Había nacido en Vesoul, cerca de la frontera suiza, en 1824. Desarrolló una vasta carrera artística, y el 10 de enero de 1904, hace hoy 120 años, el francés Jean-Léon Gérôme se desplomaba en su taller de París. De esta manera, moría –se dice– frente a un retrato de Rembrandt, pintor al que admiraba. Por esos días florecían los movimientos vanguardistas, en las antípodas del academicismo que guió la búsqueda estética de toda la obra de Gérôme.
Aunque fue uno de los pintores más famosos de su época, no se libró de las críticas ni de las polémicas. Fue cuestionado en particular por haber defendido, a contramano de los realistas y los impresionistas, los códigos de la pintura academicista. Sin embargo, Gérôme no fue tanto un émulo como un creador de mundos pictóricos en torno a una narración erudita. Muy interesado en la Antigüedad clásica, pintó escenas históricas basándose en temas anecdóticos que le garantizaban el éxito entre el público. Estas representaciones costumbristas o intimistas “humanizaban” la historia, la acercaban a su mundo contemporáneo, dando una “ilusión de lo verdadero”, propósito que lo empeñaba.
Esa intención de plasmar una verdad arqueológica llevó al artista a documentarse, razón por la cual emprendió numerosos viajes por Italia, Turquía y Egipto. Los datos que no podía recabar por sus propios medios, los obtenía de sus lecturas de las investigaciones científicas y arqueológicas de la época, en las que se basaba rigurosamente para representar las escenas de sus pinturas.
Pero no sólo de sus pinturas, sino también de sus esculturas. Gérôme se volcó al modelado a sus 54 años con la energía y la curiosidad de un artista incipiente. Una vez más de espaldas al dogma dominante en la escultura moderna, usa la policromía y da color a sus obras en mármol, tal como se hacía en la Antigüedad clásica. He aquí otro de los motivos por los que se convirtió en el centro de los debates de la época.
Para la difusión de sus obras, Jean-Léon Gérôme se había asociado con uno de los mayores marchantes de su época, Adolphe Goupil, también fundador de la editorial de arte que lleva su nombre. Goupil había sumado entonces a la comercialización de las pinturas originales la venta de reproducciones de arte, en pleno auge. De esta manera lograba multiplicar la notoriedad de los artistas, al mismo tiempo que generaba inmensos beneficios.
El éxito que Gérôme obtuvo gracias a la reproducción fotográfica de sus obras fue recibido con hostilidad por parte de la crítica. Emile Zola lo tachó de “cínico fabricante de imágenes anecdóticas para el consumo popular”. Esta polémica se describe en Jean-Léon Gérôme. Pintura de arena y seda, de Abraham Ramírez Martín, la única obra en español acerca de este artista francés. El libro va más allá de los prejuicios que rodearon a Gérôme y permite acercarse a su obra y a su vida con detalle.
Veamos ahora algunos de los trabajos más importantes de Jean-Léon Gérôme:
1. Androcles (ca. 1902)
Esta obra se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires (no expuesta al público). No se tienen datos certeros de su procedencia, ya que la pintura ingresó al museo como parte de la donación de Ángel Roverano. Según el catálogo razonado de Gerald Ackerman, Gérôme pintó este cuadro hacia 1902, probablemente en relación con el bronce dorado Les mendiants. Date obolum Androcoli (ca. 1898), en el cual se observa a Androcles parado sosteniendo una vara y al león sentado en calma cerca de él.
La fábula de Androcles, además de presentar un episodio de la antigua Roma, le permitía combinarla con la temática de los leones solitarios, recurrente en su producción entre 1885 y 1895. Conociendo la búsqueda de un realismo fotográfico por parte de Gérôme, los trazos del pincel que se aprecian en este lienzo y la línea negra que dibuja las formas sugieren que se trata de un boceto o estudio para un cuadro mayor.
