Hola, ¿cómo están? ¿Bien? Me alegro. ¿Yo? Y, más o menos… Pasa que cumplo cincuenta y cinco años, me siento entrando en la ancianidad, comienzo a sentir al algoritmo de Instagram mandándole a mi hija Lola publicidades de geriátricos en 3,2,1… Pero, además, esta tragedia me encuentra otra vez cuál Teniente Dan de Forrest Gump, peleando contra la fuerza indómita del Creador. Porque así como el muy perverso de Dios mandó al Espíritu Santo a hacerle cositas a María allá por abril del año menos uno de nuestra era, papá
Rodolfo se puso a hacerle cositas a mamá Estela más o menos en la misma fecha. Entonces, Jesús y yo nacimos el mismo día. Él en Belén, yo en Buenos Aires. A él lo pusieron en un pesebre, a mí en neonatología. A él le celebran el cumpleañitos en casi todo el mundo, a mí gracias si me dan un par de calcetines.
Es muy desigual la cosa, amigos, muy desigual. Llevo una vida compitiendo contra una de las marcas más fuertes del mercado, con decenas de miles de sucursales, merchandising de todo tipo, seguidores en los rincones más insólitos del mundo. Y ahora hasta pegó un representante muy piola, un argentino que le negocia contratos excelentes…
Nacer el veinticinco de diciembre significa que ese día esté medio planeta festejando otra cosa y vos rogando que a la hora señalada, después de que todos hayan gritado Feliz Navidad, la tía Quela diga “¡¡¡ah, y feliz cumpleaños para Luciano!!!”, y recién ahí recibir algún que otro saludo de compromiso, acompañado del típico “linda fecha te elegiste vos también eh jaja”. Y no, pelotudo, yo no la elegí, lo único que hice fue nacer nueve meses después del día en el que papá espiritusantualizó a mamá, qué culpa tengo.
Vos cumplís en Navidad y de tus amigos del colegio olvídate, porque no están, así que fiesta no tenés. Por supuesto que vivís una vida con un regalo menos, porque no sólo se juntan dos fechas, sino que llegan todos con los bolsillos destrozados. Qué te van a venir a vos a explicar el “no hay plata”, si lo conocés desde el pesebre.
¿Naciste el 25 de diciembre?
No hay torta en el trabajo porque es feriado, no podés festejar al día siguiente porque están todos rotos de la nochebuena. Cuando te querés acordar ya es fin de año y de vos ni el recuerdo. En síntesis, hermano, que te quede claro: estás bien, pero bien jodido. La única que te queda es creértela, porque no cualquiera le aguanta cincuenta y cinco rounds a semejante hippie encantador de multitudes, lleno de trucos, milagros y que encima anda medio en pelotas, está re bueno y cuando lo liquidan se da el lujo de resucitar.
Vos, simple mortal, negro, gordito, que el mayor milagro que hiciste alguna vez fue meter un gol pegándole tres dedos y casi te lo anulan, tenés que conformarte con ser un digno rival, ese que ve como el otro alza la copa, porque la Navidad es un partido que se juega todos los años y en el que siempre gana él.
Los dejo, tengo que picar fruta para la ensalada de la nochebuena. Eso sí, cuando a las doce alcen sus copas para el brindis, acuérdense de los que nacimos el veinticinco de diciembre. Sobre todo porque no sea cosa que un día uno de nosotros se suba a un monte, arranque a dar un sermón, se agarre a trompadas en la puerta de un mercado y así, como quien no quiere la cosa, empiece una nueva era.
Mis queridos, les deseo una muy Feliz Navidad para todos. Abracen a sus seres amados, sean buenos, así el otro jodido de Papá Noel les trae algo y si beben, no manejen.
Ah, y feliz cumpleaños.