El año de la inteligencia artificial generativa y del principio del fin

La muestra “Calculating Empires”, la novela “Los que escuchan” de Diego Sánchez Aguilar y la edición diciembre de la revista “Nature” reflejan un tiempo nuevo, donde no parece haber marcha atrás

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En estos momentos se puede ver una las obras más alucinantes del arte del siglo XXI en el Osservatorio de la fundación Prada de Milán. Se trata de Map Room, un doble mural que, mediante una compleja infografía diseñada en blanco y negro muestra ni más ni menos que la genealogía de la tecnología y el poder entre 1500 y 2025. Más de cinco siglos de perfeccionamiento teórico y práctico del biocontrol.

Cientos de datos, conceptos, inventos o gestos de los últimos 500 años adquieren sentido en ese mapa conceptual e hipnótico, la pieza estrella de la exposición Calculating Empires, de Kate Crawford y Vladan Joler. Un ensayo warburgiano y gráfico sobre cómo hemos traducido, catalogado, coleccionado, procesado el mundo, desde el Renacimiento hasta la sexta extinción masiva, cada vez con más herramientas, más creatividad, más precisión: insaciables.

En el catálogo leemos: “Este es el año en que la inteligencia artificial generativa ha inundado la cultura global”. En efecto, millones de personas han cambiado las formas en que escriben o crean imágenes, en que se relacionan con la información y el conocimiento. Y eso ha ocurrido el año más caluroso de la historia. Es decir, la IA ha llegado finalmente a nuestras vidas a la vez que asumíamos el nuevo orden climático global. Son dos fenómenos absolutamente relacionados: el desarrollo exponencial de la supercomputación y de las redes neuronales de aprendizaje profundo extiende cheques energéticos que el planeta no podrá pagar.

"Map Room" en la Fundación
"Map Room" en la Fundación Prada de Milán

Después de tantos años imaginando que tal vez seríamos capaces de desacelerar o atenuar el cambio, este 2023 hemos empezado a asumir la realidad. Los que escuchan (Candaya), de Diego Sánchez Aguilar, quizá sea la novela reciente que mejor ha captado y representado el coste psicológico y emocional de esa deuda ecológica colectiva, que tanto se parece a un proceso de duelo.

Aunque pone el foco narrativo en una historia familiar, el escritor español encuentra mecanismos para abordar todos los miedos y ansiedades contemporáneas, desde la descripción de un videojuego apocalíptico hasta la organización de una Cumbre del Futuro con representantes de todos los países y una versión ciega de Greta Thunberg. En ese catálogo de pánicos destaca el temor crónico a la catástrofe ambiental: “La ecoansiedad debía tratarse como se trata el duelo”, leemos: “se debe pasar el duelo por el cambio planetario, por la pérdida, pero hay que seguir adelante”.

Socialmente, el cambio climático ha seguido las fases clásicas del proceso psicológico mediante el cual nos despedimos de alguien querido: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Aunque la ultraderecha, incapaz por naturaleza de progresar, siga siendo negacionista, la mayor parte de nosotros se debate en estos momentos entre el estado depresivo y la aceptación. Eso está provocando que la inteligencia artificial –aplicada por ejemplo a modelos de previsión del clima o al diseño de arquitecturas resilientes a las catástrofes– esté dejando de ser vista como nuestra arma contra el cambio climático y empiece a ser concebida como nuestra mejor aliada para la adaptación.

Nature ha escogido, por primera vez en su existencia, a un agente no humano como uno de los científicos protagonistas del año. Se trata de ChatGPT, al que define como coautor de artículos científicos, como un programa que propone esquemas o guiones de presentaciones, solicitudes de becas o clases, y que escribe código. Su llegada ha encajado en el espacio que ya habían creado los asistentes personales durante los últimos quince años.

Microsoft ha encontrado la mejor metáfora para nombrar ese papel de acompañamiento y multiplicación: Copilot. Así llama a su propio asistente, impulsado por un modelo de lenguaje de gran tamaño para generar texto y traducción, que ya ha sido incorporado a Windows 11.

La palabra entronca la IA generativa de hoy con la larga historia de los pilotos automáticos. Hace un siglo que comenzaron a utilizarse en navegación marítima y aérea. Durante mucho tiempo fueron objeto de sospecha y crítica, como lo fueron los drones a principios de siglo o lo es ahora la conducción automática de vehículos terrestres. La inteligencia artificial ha empezado a copilotar a nuestro lado la mera realidad.

Tapa de la revista "Nature"
Tapa de la revista "Nature" de diciembre 2023

Esa conducción compartida se enfrenta a múltiples desafíos. Los más visibles tal vez sean los de la educación y el mundo laboral: ¿Cómo vamos a incorporar la generación automática de texto, imagen, traducción o código en nuestros programas educativos o en la dinámica de nuestras aulas? ¿Cómo van a mutar los trabajos y cuáles van a desaparecer? Pero es en niveles menos evidentes, como el de la salud mental y el de la sostenibilidad, donde nos enfrentamos con los problemas más radicales de la IA.

Los algoritmos, que han condicionado nuestra autoexpresión en las redes sociales, nuestro acceso a la información a través de los buscadores y nuestro consumo cultural en las plataformas, han moldeado nuestra psicología, nuestra percepción de nosotros mismos y del mundo. Los efectos cognitivos y sociales de la presencia constante de una IA copiloto están por descubrir. No hay duda de que tendrán tanto luces –por ejemplo en personas mayores sumidas en una profunda soledad– como sombras –sobre las que nos ha advertido durante décadas la ciencia ficción.

Fotografía de archivo de una
Fotografía de archivo de una pantalla con el sitio web ChatGPT de OpenAI (Foto: EFE/Rayner Peña R.)

Una consulta en ChatGPT consume el triple de energía que una búsqueda en Google. La aceleración tecnológica es también una aceleración antiecológica. El modelo de desarrollo que está adoptando la humanidad es totalmente insostenible. Tal vez sea ese el pacto que hemos sellado este año: al adoptar masivamente la inteligencia artificial generativa hemos asumido que el cambio climático es irreversible. Que 2023 significa el principio del fin.

No me refiero a un fin apocalíptico, sino a una lenta constatación de que no hay vuelta atrás; de que la acción industrial y la ingeniería ambiental han alterado para siempre los fenómenos que antes considerábamos naturales, con la consiguiente adaptación colectiva a la desaparición del hielo en los polos, la subida del nivel de las aguas o la multiplicación de los incendios forestales o las tormentas furiosas. Nos ayudarán las inteligencias artificiales, que cada vez serán más precisas y más creativas, pero también más glotonas: a nuestra imagen y semejanza, tan difíciles de saciar.

[Fotos: “Calculating Empire” - gentileza Fondazione Prada]

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