En la cueva donde el esclavo romano se ha refugiado, lo vemos retirar la espina de la pata del animal dolorido, en el acto que posteriormente le salvaría la vida: el felino lo reconocerá y se tenderá a sus pies en vez de atacarlo como pretendía el emperador. A las fuentes clásicas propuestas como base para esta historia, puede agregarse la fábula de Esopo, cuyas versiones circularon ampliamente en siglo XIX.
2. Trabajando el mármol (1890)
En esta pintura Gérôme se retrata a sí mismo en plena labor creativa. Vemos al artista en la intimidad de su taller, modelando el mármol –evidentemente, la escultura en la que trabaja es Tanagra– frente a la modelo posando. Este óleo sobre lienzo se encuentra en el Museo de Arte de Dahesh de Nueva York, el único museo en los Estados Unidos dedicado a la colección y exhibición de arte académico europeo de los siglos XIX y XX.
También aparece, al fondo de la imagen, en la pared, su pintura Pygmalion y Galatea, las vistas frontales, hecha ese mismo año. La escena la toma de Las metamorfosis de Ovidio y representa al escultor Pigmalión besando su estatua Galatea en el momento en que la diosa Afrodita le da vida. El Museo sostiene en su descripción que esta pintura “evoca poderosamente la interacción continua entre pintura y escultura, realidad y artificio, además de resaltar la naturaleza inherentemente teatral del estudio del artista”.
3. Tanagra (1890)
Las estatuillas de Tanagra eran figuras de terracota griegas producidas hacia finales del siglo IV a.C. y llevaban el nombre de la ciudad beocia de Tanagra, donde fueron halladas muchas de ellas, aunque se producían además en otras ciudades. Se recubrían con un engobe blanco líquido antes de cocerlas y, a veces, después se pintaban con tintes naturalistas con acuarelas. Aunque no son retratos, las figuras de Tanagra representan mujeres reales (y algunos hombres y niños) con trajes elegantes pero cotidianos, con accesorios familiares como sombreros, coronas o abanicos.
Gérôme creó su Tanagra en mármol policromado como personificación del “espíritu de Tanagra”, su propia invención mítica ligada a esas estatuillas griegas. La figura femenina está sentada muy erguida sobre un montículo de excavación. A sus pies se encuentran las herramientas que aluden tanto a la excavación arqueológica como al papel del escultor. En la palma levantada de la mano de Tanagra hay una figura de una bailarina del aro (invención del propio Gérôme, inspirada en una figura real de Tanagra, pero no una copia de ella). Tenemos aquí, entonces, una estatua sosteniendo otra estatua. La más grande se encuentra en una postura rígida, mientras que la más pequeña es una figura giratoria en movimiento.
La escultura, de poco más de un metro y medio de altura, se mostró por primera vez en el Salón de París de 1890 y hoy se encuentra exhibida en el Musée d’Orsay. Gran parte de la policromía se ha descolorido y la bailarina del aro está dañada (faltan parte del aro y el brazo derecho).
4. El Torso de Belvedere es mostrado a Miguel Ángel (1849)
El Torso de Belvedere es un fragmento de la estatua de un desnudo masculino firmado por el escultor ateniense Apolonio de Atenas. La pieza del siglo II a.C. fue descubierta en su estado actual en el Campo dei Fiori durante el papado de Julio II (1503-1513) y parece representar a esta figura humana (Hércules, Polifemo… aún se discute acerca de esto) sobre un animal. El torso retorcido con su extraordinaria representación de la musculatura tuvo una gran influencia en artistas posteriores, como Miguel Ángel y Rafael Sanzio, entre otros. El nombre de “Belvedere” obedece al Cortile del Belvedere, donde la estatua fue expuesta inicialmente. En la actualidad se encuentra en los Museos Vaticanos.
Gérôme se imagina en su pintura de 1849 a un anciano Michelangelo Buonarroti disfrutando de la célebre estatua por medio del tacto, ya que al parecer está ciego, mientras un niño guía su mano. Hasta donde sabemos, Miguel Ángel nunca perdió la vista, pero sí era un admirador del Torso. Y es ese amor por su oficio de escultor lo que nos quiere mostrar Gérôme en esta obra que condensa su propia pasión por la historia antigua, por el arte clásico y por la escultura.
