela, simplemente porque me engrano, me engancho en la historia. Y cuando me quiero acordar, ya escribí demasiado.”
Cuando cerró la editorial SM, Vargas tenía prácticamente todos sus libros publicados en ese sello editorial. “De golpe tenía 15 libros y tenía cero al día siguiente. Echaron a mucha gente, amigos míos, promotores, editores. Fue un golpe muy duro para toda la LIJ argentina. Para mí, particularmente, sí fue muy doloroso por mis libros, pero te diría que más por la pérdida de ese espacio en el que del que yo fui parte de que abrió.” Por suerte para sus lectores, casi todos sus libros han vuelo a circular o están por hacerlo en breve.
El año pasado, hace tanto y hace tan poco, conversamos en un bar de Palermo sobre sus libros, su escritura, sus proyectos por venir y mucho más. Lo que sigue es una transcripción de esa charla.
—Empecemos por el principio, por la infancia ¿cuál era tu vínculo con la lectura, pero también con los idiomas, tan presentes en tu hacer diario?
—De chico con los idiomas no tuve mucho contacto. Durante toda la primaria y gran parte de la secundaria, el único contacto que tuve fue el inglés, que tenía en la escuela. Y recién cuando terminé el secundario, empecé a interesarme por otros idiomas. Empecé a estudiar catalán, después alemán. En el profesorado estudié latín, porque soy profesor de latín, también. Y después empecé a estudiar chino. Con la lectura, sí, apenas aprendí a leer, que no fue tan temprano, sino a los 8 o 9 años, empecé a leer libros y eso me atrapó rápidamente. Empecé con historias de aventuras, Julio Verne, historias de piratas, de Salgari, El principito, Corazón. Y de ahí en adelante, cuando terminé los tres libros que había para chicos en mi casa, seguí leyendo los otros libros que había, que eran los de mi mamá. Mi papá era músico, pero no leía mucha literatura. Leí los libros que leía mi mamá, que eran novelas policiales de Agatha Christie y novelas rusas. Todos libros para adultos. Ahora de grande leo mucho y variado, para chicos y para grandes.
—¿Y leés sagas también?
—Sí, me encantan las sagas. Y me encantan las novelas largas, también, que no son sagas, pero a veces una novela de mil páginas funciona del mismo modo. Me parece que esas historias tan largas le dan como un espesor a los personajes. Cuando vos podés desarrollar un personaje, leerlo a lo largo de cientos de páginas, eso le da un volumen que está bueno y que no siempre se puede lograr, ni siquiera pueden los grandes autores, con menos páginas. ¿Cómo no te vas a encariñar con Ana Karenina después de 900 páginas? Si ella se tira abajo del tren, te largas a llorar porque la querés. Y con las sagas pasa eso. Leo sagas juveniles y sagas para adultos. Algunas no sé si son técnicamente sagas, pero es como si fueran, digamos. Las obras históricas de Shakespeare son una saga también, que recorren todo un siglo de historia inglesa y son espectaculares. Las novelas artúricas fue la primera saga que se hizo en Occidente en la Edad Media. Son buenísimas, tienen ritmo y pasan cosas relocas. O sea, son geniales.
—Tienen punch.
—Sí, tal cual. Y también leí a A. S. Byat, una autora inglesa, la saga de Frederica Potter. Son cuatro novelas de una gran densidad de armado, de ese mundo que reproduce una buena parte del siglo XX en Inglaterra. Están buenísimas, muy bien construidas. Esta saga me la recomendó Ana Lucía Salgado (editora, agente y amiga del autor).
—Siempre nombrás el trabajo de edición, y eso se celebra. ¿Qué lugar ocupan las editoras en tus libros?
