Hola, ahí.
Es muy difícil pensar a contramano. En un mundo polarizado y sobreinformado, y en el que la mayoría de las personas temen ser víctimas de la cancelación o el hostigamiento por opinar, pensar o disentir en público, hay cada vez más voces silenciadas por mano propia y, al mismo tiempo, más discursos radicalizados y negacionistas.
Advertencia: el envío de hoy contiene relatos de naturaleza violenta porque describe crímenes sexuales utilizados como armas de guerra.
Miedo a hablar y cálculo político
Mientras, por un lado, las redes sociales estimulan la tendencia a opinar sobre todo, la mayoría de las personas simplemente temen meter la pata y, para evitarlo, aguardan a que sus referentes —políticos, ideológicos, espirituales, aspiracionales— se pronuncien sobre el tema del momento y recién luego emiten una opinión en esa dirección.
(También puede pasar que no estén de acuerdo con la opinión de sus gurúes, pero como no terminan de tener los argumentos para hacer pública esa diferencia, entonces directamente callan. Todos tenemos miedo de hablar).
Solo así es posible entender por qué no hubo una reacción unánime e inmediata de condena a la matanza perpetrada por milicianos de Hamas el 7 de octubre en el sur de Israel; solo así es posible entender el silencio alrededor de lo que todos vimos esa mañana atroz que inició un nuevo y sangriento capítulo de la guerra en Medio Oriente, que lleva ya casi dos meses de destrucción y miles de muertos y heridos.
Pero eso, el miedo a hablar, que puede ser un argumento válido para los individuos, no debería serlo para los organismos internacionales, que demoraron ocho semanas en condenar uno de los puntos más atroces del ataque, como fue la evidente campaña de violencia de género que los propios terroristas islámicos se ocuparon de visibilizar.
Y, si callaron ante los hechos, fue a la espera de lo que, sabían, iba a ser una respuesta feroz por parte de Israel, lo que iba a facilitarles eludir la condena a Hamas para concentrarse en los cuestionamientos a la coalición del gobierno nacionalista religioso que encabeza Benjamín Netanyahu y en el drama de los civiles palestinos acorralados en la Franja de Gaza.
Esa especulación habla de un vergonzoso cálculo político: que yo sepa, hasta ahora sigue siendo posible condenar y cuestionar más de una cosa a la vez. Es por eso que estoy cada vez más persuadida de que no hay justificación del ataque de los fundamentalistas que no tenga raíces en el antisemitismo o en la reivindicación del terror direccionado, ya que las pruebas y testimonios que se siguen sumando ratifican lo que se pudo ver ese mismo sábado negro: en la masacre perpetrada por Hamas y otros grupos armados hubo un plan detrás de la violencia y los abusos sexuales contra las mujeres israelíes de todas las edades y condiciones.
Una comisión histórica
Dos videos desgarradores circularon durante las primeras horas del sorpresivo ataque: en uno, una joven semidesnuda era exhibida boca abajo en la parte de atrás de una camioneta a la manera de trofeo militar, entre celebraciones perversas de varios hombres y mientras otros escupían su cuerpo, que ya era cadáver y tenía nombre. Se llamaba Shani Louk (23) y había asistido a la rave Nova de Rei’m, que fue uno de los centros de la matanza de Hamas y en donde fueron asesinadas 360 personas y se calcula que otras 40 fueron secuestradas.
El otro video mostraba a una chica joven con las manos atadas en la espalda y rastros de sangre en la entrepierna de su pantalón deportivo, posible signo de ataque sexual, mientras la introducían en la parte de atrás de una camioneta tirándole del pelo. Con 19 años y recién ingresada al servicio militar obligatorio, la chica fue secuestrada en la base militar del kibutz Nahal Oz y sigue cautiva hasta el día de hoy. Su función era la de observadora, el escalafón más bajo dentro de los servicios de inteligencia militar.
