El problema del criterio ha desvelado a filósofos de todas las épocas. ¿Cómo elegir? ¿Mediante qué parámetros validamos una obra y descartamos otra? La arbitrariedad se presenta hoy como el punto de partida. No existe un criterio aséptico para explicar nuestras elecciones, en ellas inciden afectos, temores, deseos, y múltiples circunstancias que exceden la dimensión racional de los protagonistas. Quien pretenda sostener la existencia de un criterio objetivo estará apostando fuerte por algún interés inconfesable. Ningún criterio es objetivo, mucho menos neutro, por el simple hecho de que el criterio de selección modifica al objeto seleccionado. Podríamos afirmar (siguiendo a Nietzsche), el criterio somos nosotros, de ahí la necesidad de darle un marco racional (ficcional) a nuestras elecciones. Nos sumergimos en la fascinante tríada filosófica: creencia, saber y verdad.
Ahora bien, que la objetividad sea una fantasía positivista no implica validar cualquier enunciado, al contrario, debemos tender a la objetividad, y para eso la crítica construye (o improvisa) herramientas con lo que tiene a mano (psicoanálisis, marxismo, sociología, etc.). Es la tarea más difícil, la del crítico, sobre todo cuando pretende confeccionar una lista que pondere lo mejor del año de la cultura de un país, o del arte de un país como la Argentina, con Buenos Aires como epicentro, embudo, promesa.
El criterio es básicamente un recorte. Del mundo, elijo Argentina. De la cultura, acoto a libros, películas y muestras de arte. De la historia, el 2023. Pero qué sucede, por ejemplo, con un libro publicado en 2022 y leído a comienzos de 2023. ¿Queda afuera? Y si planteo ceñirme a los límites argentinos, ¿podría incluir una obra extranjera? ¿Conspira contra la seriedad del ejercicio la sumatoria de excepciones? Justamente, lo mejor del año significa la excepción a la regla, lo que difiere, lo extraño dentro de lo familiar.
Una de las siete grandes películas de 2023 a nivel mundial (no entra en el recorte porque es francesa), Anatomie d’une chute, dirigida por Justine Triet, ganadora de la Palma de Oro en Cannes, sintetiza magistralmente el problema del criterio. La elección de este film me entusiasma porque funciona como modo de exponer el criterio y como producto de la elección según ese mismo criterio (aunque por fuera del criterio general del texto).
Llegando al final de Anatomie d’une chute se entabla un diálogo definitorio para el devenir de la trama:
-En realidad, cuando nos falta un elemento para juzgar algo, la falta es insoportable, todo lo que podemos hacer es decidir, ¿entiendes?...Para superar la duda, a veces tenemos que decidir inclinarnos para un lado o para el otro, ya que necesitas creer una cosa, pero tienes dos opciones, debes elegir.
-Entonces, ¿tienes que inventar tu creencia?, ¿eso significa que si no estoy seguro tengo que fingir que estoy seguro?
-¡No!, estoy diciendo que decidas. No es lo mismo.
Empecemos por los libros. Son cuatro ensayos. Prácticamente abandoné la lectura de novelas (“lo bien que hiciste”, me dijo alguien). El primero requiere cometer una excepción porque fue publicado en 2022, pero ya hablé de las excepciones.
Lo que no vemos lo que el arte ve, de Graciela Speranza.
Lo que sobra, de Damián Tabarovsky.
Sobre la interpretación, de Alberto Giordano.
Pasajes de escritura, de César Mazza.
Sigamos con las artes visuales. En ningún caso el orden supone jerarquía, sin embargo, a pesar de aclararlo el efecto de jerarquización se produce igual (¿y si el efecto se produce por aclarar?). Puedo rogarle al lector que se abstenga de asignarle a la ordenación de las obras un orden de calidad, pero todo intento en este campo será vano. Lo aclaro, y la aclaración pierde consistencia apenas la enuncio. Propongo entonces un orden cronológico, el más objetivo de los órdenes, aunque las muestras más recientes corran con ventaja. Elijo diez (prefiero once) del centenar que visité.