—Todos mis libros tienen mucho trabajo de edición. En mi universo ocupan un lugar muy importante. Antes de mostrar un libro, antes de que un libro mío llegue a una editorial, lo estuve trabajando mucho tiempo. Y muchas veces lo leyeron amigos. Algunos de esos amigos son editores y me hicieron comentarios, yo los tuve trabajando (risas). Pero, aun así, siempre que mis libros llegaron a editoriales, a partir de la mirada de la editora, siguieron avanzando. Es una etapa que me gusta y que espero, porque yo sé que en ese momento voy a poder mejorar los libros. Me cuesta imaginar un libro mío que salga sin trabajo de un editor. A algunos autores no les gusta el trabajo del editor, pero no entiendo por qué, a mí me encanta.
—¿Y cómo es ese proceso de trabajo, esa relación?
—Tiene que haber una confianza mutua entre la editora y quien escribe. ¿Por qué? Porque vos tenés que confiar en esa lectura que está haciendo quien edita, que está viendo cosas que está bueno verlas. Y en general son cosas que a mí me cuesta ver mientras estoy escribiendo. Hay muchas editoras excelentes, que yo cuando puedo las busco, porque sé que me van a decir cosas que me van a servir para seguir trabajando. Para mejorar cosas que no veo, que yo solo no las puedo ver y que cuando me las dicen digo: “Claro, tenés razón”. Y a veces me cuesta mucho arreglar eso, pero me gusta intentarlo y me gusta que me lo digan. Entre que el libro salga, como lo tengo yo ahora, y que tarde un poco más y quede mejor, siempre quiero que quede mejor. Yo confío mucho en las editoras y me gusta escucharlas.
—Quería preguntarte por uno de tus blogs, que tiene un nombre muy genial: Un plan chino. ¿Por qué es un plan chino?
—Era un plan chino porque es un blog como de reseñas, pero no del todo. Mi idea es hacer un blog de comentarios de lecturas, pero sin mayores pretensiones que comentar algunas de las cosas que me gustaron. Y bueno, ya tiene más de 200 norreseñas, o sea, bastantes. Pero sí, es raro, como todo lo que hago yo (risas). Algunas podrían ser reseñas.
—Algunas son reseñas
—Algunas son reseñas, sí (risas), pero igual me gusta llamarlas norreseñas como para quitarme un peso de encima. No soy un crítico. Soy alguien que lee y me gusta recomendar. En el blog no está todo lo que leo. No están todas las cosas que leo, y ni siquiera están todas las cosas que me gustaron. Están simplemente las que tuve tiempo, oportunidad de comentar y recomendar. Y de hecho, tengo una pilita que tendría que incluir en el blog, pero bueno. Es imposible estar al día.
—¿Y cómo llegaste a traducir?
—Yo no me formé como traductor, pero siempre es algo que me gustó. Y me gusta leer libros que estén bien traducidos. Y de hecho, cuando puedo, evito las traducciones, porque me molesta mucho cuando me encuentro con una traducción española, por ejemplo, no la puedo aguantar. Si puedo, leo el libro en su idioma original, en inglés es lo más fácil, pero bueno, en alemán, en catalán, también leo. En francés puedo leer, aunque en general hago pocas traducciones de francés. Me gustan los idiomas, y me gusta leer en idioma original. Me gusta el problema de la traducción. Me parece que es un laburo lento. Me gusta el desafío. Lo que busco en la traducción es no aparecer yo. Igual que cuando edito. Es imposible que suceda en un cien por cien, pero como búsqueda es interesante intentar transmitir el estilo de ese autor. Entonces, cuando traducís a Ray Bradbury, intentar que se lea a Ray Bradbury y no a Sebastián Vargas. Buscar eso, que se lea lo más posible eso que intentó hacer el autor. Y eso a veces es difícil.
—¿Y seguís aprendiendo idiomas ahora?
—Sí. En este momento estoy estudiando chino otra vez. Había estudiado hace muchos años. Pero el año pasado le empecé a dar clases a un par de amigas docentes, y a partir de eso me enganché de nuevo y estoy traduciendo poemas antiguos de China. Y cada tanto los publico en las redes.
—Ahora me voy para el otro blog, Diyei Vago. Un blog de música. Vos decís: “Sólo un tema por semana y con que le guste al diyei alcanza.”
