Hace mucho tiempo que no se veía en un festival de cine de renombre internacional que un grupo de personas (quinientas catorce, exactamente) firmasen una carta demandando que no se estrene una película determinada y que, luego de que el pedido fuera desechado, otro grupo de personas hiciera un acto en la entrada a la sala del estreno tratando de impedir la proyección. Bueno, todo esto —que suena a prácticas ultramontanas— sucedió en el último Festival de San Sebastián, el más prestigioso de España, que se realiza año tras año en la ciudad del mismo nombre del País Vasco. Todo tuvo que ver con el documental No me llame Ternera, de Jordi Évole y Màrius Sánchez: una larga entrevista a Josu Urrutikoetxea, dirigente del aparato internacional del grupo separatista vasco ETA (Euskadi Ta Askatasuna, que significa “País Vasco y Libertad” en euskera)
La organización armada, cuya actividad durante 60 años estuvo marcada por la impronta de sus atentados que costaron la muerte de 864 personas, en su mayoría miembros de las fuerzas de seguridad, pero también civiles (fallecidos en atentados como “daños colaterales”), empresarios que se negaban a pagar el “impuesto revolucionario”, periodistas y hasta niños, se disolvió en 2018 luego de largas negociaciones con el Estado español. La entrevista a Urrutikoetxea, cuyo seudónimo era “Josu Ternera” —pero del que quiere desligarse, de allí el título del film—, permite conocer desde adentro de ETA el desarrollo mismo de su historia.
Urrutikoetxea militaba desde los 17 años, actividad que cesó -según sus palabras- cuando abandonó ETA en 2013. También brinda detalles de las negociaciones de paz, ya que el entrevistado había llevado adelante las conversaciones hasta su fracaso en 2013 (que, de todas maneras, propiciaron la declaración del alto al fuego por parte de ETA en 2011), decidido la dirección etarra que no accedía a abandonar las armas. Urrutikoetxea vive bajo libertad condicional en el País Vasco francés y se encuentra aprobado un dictamen para su extradición a España. Actualmente tiene 73 años.
Si a primera vista este parece ser un tópico válido para desarrollar un film documental; 514 ciudadanos, entre ellos los escritores Fernando Aramburu y Félix de Azúa, el filósofo Fernando Savater y familiares de víctimas de atentados etarras, publicaron a principios de septiembre de 2023 una carta abierta demandando que la película no se exhibiera, ya que: “hacerlo es blanquear el terrorismo y banalizar crímenes gravísimos por los que Josu Ternera, aún prófugo de la Justicia, afronta una petición fiscal de 2.354 años de cárcel”.
La carta finalizaba diciendo: “En esta confianza pedimos a Zinemaldia (nombre del festival en vasco) que excluya por completo de su programación ese documental y cualquier otro análogo que puedan producir en el futuro”. La dirección del Festival desechó tal opción. El día del estreno un grupo de personas se manifestó en la sala para impedir su proyección, pero fueron invitados a retirarse por personal de seguridad.
Netflix acaba de estrenar No me llame Ternera, un documental que es una entrevista, pero que es bastante más que eso. Es, incluso, un documento histórico: no se conocen testimonios de dirigentes de ETA del nivel y trayectoria de Urrutikoetxea que expliquen su militancia en la organización armada desde una mirada política; pero también desde una perspectiva personal, que abarcan cinco décadas de la historia reciente de España, y que sean confrontados por los actos de terrorismo que costaron centenares de vidas civiles —o los ajusticiamientos de ex militantes etarras—. El entrevistador —uno de los directores, Jordi Évole— hace preguntas atinadas, repregunta y revela elementos que no formaban parte del archivo, como la participación de Urrutikoetxea en un atentado que terminó con la vida de un alcalde franquista de un pueblo vasco y dejó a un guardia civil herido, acto por el que jamás había sido juzgado.
Así comienza el film: con la entrevista al guardia civil, un hombre mayor ya, que cuenta el atentado y las heridas que sufrió, pero sobre todo cómo al sobrevivir era despreciado por los habitantes del pueblo donde había acontecido el hecho. El desprecio social a un sobreviviente a un atentado antifranquista dice mucho de una época turbulenta. Y a esa época se refiere Urrutikoetxea, quien ingresó en ETA en 1971, cuando aún vivía Francisco Franco.