Cochav Elkayam Levy es una abogada y académica israelí experta en derecho internacional, conocida por su encendida defensa de los derechos de las mujeres y que está a la cabeza de una comisión que investiga los crímenes contra las mujeres y los niños que se cometieron durante el pogrom del 7 de octubre. La comisión está integrada por quince abogadas, activistas, criminólogas e investigadoras en diversos campos, todas voluntarias y, aunque se trata de una iniciativa de la sociedad civil y no del Estado, trabajan en conjunto con la Policía y la Fiscalía del Estado.
En estas semanas, la comisión está reuniendo todos los documentos que puedan servir de prueba para lo que a esta altura ninguna de ellas duda: en el ataque hubo un plan sistemático de violencia contra las mujeres, por lo que podría caberle la figura de crímenes contra la humanidad. De hecho, varios incidentes de agresión sexual y violación fueron documentados mediante imágenes de las cámaras corporales de Hamas, material subido a las redes sociales y fotos y videos tomados por civiles y socorristas.
Fotos, audios, videos, la palabra de testigos, de forenses o rescatistas, notas en los medios: todo suma. También se sirven de los testimonios de terroristas capturados e interrogados por Israel, quienes confirmaron que la misión que les asignaron incluía la violación. Por ahora, y en virtud de diferentes protocolos, aún no se procedió a interrogar a sobrevivientes del ataque y posibles víctimas del terror sexual, pero esto naturalmente está contemplado.
Hubo pruebas que se perdieron: los socorristas trabajaron con la urgencia de salvar vidas y recolectar los restos para poder identificar a las víctimas y entregarlos a sus familiares para la sepultura. Y, como oficialmente el caso se trató como episodio de guerra, lo que había que hacer era socorrer, identificar, proteger la dignidad de los cuerpos y permitir el entierro, pero no recoger evidencia. El objetivo era evacuar las zonas, no investigar.
Pero, con el correr de los días, se fueron conociendo testimonios de sobrevivientes, fuerzas de seguridad y de las personas responsables de recoger los cuerpos e identificarlos: los relatos son espeluznantes. Las fotografías policiales de la matanza en los kibutzim a lo largo de la frontera de Gaza y en el Festival Nova muestran cuerpos de mujeres desnudas de cintura para abajo, con las piernas abiertas, sangre visible y la ropa interior bajada. Los testimonios de sobrevivientes y testigos, muchos de ellos del festival de música, describen haber visto mujeres violadas antes de ser ejecutadas.
Entre las atrocidades citadas por los miembros de las unidades de rescate se encuentran violaciones en grupo, mutilación genital, disparos en los pechos y los genitales y profanación de los cadáveres. Alon Oz, a quien se le asignó la tarea de identificar los restos de cientos de soldados, habló de “mujeres quemadas con las manos y los pies atados... Vi heridas de bala en partes íntimas, ráfagas de disparos, disparos para rematar a alguien, una cabeza perdida, y extremidades faltantes”.
El Shin Bet, el servicio de seguridad interior israelí, hizo públicas grabaciones de al menos dos investigaciones de terroristas de Nukhba (comandos del ala militar de Hamas, la organización islamista que gobierna Gaza desde 2007) a quienes se les preguntó si habían recibido órdenes específicas de abusar de mujeres y niñas. En referencia a los delitos sexuales, uno de ellos dijo que el objetivo era “ensuciarlas, violarlas”. Un segundo terrorista dijo que “el comandante les había dicho que había que pisarles la cabeza. ‘Córtales la cabeza. Hazles todo’”.
Hasta ahora, pese a haber sido una de las armas más repudiables utilizadas en varias guerras de la historia, los crímenes sexuales no eran algo visto como sistemático por los expertos dentro del conflicto entre israelíes y palestinos. En estas semanas, funcionarios de Hamas negaron las acusaciones bajo el argumento de que ese crimen está prohibido por el Corán y aseguraron que se trata de inventos de Israel.
Pero no solo Hamas niega los hechos, organizaciones especializadas en la defensa de los derechos de las mujeres se resistieron y aún se resisten a aceptar las evidencias. Uno de los casos más difundidos fue el de Samantha Pearson, directora del Centro de Agresión Sexual de la Universidad de Alberta, Canadá, quien firmó una carta en apoyo a la causa palestina que, además, arrojaba dudas sobre los crímenes sexuales de los atacantes del 7 de octubre. Militaba por las mujeres pero ponía en duda que los terroristas las hubieran agredido sexualmente. Luego del escándalo, la universidad decidió despedirla.