—Hace diez años que tengo el blog del DJ Vago. Es otra de las áreas que me gusta, que siempre me gustó, la música. Un tema por semana me di cuenta que era mucho, y ahora ni loco puedo hacerlo. Yo estudié música muchos años, estudié guitarra en el Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla. Mi papá era músico, era organista en una iglesia en la ciudad de Buenos Aires. Y mi nombre viene de un músico, porque me pusieron Sebastián por Johann Sebastian Bach, porque mi viejo era muy fan. Así que siempre la música estuvo presente en mis intereses, y a partir de una mirada más bien ecléctica.
—El DJ además declara sus principios: “Nunca reguetón, nunca Arjona. Del resto, un poco de todo.”
—Sí. Siempre me gustaron, así como me gusta leer muy variado, tipos de música muy diversos, como el rock pesado, la música clásica, muchos tipos de música. Y eso quise hacer en el blog, e inventé un personaje que es el DJ, que no soy yo, es un personaje que tiene toda una familia, unas problemáticas familiares y que es muy vago. Y comenta músicas diversas, hablando de la música y también de las letras. Y cuando la letra está en otro idioma, el DJ la traduce. Aparece la letra original y la traducción. Y hay temas en montones de idiomas, en ruso, en polaco, en latín, en chino…
—Hablando de China, tus libros suceden en escenarios muy diversos: China, Santa Fe, países inventados…
—Sí, me gusta moverme. Me gusta cambiar de lugar y de tiempo. Me gusta viajar cuando leo y cuando escribo, también. Entre las cosas que estoy escribiendo hay cosas también muy distintas. Algunas ocurren en China, otras en el futuro, en planetas que no existen o aquí mismo en la ciudad de Buenos Aires.
—Justo en tu novela Graymoor hablás de los terrores que te persiguen vayas donde vayas…
—Sí, Graymoor se basó originalmente en recuerdos míos, de un lugar donde efectivamente viví, en el Gran Buenos Aires, tamizados por una fantasía de fantasmas y esas cosas en las que yo no creo, por otra parte. Pero me encantan las historias de fantasmas. Es libro basado en experiencias personales, en un lugar que existe de verdad, pero que le cambié el nombre para que nadie se ofendiera. Y es una historia con fantasmas y con crímenes, que estuve mucho tiempo cambiando y metamorfoseando hasta que encontré una estructura que funcionó. Mucho tiempo… Estuve 12 años escribiendo ese libro y escribí cientos y cientos de páginas que no quedaron en el libro.
—Y para irnos a otro territorio… ¿cómo surge la idea de hacer una novela que transcurriera en el medio del océano, sobre un hielo?
—Realmente, Pingüinos surgió como un experimento. Yo tengo varios libros que empezaron así. A veces me gusta hacer experimentos de escritura, cosas que no tengo idea si van a funcionar. Probar cosas distintas. En Y dormirás cien años, quise probar si la acumulación de versiones de una historia que conocemos todos, como puede ser un cuento de hadas, si acumulando versiones podría llegar a ser algo parecido a una novela. Aunque el libro después no quedó como una novela, sino como variaciones sobre una obra, cementando una versión sobre otra. Y volviendo a Pingüinos, también fue un experimento. Empezó a partir del deseo de contar una historia que ocurriera en un hielo que se va derritiendo poco a poco. Esa fue la idea base del libro. Y después, pensé en los personajes. Primero pensé en humanos, porque todos mis libros tenían en ese momento personajes humanos y me pareció que sería un desafío interesante que fueran personajes animales, que es algo que en general no me gusta leer, porque no me los creo. Pero salieron estos dos pingüinos. Intenté que fueran bien diferentes uno de otro. Y que eso fue también una decisión, digamos, que fueran un pingüino macho y una pingüina hembra. Porque eso abría una cantidad de temas que no hubieran estado si los dos pingüinos eran hembras o machos.
