La derrota del imaginario progresista

Los resortes destartalados de cierto ideario de “corrección política” quedaron expuestos más que nunca en Argentina, luego del proceso electoral que determina un cambio de gobierno y tal vez, de era

Una imagen del acto de cierre de campaña de Javier Milei, en octubre de 2023 (Foto: REUTERS/Matias Baglietto)

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Acomodarse siempre del lado de los buenos quizás no sea lo recomendable para quienes sueñan con un cambio social; la obsesión por no hacerle el juego a la derecha a veces trae como consecuencia el triunfo de la extrema derecha; el proyecto de higienizar las relaciones humanas puede promover el ascenso de una violencia feroz, porque es lógico (lógico después de Sigmund Freud, pero no en la lógica prefreudiana del progresismo ingenuo) que la violencia reprimida busque desesperadamente vías de escape. Este es sólo un breve inventario de valores o ídolos biempensantes que merecen (¡por fin!) una minuciosa revisión de cara al nuevo contexto argentino.

Hace años (no se tienten con la denuncia rápida; este texto no reivindica el dedo acusador, mucho menos el slogan: “yo te avisé, y vos no me escuchaste”) que trato de impugnar estos valores, digamos, los de la corrección política, de sacarlos a la luz, de mostrar cómo los defensores del bien podían convertirse de la noche a la mañana en promotores del mal. Pero no funcionó, como casi nunca funciona el intento de convencer a nadie de nada.

¿Qué decir?, entonces; o mejor, ¿qué hacer?

Seguidores de Javier Milei celebran su triunfo el domingo 19 de noviembre de 2023 (Foto: AP/Rodrigo Abd)

Aprovechando la angustia frente a la asunción del presidente electo, voy a traducir (no existe traducción castellana) lo que el psicoanalista italiano Massimo Recalcati afirma en Il fantasma dell’origine sobre Pier Paolo Pasolini, un autor esterilizado por el progresismo neopuritano, que le lava la cara, lo erige como héroe cultural, descartando puntillosamente las contradicciones constitutivas de un personaje tan extraordinario:

El parágrafo se titula “Un sujeto divido”:

Son diversas y notorias las contradicciones que atraviesan la vida y la obra de Pasolini: individualista, testimonia con coraje el empeño civil y colectivo del intelectual; anticlerical, se declara resueltamente contra el aborto; comunista militante, sufre la expulsión del Partido Comunista Italiano con el cual entrará en un conflicto cada vez más áspero; ateo y marxista, permanece cristiano en su espíritu; anticonformista, detesta el anticonformismo; crítico acérrimo de la televisión y de los medios, se muestra sorprendentemente cómodo en ese mundo; crítico vigoroso del “sistema”, se declara contra los jóvenes rebeldes del ‘68; antipaternalista, no ahorra energías en señalar el riesgo de la caída del padre en nuestro tiempo; experimentador de la lengua y de su gramática, se vuelve crítico irreductible de cualquier vanguardismo; extraordinario poeta civil, conduce pascolianamente la poesía sobre los dramas más secretos e indecibles; pedagogo libertario, reconoce como insuperable la figura del maestro; homosexual y rebelde, es un conservador de los valores tradicionales y del mundo campesino.

Pier Paolo Pasolini (1922-1975)

El Pasolini conservador (he aquí su fantasma) captó en las protestas del Mayo francés la semilla iniciática del statu quo actual, dado que aquellos jóvenes parisinos ignoraban la capacidad del sistema para reabsorber las críticas, de ahí el carácter burgués y ¿reaccionario? del movimiento. Cincuenta años después, el consenso conformista (de los supuestos anticonformistas) se desvive por suprimir los conflictos: “No es el momento”, “es muy inoportuno”, “ahora no” (¡ahora sí!). A esta ola se subió el progresismo con la fantasía de eliminar la ambigüedad del lenguaje, de purificarlo, obligándonos a tomar partido, a dividir entre lo que está bien y lo que está mal (el progresista, obvio, siempre elige bien), entre lo sano y lo enfermo (el progresista, obvio, siempre es sano), el amor y el odio (el progresista, obvio, se autopercibe puro amor). Por estas, y otras razones, el potencial crítico del progresismo ha caído en la fase final de una dolorosa agonía.

Escribe Damián Tabarovsky, en Lo que sobra:

El progresismo a veces logra intuir que sucede algo de ese orden, ese tipo de ruptura, la de la lengua rota […] El progresismo se imagina como una fuerza reparadora. Como si fuera posible reparar la lengua rota […] Cuando la sociedad llega a la ruptura de la lengua, las consecuencias son ominosas; se vuelven, casi impensables. Pensar lo impensable, entonces, es la exigencia intelectual de la época. La ilusión de reparar lo irreparable conduce a la anulación del pensamiento crítico; ilusión siempre fracasada no por falta de vocación […] sino por la carencia teórica, por la indigencia intelectual que caracteriza al progresismo.

