Reflexiones sobre “Wonka” y las reinterpretaciones de Roal Dahl en la era de la corrección política

El estreno de una nueva versión cinematográfica de “Charlie y la fábrica de chocolate” revive el debate sobre el autor británico y el fenómeno de la reversión. Opinan Carola Martínez Arroyo y Luciano Saracino

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"Wonka" cuenta la historia de cómo el mayor inventor, mago y chocolatero se convirtió en el amado Willy Wonka que conocemos hoy

Wonka, el reciente estreno cinematográfico que cuenta la historia de cómo Willy Wonka, el personaje creado por el escritor británico Roald Dahl llegó a fundar la icónica fábrica de chocolates, se suma a las adaptaciones de la obra del autor que fueron un éxito cinematográfico. Además de aportar a la circulación literaria de sus libros, pone de relieve cómo varias de estas obras se vieron sometidas a revisiones por editoriales extranjeras según los criterios y valores morales de la época actual. Basado en el personaje central de Charlie y la fábrica de chocolate, uno de los libros infantiles más vendidos de Dahl, la adaptación audiovisual Wonka explora la magia y la música, mezcla el caos y la emoción, sin dejar de lado el humor. Es que el joven actor Timothée Chamalet encarna a Wonka como un perspicaz e ingenioso chocolatero que no se rendirá hasta que no conquiste los paladares de todo el pueblo.

Fueron Simon Farnaby (Paddington 2) y Paul King los encargados de escribir el guion, basado en una historia del propio King y en los personajes creados por el célebre autor británico. Este guion, publicado recientemente por Penguin Random House, tiene la premisa de que “las mejores cosas de la vida empiezan con un sueño”. Así, desde que es niño Willy Wonka sueña con crear su propio chocolate y compartirlo con el mundo entero. Cuando era joven, llegó a las famosísimas Galerías Gourmet dispuesto a cambiarlo todo con sus deliciosos bocaditos. Sin embargo, un trío de chocolateros envidiosos lo engaña y lo obliga a trabajar de por vida en una lavandería. Cómo salir de allí es el motor de la película.

Los libros de Dahl -que fue héroe de guerra, piloto de combate, espía, misógino, ególatra y antisemita, y vivió durante su niñez en internados británicos donde los alumnos eran azotados hasta el sadomasoquismo- llevan vendidos 300 millones de ejemplares a nivel mundial. Su prosa, siempre cargada de magia y un poco de perversión, ha sabido coronarlo como una figura de mucha controversia por poner en tensión ideas sobre la familia o la infancia que están idealizadas. James y el melocotón gigante (James and the Giant Peach, 1961), Charlie y la fábrica de chocolate (Charlie and the Chocolate Factory, 1964), El gran gigante bonachón (The BFG, 1982), Las brujas (The Witches, 1983) y Matilda (1988) son ejemplos de historias de su autoría que fueron éxitos audiovisuales.

Roald Dahl, autor de "Charlie
Roald Dahl, autor de "Charlie y la fábrica de chocolate", "Matilda" o "Las brujas" (Foto: Getty Images)

“Ha pasado demasiada agua debajo del puente. La sociedad ha cambiado muchísimo desde la primera publicación en 1964 de Dahl”, dice la escritora, librera y formadora de lectoras y lectores Carola Martínez Arroyo. Sin embargo, en relación al personaje de Wonka, eje del filme que se exhibe en los cines, la escritora considera que “la historia de este nene que vive con sus abuelos es muy actual y muestra a los adultos como son, sin filtros. Algunos cobardes y abusivos, y otros amables como la señorita Miel y a los niños como fuertes y capaces”. La mediadora sostiene que Dahl “tiene una mirada hermosa de la infancia, eso es poderoso en momentos donde la mayoría escribe con edulcorante para que el libro sea más vendible”.

¿De qué manera la adaptación de un clásico como Charlie y la fábrica de chocolate puede contribuir a acercar la historia a nuevos lectores? El narrador Luciano Saracino festeja que existan estas películas que retoman cinematográficamente los clásicos de Dahl, como Matilda: “Las festejo con muchísima alegría. ¿Por qué? Porque considero que un niño, una niña curiosa como es Matilda, se enfrenta a la película y en algún momento recaerá, recalará en el libro y ahí completará la historia. O un niño, una niña curiosa que ha leído el Matilda, irá a ver la película con la alegría con la que alguien se va a encontrar con un buen amigo, con una buena amiga”, señala el autor.

Nacido en Buenos Aires en 1978, Saracino lleva setenta títulos publicados (muchos de los cuales se tradujeron al inglés, italiano, francés, portugués, catalán, serbio, coreano, griego y yugoslavo) y recibió los Premios Alicante y Alija a la mejor historieta para jóvenes. En diálogo, analiza: “El espíritu de Roald Dahl existe en la película. Está por lo menos algo, una semilla de lo que quiso plantar Roald Dahl en el libro. Ahora bien, ¿dónde habita Roald Dahl? ¿Dónde vive Roald Dahl? En el libro. Vayamos al libro y encontrémonos con el autor, con lo que el autor quiso contarnos de pe a pa”, sostiene. “Es inevitable que el cine tenga en la literatura un lugar de referencia porque el cine, desde que nació hasta hoy, es un modo más de contar relatos. ¿Y dónde vas a buscar relatos si no es en la literatura? En la literatura, en el teatro, en la historia, en los libros de historia, en la música inclusive. Pero los libros son una fuente de relato inagotable en donde el cine naturalmente tuvo que ir a recabar como si fuese una mina llena de vetas, de historias, en lugar de oro”, señala Saracino.