—Y ahí la filosofía metió la cola…
—Sí, pero no porque los pingüinos sepan mucho, pero tienen sus ideas. Cada uno tiene sus ideas. Y fue un libro muy difícil. Porque yo quería que quedaran los dos en una relación de paridad, a pesar de que tienen formas de ver el mundo bien diferentes. Como que la narración, por más que casi no hay narrador en el libro, es puro diálogo, es casi como buscar el límite de la obra teatral sin que sea una obra teatral. Además, yo quería que los lectores no se identificaran con uno u otro protagonista, sino que pudieran elegir, si les parece que lo que está diciendo Margarita tiene sentido, o si les gusta más lo que dice 14. Y eso me llevó mucho tiempo. Estuve como cuatro años, pero esos cuatro años reescribí muchas veces el libro. Así que sí. Y estoy contento con ese libro. Es un libro también muy extraño, que no le gusta a todo el mundo.
—Pensaba en la China, San Andrés, el sur, Buenos Aires, países inventados, ¿Hay algún lugar que tengas pendiente en el que tengas ganas de escribir alguna historia?
—En general, las historias vienen con su lugar. Viene la trama, el lugar y el tiempo en la que va la historia. Y bueno, hay muchos lugares en los que fui como lector, donde no se me ocurrió ninguna historia para escribir, pero igual son parte de mí, porque como lector los habité. Como Terramar, por ejemplo, de la saga de Úrsula K. Le Guin.
—Piratas, Son tumikes, y en otras de tus novelas también, aparecen referencias a tus lecturas. ¿Hay un interés por contarlo? Me parece muy interesante como se arma una mediación a otras lecturas que vos en general explicitás.
—Sí, totalmente, es que todas las ideas vienen de otras. Me parece que en todos los autores aparecen, aunque no quisiéramos. Las historias no funcionan como islas separadas, sino que una persona se va armando a partir de las historias que conoce. Y uno es las historias que leyó. En ese sentido, cuando me puse a escribir una historia de piratas, inevitablemente me llegan todas las historias de pirata que leí. Empezando por Stevenson hasta todas las demás, Salgari, Peter Pan. Todas las que se te ocurren. Y eso me pasa con todos los libros. Cuando uno se pone a escribir ciencias de ficción, aparecen Asimov, Bradbury, Le Guin, Philip K. Dick. A mí me pasa muy seguido y no siempre puedo identificar cuáles son esas referencias, por lo menos de entrada. A veces simplemente en el detrás de cada escritura están esas referencias, esos libros que uno leyó y no te das cuenta, capaz. Yo me acuerdo que en Tres espejos hay una escena en que Jian, uno de los protagonistas, sube un barco, pero no desde un puerto, sino desde el mar. Y yo, cuando escribí eso, lo estaba imaginando. Pero después me acordé de que hay una novel de Joseph Conrad que se llama El copartícipe secreto, en la que pasa eso. Hay un personaje que llega en un barco desde el medio del mar, que no viene ni de un bote, ni de un naufragio. Y yo no estaba pensando en eso al escribir esa escena, pero evidentemente estaba ahí.
—Hablando de Tres espejos, cómo fue esa idea de dos personajes que van en paralelo, ¿también fue de tus experimentos?
—No de entrada. Las primeras versiones de ese libro eran una novela sola, que iba cambiando capítulos, iba contando la historia de uno y de otro de los dos protagonistas. Era una novela superclásica, antigua, diría yo, de lo clásica que era y una historia que tampoco era supernovedosa. Incluso hay todo un género que es la novela bizantina, que cuenta historias parecidas a las de Tres espejos, dos amantes que se separan y les cuesta volverse a encontrar. Yo no lo sabía en ese momento, pero existía ese género. Recién varios años después, mientras yo iba reescribiendo la novela, se me ocurrió profundizar el principio constructivo del libro, que es una idea de Tinianov, un formalista ruso. La idea de que cada historia, cada texto literario tiene un principio constructivo que hace que la forma de lo que estás escribiendo se relacione con el contenido. Pensé, ya que estoy contando la historia de una separación, de dos personajes que se separan, ¿qué pasa si separo también el texto y que sean dos historias que se crucen o no, pero que estén separadas? Y esa idea me gustó. Me gustó la idea de una historia en dos partes, pero no primera parte y segunda parte, sino dos partes simultáneas. Y que un lector pueda elegir leer una y eso funcione como lectura, o pueda leer las dos en cualquier orden o alternando los capítulos. Esas experiencias de lectura, si bien son diferentes, todas funcionan. Me gustó la idea de que mientras un lector está leyendo la historia de ella o la de él, se saltean los capítulos. Entonces, vas a pasar del capítulo uno al tres y del tres al cinco, del cinco al siete. Yo esperaba y espero que los lectores sintieran una sensación de falta, eso que sentían los personajes.