La imagen muestra, al mismo tiempo, el contraste entre vejez y juventud; tacto y vista; mármol blanco y color en la gente real… El pasado y el futuro del arte.
5. El dolor del pachá (1885)
A Gérôme le gustaba pintar escenas orientalistas. Para El dolor del pachá encontró inspiración en un poema de Victor Hugo del mismo nombre incluido en Les Orientales de 1829. El autor describe al pachá descuidando todo para entregarse al duelo provocado por la muerte de su amado animal:
¿Qué le pasa a este pachá, a quien la guerra reclama?
¿Y que, triste y soñador, llora como una mujer?
Su tigre nubio murió.
La pintura de Gérôme se toma algunas licencias: la arquitectura debe recordar el Oriente, pero el artista copió el fondo del Patio de los Leones de la Alhambra. Los candelabros son uno de estilo turco otomano y el otro de estilo safávida iraní. El atuendo del gobernador se acerca al de su retrato del general griego Markos Botsaris.
El animal yace en el centro de la escena, con la cabeza apoyada sobre una almohada de flores frescas y el cuerpo enmarcado por dos imponentes candelabros y un incensario. La firma del artista “JL GEROME” se encuentra en el pie del candelabro situado más a la izquierda.
El dolor del pachá se encuentra en el Museo de Arte Joslyn, Omaha, Nebraska, Estados Unidos.
6. La Verdad saliendo del pozo (1896)
El cuadro también es conocido como “La Verdad saliendo de su pozo para avergonzar a la humanidad”. Para Gérôme, la verdad era una “noble diosa a quien siempre he respetado, siempre he seguido”. De hecho, consideraba que su misión en la vida era “dar la ilusión de lo verdadero”.
Para representar alegóricamente a la verdad, plasma en este lienzo el cuerpo desnudo de una joven que sale de las profundidades de un pozo. La verdad no debe ocultar nada, por eso se la representa desnuda. La mujer emerge del pozo gritando. Gerôme la pinta con un látigo en la mano, que puede interpretarse como instrumento de castigo para los que la ofenden. Su evidente enojo está reñido con su desnuda vulnerabilidad. La palidez de su piel se ve acentuada por la piedra oscura y fría y las profundidades del follaje detrás de ella. Arriba, una luz fantasmal azul y roja se proyecta sobre el ladrillo, creando la escena del atardecer.
El mensaje detrás de la narrativa de Gérôme es ambiguo. El artista rara vez produjo piezas alegóricas y el significado detrás de esta pintura ha sido tema de debate. A nivel denotativo, el lienzo es una traducción literal del dicho del filósofo griego Demócrito: “La verdad está en el fondo del pozo”. Sin embargo, el director del Museo Nacional Eugène Delacroix, Dominique de Font-Réaulx, sugirió que la obra servía como una afirmación de las elecciones artísticas del propio Gérôme: “Estas representaciones de la Verdad fueron realizadas por un artista anciano cuyos modales y estilo habían sido severamente cuestionados por una generación más joven de artistas, incluidos en particular los impresionistas, a quienes se opuso intensamente”.
Siguiendo esta línea interpretativa, la figura de la Verdad representaría la superioridad de su estilo realista y su búsqueda de la precisión en la pintura. Una reseña de la época decía que la mujer sale del pozo “muy enojada”, pero no se sabe “si está enojada con los artistas, los críticos o su tintorería”.
Esta obra de Gérôme no fue tan celebrada como algunas de sus primeras pinturas. Sin embargo, sigue siendo especialmente relevante hoy en día como un improbable meme feminista del que se han reapropiado las redes sociales como símbolo de la ira femenina.
El óleo se encuentra en el Museo Anne-de-Beaujeu, Moulins, Francia.