"Charlie y la fábrica de
"Charlie y la fábrica de chocolate" de Roald Dahl

El cine bucea en la literatura con el fin de conseguir más historias y, luego, activa el engranaje que una película requiere, con sus recursos visuales, sonoros, materiales. Pero la escritura tiene otra forma de crear imágenes totalmente diferente. “Yo para decir, por ejemplo, ‘y fue así como el planeta explotó’, tardo en escribirlo el tiempo que te lo cuento. Ahora, para hacer explotar un planeta en una película, por supuesto que hay otros recursos, otros tiempos, otras personas moviéndose alrededor de eso que yo escribí en 6 segundos. Entonces, es diferente contarte una película con palabras, mejor dicho, es diferente contarte una historia con palabras que contarte una historia con imágenes y sonido”, explica el escritor.

El ejercicio introspectivo es inherente a la lectura. Dice Saracino: “Vos leés un libro y el vínculo que ese libro genera con vos es interior. Los personajes, los escenarios, el tono, lo que sucede, te pasa adentro. Uno lee un libro y lee para adentro”. Sin embargo, señala: “La película sucede ahí afuera. La película sucede afuera de nuestro cuerpo, es eso que está pasando en esa pantalla que tengo delante de mí. El libro es eso que pasa en ese espacio que no tiene nombre pero que habita adentro mío. Esa es la diferencia. Ni mejor ni peor. Son diferentes lugares a donde remite el relato”.

Por su parte, a propósito del reclamo frecuente de que una película sea fiel al libro en el que se basa, Martínez Arroyo dice: “No entiendo por qué debería buscarse fiabilidad. Son dos formas de arte distintas. Lo mismo si se llevara al teatro o si se usara para la danza. La película es una lectura y como tal ya pertenece a otro ámbito”. “No creo que una película resignifique la literatura o que se debe priorizar porque son dos representaciones artísticas distintas. Esa idea de ‘Veo la peli para no leer el libro’ es una idea de los adultos, los pibes leen un libro y se imaginan quién lo protagonizaría en la pantalla y leen el libro luego de ver la película. Dahl tiene peso propio más allá del actor que represente a Wonka y lo que es para mí Wonka es ese despeinado dibujo de Quentin Blake”, dice la autora de Matilde (2016) y Nunca Jamás (2019) y del ensayo Una llave, un mar, un puente.

"Wonka", del director Paul King,
"Wonka", del director Paul King, adaptación del clásico de Roald Dahl

A principios de este año, la editorial británica Puffin Books tomó la decisión de modificar la obra de Dahl, lo que disparó la polémica entre editores, escritores y lectores de Argentina y el mundo. Los fragmentos que fueron intervenidos se juzgaron de discriminadores o poco inclusivos. De esta manera, el Augustus Gloop de Charlie y la fábrica de chocolate pasó a ser en la nueva versión “enorme” en lugar de gordo, mientras los Oompa Loompas aparecen como “personas pequeñas” en lugar de “hombres pequeños”, así como la palabra “feo” también desapareció.

“Este es otro tema que nada tiene que ver con la representación visual de ese texto literario. O sí”, reflexiona Martínez y agrega: “Porque seguramente el Charlie de esta época será mucho menos osado que el de Dahl. Pero en el caso de Dahl, él dijo lo que quería decir, no es posible que toquemos su obra. Si nos parece ofensiva, no solo tiene que ver con criterios del presente: es obvio que las obras representan un espíritu de época. Pero además están escritas por una persona que pensaba de una manera”.

"Matilda" (1996), película basada en
"Matilda" (1996), película basada en el libro de Roald Dahl y dirigida por Danny DeVito

¿Qué sentido tiene que una obra clásica se revise y modifique según los parámetros de las sociedades actuales? “Lo que diferencia a una obra clásica de lo que nos pasa, justamente es el tiempo”, señala Saracino y agrega: “Cuando leemos, observamos y analizamos obras clásicas con la mirada del presente, se produce un chispazo. La obra clásica estuvo antes que nosotros, sobrevivió para llegar acá. Eso es lo que la vuelve clásica: haber atravesado el tiempo y seguir teniendo la cualidad y la capacidad de contarnos cosas aún hoy en día, luego de décadas, inclusive siglos o milenios de que haya sido creada”, define el escritor.

Por lo tanto, si la obra tuvo la fortaleza de volverse un clásico, ¿por qué reprimirla con el presente? “Me parece como mínimo necio, ‘ombligocentrista’. ¿Por qué? Porque estamos considerando que nosotros somos los permanentes. Y por lo tanto, la obra debe ser analizada con nuestros ojos, que duran un ratito. Lo más probable es que si queremos forzar a Matilda a decir las cosas con nuestro tono de voz, los equivocados seamos nosotros”, concluye el escritor.

Fuente: Télam S. E.

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