—Tenés varios libros escritos con otros escritores. Me imagino que con cada persona es distinto.
—Claro, es distinto. Patricio (Killian) es mi mejor amigo, desde que éramos adolescentes. Él fue quien me contagió el gusto por la mitología vikinga y la historia medieval. Tuvimos siempre idea de escribir entre los dos una novela de vikingos. Lo intentamos de adolescentes y no nos salió y lo volvimos a intentar de adultos y ahí si salió. No nos salió de entrada, nos costó bastante. Lo escribimos, lo mandamos al premio Barco de Vapor, no ganó, pero quedó finalista y después de dos años de edición con Laura Linzuain y Laura Leibiker, que en ese momento estaba en SM, salió el libro. Está bueno escribir de a dos. A mí es una tarea que me gusta. Es bastante demandante en el comienzo. Hasta que te ponés de acuerdo, tenés que armar una dinámica y eso es diferente con cada persona. Así que sí, escribí, Vikingos en la Tierra Verde, con Patricio, y después escribí también con él dos libros más de mitos. Y con Florencia Gattari escribí El pacto.
—¿Y cómo fue el proceso en El pacto?
—Ahí fue bien diferente porque en la historia de vikingos, entre Patricio y yo, armamos la trama y después repartimos los capítulos. Todo lo que cada uno escribía se lo mandaba al otro. Hay capítulos que la primera versión los hice yo y otros, Patricio, y después íbamos homogeneizando todo eso para que quedara una sola voz.
—Crearon un escritor entre los dos.
—Claro, tal cual. Con Florencia Gattari fue diferente, porque lo que hicimos fue repartirnos personajes. Ella desarrolló la voz de Petra, una chica adolescente en la ciudad de Buenos Aires, y yo la voz de Alejo, que es el otro personaje del libro. Son dos adolescentes en los últimos años del colegio secundario en la ciudad de Buenos Aires, alrededor del año 2012. Buscamos cada uno una voz que se diferenciara bien. A partir de eso empezamos a armar la trama del libro. No sabíamos qué iba a pasar. Teníamos una idea inicial que era sobre dos chicos que hacen un pacto para ayudarse mutuamente, a partir de ahí largamos a los personajes y fuimos armando el libro.
—Además de escribir, corrés. Murakami dice: “Para mí correr es tanto un ejercicio como una metáfora.” Y para vos ¿qué es correr?
—Mira, yo empecé a correr hace doce, trece, años. Empecé a correr fuerte, a correr maratones, carreras largas. Me di cuenta de que es una actividad bastante relacionada con escribir. Con escribir novelas, por lo menos. Y es una actividad que te hace sentir un poco mejor físicamente, porque si no, yo estoy todo el día sentado frente a una computadora escribiendo, leyendo. Y eso no es sano, por más que me guste. Me permitía mejorar un poco mi salud, y entrenar corriendo mucho tiempo te permite tener momentos de soledad calificada, digamos, de estar solo y no pensar en nada, algo que es muy difícil de lograr. Y cuando corres lo podés lograr, lo cual es rarísimo. Y también podés, a veces, pensar en libros, en historias y entrar en una deriva mental, que está siempre relacionada con escuchar tu propia respiración y con intentar percibir qué es lo que siente tu cuerpo, pero a la vez no darle mucha bola, porque en general al cuerpo le duelen cosas y uno tiene que seguir. Como buscar un equilibrio entre escuchar y no escuchar a tu propio cuerpo. Y eso es superinteresante como experiencia. Cuando uno dice “estoy muerto”, en general tu cuerpo puede aguantar más. Pero cuando corres 24 horas en la montaña, realmente llegaste a tu límite físico y lo pasás.
