Desde hace varios meses, venimos publicando en este medio diversas notas referidas al modo en que la literatura argentina ha abordado de muy diferentes maneras hechos relevantes de nuestro país acaecidos desde aproximadamente mediados del siglo XX. Así hemos tratado distintas obras vinculadas con el “peronismo clásico” (1946-1955), el peronismo en los años setenta y la Guerra de Malvinas. En esta ocasión, ya que está próximo un nuevo aniversario de los hechos ocurridos en diciembre del año 2001, conocidos como “la crisis del año 2001″, abordaremos una novela precisamente relacionada con dichos episodios. La obra a la que nos referiremos es El grito, de Florencia Abbate, publicada por primera vez en nuestro país en el año 2004 (es decir, no mucho tiempo después de los mencionados sucesos) y con diversas ediciones posteriores tanto en Argentina como en otros países.
Antes de referirnos a la novela en sí, recordemos el contexto histórico de “la crisis del año 2001″. Durante la presidencia de Carlos Menem (1989-1999), se habían implementado drásticos cambios en el área económica, como una amplia gama de privatizaciones de empresas estatales y la política cambiaria de la “convertibilidad” (conocida como “el uno a uno”). Aunque estas medidas lograron detener la inflación, llevaron luego a un fuerte aumento de la desigualdad social. En las elecciones presidenciales del año 1999, triunfó la fórmula Fernando de la Rúa-Carlos Álvarez con la promesa de no alterar el régimen cambiario, a pesar de las distorsiones económicas que cada vez se profundizaban más.
Ante la gravedad que asumía la situación, en el año 2001 el ex ministro de Menem Domingo Cavallo volvió a estar al frente del Ministerio de Economía. En ese año el escenario siguió empeorando y el descontento con los políticos se hizo evidente en las elecciones legislativas de octubre de 2001, cuando creció notablemente el “voto en blanco”. A principios de diciembre Cavallo implementó una fuerte restricción para retirar depósitos bancarios (medida conocida como “corralito”). Se acrecentó el malestar general, produciéndose numerosas movilizaciones e incluso saqueos de comercios. Ante ello, el presidente de la Rúa decretó el “estado de sitio” el día 19 de diciembre, medida que solo logró empeorar la situación. Hubo múltiples protestas, se produjo una violenta represión que dejó numerosos muertos y finalmente el 20 de diciembre el presidente renunció.
En la novela, los hechos de diciembre de 2001 aparecen acompañando las situaciones atravesadas por los distintos personajes en diversas ocasiones. Un par de fragmentos pueden servir de ejemplo: “Por la tele seguían pasando imágenes del día anterior y yo me sentía cada vez más mareado. Debo haber visto por lo menos treinta veces esa en la que un joven coreano lloraba, mientras al lado, en su mercadito, grupos de indigentes entraban y salían con diversas provisiones (…) Mientras una sensación de anomia y extrañamiento se apoderaba de mi agotado cuerpo, veía en la pantalla el helicóptero en el cual el Presidente abandonaba la Casa Rosada para ya no volver”. “Ya había empezado a sentir olor a pimienta (…) Desde el cordón policial apuntaban y arrojaban gases. La cara me ardía como si un ácido me hubiera enceguecido y me cubrí los ojos (…) En ese momento se empezó a pudrir todo. Comenzaron los disparos de balas de plomo y empecé a correr”.
La novela presenta particulares características, ya que consta de cuatro capítulos y cada uno de ellos es narrado por un personaje distinto, constituyendo así una “narración poliédrica”. Cada capítulo lleva por título un nombre propio que remite a determinadas figuras u obras: “Marat-Sade” (la obra teatral del dramaturgo Peter Weiss), “Luxemburgo” (la militante marxista Rosa Luxemburgo), “Warhol” (el artista Andy Warhol), “Nietzsche” (el filósofo alemán Friedrich Nietzsche). Cabe destacar que las alusiones “cultas” no se limitan a los títulos de los capítulos, sino que otras aparecen a lo largo del texto. Por ejemplo, de distintos modos, en más de una ocasión hay referencias a Edvard Munch, el pintor noruego precursor del expresionismo alemán, cuya obra más famosa es precisamente “El grito”, el título de la novela.
Por otra parte, los títulos de los capítulos se relacionan de manera muy variada con lo narrado en cada uno de ellos: “Marat-Sade” alude a la representación de la obra de teatro donde Pedro conoce a Oscar; “Luxemburgo” se relaciona con una biografía de la militante marxista que Horacio le da a Mabel; “Warhol” es el nombre de un perro que le regalan a Federico; “Nietzsche” se vincula con los libros del filósofo que Clara piensa desprenderse.
