Medio siglo después, “La mamá y la puta” sigue siendo potente y revolucionaria

La película de Jean Eustache vuelve a los cines de Buenos Aires con su compleja narración de una relación triangular, ambientada en los años de la resaca del Mayo Francés y el fin de la nouvelle vague

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Trailer de "La mamá y la puta", de Jean Eustache

“Creo que todo lo que sucede en el mundo está dirigido contra mí”, dice Alexandre, un hombre joven (pero ya no un jovencito), en una conversación de café. “Ha habido una revolución cultural, el Mayo francés, los Rolling Stones, el pelo largo, los Panteras Negras, los palestinos, el underground y, desde hace dos años, nada. La música pop se ha vuelto religiosa, pero a mí solamente me gusta la música popular”.

Quizás en estas líneas se cifre el centro de ideas con que se nutre de vigor narrativo (y de desencanto, de enorme melancolía) el film La mamá y la puta (La maman et la putain, Jean Eustache, 1973), una de las películas más potentes de la nouvelle vague (y que marca el fin de esa “ola” en Francia) y, a la vez, una de las menos vistas: un secreto de cinéfilos. Y eso que cuando se estrenó (no en el día exacto, pero sí tiempo después) causó conmoción. Es que, verán, la película dura casi cuatro horas. Y Eustache no tenía el renombre de Jean-Luc Godard o François Truffaut, pero tanto desde la crítica como la realización, sobre todo de corto y mediometrajes, se paseaba por las calles aledañas a la nouvelle vague y compartía bares con sus protagonistas.

"La mamá y la puta",
"La mamá y la puta", de Jean Eustache, regresa a las pantallas de cine cincuenta años después de su estreno original

A tal punto que Jean-Pierre Léaud, una figura emblemática del movimiento (recordemos: protagonizó Los 400 golpes de Truffaut a los catorce años —interpretaba a un niño de once llamado Antoine Doinel— y que luego sería retratado durante su crecimiento por Truffaut o elegido por Godard para protagonizar La chinoise), aceptó de inmediato la invitación a ponerse en la piel de Alexandre quien, junto a Marie (Bernardette Lafon, la mamá, en términos simbólicos) y Veronika (Francoise Lebrun, la puta, también en términos simbólicos) conforman una relación triásica romántica, erótica, amistosa, hermosa y conflictiva, pendular, y tremenda.

A 50 años de su debut francés, vuelve a las pantallas argentinas esta película no sólo memorable, sino obligatoria de ver. La mamá y la puta se estrena —restaurada en formato 4K— en las salas Cinépolis Recoleta y Cine Arte Cacodelphia, luego de haber sido proyectada una semana en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín el mes pasado y después de que llegara por primera vez a la Argentina en 2001 (donde también fue exhibida en la Lugones). 2001, 2023. Son años que marcan un fin de época. Tal como lo hace la película respecto a los años sesenta. No es casual que se pueda ver en estos días en la Argentina. Sería un pecado grave dejar pasar la oportunidad.

Léaud con 14 años en
Léaud con 14 años en la mítica "Los 400 golpes" de Truffaut

Alexandre lleva en su cuerpo el espíritu de la bohemia. Nunca se sabrá si trabaja (es muy probable que no lo haga —buen seguidor de Paul Lafargue, yerno de Marx, autor de El derecho a la pereza), siempre tiene a mano una botella de whisky de la que servirse directamente (o en el vaso, en sus bares constantes), usa largos pañuelos coloridos a modo de corbata, conduce un vehículo prestado por una vecina que ni lo usa, vive en el departamento de Marie, a quien ama, a su modo particular. Luego de ser rechazado por otra mujer, a la que le ha ofrecido matrimonio, conoce casualmente a una muchacha muy bella, Verónika, polaca, enfermera, con quien inicia una relación. No traiciona a nadie: es parte del acuerdo con Marie. Son seres libres, hijos del Mayo francés, de la revolución.