—Y hablando de pensar en libros, acaba de salir Tiempo estimado de permanencia, en coautoría Cristian Palacios, ¿cómo recibiste esta publicación en estos tiempos tan complejos?
—Para mí, siempre que se publica algún libro mío me parece un pequeño milagro; en este contexto social y económico que vivimos, es casi un evento bíblico. La editorial Buena Cosecha, dirigida por Luciana Villegas, apostó por este libro extraño escrito a dúo, una historia ubicada en un futuro distópico en el que dos escritores (que escriben ciencia ficción) desafían leyes y peligros para intercambiar ideas y conversar sobre las historias que están creando. Creo que las historias de ciencia ficción son siempre una forma de hablar de nuestro presente, así que puede leerse como un relato cercano, por más que se ubique en un tiempo futuro y remoto.
—Y además estás por publicar Paisucho, un libro de poesía… ¿No?
—Sí, sí… Aunque no estoy muy convencido que sea poesía. (risas). Hay versos. Es también otra experimentación. Un libro muy extraño en el que hay versos, pero yo no me considero un poeta. Son versos, pero el libro es más bien como una especie de folleto turístico de un país que no existe. O sea, la geografía está así. Es un país muy pequeño. Y el libro funciona como una especie de descripción de ese lugar. Y está armado como si fueran poemas. Y Ediciones de la Terraza está haciendo una cosa muy genial con ese libro, que va a tener ilustraciones de El Esperpento, que son espectaculares.
—¿Ya sabés cuándo va a salir?
—Paisucho está en gateras. En un principio, iba a salir el pasado octubre, pero el país grande, ese en el que vivimos, estaba demasiado ocupado con las elecciones como para distraerse con ese nuevo país tan minúsculo, así que se decidió pasarlo para marzo. Para ese entonces, quizá Argentina esté mucho más a la par de Paisucho, incluso, y quien lea pueda sentir que se está hablando de un lugar conocido, cuando se describen esas calles bizarras, esas instituciones volátiles y ese destino pequeñito.
La idea es que el libro sea, además, un álbum de figuritas, y organizar una campaña de crowfunding, por la cual la gente que quiera el libro lo compre anticipadamente y lo reciba luego de la publicación. Pero bueno, de pronto marzo se volvió un tiempo muy lejano. Tengo esperanzas, pero no quiero decirlas en voz muy alta para no parecer arrogante.
—¿Pensás cuando escribís en la edad de quién va a leer?
—No, en general nunca pienso en la edad de quien va a leer. Y las veces que lo hago no me sale bien. Así que directamente intento concentrarme en la historia, en contarla lo mejor que puedo. ¿Pero quién me va a leer? En mi mente, el lector que imagino suele ser una persona adulta, sensible, que tiene ganas de leer eso que estoy escribiendo. Mi lector ideal, entre comillas, es un adulto. Pero bueno, por suerte muchas de las cosas que escribo las pueden leer chicos también. Y eso me encanta.
—Vos sos muy lector, ¿lees cuando escribís o cuando estás creando una trama necesitas no leer otra cosa?
—Es que yo siempre estoy dentro de algo que estoy escribiendo.
—Nunca no estás escribiendo…
—No, nunca no estoy escribiendo. Y siempre escribo más de una cosa. Fácilmente puedo estar escribiendo ocho o nueve libros a la vez y voy avanzando con uno o con otro según qué me entusiasma en cada momento, pero son todos proyectos que están abiertos. Algunos ya escribí una primera versión, y estoy cambiando cosas, otros están por la mitad, en etapas diferentes, pero son todos proyectos que van avanzando a la vez. Así que paralelamente a eso, siempre estoy leyendo. Porque si no, no leería nunca.