Damián Tabarovsky (Foto: Bernardino Avila)

El libro de Tabarovsky se publicó en 2023 y no resulta profético sino una constatación del estado moribundo de una facción singular de la cultura argentina. ¿Y ahora? ¿Qué dirán las almas bellas? ¿Seguirán practicando la denuncia serial? ¿Volverán a cometer excesos? ¿Redoblarán la apuesta? ¿Revisarán el colosal fracaso de las construcciones políticas identitarias? Pasolini hablaba de “anime belle del cazzo”. ¿Se entiende? ¿O hay que traducirlo?

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Cito por tercera o cuarta vez el mismo pasaje de Élisabeth Roudinesco (no lo atribuyan a la pereza, por favor, son manotazos de ahogado), en conversación con Jacques Derrida, corría el año 2001. El título del libro parece puesto a propósito, Y mañana qué…: “Siempre tengo el temor de que estemos internándonos en la senda de la construcción de una sociedad higienista, sin pasiones, sin conflictos, sin injusticia, sin violencias verbales, sin riesgo de muerte, sin crueldad. Lo que se pretende erradicar de un lado siempre se corre el riesgo de verlo resurgir allí donde no se lo esperaba”. Lo sugerí al comienzo y lo repito. Diluir los conflictos, purificar el lenguaje, evitar las ofensas, lejos de armonizar una sociedad, la implosiona, la enloquece, destruye los lazos comunitarios, aunque suene contraintuitivo.

Jacques Derrida 1930-2004 (Foto: GROSBY GROUP)

La conclusión es básica: festejemos las buenas intenciones, pero, cada tanto, atrevámonos a pensar en serio, y pensar en serio, justamente, es pensar a fondo, en el abismo de la ambigüedad, sin temor a equívocos o malentendidos, sin miedo a caer mal o a quedarnos solos. Pensar implica violentar el argumento ajeno, verse violentado; la filosofía, por ejemplo, nació del conflicto entre dos logos: unos ganan, otros pierden; la ilusión progresista de que todos podemos ganar no se verifica en los hechos. Por otra parte, ¿no representa un acto de violencia atroz negarle a alguien (valgan todas las autopercepciones) su faz violenta, su oscuridad indómita, su doblez originaria?

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Giorgio Gaber fue un cantante italiano acusado de retrógrado por el contenido de sus letras. Escuchen, si pueden, la canción “Il dilemma”, extraña reivindicación de la fidelidad, el compromiso y la resistencia amorosa. Y otra, que termina así (tampoco necesita traducción): “Quando è moda è moda, quando è moda è moda”.

"Quando è moda è moda", de Giorgio Gaber

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No hace falta recordar que los eventos se explican por causas múltiples. Yo elegí una de esas causas, ni más ni menos relevante que otras. Pero las causas suelen cruzarse. Por eso sería fundamental no leer sesgadamente los resultados del balotaje. Así como el kirchnerismo, en el fragor de su revolución imaginaria, leía rotundos triunfos culturales (la hermandad latinoamericana, la patria es el otro) allí donde la gente votaba con el bolsillo, no creamos que ahora la misma gente votó por empatía (otra palabra afín al léxico progresista) con los adoradores del mercado o con los negacionistas de la dictadura.

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¿Cómo se le argumenta a favor de los derechos humanos a un trabajador que el día veinte del mes se le acaba el sueldo? ¿Cómo se convence a esa misma persona, que ha visto declinar, lentamente, su estilo de vida, de las virtudes de inyectar dinero en el campo cultural? ¿Cómo se le dice que el cine argentino, el arte argentino, la literatura argentina, no son solo un divertimento para las elites letradas sino agentes forjadores del espíritu nacional? ¿Cómo persuadirlos de que sin arte, sin cine, sin literatura, no hay Argentina? ¿Qué derechos podía verse impulsado a cuidar (reviviendo la vieja jerga marxista) el Lumpenproletariat? ¿Y si la argumentación progresista servía cuando la heladera estaba llena? ¿Estará siempre llena la heladera del buen progresista? ¿El progresismo es por definición la ideología de los privilegiados que reniegan de sus privilegios? ¿Qué privilegios adora (a oscuras) el progresista? ¿Frente al progresismo (ingenuo, neopuritano, conformista, temeroso), sería justo hablar de la rebelión de los humillados?

Llegó la hora de hacer el duelo.

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Síntesis del intercambio de WhatsApp con mi amigo Franco Morlachetti al día siguiente de ocurrido el balotaje:

La fruta se secó.

Se exprimieron demasiado los argumentos.

Habrá que inventar nuevos, o perecer definitivamente.

La responsabilidad es nuestra.

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