Las expertas que trabajan reuniendo pieza por pieza la documentación en la comisión saben que su trabajo no es jurídico sino histórico y que será reconocido con los años, que corren riesgos de ser desacreditadas, que posiblemente haya elementos discutibles y que dar cifras a modo de pruebas es inapropiado e irresponsable. Finalmente, lo que tuvo lugar el 7 de octubre a partir de las 6.30 AM fue un pogrom.
Lo que sigue es la definición que da el Museo del Holocausto de Washington de la palabra pogrom:
“Palabra de origen ruso que significa ‘causar estragos, demoler violentamente’. Históricamente, el término se refiere a ataques violentos por parte de poblaciones no judías contra los judíos en el Imperio Ruso y en otros países. Se cree que el primer incidente que se registra como un pogrom es un disturbio antisemita en Odessa, en 1821. Como término descriptivo, pogrom comenzó a emplearse con un uso extensivo para referirse a los disturbios antisemitas que arrasaron Ucrania y el sur de Rusia entre 1881 y 1884, tras el asesinato del zar Alejandro II. En Alemania y Europa oriental, durante la época del Holocausto, como en la Rusia zarista, el resentimiento económico, social y político contra los judíos reforzó el tradicional antisemitismo religioso. Esto sirvió de pretexto para los pogroms. Los perpetradores de los pogroms (...) violaban y asesinaban a las víctimas judías y saqueaban sus propiedades.”
Documentar el horror
Cuesta creer que después de tanta lucha feminista haya miserias políticas que estén por encima de los derechos humanos; que haya activistas por los derechos de las mujeres que, sin embargo, aplican su sesgo ideológico para negar el evidente abuso ocurrido durante la masacre perpetrada por Hamas y, si no lo niegan, lo justifican con categorías vergonzosas como “resistencia al opresor”.
Que personas supuestamente abiertas al dolor y que buscan justicia privilegien los intereses políticos por encima de las vidas humanas, resulta desolador. La guerra y la violencia deshumanizan, la falta de empatía también.
“Nos hacen preguntas como: ¿hay o no semen? ¿había o no un kit de violación? Esas mismas juristas con reputación internacional que están dirigiendo este debate aparentemente no tienen un conocimiento básico del derecho internacional. El derecho internacional no habla el idioma del caso individual. Te enfrentas a un grupo de mujeres respetadas y les cuentas que aquí se cometieron crímenes espantosos. ¿Soy yo quien debe aportar pruebas de los actos de los terroristas? ¿Qué clase de farsa es que se me impone la carga de la prueba?”, le dijo Elkayam Levy al diario Haaretz.
El 23 de octubre, ante la frustración que provocó la falta de respuesta de las organizaciones especializadas y de grandes nombres del movimiento feminista internacional a las denuncias, en un breve discurso en el CEDAW (Comité para la eliminación de la discriminación contra la mujer) Cochav Levy dijo que “como mujeres israelíes, sentimos que somos sujeto de una negación internacional colectiva. La evidencia es innegable, por lo cual nos encontramos en una doble batalla: una, contra estas atrocidades y la otra, contra el silencio global”.
En ese mismo discurso, la experta dijo que con la negación y la desconfianza se asiste a “los mismos mecanismos utilizados en los casos de las víctimas individuales de violación, ahora en contra de todas nosotras: mujeres, niñas, madres, hermanas e hijas en Israel”.
La abogada y especialista, que lleva veinte años trabajando en temas vinculados a los derechos de las mujeres, señaló que “la negación y el silencio de la comunidad internacional proporcionan un terreno fértil para la utilización de los cuerpos de mujeres y niñas como armas en la guerra”. Y agregó: “si el derecho internacional no se aplica a nosotros, ¿es porque no consideran humanas a las mujeres israelíes? Parece que no somos parte de la humanidad”.