—Y cuando estás cerrando algún proyecto, ¿te concentras ahí o seguís con todo abierto?
—No, cuando estoy en algunas etapas especiales, si estoy muy entusiasmado con un texto en particular, puedo dejar todo lo otro en stand by durante tres meses, quizás cuatro. Mis textos están acostumbrados a que los abandone y a que después vuelva. Me esperan (risas).
—Traductor, corrector, corredor… ¿Cómo es un día en tu vida?
—Bueno, yo además de escribir, trabajo de editor y corrector. Un día típico tiene un poco de trabajo, tiene un poco de escritura. A veces sí, a veces no. No todos los días escribo, no porque no quiera, me gustaría poder escribir todos los días, pero a veces no junto las ganas o a veces no junto el tiempo. Yo tengo que escribir de mañana, si no, no funciona. De noche nunca puedo escribir. Así que eso me limita un poco. Pero un día típico, incluye un poco de escritura, incluye un poco de trabajos como corregir o editar, e incluye en general un poco de tiempo libre en el que hago cosas muy diversas.
—¿Cómo qué?
—Como mirar series, jugar al ajedrez, correr, escuchar música, ver películas, leer, de todo.
—Además, visitás muchas escuelas, ¿alguna anécdota que te haya pasado en una escuela a partir de la lectura de tus libros?
—Sí. Voy siempre a escuelas. Hoy de hecho estuve en una. Son muchas cosas… Vi obras de teatro de Pingüinos, de Tres espejos, de Son tumikes. Una vez en una escuela de Tres Arroyos, los chicos habían leído Son tumikes y habían hecho zapatos, zapatos tumikados. Los tumikes son unos seres extraterrestres que les gusta arreglar zapatos y los chicos hicieron una mesa llena de zapatos, con luces, con distintas cosas, todos arreglados y dibujados. Y me pareció una idea espectacular. Muchas veces, sobre todo en primaria, los chicos, aparte de leer, hacen cosas relacionadas con esa historia. Eso siempre es muy sorprendente. Incluso, muchas veces los libros los leen en grados que la editorial no imaginaba que se iban a leer.
—¿Algún proyecto nuevo para este año?
—Desde la pandemia vengo acumulando proyectos, pero muchos se fueron demorando, así que curiosamente, en los comienzos de 2024 se juntarán varias cosas. Está por salir, muy prontito, La balanza de cobre, cuentos siniestros ilustrados por Alberto Pez, en editorial Planeta; el terror es un género que siempre me gustó mucho, pero en el que solo en los últimos años logré participar como autor. El libro quedó muy bueno, y ya está en el taller imprimiéndose.
Y el otro libro que está por salir, muy esperado por mí y por muchos lectores, es justamente la nueva edición de Son tumikes, mi primera novela de ciencia ficción, ilustrada (tanto en la edición original como en esta) por Eugenia Nobati. Sale en Random House, en el sello Alfaguara infantil, dentro de poco.
Además, sigo escribiendo cosas, y entre ellas hay dos o tres experimentos de escritura para los que, por su carácter experimental, no es fácil hallar una casa editorial que los quiera.
—Bueno, para terminar, ¿algún libro que te den ganas de recomendar?
—Ahora estoy leyendo el último de Daniel Handler, que me regaló una amiga muy querida, que es un autor que me encanta y del que leí toda su obra. También es conocido por su seudónimo, Lemony Snicket, con el que firmó Una serie de eventos desafortunados y otros libros. Pero tiene muchos libros juveniles y para adultos, que lo firma con su nombre. Es un autor muy, muy, recomendable. Y después, siempre vuelvo a autores que me encantan como Le Guin, Conrad, Dickens mismo. Hay autores a los que siempre vuelvo, sobre todo cuando agarro una racha de dos o tres libros que no me gustan mucho, vuelvo a alguno que sé que me va a gustar. A un lugar seguro para cortar la mala racha.