Tal vez se debería mencionar a una de las películas fundantes de la nouvelle vague, Jules et Jim, (de François Truffaut en 1962, antes de Doinel, antes de 1968) en la que dos amigos escritores caen rendidos ante Catherine (oh, la siempre espléndida Jeanne Moreau) y que conforman una relación triangular que dura dos décadas antes del fin. Pensar en una película fundante de ese movimiento renovador del cine en todo el mundo y en su clausura de la mano de Eustache, unidas por una relación de a tres, resulta significativo. En La mamá y la puta la relación no dura décadas. En realidad, no se sabe cuánto dura. Pero la película dura tres horas y treinta y ocho minutos.

"La mamá y la puta"
"La mamá y la puta" regresa a los cines de Buenos Aires restaurada en formato 4K

¿Cómo se hizo La mamá y la puta, una gran película, en 1973? Con una cámara, una habitación (pertenecía a la vestuarista, novia entonces de Eustache; luego la mujer se suicidó) y una cámara que recorre los bares de París, en los que se bebe Pernod, whisky o whisky y Coca Cola (qué pecado el de Verónika) y que se ambienta con la música del tocadiscos del cuarto de Marie, una música potente, que va de los Stones, pasando por el Requiem de Mozart, a la chanson francesa. Y diálogos, muchos diálogos: el escenario, los diálogos del guión.

En una escena de Rojo y negro (Le rouge et le noir), de Stendhal, esa obra maestra de 1830; Mathilde, la protagonista junto al trágico Julien Sorel, se encuentra en un salón, rodeada de los invitados. El texto da cuenta de cómo está a punto de desfallecer por no decir un epigrama que revolotea en su cabeza durante un largo tiempo. Hasta que lo dice y es festejada por los festejantes. La mamá y la puta es una sucesión de epigramas, un conjunto de cómo decir el mundo con inteligencia e ingenio y verdad, también tristeza. Alexandre despotrica contra el movimiento feminista, pero el film da cuenta de cuestiones como el aborto, el lugar reservado a la mujer, el abuso, la posibilidad y riesgo de la libertad sexual (aquello que condena a una mujer a ser llamada “puta”).

Hay desencanto, ¿pero cómo podría no haberlo cuando acababa la era abierta con la huelga general francesa de mayo del 68 y su reflejo situacionista en las paredes? ¿Cómo no podría haberlo al ingresar a una época que, la historia demostró, sería más oscura y que aquella cresta de la ola no se repetiría en un futuro cercano? Hay desencanto sí, pero hay belleza y poesía de la realidad. Y las tres mejores actuaciones que podrían darse para un guión de esta naturaleza.

Alexandre rd un personaje bohemio
Alexandre rd un personaje bohemio influenciado por el espíritu del Mayo francés, que mantiene una relación abierta y libre con dos mujeres

La película fue presentada en el Festival de Cannes de 1973, presidido por Ingrid Bergman, la inolvidable protagonista de Casablanca y tantas películas más. Ela fue taxativa sobre el film: “Me parece lamentable que Francia haya creído oportuno ser representada por estas dos películas, las más sórdidas y vulgares del festival”, decía sobre La mamá y la puta y La gran comilona. Hay algunos desnudos, algo de sexo, pero se enuncia: “Baise moi”, que quiere decir: “Cogeme”. No estaba dentro del manual de estilo de las películas de la gente de bien. No se le otorgó la Palma de Oro, pero sí el premio especial del Jurado. Y la audiencia fue en masa a ver la película que, durante décadas, no se exhibiría otra vez. “¡Una chica que coge con cualquiera no es una puta!”, dice Veronika en un largo primer plano de su rostro en un monólogo final de la película, descarnado, tremendo.

En 1981, Jean Eustache tenía 41 años. Decidió quitarse la vida. Tomó una habitación en un hotel. Bebió whisky. Luego, se descerrajó un tiro en el corazón. Antes, había pegado una nota en la puerta del dormitorio. “Golpee fuerte. Como para despertar a un muerto”, escribió antes de suicidarse.

[Fotos: Comunicación & Prensa Mirada Distribution]

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