La memoria emotiva (y musical) se mueve de maneras misteriosas y tal vez por eso en pleno centro de Madrid, a metros de Puerta del Sol, Pedro Aznar recuerda que el primer recital que vio en su vida fue uno de Manal en los años 70, en la vieja cancha de San Lorenzo. Más de cinco décadas después y a través de los miles de kilómetros que separan la calle de Sevilla de la capital española de la porteña avenida La Plata, el músico que fue “niño prodigio” del rock argentino -a los 14 años comenzó a tocar en Madre Atómica junto a Lito Epumer y “Mono” Fontana; a los 18 se sumó a Seru Giran- viaja en el tiempo con su memoria.
“Me acuerdo de estar agarradito a la reja en la cancha de San Lorenzo, viendo a Manal. Habían armado el escenario en el centro de la cancha, no sé por qué, y los veía chiquititos, pero se los escuchaba muy bien. Un día se los conté a Javier Martínez, cuando coincidimos en un Cosquín Rock, y le dije: ‘Javier, te tengo que decir esto... El primer concierto de rock que yo oí fue uno de ustedes’ y me respondió ‘Te compadezco... ‘ (risas).
El diálogo con Infobae Cultura sucede en Madrid, en la mañana siguiente al show que Pedro Aznar brindó en el Teatro Reina Victoria de la capital española y que marcó el cierre de una satisfactoria gira europea -en un formato que él compara con “un unipersonal de teatro”- que lo llevó a presentarse en Ginebra, París, Barcelona, Mallorca, Valencia y Málaga. Aquello fue preludio lo que sucederá en Buenos Aires, el viernes 15 de diciembre en el Teatro Coliseo, donde promete junto a su banda un show “a todo vapor, con un repertorio intenso donde vamos a recorrer toda la discografía y por supuesto, las nuevas canciones del nuevo disco El mundo no se hizo en dos días. Va a ser una noche para festejar, este año fue un año muy bueno para nosotros”.
En la fría noche del Reina Victoria, frente a una sala llena con evidente presencia argentina y latinoamericana -y no pocos españoles- el hombre que atesora la leyenda de haber tocado con Pat Metheny, haber integrado Serú Girán más una inolvidable asociación creativa con Charly García (nada menos), brindó un show compacto y emocionante, en donde repasó sus canciones, realizó inspiradas versiones de creaciones de otros autores (Chico César, Elton John, John Legend, Luis Alberto Spinetta) e interpretó sus composiciones a partir de letras de Víctor Heredia, Atahualpa Yupanqui y Jorge Luis Borges. Luego de esta enumeración cabe otro “nada menos”.
—Un segmento importante del show incluye una serie de canciones de la música popular de Argentina y América latina que, además, concluye con “Barro tal vez” de Spinetta ¿Es especial para vos, cobra otro sentido lejos de nuestra tierra?
—En realidad esa veta está presente en mi música desde hace muchísimo y no fue con un fin internacionalista que lo incluí, sino con el afán de profundizar en mi propia música, en mi propio legado cultural. Por supuesto, soy consciente de que cuando vos llevas tu música a otras latitudes cobra un impacto especial el hecho de convertirte en embajador de tu cultura. Claro, sé el valor emocional que tiene para los latinoamericanos que están fuera de su tierra; y también para los extranjeros que así se encuentran con un legado musical distinto. Ahí pasas a ser el emisario de ese legado, entonces creo que es un rol importante para cualquier artista.
—En ese mismo sentido resuenan especialmente las canciones en las que pusiste música a letras de Atahualpa Yupanqui y Jorge Luis Borges ¿Cómo fue trabajar con semejante material y de qué manera resultó ese proceso creativo?
—Hay un momento en el cual dejás de tener en cuenta que estás trabajando sobre Borges o sobre Yupanqui, la verdad... Por eso que suelo contar que en el caso de Borges, por ejemplo, reescribí los poemas en mi computadora y los imprimí. Y los dejé como papelitos arriba del piano. Fue una manera de sacarle el tremendo peso que tiene su figura: de esa manera era como colaborar con un poeta amigo y se hizo un poco más llevadero de esa manera. Pero fue como conté en el show, fue muy fluido y espontáneo. es tan magistral y tremendamente musical esa poesía, que no fue nada difícil. Como que los poemas solos iban dictando un poco la música.