El antiguo etarra cuenta la división de tareas del grupo armado: el ala política, el ala militar, el ala cultural y el ala internacional. Según Urrutikoetxea, él formó parte del área cultural y la internacional, pero nunca del área militar. Dice jamás haber matado. Aunque sí indirectamente, ya que revela su participación en tareas colaterales al hecho central en el atentado contra el alcalde y luego en el ataque contra el presidente (designado por Franco) Luis Carrero Blanco, cuyo automóvil explotó de tal modo que fue encontrado en la azotea de un edificio vecino, mientras un cráter se expandía por la calle donde transitaba. Urrutikoetxea había participado del robo de la dinamita con que se realizó la operación.
Cuando el entrevistado recuerda que fue criado en una familia campesina vasca y católica, Évole le pregunta qué mandamientos ha incumplido. Urrutikoetxea reconoce no haber cumplido el “No robarás”, pero asegura no haber roto aquel que dice “No matarás”. Sin embargo, defiende el método terrorista de ETA: el cobro del impuesto revolucionario a los empresarios vascos (“si no, no habría forma de financiar la organización”), los ajusticiamientos de ex etarras y otras acciones escabrosas.
Sobre los ex etarras se refiere al caso de Yoles, una ex dirigente que rompió con ETA y se marchó a México. Con él, Urrutikoetxea tenía un conocimiento personal y hasta lo había visitado en México. Al regresar a España, Yoles tomó contacto con el Ministerio del Interior para su reintegración, lo cual decidió su futuro. “Para la organización”, dice Urrutikoetxea, “el involucramiento con las fuerzas del Estado marcaba un camino a seguir”. Cuando se le pregunta si estuvo de acuerdo, admite que no cuestionó a la dirección etarra.
De un modo paradojal, Urrutikoetxea defiende a ETA por el atentado de 1987 al supermercado Hipercor, donde explotó un coche bomba que causó la muerte de 21 personas y heridas a más de 40. Miembros de ETA llamaron a la policía indicando que debían desalojar el lugar antes de cierta hora, porque se produciría la explosión. “Fue culpa del Estado, que debe proteger a las personas, y no desalojó”, dice Urrutikoetxea. Se trata de una defensa improbable del atentado terrorista: cualquier otro percance hubiera podido haber hecho explotar la bomba y con esa argumentación no sería culpa de la organización armada.
Del mismo modo, defiende los atentados a las casas familiares de las guardias civiles de distintos pueblos vascos, que ETA señaló como blancos y que, según Urrutikoetxea, deberían haber sido desalojados entonces. En varios ataques contra esas viviendas murieron niños y así se lo dice el periodista al antiguo dirigente etarra.
Se trata de un film controversial según las respuestas que obtuvo, que van desde la acusación de blanquear el pasado de un terrorista a que Urrutikoetxea declarara no estar de acuerdo con el resultado final, ya que “le falta contexto político histórico”: el ex dirigente hubiera querido un examen del conflicto histórico del Estado español y el País Vasco.
Sin embargo, ese conflicto queda a trasluz durante toda la película. El periodista insiste en el intento de una admisión de responsabilidades políticas y legales de ciertos acontecimientos de la historia española reciente, pero logra algo mejor: que un testigo privilegiado de esos acontecimientos cuente su punto de vista sin que se convierta en un panegírico de su propio pasado. En todo caso, muestra las heridas no cerradas de un planteamiento político que hoy, ya no mediante el terrorismo, pero sí a través de otras vías, sigue siendo parte del panorama político del País Vasco.
Es una buena manera de saberlo para los espectadores que, lejos de la península ibérica, hemos podido conocer mediante la prensa, la literatura o ciertos estudios especializados. Y no mediante el testimonio de un ex dirigente pronto a ser extraditado, que quiere dar a conocer su parte en el asunto. No es un hecho, en el campo del documental, menor.
[Fotos: Europa Press - EFE - Getty Images Europe - Prensa Netflix]