“La comunidad internacional nos ha traicionado por completo”, dijo en esa misma dirección Ruth Halperin-Kaddari, prestigiosa académica y defensora internacional de los derechos de la mujer conocida por su trabajo sobre el derecho de familia, la teoría jurídica feminista y los derechos de la mujer en el derecho internacional, y quien, también, integra la comisión civil que investiga los crímenes sexuales del 7 de octubre. Un dato de interés: entre los cargos que tuvo a lo largo de su carrera, Halperin-Kaddari fue vicepresidenta del CEDAW durante 12 años.
Recién el 22 de noviembre, la ONU Mujeres, cuya directora ejecutiva es la jordana Sima Sami Bahous, hizo una primera mención al tema al decir que estaban “muy alarmadas por los informes de violencia sexual y de género el 7 de octubre”. Se olvidaron de un par de detalles: no mencionaron a Hamas ni señalaron quiénes habían sido las víctimas. La misma organización, en cambio, nunca olvida su función al reclamar —y con justicia— ayuda humanitaria para las niñas y mujeres palestinas que, según algunos informes, serían el 63% de las víctimas de la actual guerra en Gaza.
Este lunes 4 de diciembre se habilitó finalmente una sesión especial en el edificio de Naciones Unidas de Nueva York para escuchar testimonios y alegatos del caso de los crímenes sexuales del 7 de octubre. En la sesión, a la que asistieron unas 800 personas, la exejecutiva de Meta Sheryl Sandberg preguntó a los presentes si el mundo iba a creerle a Hamas, que niega los hechos, o a “las mujeres cuyos cuerpos nos cuentan cómo pasaron los últimos minutos de sus vidas” y llamó a que las Naciones Unidas emprendan “una completa y justa investigación”.
En el mismo evento, Shari Mendes, cuya tarea como reservista del ejército israelí consistió en la identificación de los cuerpos de las mujeres que fueron asesinadas, describió el horror al que asistieron en la base de Shura, adonde fueron llevados los restos. Mendes dijo que hubo dos momentos de shock: el primero, al advertir la magnitud del crimen (habló de un “apocalipsis de cadáveres”) y el segundo, por la crueldad que se observaba en esos cuerpos.
Según transcribe su relato el Haaretz, “parecía que la mutilación del rostro de las mujeres era el objetivo de estos asesinatos. En algunos casos, esto se hacía después de la muerte, simplemente por crueldad”. Las mujeres, dijo, “llegaron con los ojos abiertos, la boca en muecas y los puños cerrados”. También vieron “mutilación genital sistémica”: cuerpos cuyos genitales y senos recibieron múltiples disparos. Algunos cuerpos fueron decapitados. Algunos fueron quemados hasta quedar irreconocibles.
Dijo también Mendes, que mientras preparaban a estas mujeres para el entierro, “les mostramos profundo amor. Sabíamos que probablemente seríamos las últimas personas en ver a estas jóvenes y las mantuvimos en nuestros corazones, aunque fuera por un momento, como si fueran nuestras propias hijas”.
Están solas
Las mujeres israelíes se sienten abandonadas por las mujeres del mundo. La izquierda israelí se siente abandonada por sus pares del mundo. Netanyahu es el foco del desprecio del progresismo y del feminismo internacionales y, en el camino, aquellos que se oponen a su gobierno de alianza con los sectores más reaccionarios de la política israelí no tienen en este momento trágico ni escucha ni contención fuera de su país. Por el contrario, quienes deberían solidarizarse los ignoran o rechazan.
Aunque las violaciones fueron instrumentos clásicos en los enfrentamientos bélicos, fue recién a partir de los años 90, con las guerras en Ruanda y los Balcanes, que hubo un cambio significativo en el sentido común en relación a los delitos sexuales en tiempos de guerra y, por consiguiente, también en el derecho internacional y los procedimientos destinados a dar justicia.