Para que los lectores de esta nota tengan una aproximación sobre cómo las vidas de los distintos personajes se entrelazan unas con otras, a continuación haremos algunas referencias al contenido de cada capítulo y transcribiremos algunos fragmentos relevantes de ellos. Así, el capítulo “Marat-Sade” es narrado por Pedro (también nombrado como Peter). Es un decorador de interiores, homosexual, que mantiene una enfermiza relación de pareja con Oscar, quien tiene características sádicas. A pesar de que Oscar constantemente lo denigra, Pedro es atraído por este y continúa su relación con él.
Como admite el propio Pedro: “Fui sometido a una lenta degradación moral que duró casi tres décadas. Desde el principio me habían sorprendido las conductas de Oscar, su tendencia a usarme de felpudo, pero yo reaccionaba como una de esas madres que tienen un niño tiránico demasiado lindo, una especie de hermoso hijo malo al que le aceptan todo”. El sufrimiento de Pedro es tal que llegado a un punto culminante de la relación intenta suicidarse, aunque no lo logra. Finalmente conoce a una mujer que lo conduce a una especie de lugar espiritual en Córdoba.
El capítulo “Luxemburgo” es narrado por Horacio, quien en su juventud había estado vinculado con grupos guerrilleros. El 31 de diciembre es abandonado por su pareja, Lidia, quien se lleva casi todo y en esa casa casi completamente vacía Horacio empieza a recordar sus relaciones anteriores con mujeres. Una de ellas es Mabel, a quien había conocido décadas atrás y quien como él había militado en la organización armada FAR (grupo guerrillero que terminó fusionándose con Montoneros). Con ella, que era mayor que él, había mantenido un especial vínculo: “Yo estaba enamorado y ella parecía haberme “adoptado”. Íbamos a todas partes juntos, pero no a la cama (…) Ella se daba cuenta de que me intimidaba lo suficiente para dejarme en el molde. Como estaba segura de contar con esa tranquilidad, me trataba amorosamente y no se alejaba de mí ni un minuto”.
Sobre Mabel, Horacio cuenta que vivía en una elegante casa en Vicente López, que estaba casada con Oscar, un hombre rico, y que tenía dos hijos, Federico y Agustín. Por su actividad política, Horacio se exilia en España y vuelve al país luego de la restauración de la democracia en los años ochenta. Luego, Horacio vive con Lidia, pero al conocer a Clara mantiene una relación paralela con ella.
En el capítulo “Warhol”, el narrador es Federico (uno de los hijos de Mabel y Oscar, quienes estaban separados desde hacía más de veinte años). Él cumple treinta años y el padre le trae de regalo un perro (al que llamarán precisamente “Warhol”). El padre, que es rico, le deja el dinero de la mensualidad (también le había dado el departamento y le pagaba una mucama). Asimismo lo visita por su cumpleaños Agustín, su hermano, quien según él tenía problemas psicológicos.
En este capítulo es interesante la visión que ofrece sobre su madre, Mabel, ya que contrasta con la imagen de ella que tenía Horacio, su compañero de actividad política: “Yo no me hago el ofendido por lo complicada que nos hizo a mí y a mi hermano y a mí nuestra infancia, arrastrándonos de país en país por sus ingenuas ideas revolucionarias. Cambiamos de ciudad como de zapatos, a los siete años ya había tenido que vivir en cuatro: Buenos aires, Santiago, Quito y el suplicio de Estocolmo”. El cumpleaños número treinta lo hace reflexionar a Federico, quien ha llegado a ese momento sin poder orientar su vida.
El último de los capítulos, “Nietzsche”, es narrado por Clara, la escultora, que está gravemente enferma de leucemia. Sobre su estado de salud, pueden servir de ejemplo los siguientes pasajes: “Hoy me desperté tan fatigada que no puede levantarme. Antes de la enfermedad, nunca había siquiera imaginado la perspectiva de no poder trabajar. Miro lo cinceles, el puntero, las gubias. Los miro como algo cada vez más remoto”. “El hematólogo no llega y la enfermera me trae una taza de té. Todo, hasta la taza de té, tiene un sabor repugnante en el hospital. Todavía no puedo entender que los efectos secundarios sean tan atroces”. De ese lamentable estado, la saca en parte Agustín, quien con sus excentricidades juveniles y su cariño le hacen más soportable la situación por la cual está atravesando
En síntesis, el mes de diciembre del año 2001, época de recordada crisis, es el marco en el cual viven las situaciones de sus “presentes” los diversos personajes. Todos ellos, de una manera u otra, en mayor o menor medida, también atraviesan una crisis. Dado que con frecuencia se narran hechos pasados desde los años setenta, los continuos flashbacks contribuyen a hacer más fragmentaria aún una narración que de hecho es muy fragmentaria por ser contada por distintos narradores. Las miradas subjetivas desde las cuales cada uno de ellos da cuenta de la manera en que su vida se entrelaza con la de otros conforman así una compleja y articulada “narración coral”.