Hace muchos años, el historiador de fotografía Abel Alexander me explicó que gran parte de la rica historia de los fotógrafos argentinos se conoció gracias a la tarea de los nietos que buscaron conocer más sobre sus abuelos.
Esa enseñanza la tomé como un mandato y ante cada pista que aparece sobre Pinélides Aristóbulo Fusco voy para ver qué encuentro. La que sigue es una historia tan curiosa como otras que permiten seguir conociendo su obra.
Seis meses atrás recibí en mi cuenta de instagram un mensaje de alguien que no conocía: “Buenos días!!! Mi nombre es Iris Dalmazzo, soy del partido de Quilmes, quisiera comunicarme con usted, para entregarle en mano material fotográfico de su abuelo entre los años 1939 y 1944″, leí más incrédulo que sorprendido y respondí. Ese día la charla por chat apenas quedó en un intercambio de saludos.
El 3 de noviembre desde el usuario estampas_arg recibí un segundo mensaje: “Buenas tardes Matías, mil disculpas por no contestarle en tiempo y forma, tuve inconvenientes de salud, sepa entender me operaron, ahora estoy bien. Quisiera saber cuándo podamos encontrarnos para entregarle y contarle cómo llegaron a mis manos. Muy atentamente Iris Dalmazzo”.
La saludé, le pregunté cómo estaba y rápido anunció “Le mando unas fotos” y segundo después apareció en mi celular, una imagen de mi abuelo joven, mi abuela Sebastiana amamantando y el dorso de una imagen con el sello inconfundible de la cámara y la palabra FUSCO arriba de la primera dirección en la que vivió con su familia, Pavón 3150 Dto D Buenos Aires. Me quedé petrificado.
Nunca había visto esas fotos y jamás había accedido a ese sello en tinta verde. Conocía otro, similar pero diferente, que mi abuelo usó varios años después. Increíble, apenas atiné a escribir y ella me dio una lección de humanidad al decirme: “Qué suerte que puedo entregarlo”.
Mi curiosidad me asaltó y le pregunté cómo le habían llegado y me respondió que las encontró en una bolsa de basura en 2013. Me dijo si “tenía un lugarcito” para encontrarnos, darme las fotos, que eran “varias” y agregó “te juro que busqué muchísimas formas de comunicarme y ahora estoy tranquila que llegan a tus manos”.
Mi abuelo fotógrafo, Pinélides Aristóbulo Fusco, era hijo de Américo y María Elena, nació el 26 de diciembre de 1913 en un conventillo de Buenos Aires. Su nombre inédito fue reemplazado con el apodo Pinucho que hizo todo más fácil durante su cursada en la primaria, secundaria y terciaria en el Mariano Acosta, donde egresó primero como maestro y luego como profesor de Letras. Allí durante la secundaria trabó amistad con Julio Cortázar, con quien compartió el curso y la redacción de Addenda, la revista del Centro de Estudiantes.
Con sólo 20 años ya estaba a cargo de un grado en una Escuela de La Boca y antes de llegar a los 30 comenzó a alternar el delantal blanco de maestro, con la cámara y el anotador de fotógrafo y periodista en las revistas Radiolandia y Vosotras. En la primera, escribió una columna que firmaba como Cambicha, un cuento que ocupaba una página de la revista con la volanta “Cuadritos del hogar”. En la otra, era reportero gráfico y compañero de Annemarie Heinrich, que hacía los retratos de los artistas que la revista llevaba en tapa. Con ella, en 1952 fundaría el grupo de fotografía La Carpeta de los Diez.
A partir de 1943 integró la revista Rico Tipo desde el primer número hasta que comenzó a realizar coberturas para el gobierno peronista a fines de 1948 a las órdenes de Raúl Alejandro Apold. Trabajó en presidencia hasta el derrocamiento de 1955.
En esa etapa hizo sus obras más famosas; como la conocida como Evita montonera, el abrazo de Perón y Eva el día del renunciamiento o la que se reproduce en el ministerio de Desarrollo Social sobre la Avenida 9 de Julio. Esas fotos permanecieron ocultas más de 40 años gracias al cuidado que hicieron de ellas familiares de Fusco después del golpe de Estado.
En Rico Tipo publicó durante cinco años la sección fija A primera vista, en la que sólo había una foto apoyada por una palabra o, en algunas ocasiones, por una frase. También trabajaba en conjunto con el ilustrador Cotta quién componía unos muñequitos en un material que pareciera ser arcilla. El abuelo los fotografiaba y se publicaban semana a semana en esa revista que llegó a vender 250 mil ejemplares.
En suma, lo que Iris tenía en su poder eran fotos de esta etapa previa a la obra más reconocida de Fusco. Una vez más, las fotografías del abuelo Pinucho aparecían ante mí de una forma inesperada.