Si a esto le añadimos los enérgicos cambios conceptuales de los recientes años y la enorme cantidad de personas movilizadas en contra de la violencia machista y al cuestionamiento hacia la desconfianza como emoción principal contra las denuncias de violencia sexual, se hace difícil entender por qué las mismas personas que defendían el “yo te creo, hermana” o el “me too” hoy guardan silencio o, incluso, acusan de propaganda oficialista a las israelíes que se proponen investigar lo sucedido.
Un ejemplo. Me dio entre indignación y vergüenza ajena leer un artículo de Nuria Alabao, periodista y antropóloga española, titulado “La violación como propaganda de guerra en Israel”, en el que asegura que “el Gobierno de Netanyahu intenta manipular el marco internacional de lucha contra la violencia sexual para justificar sus crímenes de guerra”.
Primero, cuesta creer que alguien que se presenta como “investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas” ignore que una parte relevante de la sociedad israelí, entre ellos quienes lideran el proceso de la comisión investigadora, se oponen fuertemente al gobierno.
De hecho, fue la misma experta a cargo de la investigación de los crímenes sexuales del 7 de octubre, Elkayam Levy, quien lideró la confección de un documento firmado por abogadas que llegó a manos de Netanyahu en febrero de este año, durante las masivas movilizaciones en contra del proyecto de reforma judicial, en el que se cuestionaban las reformas por su carácter reaccionario, y por permitir “puntos de vista religiosos fundamentalistas y a los rabinos extremistas que los dictan para regir casi todos los aspectos de los derechos de las mujeres”.
El paper recordaba que en ese momento había una mayoría masculina absoluta en la coalición (de 64 miembros de la Knesset, el parlamento, sólo 9 eran mujeres) “con nula representación de mujeres en altos cargos en el gobierno y el servicio público, como si fuera sólo un hecho natural de la vida” y que calificaron a la reforma como “un golpe mortal a los derechos de todas las mujeres en Israel”.
Leí completo el artículo de Alabao, una persona que parece no moverse de su mundo cuadriculado, en el que las víctimas siempre están del mismo lado, el que ella elige. Pero no deja de sorprender su elección.
Pocas veces leí algo más miserable que el final de su texto, en el que para seguir justificando lo injustificable opina que se trata de “unas acusaciones de violaciones poco sustentadas con pruebas”. Me pregunto dónde quedó su pelea contra el patriarcado.
Con esa imagen, que debería quedar en la historia del oprobio, Nuria retrocedió ella solita y en cuatro patas (como diría María Elena) décadas y décadas de lucha feminista.
El secreto de sus ojos
A veces todo comienza por los ojos. Son los ojos los que advierten el peligro, los que perciben que algo no anda bien, que algo cambió y entraña riesgo. La vigilancia en cuestiones de seguridad tiene en los ojos humanos un agente insustituible, sobre todo si se trata de ojos familiarizados con su entorno y entrenados para distinguir lo que está bien de lo que está mal.
Con los ojos trabajaban las observadoras vigilantes (tatzpitaniot, en hebreo) del regimiento 414 ubicado en la base militar del kibutz de frontera Nahal Oz, uno de los escenarios más sangrientos de la matanza de Hamas.
La tarea de ese equipo (conformado solo por mujeres), primera línea de defensa, consiste en mirar y analizar las imágenes de las cámaras de seguridad e informar a los superiores en materia militar y de inteligencia cualquier cambio que pudiera ser signo de alarma. Son nueve horas por día que pasan mirando lo que filman las cámaras, lo que además de provocar tedio en chicas jóvenes que cumplen con el servicio militar obligatorio, las convierte en las mayores conocedoras de las zonas adjudicadas: cada piedra, cada auto, cada rostro se fija en su memoria.
Por estos días se confirmó a partir de filtraciones que las autoridades israelíes desestimaron durante más de un año información clave y detallada de un plan de Hamas para un asalto sorpresa en el sur de Israel. No todos los medios le prestaron suficiente atención a quiénes habían sido las personas que dieron esa información.
Fueron las observadoras vigilantes. Hubo informes orales y escritos, incluso reportes hechos en persona y en detalle, acerca de lo que las jóvenes consideraban una amenaza: prácticas inusuales, acercamiento por fuera de lo permitido, maquetas de un tanque y de un kibutz y lo que parecían ser ejercicios de tiro. Todo a cielo abierto, todo a la vista.
