40 años de “El entenado” de Saer: lectura coral de una novela extraordinariamente hipnótica

Cuatro décadas atrás, con el inicio de un nuevo período democrático del que aún gozamos, el escritor nacido en Serodino publicó un libro extraño, experimental e impactante. En esta nota, diez agudos lectores lo analizan

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Juan José Saer, autor de "El entenado", pero también de una gran obra que incluye cuentos, novelas y poemas
Juan José Saer, autor de "El entenado", pero también de una gran obra que incluye cuentos, novelas y poemas

Un grumete, un aprendiz de marinero, un muchacho es el protagonista de esta novela, El entenado, publicada en 1983, hace cuarenta años ya. Estamos en el siglo XVI, a bordo de un barco español que en su travesía por el Nuevo Mundo se mete en “las costas vacías” del Río de la Plata. Entonces irrumpen las flechas. Agazapados, invisibles, los indios colastinés matan a todos y dejan a vivo al muchacho. No le dicen qué harán con él, si su destino es la muerte, si ahora será su prisionero, si alguna día será liberado. En esa incertidumbre extrema se arremolina la novela. Es una cultura nueva con una relación muy diferente con la existencia, con la finitud, con la trascendencia que tiene Europa. El grumete mira con los ojos del extrañamiento y se topa con la complejidad del mundo, con su carácter irreductible. Pero es liberado muchos años después y, ya grande, en sus últimos días, narra aquellos acontecimientos. Eso es El entenado de Juan José Saer.

En la bibliografía saereana, El entenado está justo en el medio. La primera novela es Responso, en 1963, aunque el primer libro fue de cuentos y salió en 1960. La última es La grande, de 2005, mismo año de su muerte. En el medio, esta novela extraña, que sorprendió cuando salió y sigue sorprendiendo, incluso hoy, ahora, por la potencia de su ambición. Cuando el muchacho cree que reina el pacifismo, la tribu se revela antropófaga. Es testigo de la gran fiesta donde se comen a los miembros de su tribulación y lo cuenta con un nivel de detalle muy preciso. Pero la novela no tiene solo un buen argumento, sino que el estilo de Saer envuelve a esta historia en una narración hipnótica que le permite sumergirse en temas profundos, trascendentales, existenciales, produciendo una experiencia de lectura realmente inolvidable. A continuación, diez agudos lectores analizan este libro, hito y baluarte de nuestra intrépida literatura.

Juan José Becerra, escritor y periodista

El entenado es una excepción formal en la obra de Saer. Repararía en que en nombre de escribir las memorias de alguien, incurre como casi nunca en la primera persona, que es un recurso que tiende al pronunciamiento de una voz. Ese es el detalle clave, mucho más que la historia que se evoca. Lo que importa no es la cuestión histórica sino la cercanía entre el lenguaje de Saer, cuya ley es entregarse a la descripción y el análisis de las percepciones, y lo más íntimo de la memoria. Es por ese vínculo cercano que el libro es suelto, fluido y su prosa suena más natural que sus pruebas vanguardistas. Acortar la distancia entre el campo sensual y el del lenguaje desplaza un poco el campo mental, dominante en Saer, y entonces tenemos una novela con más aire en su interior que las otras.

Hinde Pomeraniec, periodista y escritora

La leí mucho, la estudié mucho. La regalé y la recomendé y sigo pensando que aunque no es de las primeras novelas de Saer, El entenado es una gran puerta de entrada a su obra y a obsesiones que laten en sus relatos como el tiempo, la memoria, el río y la percepción del mundo. Tengo una historia de amor con esa novela y, a medida que pasa el tiempo, refuerzo la idea de que muchas veces es eso, lo personal, la anécdota chiquita, cuándo leíste, dónde, con quién, lo que trasfunde la energía que determinada obra tendrá para siempre en la lista de tus predilecciones. En mi caso, fue a través de El entenado que conocí a Nicolás Rosa, uno de mis grandes maestros. Nicolás -que era de Rosario- dictó un seminario sobre esa novela de Saer en la UBA y a partir de entonces toda la literatura pareció comenzar de cero para mí. Quedan de ese recorrido por el peculiar relato de la Conquista que hace Saer escenas que no se olvidan, como la fiesta triste, con la orgía de los indios y el asado horroroso de carne española, a la que no le falta el chimichurri. O el “def-ghi”, ese singular vocativo con el que llamaban al narrador/cronista esos indios, cuyo propósito era permanecer en la memoria del testigo de su cultura.