En diciembre retomamos el contacto y acordamos encontrarnos. Iris llegó acompañada de una amiga a la que no le había permitido ver las fotos para que no se dañen. Estaba emocionada de poder entregarlas. Puso una enorme bolsa sobre la mesa y sacó dos cajas de papel fotográfico como las que tantas veces vi 40 años atrás en el departamento de mi abuelo.
Decenas de fotos de todos los tamaños y organizadas de la más grande a la más pequeña, que poblaban esas viejas cajas de cartón. No eran varias, eran más de 200. Una tapa tenía la letra inconfundible del abuelo. La primera que encontré fue la selfie que publiqué en mi libro Fusco, el fotógrafo de Perón en 2017. Es un pequeño cuadrado en el que la imagen de Pinucho tomando la fotografía en su cámara Rolleiflex se refleja en un espejo. Con otra cámara, el abuelo repite su estrategia de fotografiarse en el espejo, segunda selfie.
Mientras veíamos las fotos entre los tres, Iris contó que durante muchos tiempo tuvo un negocio de iluminación y antigüedades en San Telmo. Un día de 2013 un vecino que la conocía bien le avisó que a una cuadra había un container repleto de libros y cosas que a ella podrían interesarle. Ella dejó el local por unos minutos y encontró una bolsa con esas cajas que se llevó para su casa. Apenas las ojeó y durante años las dejó sobre un estante sin darle mayor importancia.
Por esos años, luego de cerrar su comercio en San Telmo, comenzó a estudiar fotografía con el mismo amor con el que colecciona cámaras y álbumes de figuritas. Como tarea, su profesora le pidió indagar en la obra de tres fotógrafos, uno de ellos fue Fusco, lo que activó la memoria de Iris que volvió a esas cajas donde creía haber leído ese apellido y, para su regocijo, lo confirmó y empezó a investigar. Eso la llevó a saber de mi existencia y así fue como decidió buscarme para entregarme las dos cajas con fotos.
La información que Iris me dio en su primer mensaje era correcta, el grueso del material son fotos familiares con la fecha escrita por mi abuelo en la parte de atrás. Hay también varias de la época de Rico Tipo y otras tantas de su etapa como fotógrafo publicitario. Estas cajas contienen una maravilla desconocida: hay fotos de un fotógrafo que fue gran amigo del abuelo con el que compartieron coberturas durante el peronismo, Alfredo Mazzorotolo. Imágenes del abuelo, con su esposa Sebastiana y sus tres hijos tienen el sello de él en el dorso. Es fácil advertir la gauchada del amigo, hacer las fotos de una fiesta familiar de Fusco.
Pinucho y Alfredo vivían en el mismo barrio de edificios, el Simón Bolívar en Parque Chacabuco. Cuándo el trabajo les daba un rato de paz, se encontraban en alguno de los departamentos a tomar mate y a conversar sobre la realidad. Tenían una amistad que se entrelazaba con la pasión por el peronismo y la responsabilidad con el periodismo.
Juntos se despidieron de sus hijas y salieron de la esquina de Curapaligüe y Avenida del Trabajo (hoy Eva Perón), cuándo comenzó el bombardeo a la Plaza de Mayo de 1955. Es posible que hayan sido los únicos dos fotógrafos que hayan registrado la destrucción porque en la zona se estableció un perímetro que impedía el ingreso.
Es muy posible que las fotos que se conocen sean de ellos, la ausencia de firmas de los fotógrafos en los archivos impiden confirmar esta conjetura. Ambos, luego de esa cobertura se dieron cuenta que la caída del peronismo era inminente y tomaron sus resguardos pensando en la historia: Pinucho escondió las fotos en una curtiembre familiar de Nueva Pompeya y Alfredo las enterró en un campo en Micaela Cascallares, provincia de Buenos Aires.
Antes de irse, Iris me cuenta que con su amiga militaron para Alfonsín en 1983 y que creció en una casa que les dio Evita en Francisco Solano, a la que hoy está convirtiendo en museo gracias al esfuerzo de su hijo y de las cosas que junta o compra para poder enseñarle a los chicos como se vivió en Argentina entre los 40 y los 80.
Me muestra fotos con objetos bellamente restaurados, narra su cariño por el tango, me enseña su cuenta de TikTok y va pasando fotos en su celular con decenas de cosas hermosas que cuida para poder cumplir con su sueño de inaugurar el Museo Estampas Argentinas.
Gracias a Iris, mi familia puede tener estas imágenes y la historia de la fotografía argentina reconstruir algo más de la vida curiosa de uno de sus mejores fotógrafos.