Chorros, Agustina Woodgate, Barro.
Extremo Sur, Magdalena Jitrik, W-Galería.
Daniel Leber en Smol.
Algo parecido a un beso pero más débil, Martín Legón, El Vómito.
Luz y fuerza, muestra colectiva, MALBA.
Paisajes, Valeria Maggi, Constitución.
Usted está aquí, Alberto Goldenstein, Nora Fisch.
Comechiffones, Chiachio & Giannone, Ruth Benzacar.
287.5 kg, Lucía Reissig, Móvil.
Casi, Inés Beninca, Selva Negra.
Rara Avis, Rosa Mercedes González, The White Lodge.
Dentro del sostenido declive que viene padeciendo el cine argentino, un grupo de películas descollaron, al punto de competir mano a mano con cualquier producción internacional. Habré visto doscientas películas, en casa, en el Gaumont, en el MALBA, en el Museo del Cine. No dudo un instante:
Trenque Lauquen, de Laura Citarella.
Clorindo Testa, de Mariano Llinás.
La tetralogía del tenis (tres son de 2022, la última de 2023), de Lucía Seles.
Los delincuentes, de Rodrigo Moreno.
Lógicamente, no vi todas las películas ni leí todos los libros ni visité todas las muestras. El recorte es mi recorte particular, recorte del recorte, recorte del recorte del recorte.
Cuando abordo el problema del criterio apunto a develar (¿forzar?) lo común en las obras, el manto unificador de artistas (en sentido amplio) de diversos géneros, orígenes, tradiciones y estéticas. Obras concebidas con presupuestos diferentes. Y no me refiero a presupuestos en términos económicos, sino a los supuestos sobre los cuales descansan las motivaciones artísticas.
De algunos autores soy amigo, de otros muy amigo, a cuatro apenas los conozco, con tres de ellos ni siquiera crucé una palabra. ¿Estos detalles impugnan mi elección o la enaltecen? ¿Si me dedico a la crítica, cómo desconocer a los integrantes del campo cultural? ¿La amistad no implica un grado de admiración? ¿Lo afectivo, en el contexto contemporáneo, no es el primer motor de la crítica? (razón por la cual la crítica perdió su carga de negatividad).
Síntesis formal, diálogo con la tradición, carácter ensayístico de la propuesta; a veces humor, otras, absurdo; trabajo denodado con el leguaje propio, que conduce a erosionar lo naturalizado y a abrir nuevos horizontes perceptivos, es decir, nuevos mundos. En cada una de las obras existe, además, un resquicio de incertidumbre en el que los y las artistas se desconciertan frente a su práctica, la conocen a medias, ignoran adónde conduce el camino.
Para no granjearme enemistades, voy a cerrar el texto con dos citas del filósofo francés Maurice Blanchot, aparecen en El espacio literario (nota: cuando hablo de filosofía menciono, implícita o explícitamente, autores franceses y alemanes, ningún argentino en el horizonte, ¿será que la filosofía, en nuestro país, se ejerce en el arte, la literatura, el cine?). Son fragmentos reunidos de distintas páginas, pero ¿de qué se trata el arte sino de juntar elementos heterogéneos y esperar el milagro de la creación, o sea, el misterio?
…hay que ser capaz de satisfacerse con la muerte, de hallar en la suprema insatisfacción la suprema satisfacción y de conservar, en el instante de la muerte, la claridad de la mirada que proviene de ese equilibrio. Ese contexto está entonces muy próximo a la sabiduría hegeliana, si ésta consiste en hacer coincidir la satisfacción y la conciencia de sí, en encontrar en la extrema negatividad, en la muerte hecha posibilidad, trabajo y tiempo, la medida de lo absolutamente positivo
…El arte tal vez exija jugar con la muerte, tal vez introduzca un juego, un poco de juego, allí donde no hay recurso ni dominio.