Actual edición de “El entenado” de Juan José Saer
Actual edición de “El entenado” de Juan José Saer

Fernando Duclos (Periodistán), periodista y escritor

Leí El entenado hace aproximadamente diez años. Lo leí en un momento en el cual me apasioné completamente por Saer. Glosa fue la primera novela que leí de él y después ya no pude parar. Me metí en ese universo saeriano de personajes entrañables como Tomatis, Pichon, Garay, y realmente no pude parar. Mientras me pasó todo esto yo estaba viajando por África. Leía los libros de Saer en el micro viajando por Kenia, por Uganda, por Burundi. Todo tiempo libre que tenía principalmente en el transporte público estaba con Saer, y con Piglia también. Lo que narra El entenado es esa experiencia fundamental, genética, insoslayable del encuentro con otra cultura, y todo lo que se puede generar en términos de malentendidos. Y cómo la otra cultura entiende la vida, la muerte, categorías completamente diferentes que en muchos casos tocan nuestra experiencia vital. También todo lo referido al exceso, al derroche, a la celebración, al festejo, al sexo, el ritual... todo está íntimamente atado a la vida y a la muerte. Es el carnaval bajtiniano: la vida y la muerte están todo el tiempo juntas, influyéndose mutuamente. Lo que para nosotros es un exceso, para ellos es simplemente la vida. Nunca lo vi tan bien reflejado como en esa novela. Cuando la leí, yo estaba también descubriendo el mundo, descubriendo otras culturas, estaba en África y entonces se formó como una sinergia. Es una novela que además va en un in crescendo constante hasta que al final es el éxtasis, casi como la celebración pagana. Es una novela que guardo para siempre en mis recuerdos, en mis memorias.

Jorge Monteleone, escritor e investigador

Leí los libros de Saer durante la dictadura, conseguidos increíblemente en mesas de saldo. Con la llegada inminente de la democracia y poco después de los números de Punto de vista que leía con fervor, en el mismo mes en que votamos, octubre de 1983, se publicó El entenado. Lo compré de inmediato en la librería Goethe. Era el primer libro “nuevo” de Saer que aparecía en Argentina desde 1969 con Cicatrices. Decir que “lo devoré” es una metáfora vulgar pero adecuada para una historia en la cual, entre otros hechos, se narraba con morosidad rituales de antropofagia que llevan a cabo indígenas, referidas por un testigo en sus memorias. Tiempo después escribí una de las primeras reseñas sobre el libro en el número 4/5 de la revista Sitio. Más tarde volví sobre él. Ahora no lo releo hace tiempo. Por eso en mi memoria está unido a aquellos años que hoy vuelven de un modo muy oscuro. Cuarenta años de El entenado concurren con los cuarenta años de una democracia nacida en torno de la defensa de los derechos humanos y el juicio a la dictadura por delitos de lesa humanidad. Los últimos acontecimientos políticos vividos este año nos obligaron a muchos a defender aquel consenso fundacional de nuestra democracia acerca de aquel juicio, que incluyó, por ejemplo, la discusión absurda y antihumanista sobre el número “verdadero” de los desaparecidos. Recuerdo estos hechos porque la lectura de esa novela sobre acontecimientos del siglo XVI resonaba entonces acerca de la relación entre narración y verdad, entre el recuerdo y lo imborrable, entre la memoria y lo irreal, entre el lenguaje y la certidumbre de los nombres. Luego de haber vivido años en los cuales se había practicado terrorismo de Estado como un sistema y se había sostenido un discurso que lo justificaba mediante enunciados de culpabilidad desde un discurso de guerra con la excusa de “salvar al país”, lo que se preguntaba la literatura era cómo relatar lo que a priori parecía imposible de ser narrado. “¿Hay una historia?” comenzaba Respiración artificial de Ricardo Piglia. ¿Cómo podía significar la literatura? Ese problema aparecía en aquel tiempo para las ficciones y para la poesía. El modo en que El entenado practicaba una crítica de los procesos de constitución de sentido en el lenguaje y de los modos de representar lo real, así como las paradojas en el relato de la historia encarnando de un modo espléndido y poético esas abstracciones, lo volvía un texto que nos obligaba a releerlo una y otra vez. Era de una lucidez abrumadora junto a la intensidad de su “percepción poética del mundo”. Como los grandes clásicos, El entenado responde a cada época con significaciones nuevas. Y también con ecos inesperados. Abro mi viejo libro en la página 130 y leo uno de los párrafos marcados. No dejo de impresionarme otra vez cuando leo entre líneas una descripción que me estremece: la fácil búsqueda de respuesta en los libros acerca de lo que parece incomprensible en lo real –un hábito que no me abandonará– vuelve a inquietarme: “Los indios sabían que la fuerza que los movía, más regular que el paso del sol por el cielo, a salir al horizonte borroso para buscar carne humana, no era el deseo de devorar lo inexistente sino, por ser el más antiguo, el más adentrado, el deseo de comerse a sí mismos. Ellos eran, de ese modo, la causa y el objeto de la ansiedad”.

