El cómico Nimesh Patel pregunta a su público a veces: ¿Quién está aquí gracias a TikTok? “Lo primero que noté fue la diversidad”, dice. Sus vídeos de TikTok han atraído a cómicos de entre 20 y 30 años, padres indios con sus hijos adultos, jubilados de Naples (Florida) y, en una ocasión, una mujer blanca de 80 años que le dijo a Patel que era su primer espectáculo cómico. Jamás visto.
“Me abrió los ojos el hecho de que esta plataforma -con todos los males que estoy seguro que se esconden entre bastidores- haya hecho la comedia mucho más accesible a gente que, de otro modo, nunca iría a un espectáculo de estos”, dice Patel, aludiendo tanto a los aspectos liberadores como a los perniciosos de las redes sociales.
La explosión de la comedia stand-up en TikTok e Instagram ha presentado a los artistas a públicos totalmente nuevos, e incluso ha hecho que algunos cómicos pasen de ser relativamente desconocidos a convertirse en cabezas de cartel de la noche a la mañana.
Esta dinámica ha brindado a los artistas la oportunidad de ampliar su base de seguidores. También les ha cargado con nuevas tareas, desde tener que pagar a personal a tiempo completo para editar y publicar vídeos perfeccionados para la viralidad hasta encontrar formas creativas de gestionar las expectativas de un público que los conoce a través de pequeños clips impulsados por los algoritmos.
“Vemos a un público que no había venido antes”, dice Wende Curtis, propietaria de ComedyWorks, en Denver. Cuando el agente de un cómico pregunta por su club, su personal comprueba primero sus seguidores en las redes sociales: es un indicador de si pueden agotar las entradas.
Desde hace tiempo, los clubes de comedia disponen de cámaras y equipos de audio para grabar sus actuaciones. En los últimos años, locales como ComedyWorks y el Comedy Cellar de Nueva York han mejorado sus equipos audiovisuales. El propietario de Cellar, Noam Dworman, dice que hizo una “gran mejora” hace unos cuatro años, y compró “esta carísima conexión a Internet que tienen en las cadenas de noticias” para poder transferir al instante los vídeos a los cómicos. “Beneficia al artista”, dice. Además, dice Curtis, “donde quiera que envíen o utilicen ese clip, aparece mi nombre detrás. Ahí está mi marca y mi logotipo”.
Antes de la llegada de las redes sociales, la mayoría de la gente descubría a los cómicos a través de los codiciados shows nocturnos y los especiales de televisión. Pero cuando el cómico Sam Morril intentó que la gente viera su especial de 2018 a una hora determinada en Comedy Central, dice, se sintió como “hablar otro idioma, porque algunas personas no consumen entretenimiento de esa manera.” No fue hasta que Comedy Central publicó un clip de su especial en Instagram que ganó una legión de nuevos seguidores.
Él empezó a hacer lo mismo. “El otro día vi a un bebé en una cafetería con una camiseta que decía ‘Amo la vida’”, cuenta Morril en un clip del especial que subió a sus redes sociales. “Me dije: ‘Ya se te pasará’”. También colgó gratis su tercer especial en YouTube como “un acto de desesperación”, y luego clips de sus actuaciones en clubes de comedia en Instagram. Esos clips impulsan “absolutamente” la venta de entradas, dice. Pasó de trabajar allí a convertirse en un acto teatral, y a contratar a gente para que se encargue de su presencia en las redes sociales.
“Cuando estás creando una audiencia, tienes que facilitar al máximo que la gente te encuentre”, dice Morril, que actualmente está de gira por clubes para desarrollar material para su próximo especial. Considera que sus clips de Instagram y TikTok son “un tráiler para que la gente me vea en la carretera, porque ahí es donde estaba el dinero, para mí: en la carretera.” Pero, ¿cómo crear un tráiler que no desvele toda la película? Una forma es el crowd work: interacciones espontáneas entre cómicos y público que llenan las redes sociales.
Muchos cómicos prefieren publicar fragmentos de su trabajo con el público para evitar “quemar material” -difundir chistes cuidadosamente perfeccionados para que el mundo los vea en Internet- en lugar de reservarlos para espectáculos más completos en persona. “Me encanta acumular mis fragmentos y ponerlos en una hora”, dice la cómica Jordan Jensen. “Los bits son el oro secreto que no se consigue en Internet”.
Conservar el material perfeccionado es una de las razones por las que Jensen cuelga vídeos de su trabajo. Antes de las redes sociales, su trabajo era efímero. “He hecho tanto [trabajo de masas] que ocurren cosas mágicas, y luego es como, ‘eso se ha ido’”, dice. “Y ahora ya no”. Esos clips de interacciones con el público también pueden influir en sus expectativas. Jensen pregunta al público sobre sus problemas de salud mental y sus rupturas. “Creía que ibas a atacarnos mucho más”, le dicen a veces después de los espectáculos. Pero los cómicos también emplean estrategias para orientar al público en la experiencia del espectáculo.
Patel organiza sesiones de preguntas y respuestas al final de sus espectáculos, en parte para generar interacciones que pueda publicar en Internet. Pero las preguntas y respuestas también “suelen satisfacer el deseo de la gente de interactuar plenamente”, afirma. “Me aseguro de gestionar las expectativas. Pero también les doy lo que quieren, sin dárselo todo”. Dice que la mayoría de su público es respetuoso, pero que de vez en cuando le interrumpen algunos que quieren entrar en TikTok.