—¿Si apuntaste a ver cierta correlación preexistente? Esa que dice Borges: tango, milonga; Yupanqui: zamba, chacarera, baguala?
—En el caso de Yupanqui, sí. Fijate que lo que compuse fue una baguala. Porque el poema se llama “Soledad, Jujuy, 1941″. Entonces ya ahí el tipo me dijo: ‘mozo, es esto, vamos por acá, esto es un aire norteño’. Listo, ahí fui por ahí. Y después el “Romance de la luna tucumana” me llevaba claramente hacia la zamba. Y creí que ahí había que ser coherente con el legado musical de Yupanqui. Pero en el caso de Borges la paleta estaba más abierta, porque estás hablando de un poeta que no fue músico. Se podía ir para donde quisieras y de hecho sí, un poco conscientemente me quise alejar de un lugar que ya habían visitado y muy bien gente como Jairo o Piazzolla, que mayormente habían hecho milongas.
Salvo en el poema “El gaucho” porque me pareció que ya desde el título, pedía que fuera así y tenía toda la métrica de los versos. Estaba planteado: me lo cantó el propio poema, digamos. Su métrica era tan claramente milonguera, que fui por ahí. Pero después hice cosas muy diversas como “A un gato”, es como un tema pop si se quiere. O “Insomnio”, que era como una larga diatriba de un tipo que maldice al universo por su falta de sueño. Dije “esto tiene que ser un rap ultraviolento” y ahí los convoqué a los chicos de Animal y lo rapeamos. Así lo hicimos en el Colón: había muchas señoras de pelo plateado que estaban un poquito agarradas a la butaca diciendo “¿que es esto? (risas). Pero eso demuestra la amplia variedad estilística que quise darle a lo de Borges.
—En otro momento del show cantas una canción que tiene letra de Víctor Heredia (”Un simple abrazo”) compuesta en plena pandemia. Lo que me lleva a preguntarte: ¿Qué pensás hoy de aquel período? ¿Qué sacás de bueno y malo? En términos personales y sociales...
— Bueno, en primer lugar creo que nadie salió indemne. Lo estamos viendo. Hay fenómenos sociales muy fuertes: una sensación de incomodidad y querer sacudirse el estado de cosas de encima, particularmente entre la gente joven. Y también una sensación de haberse sentido traicionado por un estatus quo de los adultos, ¿no? Como que: “ah, entonces si yo salgo voy a matar a mi abuelo y ¿por qué esta acusación recae exclusivamente sobre mí? ¿Por qué no puedo salir, por qué no puedo ver a mi familia, por qué no puedo hacer las cosas que quiero?” Hubo/hay una rebelión contra eso, como si fuera una guerra del cerdo. Creo que vamos a vivir con las repercusiones de eso durante un cierto tiempo hasta que se acomoden algunas cosas y caigan algunas fichas.
Y después a título personal... Yo creo que esa canción que escribimos con Victor, marca un poco la tónica de lo que por lo menos a mí me pasó. La corroboración más cabal y profunda de que el ser humano está en el centro de las cosas y que todo lo demás es decorativo, verdaderamente decorativo. Cualquier idea de éxito, de bienestar económico o de lo que te puedas imaginar, cualquiera de esas necesidades, es mucho menor que la necesidad del contacto humano.
—Antes de las elecciones escribiste un texto que tuvo mucha repercusión, alrededor de ese momento y también del aniversario por los 40 años de democracia. Ahora está a punto de comenzar un nuevo gobierno ¿Qué pensas? ¿Cómo la ves?
—El pueblo ya se manifestó, magnífico. Bueno, guste o no guste, esto es lo que tenemos y a partir de hoy lo que tiene cada uno es seguir ofreciendo lo mejor de sí para sacar el país adelante, que no es una tarea menor. Estamos en problemas serios en la Argentina y yo creo que no es momento de andar peleándonos. Es momento de tomar conciencia de la gravedad del asunto, que no nos podemos disolver como sociedad y más allá del de las ideologías de cada uno y de los gustos personales y de la visión de mundo que cada uno tenga, si no ponemos el hombro todos, nos vamos a los caños. Hay veces en que la única manera de salir es yendo al fondo y pegando la patada para tomar impulso hacia arriba. Hay veces que se tiene que producir una crisis severa para que las cosas cambien.
[Fotos: Fernando Ortigoza]