Algunas ediciones de “El entenado” de Juan José Saer
Algunas ediciones de “El entenado” de Juan José Saer

Ezequiel Bajder, escritor y editor

El entenado me parece casi una novela de transición. Algo así como el personaje, que transiciona entre dos mundos, que es el testigo de un mundo que (nosotros lo sabemos, pero los de la novela no) no va a permanecer (de hecho, la novela arranca con “de esas costas vacías”). Esa transición representada es también la de la obra de Saer por momentos: de la intransigencia de El limonero real, La mayor o Nadie nada nunca a una novelística más accesible como la de Glosa, Las nubes, La Pesquisa, Lo imborrable. De la experimentación a ultranza a novelas complejas (toda la narrativa de Saer me lo parece) aunque no tan ásperas para el lector. Me gusta también mucho de El entenado la parte del Viejo Mundo, cuando gira en esa compañía teatral que es casi una forma de ars poetica. Por último, me gusta el chiste, del que me reí cuando lo pude entender, que al entenado lo llaman “def-ghi”, que se supone que está en la lengua de los que lo capturan, pero que no son más que seis letras en orden alfabético.

Valeria Sager, escritora y docente

Entre 1986 y 1993, se encontró dos veces con Ricardo Piglia en la Universidad Nacional del Litoral. La conversación fue registrada en un pequeño libro (Diálogo Piglia-Saer. Por un relato futuro. Santa Fe: UNL, 1990) en el que Saer se fija en el punto que, al ampliarse, dibuja el plano de composición de su escritura: la reaparición de los personajes y la unidad de lugar. Su sistema, dice, “tiende a constituirse en una serie indefinida de fragmentos que se modifican y se interrelacionan mutuamente”. Y eso a lo que Saer refiere, ocurre efectivamente un montón de veces en la obra. En esa constelación que desparrama y reúne sus puntos de distintas maneras, El entenado parece una excepción. Los personajes habituales de la obra saeriana no están allí y, a diferencia de la trama del resto de los textos que es, o podría ser, contemporánea de su momento de escritura; éste sucede a comienzos del siglo XVI. En Glosa, publicada tres años después, sin embargo, encontramos una posible explicación. Allí el escritor Washington Noriega prepara una serie de conferencias sobre los indios colatiné que son los personajes que rodean al narrador protagonista de El entenado mientras vive entre ellos, durante diez años en las tierras renacentistas del Virreinato del Río de la Plata y en las tierras en las que cuatro siglos más tarde nacería Saer. El tiempo es otro al de la obra pero el espacio es el mismo, lo que narra esta novela es el inicio de la configuración del lugar, esa zona real del litoral que se funda en la fábula como si fuera un espacio imaginario. El borramiento del límite entre lo real y lo imaginario se anuda como figura que permite pensar el espacio que los rodea a partir de su entidad y de su posibilidad de existencia. ¿Se puede, entonces, hablar de un mismo lugar cuando ese espacio aun no tenía nombre ni tenía encendida la lucecita que lo hacía existir?: “Si ésas eran las Indias, como se decía, ningún indio, aparentemente, las habitaba; nadie que supiese de sí, como nosotros, que tuviese encendida en sí mismo la lucecita que da forma, color y volumen al espacio en torno y lo vuelve exterior”.