La cómica Zarna Garg, que ha conseguido nuevos seguidores a través de TikTok, dice al público al comienzo de sus actuaciones que guarden sus teléfonos, pero promete que “al final tendremos un momento TikTok. Relaja al público porque sabe que lo va a conseguir”.
TikTok e Instagram presentan tanto oportunidades como peligros. Según TikTok, 150 millones de usuarios en Estados Unidos -más de un tercio del país- están en la plataforma, y algunos Estados y legisladores han intentado prohibir la aplicación, argumentando que su propiedad por parte de una empresa tecnológica con sede en China la convierte en una amenaza para la seguridad nacional. (Patel tituló su primer especial “Gracias, China”, como guiño a ese hecho. “Estoy en deuda con China. Sin TikTok, no sé dónde estaría de gira”). Luego está Instagram -que dice que más de 2.000 millones de cuentas en todo el mundo se usan al menos mensualmente- y su impacto en la salud mental de los adolescentes. Y eso por no hablar de lo que estas aplicaciones han hecho con nuestra capacidad de atención colectiva.
Además, ¿qué fuerza mística hace que ciertos vídeos aparezcan en tu feed? Los algoritmos te empujan a subculturas online muy específicas (algunos de nosotros hemos aterrizado en el TikTok de mexicanos y no sabemos por qué).
Algunos cómicos desconfían de centrarse demasiado en alimentar su feed. “Si basas tu comedia en el algoritmo, estás condenado”, dice Morril. “Tienes que hacer lo que crees que es bueno para la comedia, y no pensar en lo que se comparte”. Y para los usuarios, consumir stand-up de esta manera también puede resultar extraño, como pasar por delante de un club de comedia y abrir la puerta de golpe en mitad del set de un cómico. “Algunos dirán: ‘Dios mío, ¿qué acaba de decir?”. dice Morril. “Pero luego otra persona abre la puerta y dice: ‘Oh, me gusta este tipo’”.
Garg dice que las redes sociales han distorsionado la percepción de algunos nuevos fans. Ella no es sólo una creadora digital que existe en un feed en la palma de la mano de alguien. A veces, cuando se deja caer para una actuación en el Cellar, “oigo el grito ahogado del público, como diciendo: ‘¡Dios mío, eres real! dice Garg. Las redes sociales también han creado una sensación de familiaridad: Garg también cuelga vídeos suyos en casa y se esfuerza por responder siempre a sus comentaristas online, lo que a veces puede llevarles a sobrepasar los límites (como la vez que un grupo de mujeres intentó llevarla físicamente a cenar con ellas entre show y show en Virginia).
“Me siento honrada de recibir ese cariño”, dice Garg. “Va más allá de lo que jamás hubiera esperado. También estoy aprendiendo a manejarlo”. La pandemia sobrealimentó todo esto, cuando TikTok e Instagram se convirtieron en un escape de los horrores del mundo. Las personas atrapadas en casa, desesperadas por distraerse, se desplazaban por sus feeds, que les servían cómics y sus podcasts.
La pandemia “convirtió a los no fans en fans” y “tomó a los fans y los convirtió en superfans”, dice Curtis, de ComedyWorks. El cierre de clubes de comedia y otros locales dejó pocos lugares donde elaborar nuevo material, y TikTok se convirtió en un micrófono abierto, dice Jensen. “Se convirtió en una forma de pasar de hacer seis espectáculos de bar por noche a mantener algún tipo de crecimiento en la escritura de comedia”.
Patel, antiguo miembro del personal de Saturday Night Live” y Full Frontal with Samantha Bee, tenía material atrasado que había filmado anteriormente y que empezó a publicar durante la pandemia. Cuando volvía a enfrentarse al público en directo, escribía las fechas de sus próximos espectáculos en los pies de sus vídeos. “Empezamos a convertir visualizaciones en venta de entradas” -según su sondeo informal en los espectáculos- “y nos dimos cuenta bastante rápido de que esto podía ser un modelo de negocio”.
La pandemia se sintió como el final de la carrera de Garg, que empezó más tarde y acababa de tomar impulso. Su hijo adolescente no dejaba de insistirle para que publicara en TikTok, pero ella se resistía. “Por aquel entonces, pensábamos que TikTok eran chicas de 14 años haciendo twerking”, recuerda Garg. “¿Qué voy a hacer yo en TikTok?”.
Entonces publicó un clip en mayo de 2020 de un set como cabeza de cartel que ella hizo unos meses antes. “Verás, ponerle nombre a un bebé simplemente no es gran cosa en la India - y tampoco lo es el bebé”, dice en el clip. “Nadie en la India dice ‘ven a ver al bebé’. ¿Qué hay que ver, a no ser que le falte un pie?”. El vídeo llegó a tener más de un millón de visitas. El impacto de TikTok, dice Garg, fue “monumental”. Actualmente actúa como telonera de Tina Fey y Amy Poehler.
Es posible que las redes sociales hayan hecho que la comedia en persona sea más gratificante, ya sea porque los cómicos reservan su mejor material para los espectáculos reales o porque un club de la comedia nos brinda la oportunidad de guardar nuestros teléfonos por completo. “No vendo mis chistes, vendo un ambiente”, dice Garg. Su público no viene “a escuchar los chistes. Vienen porque sienten algo cuando están en la sala conmigo”.
Fuente: The Washington Post