En algún momento a mediados de la década de 1990 llegó a haber más de 10.000 videoclubes repartidos por todo el país. En aquella Argentina que aún se regodeaba con las mieles del “un dólar igual a un peso”, se vivió la edad dorada de una cultura que marcó a fuego a varias generaciones y de la tecnología que le dio sentido: el Video Home System, popularmente conocido como VHS.
Casi 30 años más tarde y varios saltos tecnológicos de por medio, tanto los videoclubs como el VHS están experimentado ese tipo de rescate emotivo que hace poco sacó del Purgatorio a los discos de vinilo. Se trata de un fenómeno que recorre el mundo, traccionado por el marketing de la nostalgia y por la necesidad de mucha gente de recuperar experiencias físicas ante tanto vacío digital. Una tendencia retro que aquí no sería posible sin los coleccionistas y videoclubs que cruzaron el desierto, atrincherados en locales tapizados de cajitas y viejos afiches mientras arreciaba el huracán del streaming.
“Mi primer contacto con el VHS fue en los años 80″, recuerda Marcos Rago, dueño y mentor de Black Jack Video, uno de los más significativos sobrevivientes de la edad dorada del videoclub. “Mi viejo es un fanático de todo lo tecnológico y fue de los primeros en traer un video reproductor, que era de formato Betamax. Durante mucho tiempo fuimos los únicos del barrio en tener una videocasetera y medio que nos convertimos en el lugar al que venían todos a ver cine. Recuerdo la excitación que me producía invitar a amigos a ver películas que yo terminaba viendo mil veces, como La Naranja Mecánica o Pink Floyd The Wall. La pasión por el cine, por disfrutarlo, compartirlo y recomendarlo, sin dudas me nació de ahí”.
Black Jack abrió sus puertas hace 37 años en el barrio de Palermo y ahí atravesó todos los altos y los bajos: los tiempos pioneros en los que la gente de poco iba haciéndose de aparatos traídos del exterior, el apabullante reinado del VHS en los años 90, la llegada del DVD con el cambio de siglo, los experimentos fallidos como el Blue-Ray y la estocada mortal de las plataformas de streaming.
Logró mantenerse mientras los videoclubs comenzaron a desaparecer a mayor velocidad que las canchas de pádel y ahora saborea algo parecido a una revancha, gracias al retorno de muchos fieles que revalorizaron la vieja experiencia del formato físico y los encuentros cara a cara para charlar sobre pelis. Tanto es así, que el año que viene va a mudarse de su histórico localcito en la esquina de Malabia y Guatemala a otro bastante más grande –justo a la vuelta-, con mucho más espacio para sacar DVDs de las cajas y desplegar mesas de saldo de VHS.
“El videoclub siguió existiendo mucho tiempo más después de la aparición del cable, hasta que internet explotó y cambió por completo los hábitos de la gente. El problema real era la saturación de videoclubes en esas épocas, que junto con la cancha de pádel y el parripollo integraba la Santísima Trinidad del nuevo negocio que se ponía con la indemnización la gente que se iba quedando sin laburo durante el menemismo”.
Cinéfilos al rescate
“De aquellos 10.000 videoclubs de los 90, hoy apenas quedamos unos 40″, revela Gustavo Jaimovich, quien en 1991 abrió El Ciudadano, local fundamental de lo que se conoció como “El barrio del video”, en el centro porteño, gravitando sobre los cines y teatros de avenida Corrientes. Hoy, en su histórico reducto de la calle Junín al 600 funciona algo parecido a aquella disquería de vinilos de la película Alta Fidelidad. Allí Gustavo se la pasa el día revisando cintas y catálogos, y hablando de cine con todo el que pone un pie dentro de su reino: “Hace un rato pasó una señora que se llevó dos VHS de Clint Eastwood y Érase una vez en América, de Sergio Leone… qué más puedo pedir…”
El dueño de El Ciudadano asegura que este renacer de culto comenzó hace tres o cuatro años y que, si bien el empujón más fuerte lo dieron treintañeros organizados en comunidades en las redes sociales, el fenómeno tiene protagonistas diversos. “La gente de más de 60 años suele buscar VHS y DVDs de cine clásico y de autor. También hay madres, padres y abuelos que compran películas de Disney para regalarles a sus hijos y nietos, así como cinéfilos que quieren tener películas de culto o de autor que no se encuentran en ninguna plataforma. Entre los fanáticos del VHS que se juntan en las redes sociales, el género preferido es sin dudas el terror. Evidentemente hay como un fetichismo de ver viejas películas de terror en este formato, como si la experiencia fuera más auténtica de esa manera”.