Las trataron de alarmistas, les recordaron que tenían que ser rigurosas con su tarea y fueron lo suficientemente crueles para humillarlas al decirles que, si bien ellas eran los ojos, los grandes jefes militares eran el cerebro que analizaba sus denuncias y estaban preparados para darles el valor adecuado.
Las mujeres vieron a los terroristas de Hamas entrenándose para tomar el control de los kibutzim y las bases de las fuerzas del ejército israelí. Los observaron practicando la toma de rehenes, la voladura de tanques y volando drones. Vieron a comandantes terroristas observando los ejercicios y a espías investigando la valla en busca de debilidades. Lo vieron y lo informaron todo y más de una vez. Uno de sus jefes las apoyó, pero, así y todo, en la superioridad ignoraron sus advertencias y consideraron “imaginarios” los relatos.
No las escucharon y, además, les llamaron la atención por excederse en el énfasis. En rigor, aparentemente no fueron las observadoras de Nahal Oz las únicas que hicieron llegar a las altas autoridades reportes sobre posibles planes de ataque de Hamas que no fueron escuchados. Cada día aparece nueva información sobre esta falla catastrófica de los servicios de inteligencia israelíes, más atentos a la tecnología que a la inteligencia humana.
Al menos quince de las observadoras de Nahal Oz hoy están muertas y siete fueron secuestradas: una fue rescatada por el ejército israelí en Gaza y otra murió en cautiverio. Las observadoras no estaban armadas, apenas tenían su celular. Algunas de ellas llegaron a despedirse de sus familiares con mensajes de amor desesperado desde el refugio antibombas en el que fueron asesinadas. Ese día había veintisiete soldados en total en la base. Hagan la cuenta de cuántos estaban armados.
Entre los comentarios de los lectores de uno de los artículos que leí, encontré uno que resume lo que pensé y dice así:
“La enorme tragedia del 7 de octubre fue el resultado de la negligencia del Shin Bet. Los ojos de las observadoras estaban bloqueados por los cerebros de los altos funcionarios de Inteligencia. Los impulsos de sus nervios ópticos nunca se registraron en el cerebro de quienes tomaban las decisiones. Es obvio, incluso para los que somos militares, que aquí comienza una investigación sobre el fracaso del Cuerpo de Inteligencia”.
Por ahora, cada vez que son consultados, los voceros de las fuerzas de seguridad israelíes responden que en este momento la prioridad es terminar con Hamas y rescatar a la mayor cantidad de rehenes posibles y que toda investigación vendrá luego. Un luego que aún no tiene fecha.
Las familias de los muertos y de los secuestrados el 7 de octubre no encuentran consuelo en las miles de víctimas palestinas civiles de Gaza y temen por el riesgo que los propios rehenes corren mientras continúen los bombardeos. No parece ser esa la respuesta que esperan de aquellos que debieron cuidarlos y no lo hicieron.
Sé bien que esta vez te sorprendí con un material muy duro; sé que suelo ofrecerte en estos envíos un espacio para la belleza y para salir por un rato de la realidad abrumadora. Pero a veces los temas me toman y cuesta pensar o escribir en otra cosa: soy periodista, la realidad siempre está ahí. Soy mujer, las mujeres siempre estamos ahí.
Como para contrarrestar tanta violencia, elegí ilustrar el texto con pinturas hermosas de mujeres hermosas. Te recuerdo mi correo, es hpomeraniec@infobae.com. Prometo volver la semana que viene con algo más relajado: lecturas, cine, teatro, series, arte, música e historias que me entusiasman y que me gusta compartir con vos.
Por último: el domingo asume el nuevo presidente y es el día de los derechos humanos. Estos días recordaba aquello que decía Frank Underwood en House of Cards acerca de que la democracia estaba sobrevalorada. Era divertido pensarlo como consumo irónico y nos reíamos mucho, pero personalmente sigo pensando que no me gustaría perderla.
Hasta la próxima.
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