Juanjo Conti, escritor y programador

Una idea sobre realidad y representación, que es una de las búsquedas de Saer: Cuando se habla de El entenado, se suele hacer alusión a los colastiné, la tribu caníbal con la que el protagonista se encuentra al llegar a América y que lo retiene durante diez años como testigo de su mundo. Pero hay una parte, poco mencionada, que me llama más la atención. Cuando finalmente lo liberan, porque advierten la presencia de seres semejantes a él, vuelve a Europa, conoce al padre Quesada, quien le enseña a leer y escribir, y por último, termina solo. Se queda “boyando”. En un bar conoce a una compañía de teatro muy rudimentaria y no bien ellos descubren que él es aquel famoso grumete que sobrevivió a aquella matanza en las Indias, le piden que escriba una obra contando la historia y salen a representarla por todo el continente. Obtienen fama y fortuna. La obra es totalmente inventada, para mayor atractivo de los espectadores, pero así y todo, en esas malas e imprecisas actuaciones, él logra reconocer a los hombres con los que convivió tantos años.

Más ediciones de “El entenado” de Juan José Saer
Más ediciones de “El entenado” de Juan José Saer

Juan Maisonnave, escritor y editor

Llegué tardísimo a El entenado. Lo leí recién a principios de este año y me fascinó desde su primera frase: “De esas costas vacías me quedó sobre todo la abundancia de cielo”. Me gustó encontrarme con un Saer distinto, menos preocupado por sus comas que por contar, a través de un narrador cronista o informante, la experiencia del prisionero de una tribu de caníbales. Me quedaron grabadas las escenas en las que describe la voracidad con que los indios comen carne humana asada a la parrilla, un perturbador homenaje al ritual del asado argentino. También el desenfreno de sus orgías, que no tiene final feliz: luego de extenuantes jornadas sexuales parecen “criaturas enfermas y abandonadas”. Va lejos Saer en la construcción de la tribu. Le inventa un idioma, una gestualidad, una manera de estar tristes. Y llega todavía más lejos cuando el narrador de El entenado, con el pretexto de contarnos su excursión a las costas vacías de estos indios desmesurados, reflexiona sobre la memoria, los recuerdos y la muerte. “Cuando nos olvidamos es que hemos perdido, sin duda alguna, menos memoria que deseo”.

Luciana Sousa, escritora

El entenado fue la primera novela que leí de Saer, y podría decir que, si bien están todos o casi todos los elementos que se reiteran en su obra, de alguna forma siento que también la traiciona, con una suerte de disquisición o tratado, travestido, a su vez, de relato de aventuras, de novela histórica, de crónica de indias, géneros todos de los cuales se sirve, sin abrevar definitivamente en ninguno. Me impresionó la potencia del monólogo, y me atrajo, además, porque forja un personaje, y una idea de nación, pero también toda una filosofía social. Inventa un pueblo y una ética. Y, finalmente, me atrae, como toda ficción que produce un pasado posible, relaborando y discutiendo también con esa dicotomía mítica de civilización y barbarie, que ya parece ineludible, con un sistema expresivo que trabaja con la exageración y la distorsión, y con el lenguaje, pero también con la imaginación, con la fantasía, con lo propio de la ficción. Pienso en El entenado, pero pienso también en Ema la cautiva, en Eisejuaz, y ahora hace poco en La despoblación, de Marina Closs. Son relatos que hablan menos de un pasado que de un presente.

Mat Guillan, editor y escritor

Una parrilla humeante y el olor a carne humana asándose. Un indio que se desespera y se quema el cuerpo para arrancar un brazo y comérselo. Pienso en El entenado y me viene esa escena caníbal. Y luego me llega este punctum de la novela en que supe que ya no podría dejar de leer: “Tierra es ésta sin...”, fue exactamente lo que dijo el capitán cuando la flecha le atravesó la garganta. Lo primitivo observado por el brillante caleidoscopio de Saer es lo que vuelve a este libro un portal. Si la trama es la línea de acciones que une el principio con el fin de una historia, este portal se abre en las capas descriptivas, en las luces y sombras lunares que se reflejan en el agua y la vegetación de este lugar definitivo: “Esas costas vacías, la abundancia de cielo, ese azul dilatado, la playa amarilla, la sensación de ser como hormigas en el centro de un desierto...” Este escenario hace que El entenado tal vez sea el libro de Saer en el que más se experimentan los psicotrópicos de su prosa 3D. El exigente y fascinante trance saeriano –que enerva a sus detractores y eleva a sus fanáticos– es lo que abre el campo metafísico de este libro y de toda su obra. Y esta es nada menos que su marca imborrable en la literatura argentina.

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