Comunidades de Facebook e Instagram nucleadas en torno de cuentas como VHS Argentina, VHS Raros y Retro Argentino son las grandes promotoras de esta segunda vida de los videocasetes. “Yo ni sabía que existían estos grupos de fanáticos, hasta que un día vino un chico de VHS Argentina y me dijo que me iba a recomendar en su Facebook”, cuenta Gustavo. “A la mañana siguiente cayó un muchacho que se llevó 18 películas y después empezaron a venir muchos más. Como hace años que no se edita, estos nuevos coleccionistas canjean entre ellos, rastrean por la web a gente que se quiere deshacer de lotes viejos o vienen a lugares como El Ciudadano, donde vendemos solamente originales”.
Un formato que apuesta a la emoción
La cinta de VHS más cara que se ofrece hoy en Mercado Libre Argentina es un original de Apocalypse Now, editado a comienzos de los 90 por AVH. Cuesta casi 10.000 pesos y todas las preguntas que tiene la publicación buscan confirmar que se trata de una cinta original y sin uso, lo que su dueño asegura –pacientemente- una y otra vez.
El VHS y el legendario film de Francis Ford Coppola son ambos íconos de los años 70 y cada cual revolucionario en lo suyo. En 1976, JVC lanzó al mercado este sistema de grabación y reproducción de video hogareño, apenas unos meses después de que la también japonesa Sony presentara el Betamax. La rivalidad fue instantánea y la lucha por la preeminencia, inevitable. La competencia se extendió durante seis o siete años hasta que el VHS aplastó sin contemplaciones al Beta. Aunque el formato de Sony ofrecía una mayor calidad tanto de audio como de video, el VHS brindaba la posibilidad de grabar más tiempo de contenido (casi el doble) y a menor precio, lo que le permitió conquistar usuarios con mucha más rapidez, hasta convertirse en el estándar.
Cualquiera que tenga más de 30 años recordará con cariño ritos en su momento infumables como la señal de ajuste, el lentísimo transcurrir de los logos de las distribuidoras AVH y TransEuropa, los “capusotteanos” mensajes anti-piratería y el siempre misterioso tracking: “La señal de ajuste era para calibrar los colores y el contraste de la tele, pero la realidad es que nadie le hacía nada”, se ríe Marcos Rago. “Mientras que el tracking te permitía ajustar la velocidad de la cinta, que se desplazaba sobre todo cuando eran películas grabadas o pirateadas, ya que el VHS tenía tres velocidades diferentes. También estaba ese rito medio molesto de tener que rebobinar las películas antes de devolverlas. Había muchos videoclubes que cobraban una especie de multa por no devolverlas rebobinadas. Y cada tanto había que limpiar los cabezales del reproductor con un trapito con alcohol… Todo era parte del folclore”.
“Muchos fanáticos te dicen que el VHS se ve mejor que en formato digital”, cuenta Gustavo Jaimovich. “Lo mismo dicen los amantes de los discos de vinilo, pero la realidad no es así. Lo que ocurre es que para mucha gente el VHS se siente mejor, te produce evocaciones y conexiones que una película vista en streaming no te genera”.
“La clave de todo esto es la nostalgia”, concluye Marcos Rago, que entre sus 15.000 títulos conserva tesoros como ediciones originales de La Guerra de las Galaxias, que alcanzan precios altísimos. “En una TV de las nuevas lo vas a ver peor, por lo que muchos fanáticos consiguen una antigua televisión de tubo, para poder tener la misma experiencia que se tenía en los años 80 y 90. Hay gente que tiene aparatos conservados de manera increíble, es como lo que pasa en Good Bye, Lenin con los objetos de la Alemania comunista. Y, además, está el rito de volver al videoclub o participar de una comunidad en las redes, donde se comparten recuerdos y recomendaciones, se disfruta del contacto humano en esta pasión compartida por el cine y las películas”.
“Toda la cultura que vivimos actualmente se construyó sobre cintas de VHS”, sentencia el comediante Judah Frielander en uno de los especiales de comedia más exitosos y bizarros que se pueden ver en Netflix. “El VHS es la mejor manera de ver una película. Seguramente los críticos dirán que no llega ni a los talones de la calidad que brinda lo digital, pero no les hagan caso: el VHS le pasa el trapo con lo más importante, es 100% emoción”.
[Fotos: Franco Fafasuli]